Club de Pensadores Universales

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viernes, 20 de junio de 2025

Clemencia, de Ignacio Manuel Altamirano.

     Clemencia es una novela mexicana escrita en 1869, por el periodista, maestro y político, Ignacio Manuel Altamirano.

Resumen

     Ésta novela está ambientada en Guadalajara, México, en el siglo XIX, en 1863, durante la Segunda Intervención Francesa (1862-1867).

     Durante una reunión en la casa del doctor Hipólito, a sus invitados les llama la atención un cuadro en su estudio, donde se encuentra enmarcado un papel, en el que se leen dos citas de, Los Cuentos de Hoffmann, escritas por un hombre llamado Fernando Valle.
    El doctor narra entonces una serie de sucesos, que ocurrieron mientras servía como médico en el ejército liberal, durante la guerra.

     El comandante Enrique Flores, era un joven de buena familia, guapo, con un físico impresionante, y tenía la cualidad de ser muy simpático, era el favorito de su jefe, y muy querido por sus soldados. Asimismo, era irresistible a las mujeres, era un seductor natural, y tenía una buena suerte como nadie.

    El comandante Fernando Valle, era notoriamente todo lo contrario a Flores.  De buena familia, pero despreciado por ésta, debido a sus ideas liberales y republicanas. Era reservado, frío, y le parecía antipático a todo el mundo, sobre todo a las mujeres.

   Cuando llegó el batallón a Guadalajara, Valle fue a visitar a una tía y prima que tenía en la ciudad, y regresó de allá visiblemente emocionado, lo que era raro en él. Enrique le preguntó la razón de su felicidad, a lo cual Fernando contestó que había visto a su prima, quien era una bella señorita rubia y angelical, la cual claramente le atraía. Enrique inmediatamente le preguntó, cuándo la podría conocer, y Fernando, quien sentía un tanto de agrado hacía Enrique, accedió a llevarlo.

    Ya en la casa de su prima, se encontraron a la tía de Fernando, Mariana, quien estaba acompañada por una amiga de Isabel, una bella muchacha morena de cabellos negros. Posteriormente, Fernando presentó a su prima Isabel, a Enrique, e Isabel hizo lo mismo con su amiga, Clemencia. Las jóvenes cautivadas por la belleza de Enrique, no podían contener sus miradas hacia él, mientras que Fernando se encontraba conversando con su tía, pero no dejó de observar el interés de las señoritas por Enrique. Al fin, se retiraron.

    Después, las mujeres conversaban sobre Fernando y Enrique, señalando la apariencia enfermiza de Fernando, sobre la cual Clemencia argumentó que no le parecía tan repulsiva, como a Isabel. Y pasando a Enrique, ambas halagaban su elegancia, su presencia y caballerosidad. De esto, surgieron las sospechas que ambas encontraban encantador a Enrique, y tal vez podría surgir alguna rivalidad amorosa entre ellas.

   Mientras tanto, al caminar los dos amigos comentaban sobre la visita a aquella casa. Fernando escuchaba, cómo su amigo se expresaba diciendo que él no tenía corazón, y que las mujeres por naturaleza acaban con la fuerza del hombre. Fernando, siendo profundamente romántico, se encontraba espantado, al escuchar las insensibles ideas de su amigo. Al oír Fernando hablar a Enrique sobre la hermosura de su prima, y de cómo le gustaría conquistarle, Valle palideció, lo que delató sus sentimientos hacía su prima. Sin embargo, Enrique comprendió esto, y le dijo que tenía el camino libre para conquistarla, y que él se conformaría con la linda morena, Clemencia. Fernando comprendía que sólo así libraría a su virtuosa prima, de las garras del libertino conquistador que era Enrique.

A la tarde del día siguiente, al llegar de nuevo Fernando y su amigo a la casa de Isabel, ésta los recibió con una timidez que no había mostrado el día anterior. Más tarde llegó Clemencia, quien saludó a todos en la sala, y Enrique comenzó una plática sobre la sociedad de la Ciudad de México, que las tenía atentas. Fernando sintió que quedaba olvidado. Clemencia sugirió que Isabel tocara el piano, asegurando que lo hacía excepcionalmente, Isabel se sintió avergonzada, pero Clemencia se ofreció a tocar primero, si estaba bien con ella. Enrique acompañó a Clemencia, y ante la melodía que la morena tocaba, Enrique se encontraba extrañamente dominado, pues la melodía expresaba los sentimientos de Clemencia. Fernando no tardó en mirar la expresión de celos y angustia de su prima que claramente estaba enamorada.

Al finalizar Clemencia, Isabel se dirigió al piano a tocar una melodía también. Mientras tocaba, Enrique se inclinó hacia ella, y le dijo algo al oído, lo que la hizo turbarse e interrumpir la melodía por un momento, pero luego continuó, y finalizó la pieza. Fernando escuchaba la música, y pensó en su desdicha, y que la vida sin amor, no valía nada, pues él jamás se había sentido amado. Esto lo hizo derramar una lágrima que rápidamente se limpió. Enrique no cesaba de halagar el don de Isabel, quien se negaba a aceptar el cumplido. Clemencia señaló que Isabel tocaba tan maravillosamente, que había provocado una lágrima en Fernando, a lo cual él se ruborizó, pues creyó que nadie lo había notado.

Al momento de despedirse, se notaba la afinidad que había entre Enrique e Isabel, y no hubo para Fernando más que una mirada fría de Isabel. Clemencia, por el contrario, se despidió de Enrique amablemente, pero con indiferencia, mientras que a Fernando le extendió la mano. Clemencia lo miró tan poderosamente, que el pobre joven se turbó, además le dijo dulcemente, “Hasta mañana, Fernando”.

Al salir, Enrique comentó lo equivocados que estaban al haber hecho el acuerdo, y le dijo a Fernando que Isabel claramente no estaba interesada en él, y que debía poner su atención en Clemencia. Fernando pasó la noche pensando en Clemencia, y el recuerdo del amor que sentía por Isabel, se fue desvaneciendo.

Al día siguiente, en casa de Clemencia hubo una reunión. Durante ésta, Clemencia buscaba tema de conversación con Fernando, a quien le era nueva la experiencia de una conversación amena, con una mujer joven y bella. A la hora de sentarse a la mesa, quedaron de frente las dos parejas. Estaban sirviendo el vino, cuando de repente, Fernando vio una mirada de celos que Clemencia dirigía a su amiga Isabel, tan rápida como un rayo. Pero inmediatamente, Clemencia habló a Valle sobre las flores de su jardín, y ofreció regalarle una como recuerdo. Clemencia llevó a Fernando al corredor, para darle la flor, y la puso en ojal de su levita. Fernando le confesó, que al principio creía que él era sólo un medio para acercarse a Enrique, pero Clemencia desmintió tal cosa.

Al terminar la reunión, el coche de Clemencia llevó a Mariana e Isabel a su casa, e Isabel le confesó que era muy feliz. En su casa, Clemencia desesperada se preguntaba cómo podía Isabel haberle ganado la atención de Flores, y luego pensó con remordimiento en el mal que había hecho al jugar con el corazón de Fernando, arrepentida de haberle ilusionado diciéndole tantas cosas falsas. Entonces se propuso conseguir el amor de Enrique.

