Club de Pensadores Universales

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lunes, 17 de septiembre de 2018

El Crimen de un Académico, de Anatole France

     Anatole France cuyo nombre en francés es: François-Anatole Thibault, nació el16 de abril de 1844 y murió 12 de octubre de 1924, a los 80 años. Anatole France fue un poeta, periodista y novelista francés con varios éxitos de librería. Irónico y escéptico, en su tiempo fue considerado el ideal del hombre francés de letras. Fue miembro de la Académie Française y ganó el Premio Nobel de Literatura de 1921, “en reconocimiento a sus brillantes logros literarios, caracterizados por una nobleza de estilo, una profunda simpatía humana, gracia y un verdadero temperamento galo.”
    También se piensa ampliamente que Anatole France es el modelo del ídolo literario narrador de Marcel Proust, llamado Bergotte, en su libro, “En Busca del Tiempo Perdido.”
Primeros Años
     Hijo de un librero, France pasó la mayor parte de su vida en torno a los libros y era bibliófilo. La librería de su padre, llamada Librairie France, se especializó en libros y documentos sobre la Revolución Francesa y fue frecuentada por muchos escritores e investigadores notables del momento. France estudió en el Collège Stanislas, una escuela católica privada, y después de la graduación ayudó a su padre trabajando en su librería. Después de varios años, se aseguró el puesto de catalogador en Bacheline-Deflorenne y en Lemerre. En 1876 fue nombrado bibliotecario del Senado francés.
Carrera Literaria
     Anatole France comenzó su carrera literaria como poeta y periodista. En 1869,  en, Le Parnasse Contemporain, France publicó uno de sus poemas, “La Part de Madeleine.” En 1875, se sentó en el comité que estaba a cargo de la tercera compilación de, Le Parnasse Contemporain. Como periodista, desde 1867, escribió muchos artículos y noticias. Se hizo famoso con la novela, Le Crime de Sylvestre Bonnard (1881). Su protagonista, el viejo y escéptico erudito, Sylvester Bonnard, encarnaba la personalidad de Anatole France. La novela fue alabada por su elegante prosa, y le ganó un premio de la Académie Française.
     En, La Rotisserie de la Reine Pedauque (1893), o “El Fisgón de la Reina de Pantoja,” Anatole France ridiculizó la creencia en el ocultismo; y en Les Opinions de Jérôme Coignard (1893), France capturó la atmósfera del fin de siècle. France fue elegido para la, Académie Française en 1896.
     Anatole France tomó una parte importante en el asunto Dreyfus. Firmó el manifiesto de Émile Zola que apoyaba a Alfred Dreyfus, un oficial del ejército judío que había sido falsamente condenado por espionaje. France escribió sobre el asunto en su novela de 1901, Monsieur Bergeret.
     Las últimas obras de France incluyen, L'Île des Pingouins (La Isla de los Pinguinos, 1908), donde satiriza a la naturaleza humana, al representar la transformación de los pingüinos en humanos, después de que los animales habian sido bautizados por error, por el miope Abad Mael. Es una historia satírica de France, que comienza en la época medieval, y pasa a la epoca del escritor, con especial atención al asunto Dreyfus, y concluye con un futuro distópico.
     En el caso de, Les Dieux Ont Soif (Los Dioses Tienen Sed, 1912) es una novela, ambientada en París durante la Revolución Francesa, sobre un fiel seguidor de Maximilien Robespierre y su contribución a los sangrientos acontecimientos del Reino del Terror de 1793-1794. La novela es un llamado de atención contra el fanatismo político e ideológico, y explora otros enfoques filosóficos de los acontecimientos de la época.
    La Revolte des Anges (Rebelión de los Ángeles, 1914) a menudo se considera la novela más profunda e irónica de Anatole France. Basada vagamente en la comprensión cristiana de la Guerra en el Cielo, Rebelión de los Ángeles cuenta la historia de Arcade, el ángel guardián de Maurice d'Esparvieu. Aburrido porque el obispo d'Esparvieu no tiene pecados, Arcade comienza a leer los libros de teología del obispo, y se convierte en ateo.
    Se muda a París, conoce a una mujer, se enamora, pierde su virginidad, y hace que sus alas se caigan, se une al movimiento revolucionario de los ángeles, y se encuentra con el Diablo, que se da cuenta de que si derrocaba a Dios, se volvería como Dios. Arcade se da cuenta de que reemplazar a Dios por otro, no tiene sentido, a menos que “en nosotros mismos y en nosotros mismos solos ataquemos y destruyamos a Ialdabaoth.” “Ialdabaoth,” según France, es el nombre secreto de Dios y significa, “el niño que vagabundea.”
     Anatole France fue galardonado con el Premio Nobel en 1921. Murió en 1924 y está enterrado en el cementerio comunitario de Neuilly-sur-Seine, cerca de París.
     El 31 de mayo de 1922, las obras completas de France se incluyeron en el, Index Librorum Prohibitorum, (Índice de Libros Prohibidos) de la Iglesia Católica. Él sintió esto como una “distinción.” Este índice fue abolido en 1966.
Vida privada
     En 1877, Anatole France se casó con Valerie Anatole France Guerin Sauville, una nieta de Jean Urbain Guérin miniaturista de Luis XVI, y con la que tuvo una hija, Suzanne, en 1881 (diciembre de 1918). Las relaciones de France con las mujeres siempre fueron turbulentas, y en 1888 comenzó una relación con Madame Arman de Caillavet, que dirigió un salón literario de tercera clase; el romance duró hasta poco antes de la muerte de ella, en 1910. Después de su divorcio en 1893, Anatole France tuvo muchos romances, uno muy notorio fue en particular el que tuvo con la Señora Gagey, quien se suicidó en 1911. France se casó de nuevo en 1920, con Emma LaPrevotte.
     Políticamente, Anatole France fue un socialista y un partidario abierto de la Revolución Rusa de 1917. Fue colaborador del diario L'Humanité, y tomó partido en 1919 contra el Tratado de Versailles, en el escrito, Contra una Paz Injusta, que publicó en, L'Humanité el 22 de julio de 1919. Se presentó a diputado en las elecciones legislativas de 1914. Cercano a la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera, futuro Partido Socialista Francés), estuvo cerca del Partido Comunista Francés, aunque más adelante se mostró crítico. En 1920, dio su apoyo al recién fundado Partido Comunista Francés.
     Tras el 24 de mayo de 1924, en su 80° cumpleaños, al día siguiente de la victoria de la izquierda, asistió a una manifestación pública en su honor en el palacio del Trocadero.  De su padre heredó el interés por la Revolución Francesa. La familia era propietaria de una librería que vendía tanto libros como panfletos y otros materiales editados durante la Revolución. De ahí, el joven Anatole sacó parte de sus ideas y primeras lecturas. Años más tarde, en 1912, publicaría una novela acerca del período del Terror de la citada revolución, Los Dioses Tienen Sed. Anatole France publicó, “Anatole France en Carta Abierta,” a propósito de la ejecución de Francisco Ferrer Guardia.
     Anatole France también era ateo, y se comprometió en las causas de la separación de la Iglesia y el Estado, de los derechos sindicales, contra los presidios militares.
Reputación
     Después de su muerte en 1924, France fue objeto de ataques escritos, incluyendo uno particularmente venenoso del colaborador nazi, Pierre Drieu La Rochelley sus detractores decidieron que France era un escritor vulgar y poco original. Sin embargo, un admirador suyo, el escritor Inglés, George Orwell, lo defendió y declaró que siempre se mantuvo como un escritor muy fácil de leer, y además, afirmó, es incuestionable que fue atacado en parte por motivos políticos.” También se documentó que Anatole France tenía un tamaño cerebral de tan solo tres cuartas partes del peso promedio, 1.200 cc, y el antropólogo cultural Arthur Keith argumentó que esto se correlacionaba bien, con los hechos que en su vida France había demostrado, o sea, que era en muchos sentidos, “un hombre primitivo.” Así, Anatole France sigue siendo un maestro de la prosa y un maestro de la ironía.