Isabel fue a visitar a su amiga Clemencia, y le dijo lo feliz que estába, pues Enrique quería hacerla su esposa, pero Clemencia, ya sea por conveniencia, o por buena amiga, le dijo que no se confiára de las promesas que hacen los hombres. Isabel se asustó al oír a su amiga hablarle así, pues se encontraba profundamente enamorada de Enrique. Isabel, por su parte, le preguntó cómo iban las cosas con su primo, y Clemencia respondió que él se encontraba enamorado de ella, y que lo encontraba como un alma generosa y elevada, que le agradaba.

Dos semanas después Isabel llamó a Clemencia para que fuera a su casa, ésta la encontró llorando en la más profunda tristeza, y le confesó que Enrique le había dicho que faltaba poco para dejar la ciudad, y le pidió que se fuera con él, y abandonára a su madre, o que le diera la prueba más grande de su amor, para irse tranquilo. Sabiendo a lo que se refería, Isabel lo corrió de su casa, y sintió morir en ese instante. Clemencia le dijo que había hecho lo correcto, pero Isabel admitió que aún así, lo seguía amando.

La fiesta de Navidad sería en la casa de Clemencia. A la hora del baile, Enrique llevó a Clemencia, quedando Fernando solo, pero éste tenía miedo de que algo ocurriera entre su amigo y su amada, pues Enrique le había prestado visitas a Clemencia en las últimas semanas. Se quedó junto a una puerta, que daba al corredor. De repente, escuchó que dos personas se acercaban, eran Clemencia y Enrique, y escuchó como Clemencia le daba a Enrique un retrato y un mechón de cabello, que éste le había pedido. Fernando sintió desfallecer, pues lo más horroroso le había sucedido. Al notar su ausencia, fueron a buscarlo, y lo encontraron exaltado. Fernando pudo controlar su rabia, y al retirarse, le cogió a Flores por el brazo y le dijo, “Mañana”, en señal de desafío. Clemencia se encontraba alterada, pues sabía que lo que iba pasar, había sido provocado por ella.

Sin embargo, Enrique acusó a Valle con el general, quien lo reprendió por tal desafío en tiempo de guerra. Fue hecho prisionero, hasta que el batallón salió de Guadalajara. Pensaba que no le quedaba otra opción más que el suicidio, pero el Doctor le convenció de que existían mejores formas. Así que decidió dejarse morir, en la primera batalla.

Al aproximarse los franceses a Guadalajara, algunas familias se fueron, hacia Colima, que estaba defendida. Iba pues, el carruaje de la familia de Clemencia, junto con Mariana e Isabel, camino allá, cuando un bache en el camino, terminó por voltear el carruaje, y rompió una de las ruedas, al no poder seguir a pie, mandaron a un sirviente por ayuda, o un carruaje nuevo, o un carpintero.

El sirviente fue detenido más adelante por una tropa que venía, lo llevaron con el comandante, a quien explicó la situación, era Fernando Valle. Así pues, Valle dejó su tropa para dirigirse a la ciudad, a pedir un carruaje a un amigo suyo para que la familia de Clemencia pudiera continuar. Ya consiguió el carruaje, y le dijo al cochero que no recibiera gratificación de la familia, ni dijera quién le había enviado, y le pagó con tres onzas, y un reloj de oro. Como su caballo estaba desfalleciendo, le dijo al sirviente que le vendiera el caballo de su amo, éste accedió y se fue en el carruaje. Fernando regresó a su tropa, y siguió su trayecto.

Vio el padre de Clemencia el carruaje, y el mozo le dijo que un comandante lo había conseguido, y que no le pagára al conductor. Clemencia afirmaba que tenía que haber sido Enrique, que no había duda. Vieron pasar una tropa a lo lejos, y asumiendo que era Enrique, se preguntaban por qué no habría querido que lo vieran.

Flores fue ascendido, y pidió ser mandado a Guadalajara, y se le concedió, pasando a ser jefe de Valle. Éste se disgustó al enterarse, pero se presentó a disponer de sus órdenes. Cuando Flores se enteró de que Fernando había dejado su tropa, y se fue con un correo de Guadalajara, quiso sacar ventaja, y lo acusó de traición, pues le estorbaba para sus futuros planes. Al recibir la noticia, Valle, fue escoltado hasta Zapotlán, donde se vería con el general.

Camino a Zapotlán, vio a unos mozos que iban con unos caballos de parte del señor R... (padre de Clemencia), y preguntaban por el coronel Flores. Les respondió, y cada cual continuo por su camino. Llegaron los mozos donde Flores, y le entregaron los caballos, y junto con éstos, una carta de agradecimiento, Enrique comprendió entonces porque Fernando había dejado sus tropas. Ahora, temía que su falsa acusación se descubriera, y que aquella familia le descubriera, y que Clemencia sintiera simpatía por aquel pobre diablo.

Valle se presentó ante el jefe del ejército, y fue cuestionado por las acciones de que se le acusaba, Fernando negó que fuera un traidor, y explicó lo que en realidad había sucedido, el jefe del ejército. comprendió que había sido Valle, y no Flores, quien había conseguido el carruaje para el señor R...

Terminando de explicar sus acciones, Fernando dio informe a su superior, de que había encontrado a un correo de Flores, llevando un pliego al enemigo, el general M... Valle le entregó el pliego, y en éste, venían las órdenes reservadas del ejército liberal. Acusando a Flores de traidor, el correo confirmó todo, y mandaron arrestar a Flores, y fue llevado a Colima para ser enjuiciado. Las pruebas lo declaraban claramente culpable, y fue sentenciado a muerte por traidor. Desafortunadamente, Fernando quedó a cargo de custodiar al reo Flores, y casi se le obligaba a vengarse de su enemigo. Al acusarlo, Valle hizo lo correcto pues era un traidor, pero no quería ser el verdugo que lo llevara a su muerte.

Al enterarse, la familia de Clemencia se volvió desesperada, y hacía lo que podía, para evitar la ejecución, el señor R... ofrecía la mitad de su fortuna, por los deseos de su hija, pues sabía que si no lo hacía, ella era capaz de darse a la muerte.

Clemencia no concebía la idea de que Enrique fuera un traidor, esto tendría que ser una calumnia, y al enterarse de que fue Valle, quien lo acusó, ella asumió que su amor era la causa de la desgracia de Flores, pues la rivalidad amorosa entre ellos, había llevado a esto. Así, pensó lo más malvado y vil de Fernando, lo llamaba infame, y calumniador, lo despreciaba con toda su alma. Todo el asunto de la próxima muerte de Enrique, revivió la llama en el corazón de Isabel, a quien no le importó que no fuera amada, pero sufría con tanta pena su desgracia.

Clemencia fue a ver su amado Flores, acompañada por su madre, e Isabel, les dijeron que Valle estaba a cargo, y éste otorgó el permiso para que pasáran. Enrique, desesperado, le pedía por un veneno, para evitar la vergüenza de ser fusilado, mientras que Clemencia le prometía que su padre conseguiría el indulto. Al salir de la celda, Clemencia se dirigió hacia Valle, y le reclamó con un desprecio supremo, el haber calumniado a su amado, le llamó infame, y cobarde. Al salir las mujeres, Fernando vacilaba en desplomarse, porque aquellas palabras le habían herido en lo más hondo.