Obras en Orden Cronologico

·         Les Légions de Varus, poema publicado en la Gazette rimée (1867)

·         Alfred de Vigny (1869)

·         El Parnaso Contemporáneo (1871) (algunos poemas)

·         Poemas Áureos (1873)

·         Las Bodas Corintias (1876), drama en verso.

·         El Crimen de Sylvestre Bonnard (1881), premio de la Academia Francesa.

·         Los Deseos de Jean Servien (1882)

·         Abeille (1883)

·         El Libro de mi Amigo (1885), el libro favorito de los maestros escolares para los dictados durante mucho tiempo.

·         Le Château de Vaux-le-Vicomte (1888)

·         Balthasar (1889), colección de cuentos.

·         Thaïs (1890)

·         El Estuche de Nácar (1892), colección de cuentos.

·         El Figón de la Reina Patoja (1893)

·         Las Opiniones de Jérôme Coignard (1893)

·         La Azucena Roja (1894), novela.

·         El Jardín de Epicuro (1895)

·         El Pozo de Santa Clara (1895), colección de cuentos.

·         Au Petit Bonheur (1898)

·         Pierre Nozière (1899)

·         L’Histoire Contemporaine (cuatro volúmenes de 1897 a 1901) que contiene:

I. El Olmo del Paseo (1897)

·         II. El Maniquí de Mimbre (1897)

·         III. El Anillo de Amatista (1899), sátira mordaz de la vida tanto parisiense como provinciana.
·         IV. El Señor Bergeret en París (1901)
·         Clio (1900)
·         El Asunto Crainquebille (1901)
·         Opiniones Sociales (1902)
·         Crainquebille (1903)
·         Histoire Comique (1903)
·         Le Parti Noir (1904)
·         Sobre la Piedra Blanca (1905)
·         Hacia Tiempos Mejores (1906), recopilación de discursos y cartas
·         La Comédie de Celui qui Épousa une Femme Muette (El hombre que casó con mujer muda) (1908)
·         La Isla de los Pingüinos (1908)
·         Vida de Juana de Arco (1908)
·         Los Cuentos de Jacques Tournebroche (1908)
·         Las Siete Mujeres de Barba Azul (1909)
·         Le Génie Latin (1909)
·         Los Dioses Tienen Sed (1912)
·         El Genio Latino (1913), recopilación de prólogos.
·         La Rebelión de los Ángeles (1914)
·         En la Vía Gloriosa (1915)
·         Pedrito (memorias de Anatole France) (1918) 
·         La Vida en Flor (1922)
·         Le Mannequin d'osier (1928)
·         Trente Ans de Vie Sociale, en cuatro volúmenes (1949, 1953, 1964, 1973)

     El Crimen de Sylvestre Bonnard (francés: Le Crime de Sylvestre Bonnard) es la primera novela de Anatole France, publicada en 1881. Con esta obra, una de las primeras escritas enteramente en prosa, se hizo conocido como novelista; había sido conocido principalmente como un poeta afiliado al parnasianismo. La novela recibió el premio Académie Française.
En 1929 la novela fue adaptada en una película muda francesa del mismo título.
Trama
     Sylvestre Bonnard, miembro del Instituto, es un historiador y filólogo, dotado de gran erudición, vive entre libros y se lanza a la investigación, en Sicilia y París, del precioso manuscrito de la versión francesa de la Leyenda Dorada, que finalmente obtiene. Por casualidad, conoce a una joven llamada Jeanne, la nieta de una mujer que una vez amó. Para proteger a la niña de su abusiva guardiana, Maitre Mouche, él se la lleva, y termina casándose con Henri Gelis, uno de los estudiantes de Bonnard. (Wikipedia en Ingles)
El Crimen de un Académico
de Anatole France
     Nevaba copiosamente sobre la maravillosa cuidad de Paris. Esa mañana era la del 24 de diciembre de 1849 y la gente se preparaba para festejar la navidad. Las ventanas de las casas se encontraban cubiertas por capas de nieve que impedían mirar los arreglos navideños de sus interiores. Silvestre Bonnard llegaba en ese momento al edificio en que vivía desde hace varios años, pensando, “Estoy ansioso por llegar a leer el catalogo que acabo de adquirir.” Al llegar a su apartamento, fue recibido secamente por su fiel sirvienta, a pesar que Bonnard la saludó con entusiasmo, “¡Qué tal Teresa!” Pero ella le dijo fríamente, “Pase usted…”
     Enseguida, Teresa recibió su sombrero y le dijo, “¡Quítese pronto esa gabardina que puede convertirse en un bloque de hielo!” Bonnard le dijo, “Eso voy a hacer, pero no me apresure.” Una vez que tomó su gabardina, Teresa le dijo, “Está encendida la chimenea de su despacho, señor.” Bonnard le dijo, “Muy bien. No quiero que me moleste por nada. Estaré ocupado hasta la hora de comer.” Cuando Teresa estaba a punto de retirarse, Bonnard dijo, “¡Teresa, espere…!” Mientras Bonnard entregaba un paquete, dijo, “Olvidaba darle esto…es para usted…” Teresa le dijo, “Gracias señor, solo deseo que no sea otro libro.” Bonnard le dijo, “Pierda cuidado, mujer…pero ábralo más tarde.” Teresa dijo, “A pesar de todo, es usted un buen hombre.” Bonnard le dijo, “¿Cómo que a pesar de todo?” Ella le dijo, “Olvídelo, y vaya a encerrarse con sus odiosos libros.” Cuando Bonnard cerró la puerta, pensó, “¡Esta Teresa siempre encuentra la forma de molestarme!”
     Silvestre Bonnard se dirigió a su despacho que estaba “tapizado” de libros, pensando, “No entiende esa buena mujer que los libros son el alimento necesario para mi espíritu.” Bonnard se sentó en su escritorio y saco de su maletín un libro, pensando, “Este catalogo de manuscritos fue redactado en 1824, por el bibliotecario Sir Thomas Raleigh…” y el señor Bonnard se embebió en su lectura, hasta que su sirvienta le interrumpiría, “El señor Coccoz desea hablar con usted.” Bonnard asombrado vio como un hombre entraba a su despacho, diciendo, “Caballero, no tengo el honor de ser conocido por usted.” Bonnard solo dijo, “Pase…luego hablaremos, Teresa.” Bonnard se levantó de su escritorio y extendió su mano, diciendo, “Soy Silvestre Bonnard, del Liceo Francés.”
     Coccoz dijo, “Yo soy un corredor de libros. Trabajo para las principales casas de la capital y vengo a ofrecerle algunas novedades.” Coccoz abrió su maletín, y sacando algunos libros, dijo, “Traigo la ‘Historia de la Torre de Nesle’ con los amores de Margarita de Borgoña, y el Capitán Buridán. Es un buen libro histórico…” Bonnard incrédulo, pensó para sí mismo, “¿Esas son las novedades?” Coccoz continuó, “También traigo, ‘Los Amores de Abelardo y Eloísa’…” Mientras Coccoz extendía el libro para que Bonnard lo tomase, Bonnard dijo, “A mi edad esas historias de amor ya no me interesan.” Coccoz extendió otro libro, diciendo, “Tal vez el ‘Tratado de Juegos de Sociedad’ sí le interese…”
     El joven de aspecto enfermizo continuó mostrando sus viejos libros sin dejar de sonreír: “Este volumen contiene la explicación de todo lo que se puede soñar…¡Es muy completo pues explica todo sobre sueños!” Bonnard dijo, “Bien amigo, pero todos los sueños, alegres o trágicos se resumen en uno solo: el sueño de la vida.” Coccoz dijo, “Pues en este libro encontrará la clave de ese sueño. El libro solo cuesta un franco con 25 céntimos, caballero.”
     Enseguida, Bonnard levantó la voz, diciendo, “¡Teresa, venga por favor!” Cuando la mujer entró al despacho, Bonnard le dijo, “Teresa, este hombre posee éste libro que tal vez le interése. Yo tendría mucho gusto en ofrecérselo…” Bonnard le mostró el libro, diciendo, “Es la ‘Clave de los Sueños’…” Teresa cruzó sus brazos, y sin tomar el libro, dijo, “Señor, cuando no se tiene tiempo de soñar despierto, tampoco lo hay para soñar dormida. A Dios gracias tengo bastante trabajo durante el día, de modo que todas las noches las ocupo en el descanso total.” Enseguida, Teresa se dirigió al vendedor, diciendo, “Además, si me permite decirle, señor…aquí hay libros de sobra. Suman miles y le hacen aislarse del mundo…” Teresa continuó, “A mí me bastan mis dos libros: El Devocionario y un recetario.” Bonnard dijo, “Espera…Teresa. Acompaña a la salida al caballero…” El vendedor dijo, “¿Entonces ninguno de mis libros le interesa?”