Enrique velaba en su celda, asustado, abatido pues no era de esos hombres que no le temen a la muerte, y no tenía rasgo alguno de valor. De repente alguien se acercaba a su celda, era Fernando Valle. Venía Fernando a librarle de su prisión, no sin antes aclararle que no era él, sino su traición, la que lo había llevado hasta ahí. Quería que viviera, para que Clemencia no sufriera, que ella lo amára, y fueran felices. Él sabía que después de ayudarle a escapar, tomaría su lugar en la ejecución. Le dio indicaciones, se intercambiaron ropas, y Enrique huyó a la casa de Clemencia.

En casa de Clemencia, lo oyeron llegar, y Clemencia e Isabel se emocionaron al verlo. Enrique les dijo que Fernando era quien lo había ayudado a escapar. Pidió que le ensillaran un caballo, y dijo que se dirigiría a Guadalajara, pues solo ahí estaría seguro. Enrique les confesó la verdad, que había colaborado con los franceses. Al despedirse, Enrique iba a abrazar a Clemencia, pero ésta le rechazó por traidor y farsante. Todo el amor que alguna vez sintió por él, se convirtió en odio y desprecio. Pensó en el pobre Fernando, a quien había maltratado injustamente, y se dio cuenta de que a Enrique lo condenaba su crimen, pero a Fernando, quien lo mataba era ella.

Más tarde, llegó una carta de su padre, donde decía que había logrado cambiar la mitad de su fortuna, por la vida de Enrique, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó el padre de Clemencia, le dijeron lo que había sucedido, además el señor R.. se había enterado de que no fue Flores, sino Valle, quien había conseguido el carruaje. Así, dijo que ofrecería la mitad de fortuna que le quedaba, por salvar la vida del noble muchacho.

La orden del general había llegado, era la sentencia de muerte para Valle. También liberaba al señor R... de su compromiso, y le regresaba la mitad de su fortuna ofrecida por la vida de Flores.

Antes de morir, Valle llamó al doctor Hipólito, y le contó la historia de su vida, pues quería que después de morir, alguien le recordara. Le pidió que le entregara una carta a su padre, y le dejó el caballo que había comprado del mozo del señor R.. También, le dejó el papel con las dos citas de Hoffman que, según Valle, resumían su vida.

Al día siguiente, iban las columnas de militares que guiaban la carroza donde Fernando venía al lugar donde sería fusilado, pero se encontraba tranquilo. Al mismo tiempo, otra carroza llegaba, era la de Clemencia. Había intentado inútilmente entrar en la celda de Fernando, para pedirle perdón de rodillas por todo, pero al no encontrarlo, decidió hacerlo en la ejecución. Clemencia intentaba pasar entre la multitud, pero todos parecían impedirle el paso. Gritó, y la muchedumbre le abrió pasó, pero faltando una fila de soldados por pasar, se encontró de frente a él. Lo vio heroicamente hermoso y sereno, y quiso gritar para llamar la atención de su última mirada, pero no pudo, pues se encontraba paralizada. Se oyó la descarga, y Fernando cayó muerto. Clemencia se desmayó, y su padre la cargó hasta el carruaje, después se dirigió al cadáver, y le cortó un mechón de cabellos que guardó. Cuando Clemencia despertó, ya en su casa, y su padre le entregó los cabellos. Ella los tomó, besándolos, y dijo que era a Fernando a quien debería haber amado, y soltó el llanto. La familia del señor R.. dio sepultura al cuerpo de Fernando Valle, con la adoración de un mártir.

El Doctor cumpliendo los deseos de Fernando, llevó a la familia de éste, la carta del difunto mientras celebraban el cumpleaños de su padre. Había un desfile en la calle del ejército francés, y entre sus filas, se podía ver a Enrique Flores sonriendo coquetamente a las hermanas de Fernando, que miraban desde el balcón. El padre abrió la carta, y dio un grito de dolor, “Han matado a Fernando”, su padre desfalleció, su madre se desmayó, y las hermanas corrieron, aquella celebración se había convertido en sollozos, y desesperación.

En cuanto a Clemencia, ingresó a un convento, y se hizo hermana de la Caridad. Lo único que le quedaba, eran los cabellos de Fernando, que atesoraba en un relicario bajo su hábito, esperando que él la hubiera perdonado desde el cielo.

Clemencia

de Ignacio Manuel Altamirano

El año de 1863 fue fatídico para nuestro país, pues durante sus últimos meses las tropas del invasor francés y sus aliados imperialistas mexicanos lograron apoderarse de Toluca, Querétaro, Morelia, Guanajuato y San Luis Potosí. Eran los días aciagos en el que Maximiliano de Habsburgo regia los destinos de Mexico desde el Castillo de Chapultepec. Para aplacar la rebeldía de los nacionalistas, que los rechazaban como emperador, tuvo que aceptar que el ejército invasor de Napoleón III ocupara el país. Los generales Douay, Berthier, y Mají, salieron de la Ciudad de Mexico en octubre y noviembre. Y lograron avanzar sin estorbos, pues los ejércitos nacionalistas inferiores en armamento, retrocedieron. Un destacamento nacionalista se dirigió, por entonces, a la ciudad de Guadalajara. Uno de los comandantes de dicho destacamento, era un joven llamado Enrique Flores. Flores y un doctor, avanzaban en sus caballos, cuando Flores, encendiendo un cigarrillo, dijo, “¿Un cigarrillo? Doctor.” El doctor no contestó. A continuación, Flores dijo, “Me informaron que va a Guadalajara, a reponerse de una enfermedad. ¿Fue herido en la batalla?” El doctor dijo, “No, comandante. Es un mal crónico que arrástro desde joven.  En las campañas en que estuve, casi nadie resultó herido, ya que nuestra gente tuvo que dejar paso al invasor.” Flores exclamó, “¡Cómo! ¿Así que la tropa no se ha batido con el enemigo?” El doctor dijo, “Solo en algunas escaramuzas. Pero los destacamentos se repliegan, para unirse y formar una sola fuerza.” Flores dijo, “Pues, no creo que Guadalajara tarde mucho en caer en manos francesas, doctor. Y nosotros tambien debemos relegarnos.” Otro de los oficiales al mando, era Fernando Valle, quien se unió a la conversación en la cabalgata nocturna, y dijo, “Solo nos replegaremos si asi lo ordena el alto mando, Enrique. Si no, daremos la batalla y la vida si es preciso para defender la ciudad.” Aquellos dos jovenes eran completamente distintos. Enrique Flores era un tanto cínico y tomaba todo con buen humor. Fernando Valle era enérgico y sombrío. Enrique dijo, “No creo que tenga caso morir para que de todas formas el enemigo avance.” Valle dijo, “Seria al menos un acto de suprema dignidad.”

Alboreaba cuando Valle dijo, “¡Ya estamos en Guadalajara!” En el cuartel, ya avanzada la mañana, los oficiales disfrutaban de su primera licencia. Enrique dijo, “¡Miren! Incluso nuestro serio amigo Valle, se prepara a gozar de la ciudad.” Enrique dijo, “¿No quiere ir con nosotros a la plaza, comandante? Las tapatías más bellas estará ahí al alcance de nuestras manos. Las tapatías tiene fama de ser las más hermosas mujeres de la república. Dicen que sus ojos son irresistibles.” Uno de los cabos dijo, “Por lo que hemos visto es cierto.” Cuando vieron retirarse a Valle, Enrique gritó, “¡Eh, Valle! ¿Por qué se va tan apresuradamente? ¿No dará el paseo con nosotros?” Valle dijo, “Lo siento. Tengo un compromiso esta tarde.” Enrique dijo a los soldados, “¿Lo vieron? Generalmente se queda en el cuartel, inclusive en días libres, leyendo poemas o novelas románticas. Si no me equivoco, alguna tapatía es el motivo para que se arreglara tanto y haya abandonado su encierro habitual.” Esa noche tras el regreso de Valle, Enrique dijo, “Viene usted con una sonrisa radiante, Valle. ¿Podría yo conocer el resultado de su escapatoria de ésta tarde?” Valle dijo, “Visité a una tía lejana y a su hija Isabel, a quien no veía desde que era niño.” Enrique dijo, “¿Y es bella su prima, amigo?” Valle dijo, “Sí, bellísima, parece un ángel.” Enrique dijo, “En cambio, yo me aburrí en la plaza. Todas las jovenes iban acompañadas de sus ayas, y eso las hacía inabordables.” Enrique agregó, “¿Sería usted tan gentil de introducirme en los ambientes familiares que visita? Ahí podría conocer a alguna joven que alegrára mi corazón.” Valle dijo, “Usted es más diestro para alternar con gente acomodada, Enrique. Quizá mañana, cuando visite de nuevo la casa de mi tía, le agradaría acompañarme.” Enrique contestó, “¡Claro! Así tendré el gusto de conocer a su linda primita, Fernando, a ese ángel que le ha impresionado a usted tanto.” Al día siguiente, que era domingo, acudieron ambos oficiales a la catedral. Terminaba la misa y salían los feligreses, saludándose unos a otros. Dos hermosísimas tapatías que venían juntas, se detuvieron un poco y murmuraron descubriendo entre los jovenes al apuesto comandante Flores. Clemencia, una de ellas, murmuró, “¿Quién será ese oficial? ¿Es guapísimo!” La otra, quien era Isabel, le dijo, tambien en voz baja, “No sé, pero puedo averiguarlo, porque quien está junto a él, es mi primo.” Las dos mujeres procuraron pasar los suficientemente cerca. Isabel rompió el silencio, y dijo, “Buenos días, primo Fernando.” Fernando Valle titubeó, y dijo, “Mu…muy buenos días, Isabelita.” Las mujeres continuaron su paso. Entonces Enrique dijo a Fernando, “¡Vamos Fernando!” Fernando le dijo, “¿A…a dónde?” Enrique dijo, “¡A casa de su prima, por supuesto! Le haremos una visita.” Cuando los dos soldados estaban frente al portón de la casa, Fernando dijo, “¿Cree usted que seamos oportunos?” Enrique dijo, “Lo seremos, despreocúpese.” Isabel en persona salió a recibirlos como si los esperára, diciendo, “Pasen, mi madre y Clemencia estan en nuestra sala de musica.” Una vez dentro de la casa, Fernando dijo, “Celebro verla de nuevo, querida tía.” La señora le dijo, “Y yo verte a ti, muchacho. ¿Quién es este joven que te acompaña?” Poco después, al ver de cerca la belleza intensa y poco común de la joven trigueña, Enrique Flores quedó como suspendido y ausente. Entonces Fernando dijo, “Le presénto a usted a Enrique Flores, comandante de mi guarnición, tía Mariana.” La tía Mariana le dijo, “Y yo les presento a ustedes a Clemencia, íntima amiga de mi hija, y una de las damitas más distinguidas de Guadalajara.” Fernando Valle tuvo un mal presentimiento ante la mirada intensa y radiante de la muchacha. Enrique, sin embargo, no perdió ni un momento la compostura., y besando la mano de Clemencia dijo, “Es un placer, señorita Clemencia.” La tía Mariana sirvió cuatro copas en la mesa y dijo, “Tomen unos aperitivos y algunos dulces con nosotras. Entre tanto, podrán contarnos cosas sobre la guerra.” Enrique no desaprovechó la ocasión, y se apoderó de la femenina concurrencia y encantó a las tres damas con su charla frívola y divertida. Enrique narraba, “Entonces…¡Salí corriendo antes de que aquel furioso francés disparara!” Clemencia dijo, incrédula, “¡Ay, eso es una mentira de usted!¡Ja, Ja, Ja!¡No puede haber sucedido!” Isabel dijo, “Lo ha inventado en este momento, Clemencia.” Clemencia dijo, “¡Claro que lo ha inventado! Ninguna de nosotras le creerá jamás que un hombre cabal como usted le tuvo miedo a nadie, y menos a un francés invasor.” Enrique dijo, “No se confíe demasiado señorita Clemencia. Los militares somo s a menudo personas muy distintas de las que parecemos. Aunque confieso que esa historia del francés si la invente. Pero, ¿Sabían que se dice que la emperatriz Carlota empieza a enloquecer, y que guarda gallinas vivas debajo de su cama, en el Palacio de Chapultepec?” La tía Mariana dijo, “¡Ay, eso ya es demasiado!¡Ja, Ja, Ja!¡Por Dios, qué imaginación!” Isabel dijo, “Gallinas vivas!¡Ja, Ja, Ja!” Fernando dijo, “Perdonen, pero Enrique y yo nos retiramos. Es la hora del pase de lista y tenemos que volver al cuartel.” La señora Mariana dijo, “¡Oh, qué lástima, tan divertidos que estábamos!” En cuanto los oficiales salieron, la señora Mariana dijo, “¡Ese pobre de Fernando no cambiará nunca, es desabrido de nascimiento!” Clemencia dijo, “Sí, la verdad es que su sobrino muestra poco chiste, doña Mariana.” Isabel dijo, “Pero, ¿Qué tal el otro, eh? ¡Es simpático, rico, gallardo! ¡Lo tiene todo!” Tras una pausa, Isabela dijo, “Siempre que he leído novelas románticas me imaginé como Enrique Flores a los oficiales que se batían por la libertad y la causa de los débiles. ¡Nunca crei que enco0ntraria uno en la vida real! ¡Pero Enrique Flores es tan perfecto como cualquier héroe de novela!” Doña Mariana dijo, “¡Vaya entusiasmo, Isabelita!¡Nunca te habia oído hablar asi!” Clemencia dijo, “No la regañe, doña Mariana. Lo que sucede es que nuestra niña se ha enamorado, como dicen los poetas, a primera vista.” Isabel exclamó, “¡Oh, no!