     Bonnard dijo, “Ya lo dijo mi fiel servidora, tengo miles…” Una expresión de gran sufrimiento se plasmó en el rostro del joven vendedor de libros. Bonnard pensó, “Este hombre se ve tan enfermo, que deberé ayudarle…” Mientras el hombre reunía sus libros para retirarse, Bonnard dijo, “Espere, le compraré con gusto el volumen de la ‘Historia de Estela y Nemorín’…” Coccoz dijo, “¡Oh Caballero, aunque no se lo mostré, usted logró verlo…se lo venderé en un franco y 25 céntimos.” Cuando Bonnard le dio el dinero, dijo, “Aquí esta su pago, señor Coccoz.” El hombre dijo, “Es un libro histórico y le agradará mucho. Ahora ya sé qué clase de libros le gustan…” Mientras Coccoz reunía nuevamente sus libros para retirarse, dijo, “Mañana le traeré los ‘Crímenes de los Papas’ en su edición de lujo.” Pero Bonnard le dijo, “Le ruego que no se moleste en volver por aquí. Ya no haré otra compra.” Bonnard estrechó su mano, diciendo, “Gracias y que le vaya bien, caballero.” Coccoz dijo, estrechando también su mano, “Con su permiso, señor Bonnard.”
     Poco después de que el joven se marchara, mientras Bonnard lo miraba retirarse desde su ventana, dijo, “¡Teresa, venga por favor!” Teresa llegó, y dijo, “Dígame, señor.” Bonnard le dijo, “¿De dónde nos cayó ese hombre?” Teresa le dijo, “¡Esa es la palabra, señor! Nos cayó del tejado, pues ahí vive con su mujer.” Bonnard dijo, “¿En el desván, Teresa?” Teresa dijo, “Sí, señor. Los recibieron ahí por caridad, pues el marido está enfermo, y su mujer esta embarazada.” Bonnard dijo, “¡Cuánto debe sufrir esa humilde señora!” Teresa dijo, “La he visto y no creo que tenga nada de humilde ni de sufrida. Todas las mañanas me la encuentro cantando en la escalera. La portera me dijo que esta mujer comenzó con los dolores de parto, y ya guarda cama a estas horas. ¡Yo no sé para que necesitarán un hijo esos dos!”
     Bonnard le dijo, “¡Ah, Teresa, eso es cosa de la naturaleza y ella sabrá porqué los ha bendecido con un crío!” Enseguida Bonnard preguntó, “Y dime, ¿Esos infelices tienen lo necesario en su desván?” Teresa dijo, “No tiene ni lo elemental. La portera me comento también que el seño Coccoz era corredor de relojería, y no se sabe porque ahora vende libracos. Sin embargo, la mujer no deja de vestir viejos vestidos de seda, y dicho sea de paso, no deja de parecerme una inutilidad completa.” Teresa agregó algo que expresó con un tono de amargura, “La creo tan capaz de criar un niño, como yo de tocar el piano.”
     Bonnard le preguntó, “¿Pero sabes de donde han venido?” Teresa dijo, “Nadie lo sabe, pero estoy segura que llegaron del país de la desvergüenza en el coche de la miseria.” Bonnard le dijo, “¡Ah, Teresa, no tienes compasión de esos desgraciados! El desván no es sitio para vivir.” Teresa dijo, “¡Cómo va a serlo si el techo está hundido por varias partes y la lluvia cae allí a chorros!” Bonnard dijo, “Sin duda es una tontería traer al mundo a seres desgraciados, pero eso ocurre todos los días y nadie podrá reformar jamás esa costumbre tan sencilla.” Enseguida, Bonnard preguntó, “¿Estará dispuesto el puchero, Teresa?” Teresa dijo, “Sí, señor. Enseguida le serviré.” Sin embargo, cuando Teresa estaba a punto de retirarse, Bonnard le ordenó, “Antes, subirá una taza de caldo a nuestra vecina del desván. Además, llame a nuestro mandadero y dígale que tome de nuestra leñera una buena carga que llevara a la familia Coccoz. En cuanto al señor Coccoz, le ruego que si vuelve, le dé cortésmente con la puerta en las narices.” Teresa contestó obedientemente, “Sí, señor.”
     Silvestre Bonnard se dirigió de nueva cuenta a su despacho, pensando, “Ahora si proseguiré la lectura de mi catalogo…” Poco después el hombre se encontraba inmerso en la lectura. “La Leyenda Dorada de Jacobo de Génova, traducción francesa…” Una creciente emoción le hizo levantarse de un salto, diciendo, “¡No puedo creerlo, ésta debe ser ‘La Leyenda Dorada’ en su versión completa!” Enseguida leyó en su pensamiento, “Este manuscrito del siglo XIV, contiene además, las leyendas de los Santos Ferreol, German…La traducción, las leyendas, y un poema, son debidos al erudito Juan Toutmouillé.”
     Bonnard dijo en voz alta, “¡Qué hallazgo! Durante 40 años he estudiado la Galia cristiana, y hoy compruebo la existencia de éste documento.” Enseguida Bonnard dio un puñetazo en su escritorio, diciendo, “¿Pero de qué me sirve saber que existe, si no lo veré jamás?” Bonnard se levantó de su escritorio, y pensó, “Si supiera donde se encuentra ese libro, iría por el hasta el corazón ardiente del África, o a los hielos de los Polos. Tal vez esté en poder de un bibliómano, que debe tenerlo en un armario de hierro con triple cerradura. Me estremezco de solo pensar que sus hojas hayan sido arrancadas para cubrir los tarros de pepinillos de alguna señora ignorante.”
     Así transcurriría la existencia del académico…así terminaría un año y comenzaría otro…Un calor sofocante agobiaba a los habitantes de la cuidad; comenzaba el verano de 1850. Mientras Bonnard se encaminaba a su morada, pensó, mientras su vista se encontraba don dos hermosas damas, “¡Ah, apenas llégue, pediré a Teresa que me prepáre una limonada!” Cuando el hombre subía a su apartamento, escuchó la voz de una mujer cantando, “♪Nada es más hermoso que una tierna caricia ♫ ni nada más cálido que un beso de amor ♪” Bonnard pensó, “¿Quién es tan feliz que lo muestra con su canto?”
     Una joven y hermosa mujer con un precioso niño en brazos, fue el feliz cuadro con el que se encontró Silvestre Bonnard. La mujer dijo, “¡Buenas tardes vecino!” Bonnard se quitó el sombrero, diciendo, “Buenas tardes señora…” La mujer dijo, mostrando el bebe, “¿Verdad que mi niño es muy hermoso?” Bonnard se quito el sombrero y dijo, “Sí, señora…es un querubín.” La dama puso al bebe frente a Bonnard, y dijo, “Hijito mío, dale un beso a este señor que es muy bueno…” Bonnard pensó, “¿Acaso me conoce esta nueva vecina?” La mujer acercó al bebe hacia la mejilla de Bonnard, diciendo,  “Él no quiere que los niños tengan frio. Dale un beso…” Bonnard sintió el beso del bebe, y dijo, “¡Ah, qué dulce sensación!” Enseguida, la mujer se retiró, diciendo, “Con su permiso, caballero…” Bonnard dijo, “A-Adiós…”