¡Yo…!” Clemencia dijo, “No lo niegues muchacha. ¡Si se te ve en los ojos!” Doña Mariana dijo, “¡Basta de juegos y vayamos al comedor! Mi marido no tarda, revisemos que las criadas hayan puesto correctamente el servicio de mesa.” Por su parte los oficiales hacían sus comentarios camino al cuartel. Fernando dijo, “¿Qué le ha parecido mi prima, Flores?” Enrique dijo, “¡Un ángel como usted habia dicho, Fernando, un verdadero ángel!” La voz de Enrique tomó de pronto un tinte apasionado, y dijo, “Sin embargo, quien me ha hechizado ha sido la amiga, Clemencia. ¡Qué maravilla de mujer! Hay algo que subyuga terrible, quizá hasta siniestro en su mirada!” Fernando dijo, “Sí, esa señorita posee algo…su manera de hablar, de mover las manos y de mirar, expresan que hay en su interior como un volcán a punto de hacer erupción.” Enrique dijo, “¿Lo ha notado tambien? Pues querido Fernando, espero ser yo la causa de semejante catástrofe. Usted, por su parte, tiene para alegrarse la vida, la presencia casi eterna de su primita Isabel.” Y en casa de Isabel, Isabel se arreglaba el pelo frente al espejo de su recamara, y le decía a Clemencia, “¡Es bello como un adonis! Le quiero, Clemencia, tienes razón, Clemencia. Me enamoré de Enrique Flores en cuanto lo vi en la Iglesia.” Clemencia, quien le ayudaba a peinarse, le dijo, “Sé prudente, Isabel. Apenas lo conoces. No vaya a resultar un don Juan de esos que conquistan a las mujeres solo por vanidad.” Isabel el dijo, “¡Ay no, Clemencia! ¡No me digas eso, o me amargaras este día, el más feliz que he vivido en mucho tiempo! ¡Enrique debe ser tan claro y hermoso de alma, como es apuesto y amable en su exterior!” Enseguida Clemencia le dijo, “No me hagas caso. Por un instante me preocupé demasiado, y temí verte lastimada. Pero no hay motivos para pensar mal de ese joven.” Las dos amigas no volvieron a tocar el tema. Pero, dentro de ella, Clemencia pensaba, “¡Oh, Isabel! ¿Por qué habías de fijarte precisamente en Enrique? Tu primo serias más adecuado para ti, que eres una criatura delicada y soñadora. Enrique requiere de alguien como yo, que lo conduzca por las sendas de la pasión y le haga conocer la intensidad de los más oscuros sentimientos. Él, tarde o temprano, vendrá a mi porque somos iguales y nos atraemos. ¡Será mío!” Al día siguiente, el grupo acordó reunirse de nuevo. Y estando en la sala de musica, Clemencia dijo a Isabela, “¡Vamos Isabel, no seas niña y toca el piano! Enrique es un conocedor y valorará tu talento.” Isabel dijo, tímidamente, “Yo…no estoy preparada.” Luego de muchos ruegos, Isabel consintió en tocar algo, para complacer a los invitados. Clemencia dijo, “Ya verá lo que ésta jovencita es capaz de crear, flores. Quedará encantado.” Las manos blanquísimas de Isabel, recorrieron el teclado, al principio con alguna indecisión, pero al fín, como si voláran, arrancándole dulcísimos acordes. Poco a poco, el tumultuoso corazón de Enrique Flores fue dejandose penetrar por la musica y llenándose de una todopoderosa dulzura. Enrique Flores exclamó, “¡Isabel, es maravilloso!” No pudo resistir la tentación de atrapar entre las suyas una mano de la hermosa y delicada concertista. Enrique exclamó, “¡Usted ha colmado mi alma y la ha impregnado de algo maravilloso!” Enrique llevó la mano de ella a sus labios ardientes, e Isabel murmuro, sin querer, “¡Oh, Enrique…su alma! ¡Su alma es lo que yo deseaba tocar, ahí quiero cobijarme!” Entonces Clemencia, se llenó de celos, y pensó, “No creí que Isabel fuera capaz de conmoverlo. ¡Ahora Enrique se ha prendado de ella! Está bien…reprimiré mis celos por la amistad que nos une, a Isabel y a mí, desde niñas.” Clemencia se dirigió a Valle, y le dijo, “Está usted muy callado, Fernando. Vamos, cuénteme dónde transcurrió su infancia y como fue, que entró al ejercito federal. Quiero saber más de su vida.” Fernando le dijo, “Nací en el puerto de Veracruz, y desde muy niño, defraudé las esperanzas que mi padre habia cifrado en mí, señorita Clemencia. Pero no creo que esas cosas le interesen realmente.” Clemencia le dijo, “¡Claro que me interesan! Siga, por favor.” Fernando continuó, “Mi padre es un hombre muy rico, que no consciente que nadie lo contraríe sus deseos. Yo, sin embargo, desde muy pequeño comencé a apartarme del camino que él deseaba para mí. Para disciplinarme, me envió a estudiar a un colegio de la capital. Al despedirme, mi madre me dijo, “¡Ay, Fernandito, cuídate mucho, hijo!” Pase lejos de mi casa y de mi madre, a quien adoraba, el resto de mi infancia. Solo un muchacho de mi edad que estaba interno, en el mismo colegio que yo, me mostró afecto. Recuerdo que le decía, “Al principio, yo tambien extrañaba a mi mamá, y eso me ponía triste.” Y él me dijo, “¿Y ahora, ya no la extrañas?” Yo le dije, “La extraño, pero ya no dejo que eso me entristezca. Tambien aquí podemos pasar buenos momentos, sobre todo si hacemos amigos.” Aquel muchacho de carácter afable y sencillo, me ayudó a adaptarme, y a convivir con los demás compañeros. Crecimos juntos, y a mi buen amigo que siempre fue muy estudioso, le apasionaron cada vez mas los libros. Gracias a él, fui comprendiendo las teorías universales del liberalismo. Recuerdo al profesor decirme, “Nuestro país puede construir su propia historia, si logra mantenerse independiente, Fernando.” Mi tutor, hombre mediocre y conservador, veía con disgusto nuestras relaciones. Comunicó por escrito a mi padre sus quejas sobre las malas compañías, que, según él, estaban modificando su carácter y confundiendo sus ideas. Y, una tarde, el maestro me dijo, “Fernando, el señor Valle me autoriza en su última carta a prohibirte la amistad de ese jovencito.” Yo le dije, “Lo siento, señor tutor, pero la amistad de Alfonso es sagrada para mí, y nadie ni usted ni mi padre lograrán que siga tratándolo como a un hermano.” Por entonces, la madre de mi amigo enfermó gravemente. Era viuda y carecí a de bienes. Todo lo que poseía lo habia ido gastando en la educación de su hijo. Vendí todo lo que tuve para poder reunir algún dinero y asistirla. Mi tutor observaba con todo profundo disgusto. Nuestros esfuerzos fueron inútiles, La desdichada mujer murió dejando a mi amigo huérfano y desconsolado. Entre tanto, mi tutor habia viajado solo a Veracruz, donde mi familia me aguardaba para celebrar las fiestas decembrinas. Al enterarse de mi ausencia, mi padre dijo a mi tutor, “¿Cómo que se quedó con ese muchacho y con su madre? ¿Acaso no le prohibí su amistad?” Mi tutor le dijo, “Fernando se negó a acatar sus órdenes, señor Valle, y por el contrario, vendió y empeñó todo lo que usted le ha ido comprando, para regresarlo a esa familia.” Mi padre se encolerizó, y dijo, “¡Es el colmo! En cuanto llegue, vamos a ajustar cuentas. Estoy harto ya de ese muchacho.” Mi padre despidió al tutor. A mí me recluyó en mi habitación y me impidió participar en las fiesta s navideñas. Pero lo pero fue cuando decidió no mandarme más al colegio. Entonces mi padre me dijo, “Aprenderás un oficio.” Durante un año fui aprendiz de armero. Aquello era muy duro para mí, que no estaba acostumbrado al trabajo físico y tenía un organismo poco resistente. Mi m adre me dijo, “¡Pobrecito!¡Mira como tienes las manos!” Al mismo tiempo, mis hermanos que nunca habían contrariado las ordenes de mi padre, ni discutido sus ideas conservadoras, estudiaban y se divertían en Pris. Procuré entonces reconciliarme con mi progenitor, y forjé una espada especialmente para regalársela en su cumpleaños. El armero me dijo, “Quedó perfecta, Fernando. Has aprendido bien el oficio. Tu padre se sentirá orgulloso de ti.” Llegó la fecha esperada. Toda la familia y todos los amigos nos reunimos a festejarlo. Sus amigos exclamaban, “¡Por la salud y la alegría!¡Y porque tengas muchos días tan felices como este!” Mis hermanos, primos, tíos, y demás parientes habían gastado fortunas en pequeños y variados obsequios. De pronto, mi padre vio mi espada y otros objetos de forja que yo habia hecho con mis propias manos, especialmente para él, y exclamó, “¿Qué son estos fierros?” Mi madre le dijo, “Los hizo Fernando para demostrarte que ha trabajado muy duro y merece que lo trates mejor.” Pero mi padre dijo, “¡Ja! Lo que yo espero de un hijo mío, es que sea ambicioso, y capaz de conquistar fama y fortuna, no que se convierta en un pobre trabajador.” Abandoné aquel lugar con lágrimas en los ojos. Mi madre exclamó, “¡Fernando, hijo, espera!” Enseguida mi madre dijo a mi padre, “Eres demasiado duro con Fernando. Es necesario que tenga una ocupación menos desgastante para su salud.” Me pusieron entonces como dependiente de un comercio en el mismo puerto. Por aquellos días, supe que mi amigo Alfonso, había muerto en la ciudad de México a causa del tifo. Yo pensé, “¡Mi único afecto se ha ido! ¡Mi vida es un desastre! No tiene directiva ni ilusión alguna.” Fue en esos días cuando el gobierno republicano nacionalista, se apoderó de la ciudad, y la convirtió en su centro de operaciones. Opté por unirme a aquella causa que era lo único en que creía y por lo que me hallaba dispuesto a dar la vida. Mientras me enrolaba, pensé, “Seguiré la carrera militar, y lucharé en pos de tus ideales y de los míos, Alfonso.” Fernando terminó de narrar su relato, y entonces Clemencia dijo, “Asi que está usted en el ejército para rendir honor al recuerdo de su amigo. Su historia es en verdad conmovedora, Fernando. Cuenta usted con un gran corazón.” Al rato, los dos oficiales volvían al cuartel comentando Enrique, “Estábamos equivocados, Fernando. Yo amo a su primita Isabel. Mi corazón le pertenece por su encanto y dulzura. Y usted, por lo visto, le interesa a la hermosa Clemencia más de lo que imagina. Observé cómo lo miraba, y con qué atención escuchaba sus palabras. Siga por ahí, amigo mío. Esa mujer será suya.” Por la noche, Fernando no podía dormir. Las palabras de Enrique Flores resonaban en su cabeza, pensando, “¿Será cierto que le intereso a Clemencia?” La imagen de Clemencia comenzó a fijarse en él y a conmoverlo profundamente. Repasó cada segundo de los recién vividos con ella, sus gestos, su sonrisa, el roe de su mano en el saludo. Aquellas nimiedades adquirieron de súbito una gran intensidad. La siguiente reunión fue en la elegante casa de Clemencia, quien hablaba con sus padres, diciendo, “Ven papó. Los oficiales Valle y Flores son mis invitados de honor. Quiero presentártelos.” Enrique acaparó enseguida a la linda Isabel, pero Valle tímido, se aisló de la concurrencia hasta que se acercó a él, y le dijo, “Venga a bailar éste vals vienés conmigo, Fernando. Es una orden.” Fernando accedió, pero dijo, “Soy muy torpe para éstas cosas señorita Clemencia.” Pero Clemencia le dijo, “Déjese de timideces y humildades conmigo. Disfrúte de la fiesta y tutéeme.” Fernando pensó, “No se equivocaba Enrique. Ella me mira de cierta manera…” El joven comenzó a ilusionarse. Después de bailar, Clemencia dijo, “Estoy sofocada, Fernando. Salgamos un poco al jardin.” Entonces Fernando notó un rosal que se encontraba en la terraza y dijo, “¡Qué hermosas flores, Clemencia!” Clemencia dijo, “Éste rosal es mi preferido, yo misma lo podo y lo riego. Cada una de sus rosas es como una parte de mí.” Hubo una pausa y Clemencia dijo, “¡Mira esa flor es la más bella de todo Guadalajara, te lo aseguro!” Enseguida Fernando dijo, “Pero…¿Que haces?” Clemencia le entregó la flor y dijo, “La he cortado para ti. Portándola siempre junto a tu corazón, me harás muy feliz, Fernando.” Clemencia habia logrado seducir, por completo al oficial que exclamó apasionado, “¡Clemencia! ¡Siempre! ¡Siempre estará esa flor viva en mí! Porque yo…” La llegada de Enrique les interrumpió, quien dijo, “¡Vaya con usted, Valle! No es justo que acapáre asi a la anfitriona. Permítame bailar con Clemencia siquiera una pieza.” Ella volvió ٌal salón, del barco de Flores. Y Fernando Valle se quedó a solas en el jardín, inundado de una íntima dulzura, pensando, “Si me ha obsequiado su rosa preferida, es que me quiere.” Pero más adelante, cuando Clemencia estuvo sola, recostada en su cama, pensaba, “No debí tratar así a Fernando Valle. Lo hice por despecho, al ver a Enrique dedicado por entero a Isabel. ¡Mi pasión por Enrique crece a cada momento, sin que yo alcance a evitarlo! Lo amo, a pesar de mis buenos propósitos de apartarme y dejar que Isabel sea feliz con él.” Isabel era muy feliz, y no lo disimulaba. Y mientras se arreglaba frente al espejo, Isabel decía a Clemencia, “¡Enrique dice que me ama con locura, Clemencia! Y yo he tenido que le correspondo.” Los celos mordieron el corazón de Clemencia, quien hizo un esfuerzo sobrehumano para ocultarlo. Clemencia le dijo, “Y…¿Piensan casarse?” Isabel dijo, “Supongo que sí…¡Ay Clemencia! ¿Es verdad que Enrique es el hombre mas guapo, valiente, cabal, y caballeroso del mundo? ¡Dime que sí porque lo adoro!” El cariño que Clemencia profesaba por su amiga, acabó por imponerse, y le dijo, “Espero que el amor sea siempre una bendición para ti, Isabel.” Pero Isabel y Enrique solían pasear por el parque acompañados por Clemencia y Fernando. Sentados en una banca del parque, Enrique leía a Isabel, “Esa rosa de pureza inmaculada, es símbolo de la pasión, pero tu alma, alberga rosas que, como ésta, no admiten ninguna