     Apenas estuvo dentro de su casa, el señor Bonnard interrogó a su sirvienta. “Teresa, ¿Quién será una mujer joven que he visto en la escalera cargando un lindo niño?” Teresa le dijo, “Es la señora Coccoz.” Bonnard dijo, “¿La señora Coccoz? ¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí?” Teresa le dijo, “¿Ha olvidado al pobre vendedor de libros que vino la navidad pasada con usted?” Bonnard dijo, “¡Qué tonto!¡Es la mujer que ese día estaba por dar a luz!” Teresa dijo, “La misma, señor.” Bonnard preguntó, “¿Y sabe qué ha sido del joven Coccoz?” Teresa le dijo, “¡Ah, señor! Poco después del parto de su esposa, murió…” Bonnard dijo, sorprendido, “Pero Teresa…” Teresa dijo, “Al pobre lo enterraron sin que los vecinos nos enteráramos del triste suceso.” Bonnard se sentó en su sillón, y dijo, “¿De qué se mantiene la señora Coccoz y su crío?”
    Teresa dijo, “Muy cándido sería usted si se preocupara de semejante persona. Estoy segura de que esa mujer dejará el desván para irse a un mejor sitio gracias a su cara bonita. ¡Pero una cara bonita es una maldición del cielo!” Bonnard dijo, “¡Ah, Teresa! Sera mejor que vaya a atender el guiso de esta noche. Y no olvide compadecerse del prójimo. Pida perdón a Dios por sus errores, que todos los tenemos.” Teresa dijo, “Sí, señor.”
     Silvestre Bonnard continuó con sus actividades académicas. Estando frente a un grupo de alumnos, Bonnard explicaba, “En efecto, existe un ‘Tratado sobre las Momias y el Unicornio’ aunque eso no significa que éste último existido en la antigüedad.” Casi sin cambios, el señor Bonnard seguía adelante con su solitaria existencia. Mientras salía de la clase, con varios de sus estudiantes, uno de ellos le dijo, “¡Qué interesante resultó su charla!” Bonnard les dijo, “Me alegra saber que les interesa escucharme.”
     Poco después, Silvestre Bonnard paseaba por los Campos Elíseos, que lucían esplendorosos aquella tarde de mayo de 1852. Bonnard pensó, mientras veía pasar a las parejas y la gente, “Me siento especialmente triste ésta tarde, y no se a qué atribuirlo. Aunque tal vez sea que la soledad me va pesando más y más, conforme pasan los años. Tiene bastante tiempo que no visito las tumbas de mis padres y la de mi tío que fuera capitán de infantería de la legión de honor. Mi tío Héctor fue mi héroe infantil. Mañana les llevaré unas coronas de siempreviva…Si Clementina estuviera a mi lado, mi vida estaría completa. ¿Qué habrá sido de ella? Solo espero que haya encontrado la felicidad en su matrimonio. Es hora de volver a casa. La gruñona de Teresa debe estar esperándome para que pruebe sus guisos.”
     Más tarde, Teresa servía una sopa, diciendo, “¿Así o más, Señor?” Bonnard dijo, “Así está bien, Teresa.” Teresa le dijo, “¿Se siente enfermo?” Bonnard bajó su mirada y dijo, “No, Teresa, me siento bien…” Teresa dijo, “Coma, que esos librotes se lo están comiendo a usted.” Bonnard dijo, “A propósito, cuénteme cómo está el niño de la señora Coccoz.” Teresa dijo, “Supongo que bien, señor.” Bonnard preguntó, exaltado, “¿Acaso no la ha visto?” Teresa le dijo, “Esta usted tan alejado de los que le rodean, que no me extraña que ignóre que la señora Coccoz, un buen día no volvió al desván.” Bonnard preguntó, “¿Sufrió algún percance?” Teresa dijo, “No lo creo. En cuanto quedó viuda, recibió muchas visitas, y como supondrá usted, no debe de estar ahora en un convento. La portera dice que la ha visto pasear por coche por el bulevar. ¡Ya imaginaba que acabaría mal!”
     Bonnard le dijo, “Esa mujer no ha acabado ni bien ni mal. Eso lo determinará ella misma, cuando el creador la llame a cuentas. Opíno además que la señora Coccoz, a quien solo vi en una ocasión, quiere mucho a su niño, y su ternura merece ser respetada.” Teresa dijo, “Es verdad, señor. Siempre cuidó mucho de su crío.” Mientras Teresa servía a Bonnard, agregó, “En todo el barrio no había niño mejor alimentado, vestido y mimado que el de la señora Coccoz. Todo los días le cantaba canciones risueñas.” Bonnard dijo, “Ya lo dijo el poeta: ‘El niño a quien su madre no ha sonreído, es indigno de la compañía de los Dioses.’” Teresa le dijo, “Señor, olvidaba decirle que ésta mañana le llegó un catalogo de manuscritos. Se lo envió un librero de Florencia.” Bonnard dijo, “¡Qué buena noticia, Teresa! Sírvame lo demás que debo ir a leerlo.”
     Una vez en su despacho, Bonnard pensó, “De acuerdo a quien me lo envió, éste catalogo contiene la descripción de algunas obras conservadas por algunos curiosos de Italia y de Sicilia. Espero encontrar algo interesante.” De pronto, Bonnard gritó, “¡Lo he encontrado!¡No lo puedo creer!” Bonnard leyó, “ ‘La Leyenda Dorada’ Precioso y completo manuscrito que formaba parte de la colección de Sir Thomas Raleigh, lo posee en la actualidad, el señor Miguel Polizzi de Girgenti.” Bonnard cerró el catalogo y se levantó, diciendo, “¡Está en Sicilia! Ahora mismo escribiré al señor Polizzi para que me facilite el manuscrito.” Poco después, Teresa decía, al ver salir a Bonnard, “¡Señor!¿A dónde va con tanta prisa!” Bonnard dijo, “Voy al correo…”