comparación.” Una mañana, mientras Clemencia regaba sus flores, notó la presencia de Isabel, y exclamó, “¡Isabel! ¿Qué te pasa? ¿Porque lloras?” Isabel exclamó, “¡Oh, qué desdichada soy!” Tras una pausa, Isabel exclamó, “¡Fue Enrique, Clemencia! Desde el principio cuando háblo de matrimonio, desvía la conversación o dice cosas ambiguas, como si no quisiera comprometerse. Yo pensé que era la natural reticencia de los hombres solteros, que temen perder su libertad…pero hoy ha sido el colmo, me he percatado de que no me ama, y que no es el caballero que imaginé.” Clemencia le dijo, “Pero, ¿Por qué dices eso?” Isabel dijo, “Me pidió que me entregára a él, como prueba de mi amor. Si yo accedía, se casaría conmigo. Me negué, y se puso molesto, hasta grosero, entonces…discutimos, y, finalmente, di por terminada nuestra relación.” Clemencia exclamó, “¡Isabel! ¿Es verdad lo que oigo? ¿Ya no estas comprometida con Enrique?” Isabel dijo, “Ni volveré a estarlo jamás. Es únicamente un sinvergüenza que pretendió divertirse conmigo.” A la vez en el cuartel, un general daba instrucciones, diciendo, “Comandántes Flores y Valle, estén preparados para evacuar esta plaza cuando se les indique. Las tropas de francés Bazaine avanzan hacia acá tras tomar Guanajuato. El gobernador Arteaga ordena abandonar Guadalajara en los últimos días del mes de diciembre.” En casa de Clemencia, cuyo padre era un nacionalista irreductible, la noticia fue recibida con consternación. Y su padre exclamó, “¡Nosotros tambien nos iremos de la ciudad!¡No quiero ver a esos malditos franchutes marchando por el centro de la ciudad de Guadalajara!” La noche del 24 de diciembre, de ese año de 1863, se celebró la cena tradicional de navidad en casa de la familia de Clemencia, y fueron invitados varios oficiales de alto rango de ejercito nacionalista, entre ellos, Fernando y Enrique. Al sonar las doce, todos pasaron al salón del arbol navideño, y sacaron sus números para la rifa de regalos. Entonces Enrique dijo, “¡Vamos Fernando, di que numero te tocó, hombre! ¿Por qué te has puesto tan pálido?” A Valle le habia tocado el peor de los números, el que simboliza la muerta o la mala fortuna.” Clemencia fingió no notar el detalle, y bajó un hermoso pañuelo bordado de las ramas del árbol. Clemencia lo dio a Fernando, y dijo, “Lo bordamos entre Isabel y yo. Llévalo contigo siempre. Y si te hieren en combate, enjuga en él tu sangre valiente, amigo mío.” Fernando lo tomó, y dijo, “Asi será, Clemencia.” Terminando el reparto de regalos, comenzó el baile. Enrique invitó a bailar a Clemencia, y dijo, “¡Ésta tiene que ser la noche más alegre de nuestras vidas! ¿Me ayudará a que lo sea, bailando conmigo, Clemencia?” Clemencia dijo, “Encantada, Enrique.” Mientras ellos bailaban, Fernando los veía, pensando, “Ella ha cambiado, ya no charla conmigo en las reuniones. Y, al menos pretexto, Enrique se le acerca. ¿Será que Clemencia ha mudado de sentimientos? ¡No, no! ¡Ella no puede hacerme esto! Yo…yo la amo.” Sumido en sus temores y dudas, Fernando salió al jardin, y pensó, “¡Qué extraño! No he visto juntos a Enrique e Isabel últimamente. Y, encima Clemencia no hace sino atenderlo a él.” De repente, Fernando pensó, “¡Oh! Ahí vienen. No quiero que me vean aqui solitario.” Clemencia y Enrique dialogaban en el jardin. Clemencia dijo, “Pero, ¿De qué te quejas? ¿No te gusto la joya que te tocó de regalo?” Enrique dijo, “Hubiera preferido ese pañuelo bordado por ti.” Entonces, Clemencia dijo, “Toma mi mano y olvida el pañuelo.” Enrique tomó su mano y la besó, y enseguida dijo, “¡Te amo, Clemencia! Y…¿Solo me permitirás besar tu mano, adorada mía? Mira que me marcharé muy pronto a la guerra, y quizá...” Clemencia puso su mano en la boca de Enrique, y dijo, “¡Calla! No me atormente, por Dios. Tengo aquí, escondido, algo que me pediste.” Clemencia entregó a Enrique, un retrato y un mechón de sus cabellos, y dijo, “¿Contento?” Poco después, Clemencia dijo, “Regresemos al salón, Enrique, o notarán nuestra ausencia.” Aquella tierna escena que Fernando observó sin ser visto, era clara y elocuente. La decepción lo dejó quieto y mudo. Habia conservado la rosa que Clemencia le regalara, aún seca e invariablemente cerca de su corazón. Pero, viendo la burla de que habia sido objeto, la tiró al suelo y puso con furia su bota militar sobre ella. Trató de alejarse sin que nadie lo advirtiera, pero, Clemencia y Enrique lo abordaron. Clemencia dijo, “¿Qué haces Fernando?” Fernando exclamó, “M…Me siento un poco mal. Prefiero retirarme temprano.” Tras una pausa, Fernando agregó, “Además, conmigo ausente, no tendrán ustedes a nadie que estorbe su dicha.” Enrique dijo, “¿Esta usted celoso, comandante?” Fernando le dijo, “Estoy indignado por el engaño de que he sido víctima, y será a usted, Flores, a quien le pida cuentas. Mañana temprano recibirá la visita de mi padrino y acordará con él el lugar y la hora para celebrar un duelo y lavar la ofensa que acaba de inferirme. Uno de los dos, sobra en el mundo.”  Cuando Fernando se retiró, Clemencia dijo, “No aceptarás el reto, ¿Verdad? ¡Ay, Dios mío! ¡Me siento culpable de todo esto!” A la mañana siguiente, Valle acudió al llamado de su coronel, quien le dijo, “Me ha informado el comandante Flores, que usted le retó a duelo. Estamos en guerra y los duelos estan prohibidos, Valle. Asi que le decláro en arresto, hasta que abandonemos la ciudad.” El doctor del regimiento, habia sido designado por Valle como su padrino en el reto. Cuando el doctor se enteró, fue a hablar con Valle, y le dijo, “¿Qué paso?” Fernando le dijo, “No habrá duelo. El cobarde de Flores me denunció, y permaneceré arrestado.” El primero de enero, Enrique Flores recibió los galones del teniente coronel, por recomendaciones del alto mando. El teniente coronel dijo, “Espero que Espero que honre usted estos galones, como ha honrado los de comandante.” Enrique dijo, “Lo haré, coronel.” El tres de enero, la tropa desalojó Guadalajara y avanzó en dirección a Sayula. El día cinco del mismo mes, mientras los franceses ocupaban la capital de Jalisco, un carruaje se apartaba de la ciudad en dirección al poblado de Zacoalco. El cochero apuraba a los animales de tiro, para llegar cuanto antes, pero…bastó aquel obstáculo para que el carruaje volcara aparatosamente. Los viajeros eran Clemencia, sus padres, Isabel y doña Mariana, todos los cuales salieron ilesos del percance. Cuando salieron del carruaje, el padre de Clemencia