     Dos meses más tarde, Bonnard meditaba sentado en su sillón, en su despacho, “¿Y si la carta no hubiera llegado a su destino? Teresa se burla de mi impaciencia. Dice que lo mío es necedad propia de mi vejez.” En ese momento Teresa llegó junto a su patrón con una risa burlona. “Señor, aquí esta lo que quería…” Bonnard dijo, “¡Por Fin!” Mientras Bonnard abría el sobre, dijo, “Usted no tiene sensibilidad por el arte, Teresa.” Teresa le dijo, “Pues no me preocupa eso, señor.” Bonnard leyó la carta en voz alta, “…serias razones me impiden desprenderme del incomparable manuscrito de ‘La Leyenda Dorada.’ Será para mi, honroso recibirle en mi humilde casa y mostrárselo.” Bonnard dobló la carta y dijo, “¡Pues bien, iré a Sicilia!” Enseguida, Bonnard levantó la voz, “¡Teresa, venga pronto que debo decirle algo importante!” Teresa llegó y dijo, “No me diga que va a vender todos sus libros.” Bonnard le dijo, “No diga sandeces. Dentro de dos días partiré a Sicilia; antes arreglaré algunos asuntos y necesito que arregles mi equipaje.” Teresa le dijo, “Vaya a donde guste, señor…pero vuelva a tiempo para comer.” Bonnard se desesperó, y dijo, “¡Por Dios Teresa! Usted no me entiende nada.” Enseguida Bonnard agregó, “Ande, vuelva a sus sartenes y calderos.”
     Días después, Silvestre Bonnard se encontraba descansando en una posada de Monte-Allegro, pensando, “Ya estoy cercas de Girgenti. Si por mi hubiera sido, habría continuado el camino de mis guías, y sus mulas necesitan descasar.” Un murmullo de admiración se escucho ante la llegada de una elegante y bellísima dama. Bonnard pensó al verla, “¡Qué dama mas distinguida!¿Quién podrá ser?” Mientras la dama estaba sentada, el sirviente le trajo una bebida. La dama dijo, “Gracias.” El sirviente dijo, “Es un honor poder servirle…” Enseguida, Bonnard pensó, “La bella dama parece observarme con obstinación…¡Qué extraño!” Enseguida, Bonnard la reconoció, “¡Ahora Recuerdo! Esa dama estaba hospedada con su esposo en el mismo hotel en que me albergué en Nápoles.”
     El académico decidió ir a saludar a la distinguida señora. “Disculpe mi atrevimiento, pero aunque no tengo el placer de conocerla, vengo a agradecerle la solicitud que tuvo su esposo conmigo en Nápoles.” Ella le dijo, “Le vimos en apuros, pues en el hotel solo usted y nosotros hablábamos francés.” Bonnard dijo, “Sí, y nunca antes me sentí tan contento de encontrarme con compatriotas.” Ella dijo, “Sin embargo, me parece que le he visto antes, no sé si fue en Italia o en otro país. El príncipe y yo viajamos mucho.”
     Bonnard le dijo, “No lo creo, señora, yo he pasado mi vida entre libros y sin viajar nunca.” Enseguida la dama dijo, “Pero, siéntese y hágame compañía, caballero.” Bonnard se inclinó para sentarse, diciendo, “Se lo agradezco.” Después de unos segundos, ella le preguntó, “¿Es usted parisiense?” Bonnard le dijo, “Sí, señora. Mi casa, que pongo humildemente a su disposición, se encuentra cercas del muelle del Sena.” Ella preguntó, “¿En el muelle Malaquais?”
      La conversación seria interrumpida por la presencia de un alto y digno caballero, quien dijo, “¡Querída mía, por fin te encuentro!” A continuación, la dama presentó a su marido, “Mi marido, el príncipe Dimitri Trepof…” Bonnard se puso de pie, diciendo, “Soy Silvestre Bonnard…” Dimitri se quitó el sombrero, diciendo, “¡El Caballero de la Academia Francesa!” Dimitri estrechó la mano de Bonnard, diciendo, “Por fortuna volvemos a encontrarnos.” Bonnard dijo, “El afortunado he sido yo, príncipe.” Enseguida, Dimitri dijo a su esposa, “Sin embargo, hija mía, deberé privarte de la conversación del señor Bonnard; pues el coche está listo y debemos llegar a Mello antes de que anochezca.” Bonnard se levantó de la mesa, diciendo, “Permítanme salir a despedirlos.”
     La mujer se levantó, diciendo, “Por supuesto, señor académico.” Dimitri dijo, “Me adelantaré para examinar, los arreos y las cinchas.” La mujer dijo, “De acuerdo, querido.” Enseguida, la dama conversó con Bonnard, diciendo, “Vamos a Mello, un pueblecito que está a seis leguas de Girgenti a buscar una caja de cerillos.” Bonnard dijo, “¡Oh, debe ser muy importante!” La mujer dijo, “Dimitri las colecciona. Bueno, ha coleccionado toda clase de objetos, como collares de perro, sellos de correos…en fin. Tenemos cercas de seis mil modelos diferentes de cajillas y vamos en busca de una muy especial. Así nos entretenemos hasta que buscamos otra cosa qué coleccionar. Hace tiempo, cuando me acosaban grandes preocupaciones nunca me aburría; las preocupaciones entretienen mucho.” Bonnard le dijo, “Señora, la compadezco porque le falta un hijo.”
     En ese momento, el príncipe volvió a interrumpir la conversación. “Espero que esta no sea la última vez que nos encontramos, señor Bonnard.” La mujer le dijo, “¡Vamos, querido, que la cajilla estampada nos aguarda!” Enseguida, la dama volteó y dijo al señor Bonnard, dándole una rosa, “¡Tome, señor. No puede usted figurarse cuánto me alegré de volver a verle.” Bonnard dijo, “¡Que tengan buen viaje!” Silvestre Bonnard miró partir a la pareja de nobles con un dejo de piedad, pensando, “Aunque son poderosos, los dos tienen una gran miseria moral. ¡Bah, ahora reanudaré el camino para llegar a Girgenti!”
     Al día siguiente, en Girgenti, ciudad del puerto de Sicilia, llamada actualmente Agrigento, un hombre abría las puertas de su morada, y recibía a Bonnard, diciendo, “¡Excelencia, qué agradable sorpresa tenerlo en mi humilde hogar.” Bonnard dijo, “Le agradezco a usted su cordial invitación.” El hombre lo invitó a pasar, y ambos pasaron a el área de recepción. El hombre dijo, “¡Créame, grabaré ésta fecha con piedra blanca! Pero siéntese, por favor.” Bonnard le dijo, “No sabe con cuanta emoción he realizado mi viaje, señor Polizzi…” El señor Polizzi dijo, “¡Las artes!¡Cómo dignifican y consuelan!¡Yo soy pintor, excelencia!” Bonnard dijo, “¡Ya veo, señor!” Polizzi dijo, “Le mostraré una de mis obras totalmente terminadas…” Bonnard dijo, “Veré con gusto su obra, pero quisiera hablar antes de lo que me trajo hasta aquí.” Polizzi dijo, “Olvidaba que venía a probar los excelentes vinos de Sicilia. Es que como soy anticuario, pintor, y negociante de vinos a la vez, me confundo.”
    Bonnard le dijo, interrumpiendo, “Señor Polizzi, vine a Girgenti para conocer un manuscrito de ‘La Leyenda Dorada’ que usted me ofreció.” Polizzi se puso nervioso y dijo, “¡Oh, así que es por esa perla, ese rubí, ese diamante!” Después de una pausa, añadió, “¡No podré mostrárselo, excelencia, pues n o lo tengo!¡Ooooh!” Bonnard se encolerizó, diciendo, “¡Cómo!” Miguel Polizzi se jalaba los cabellos, como pretendiendo arrancárselos, uno a uno, ante la cólera de Silvestre Bonnard, quien le dijo, “Soy padre, excelencia, y tuve que sacrificar muchos de mis tesoros por mi querido hijo.” Polizzi se sentó, y tuvo que explicar, apanadamente, “Mi muchacho llamado Rafael, quiso establecerse en Paris, y abrió una tienda de curiosidades en la calle La Fitte. Yo le di las obras más apreciadas que poseía, entre ellas, ‘La Leyenda Dorada’” Bonnard se encolerizó aún mas, y le dijo, “¡De nodo que ese manuscrito se encuentra en un escaparate a metros de 500 metros de mi casa! No encuentro calificación a su conducta.” Polizzi le mostró una pequeña tarjeta, y dijo, “Aquí tiene las señas de mi hijo. Recomiéndelo con sus amistades que yo se lo agradeceré.”
     El académico salió furioso de la casa del siciliano Polizzi, quien le decía, “¡Vuelva, excelencia!¡Le mostraré unas girgentinas de notable belleza y todas casaderas!” Bonnard le contestó, “¡Que el Diablo le lleve!” Mientras caminaba, una dulce y melodiosa voz sacaría a Bonnard de sus coléricos pensamientos. “¡Caballero, que suerte volverlo a encontrar!” Bonnard volteó y notó que la bella dama hablaba desde el interior de un carruaje. “¿Puedo serle útil en algo? Lo nóto muy alterado.” Bonnard se quitó el sombrero, al tiempo que decía, “¡Princesa Trepof…!” La bella princesa invitó a Silvestre Bonnard a subir a su coche. Ya una vez ambos dentro del coche, la dama le dijo, “Dimitri fue a la fábrica de Girgenti por una cajetilla que trae un retrato de Empédocles, que creo nació aquí. Pero dígame lo que le sucede. Cuénteme sus penas…”
     Una hora más tarde, el viejo académico miraba partir a la princesa en su carruaje, pensando, “La dama se conmovió con mi relato, tanto que hasta me pidió la dirección de Rafael Polizzi.” Inciaba el mes de diciembre cuando el académico estaba de regreso en Paris. Su fiel sirvienta lo recibió con disimulada alegría. Enseguida, Teresa trajo un té y una canasta, diciendo, “Pruebe los pastelitos, necesita alimentarse, pues lo veo muy flaco, señor.” Bonnard dijo, “Los comeré en cuanto regrése.” Teresa le dijo, “¿Qué dice?” Bonnard le dijo, “No se altere, solo iré a dar un paseo por la calle Laffite.”
     Atardecía, y la tienda de antigüedades de Rafael Polizzi se encontraba muy concurrida. Silvestre pronto estuvo frente al hijo del siciliano Polizzi, quien le dijo, “Con gusto le mostraré le manuscrito de ‘La Leyenda Dorada’” Bonnard dijo, “Se lo agradeceré infinitamente.” El joven saco de un armario el manuscrito que depositó en las manos ansiosas del académico, diciendo, “Es el original y más completo ejemplar. Perteneció a Sir Thomas Raleigh.” Silvestre Bonnard hojeó con ansia el manuscrito, pensando, “Jamás en mi vida había sentido una emoción tan violenta como la que vivo en este momento.”
     Aparentando una serenidad que no sentía, el académico se dirigió al joven anticuario, quien le dijo antes, “¿Qué le ha parecido el ejemplar?” Bonnard pregunto, “Dígame, ¿Cuál es su precio?” El joven dijo, “¡Este volumen ya no me pertenece! Debo subastarlo en el hotel de ventas a principios del próximo año, desacuerdo a los deseos de sus dueños.” Bonnard exclamó, “¡No puede ser!” El joven dijo, “Déjeme sus señas y con gusto le enviaré el catalogo de lo que seré subastado y la fecha exacta.” Derrotado, el académico salió de la tienda de antigüedades, pensando, “Esos dos bribones son unos viles traficantes. Seguramente se pusieron de acuerdo al saber mi interés.”
     Poco después, Bonnard llegaba a su casa desilusionado. Teresa le dijo al verlo, “¿Qué le ha pasado, señor? Trae una cara de pocos amigos.” Bonnard le contestó, “Nada, Teresa.” Enseguida, Teresa le dijo, “Le llego una carta de Lusance, señor.” Bonnard dijo, “Sin duda es del caballero Pablo de Gabry.” Luego de leer la carta, Silvestre cambió notablemente de ánimo. Bonnard dijo, “El señor de Gabry me requiere en su mansión de Lusance para inventariar y catalogar los libros de su biblioteca.” Enseguida Teresa le dijo, “Dígame, señor, ¿Acaso nunca ha tenido ojos para otra cosa que no sea un libro?” Bonnard le dio la espalda y le dijo, “Teresa, es usted cada vez mas imprudente.” Teresa le dijo, “Señor Bonnard, usted es cada vez más viejo y mas gruñón.” Bonnard le dijo, “Muy bien, Teresa, ya la escuché, ahora déjeme solo…” Y a solas, evocó a la que fuera su único amor, pensando, “¡Ah, Clementina!¡Qué diferente abría sido mi vida si en vez de casarte con Aquiles de Allier, te hubieras casado conmigo!”
     En los primeros días de enero de 1854, Silvestre llegó a Lusance, hasta la magnífica propiedad del caballero Pablo de Graby. Mientras el sirviente recibía a Bonnard y cargaba su equipaje, dijo, “No debe tardar en aparecer el señor para darle la bienvenida.” Y efectivamente, en pocos minutos el gentil caballero salió al encuentro del erudito. “¡Señor Bonnard, lo esperaba ansioso!¡Vera que se sentirá como en casa! Trataremos de no perturbar su trabajo en la biblioteca.” Bonnard dijo, “¡Caballero, no se preocupe por ello!” Mientras ambos pasaban a la residencia, el caballero anfitrión dijo, “Lo cierto es que aquí en Lusance solo nos encontramos mi esposa, una jovencita y los sirvientes. Así que tendrá paz.” Ya en el interior de la mansión, Pablo Graby dijo, “Ha llegado nuestro huésped honorario!” La señora de Graby dijo, “¡Señor Bonnard, que gusto verle!” Bonnard besó la mano de la dama, diciendo, “Señora Graby, considéreme plenamente a sus órdenes.” La dama dijo, “Gracias, caballero. Solo usted podrá dar orden a cuanto hay en nuestra biblioteca.” A continuación, la dama dijo algo inesperado, señalando a la jovencita que estaba a su lado, “Esta preciosa chiquilla es nuestra invitada.” Bonnard dijo, “A sus pies, señorita.” La tímida joven apenas si devolvió el saludo, se levantó y dijo, “Con su permiso me retíro a la cocina.”