dijo, “Con cuidado, doña Mariana.” Doña Mariana dijo, “¡Ay, qué susto!” Clemencia dijo, “¿Y ahora qué haremos? El eje del carro está roto.” Enviaron a Zacoalco a un postillón, para conseguir otro carruaje, pero, ante de que aquel accediera al pueblo, dos soldados lo detuvieron. “¡Alto ahí! ¿Quién vive?” Lo llevaron ante su jefe inmediato, el comandante Fernando Valle, quien retornaba con su escuadrón a la hacienda de Santa Ana para observar dese ahí al enemigo. Cuando Fernando supo quiénes eran los pasajeros del carro volcado, puso su mano en el hombro del muchacho, y dijo, “¡Iré contigo a Zacoalco, muchacho!” Ambos partieron en un caballo, dejando Fernando la tropa en el bosque. Dos horas mas tarde, en Zacoalco, el muchacho recibía un nuevo carruaje, con caballos. Antes de que Fernando se fuera, el muchacho preguntó, “¿De parte de quien le digo a mi amo que recibe este carruaje?” Fernando dijo, “De un oficial que lucha por la libertad. Dile eso, tan solo.” En el camino, cuando la familia de Isabel y la de Clemencia tuvieron el carro, el padre de Clemencia dijo, “¿Quién será ese gentil oficial que nos ha ayudado sin dar su nombre?” Clemencia dijo, “¡Fue Enrique Flores, papá! ¿Quién otro podría hacernos tal favor?” Pocos días después, en el poblado de Santa Anita, Enrique Flores leía una carta, pensando, “¡Es de Clemencia y de su padre! Me agradecen el carruaje que es envié. Sin duda fuer Fernando Valle, en uno de sus característicos gestos caballerescos. Esto me servirá para hundirlo, ya verá.” Unos días adelante, Fernando llegaba a Zapotlán, y se presentaba ante el general a cargo, quien lo recibió con inusitada hosquedad, diciendo, “Comandante Fernando Valle, queda usted arrestado por sospechas de traición a la causa.” Fernando exclamó, “¿Yo?” El general explicó, “El coronel Flores me ha comunicado que usted contravino las ordenes que se le dieron de encaminarse a la hacienda de Santa Ana, y tiró la tropa en el bosque para efectuar una sospechosa incursión por Zacoalco con un correo.” Fernando pensó, “¡Ese maldito Flores! No contento con quitarme a la mujer que ámo, ahora quiere acabar con mi carrera y mi prestigio militar.” Entonces Fernando dijo, “Creo que es oportuno entregar a usted, general, este documento lacrado que recogí a uno de los correos del coronel Flores hace poco, y que iba destinado a un general al mando de la tropa francesa afincada en Guadalajara.” Cuando el general revisó el documento, exclamó, “¡Son mis órdenes, mi línea estratégica, el plan de batalla...¡Flores es el traidor!” El mensajero de Flores compareció dispuesto a decir la verdad. El general lo interrogó, “¿Cuantas veces has llevado mensajes secretos a los franceses, de parte de tus jefes?” El mensajero dijo, “Varias, ge…general…El coronel Flores me prometió que cuando concluyera la guerra, y ellos tuvieran el poder, me asignaría un puesto en el alto mando y mucho dinero, si lo ayudaba.” El 16 de diciembre, un cuerpo de caballería entró en la ciudad de Colima, entonces el mas importante reducto de la república. El cuerpo de caballería, custodiaba a un oficial traidor a la causa, al cual se sometería a juicio. Clemencia habia acudido con su familia a Colima, con la esperanza de ver a Flores, su amor. Y, al verlo en tan tristes condiciones, exclamó, “¡Oh, no, no puede ser!” Pasadas las diez de la noche, ya en casa de sus familiares, el padre de Clemencia dijo, “El consejo militar de la republica ha condenado a Enrique Flores a muerte, hija.” Nadie consiguió impedir que Clemencia fuera al cuartel. Fernando al verla exclamó, “¡Clemencia!” Un odio intenso y un no menos intenso dolor fulguraban en las pupilas de la hermosa mujer, quien exclamó, “¡Tu fuiste quien tendió ésta trampa ominosa a Enrique! Y todo por despecho.” Fernando dijo, “No Clemencia, estas equivocada, yo…” Clemencia exclamó, “¡Enrique no es un traidor! Mas mi amor lo ha condenado a desatar tu odio, ¡Te felicito, Fernando! Lograste liquidar a tu rival. Pero, con ello, solo has conquistado mi desprécio y mi aborrecimiénto más feroces. Me has convertido en una mujer muy desdichada.” Ella se rehusó a escucharle, ciega, como estaba, por el dolor. Mientras veía como se retiraba, Fernando pensó, “¡No, no si odio!¡Eso no puedo resistirlo!” A la media noche, Fernando vie a visitar a Enrique en su celda. Enrique dijo al verlo, “¡Valle! ¿Qué hace aquí? ¿Viene a reírse de mí, y de mi mala suerte?” Fernando le dijo, “Déjese de tonterías. Apenas hay tiempo para hablar, Enrique. Póngase mi uniforme, rápido.” Minutos después, Enrique llegaba a casa de los familiares de Clemencia. Clemencia exclamó al verlo, “Valle me ayudó a escapar, y se quedó en la celda. Creo que ha enloquecido. Ahora, necesito un caballo y algo de dinero para marchar a la capital. Allá me protegerán las tropas del imperio.” Clemencia se tornó triste, decepcionada, tras aquello. Clemencia exclamó, “¡Salva a Fernando, papá, te lo suplico! Ofrece lo que sea al gobernador o al general. ¡Pero evita que lo fusilen o moriré de pena y de remordimiento!” Mientras se preparaba para salir, el padre de Clemencia dijo, “Ofrecí la mitad de mi fortuna para salvar a Enrique, y tendré que ceder lo que resta para liberar al otro. ¡Qué ironía!” Dos horas después, Isabel leía una carta delo padre de Clemencia, “Tu padre manda decir que el indulto para Enrique estaba logrado; pero que el alto mando de la república se encuentra furioso contra Valle y le fusilarán al amanecer, sin remedio.” Las primeras luces del alba, coloreaban el cielo de un pintoresco rincón de Colima llamado la albarradita, cuando un coche jalado por caballos apresuraba su marcha, llegando. Pero Fernando Valle se erigía ya ante el pelotón de fusilamiento. “¡Preparen!¡Apunten!¡Fuego!” Clemencia exclamó, “¡NOOOO!” Una mano femenina y temblorosa, cotró un mechón de pelo al oficial, ya muerto, y lo guardó como reliquia de aquel desdichado amor. El médico del regimiento viajó a la ciudad de Mexico, y narró al padre de Fernando Valle, el trágico fin de éste. En aquel instante, desfilaban triunfales las tropas franco imperialistas por la capital, y Enrique Flores con ellas. Clemencia habia ingresado a la orden de las hermanas de la caridad.       

Tomado de, Joyas de la Literatura, Año 7, No. 112, agosto 15 de 1889. Adaptación: Remy Bastien. Guión: Dolores Plaza. Segunda Adaptación: José Escobar.                                        

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