     La Señora de Graby dijo, “¡Juanita, no seas tan huraña!” Pero la jovencita salió apresuradamente del recinto. Pablo Graby dijo, “¡Pobre Juanita Alexandre! Su situación la hace actuar así.” Bonnard le preguntó, “¿Pertenece a su familia?” Pablo explicó, “No. Nosotros recibimos a esta joven mientras su tutor arregla su ingreso a un colegio de Paris.” La señora de Graby dijo, “Juanita es huérfana.” Pablo agregó, “Con su padre me unía una gran amistad que terminó luego de que él hizo malos negocios con parte de nuestra fortuna.”
     La señora de Graby agregó, “Juanita es hija del banquero Aquiles Allier…de quien preferimos omitir el nombre.” Bonnard dejó escapar una expresión de asombro, y dijo, “¿Del señor Alliers de Nevers?” Pablo dijo, “Sí. Él murió poco después de que su casa quebró. Su esposa era una bella mujer que murió al dar a luz a Juanita.” La señora agregó, “La señora se llamaba Clementina Alexandre, y no resistió el parto. Por su recuerdo recibimos a su hija.” Bonnard exclamó, “¡Gran Dios!” Pablo se levantó y dijo, “Pero pasemos a saborear el almuerzo que ha sido preparado en su honor.” Bonnard dijo, “No merezco tantas atenciones.” Pero Pablo le dijo, “¡Usted fue buen amigo de mi padre y lo estimo como tal!”
     Dos semanas transcurrieron, y Silvestre se encontraba dedicado a su labor en la enorme biblioteca de los de Graby. Mientras movía y revisaba los libros, Bonnard decía, “Éstos son escritos del siglo XIII. Estan en magníficas condiciones.” De pronto, la señora de Graby entró a la biblioteca, diciendo, “¡Señor Bonnard, le traigo una agradable noticia!” Bonnard dejó en una mesa unos libros que cargaba diciendo, “¡Oh, señora Graby, permítame!”
     Ella se sentó y explicó el asunto al señor Bonnard, “Me conmovió tanto con su relato sobre el amor que sintió por la madre de Juanita, que hice algo que estoy seguro le agradará.” Bonnard dijo, “¡Querida dama, sáqueme de la incertidumbre!” Ella le explicó, “Hablé con el tutor de Juanita y ha aceptado que usted la visite en el colegio de señoritas al que acaba de ingresar.” Bonnard dijo, “¡Oh, qué nobleza tan grande encierra su corazón!” Ella dijo, “Estoy segura que Juanita lo aceptará.” Bonnard dijo, “Juanita para mi es la hija…o mejor dicho, la nieta que nuca tuve. Clementina era una niña cuando me enamoré de ella.” La señora de Graby dijo, “Lo hice porque pienso que esa niña necesita afecto.”
     Un mes más tarde, el académico volvía a Paris para asistir a la subasta promovida por Rafael Polizzi. Bonnard pensaba, “Espero que alcancen mis ahorros para adquirir, ‘La Leyenda Dorada’” Tiempo después, el académico llegaba al salón del Hotel sonde seria la subasta y era recibido por un hombre, quien le dijo, “La subasta se realizara en la sala cuatro.” Bonnard dijo, “Bien.” La sala estaba llena de personas conocidas por el señor Bonnard. Uno de sus conocidos dijo al comenzar la subasta, “Ahora si va a comenzar. A mí me interesa el códice de la ‘Guerra de los Judíos’”
     Así fueron vendiéndose los objetos enlistados en el catalogo de Rafael Polizzi. “¡VENDIDO EN DOS MIL FRANCOS!” gritaba el moderador. Cuando llegó el turno del manuscrito de ‘La Leyenda Dorada,’ tasado en tres mil francos, el manuscrito fue pelado por el mismo Rafael Polizzi y por Silvestre Bonnard. “¡Tres Mil Cincuenta!” “¡Cuatro Mil!” “¡Seis Mil Cien!” “Seis Mil Quinientos!” La noche había caído sobre la cuidad, y del lugar de la subasta salió el cabizbajo señor Bonnard, pensando, “¡Jamás será mío el manuscrito! Rafael Polizzi volvió a apoderarse de él y lo mejor será olvidarme de ‘La Leyenda Dorada.’”
     Antes de volver a Lusance, Silvestre acudió al colegio donde estaba internada Juanita Alexandre. La directora lo recibió, diciendo, “¡Oh, eminencia, su visita dará prestigio al plantel!” Juanita Alexandre se asombró al ver al académico. La directora se dirigió a ella, diciendo, “Acércate muchacha, éste caballero vendrá a visitarte un día a la semana.” A continuación, la señora Mouton, la directora se dirigió a Bonnard y dijo, “Señor Bonnard, puede pasear por el patio con mi pupila.” Enseguida, el anciano que había acompañado a Bonnard con la directora, dijo, “Yo debo retirarme. Gracias por todo, señora Mouton.” Una vez en el patio de aquel colegio de señoritas, Bonnard dijo, “No se extráñe por mi visita. Lo hago porque siento un gran afecto por usted.” Juanita le dijo, “No se preocupe. La señora de Graby me contó del amor que sintió por mi madre. Es usted muy bueno al ocuparse de mí.”
    Bonnard le dijo, “Considéreme su amigo.” Ambos se sentaron en una fuente, y la conversación continuó. Bonnard dijo, “Dígame, ¿Está usted contenta aquí?” Juanita le dijo, “No…” Bonnard preguntó, “¿La tratan mal acaso?” Ella le dijo, “No es eso. La verdad es que me tratan como lo que soy: una huérfana.” Bonnard preguntó, “¿Y qué me dice de su tutor, el señor Mouche?” Ella bajó la mirada, y dijo, “Le suplico que no hablemos de él?” La jovencita mostraba en su mirada una enorme tristeza y desamparo. Enseguida, una presencia se acercó, y Juanita volteó rápidamente, diciendo, “¡Ahí viene la señora Mouton!” Bonnard dijo, “¿Acaso le teme?”
     Así pasaron los meses, y una mañana de octubre, Silvestre Bonnard se presentó, como de costumbre, a visitar a Juanita. La señora Mouton lo recibió, diciendo, “¡Oh, caballero, por supuesto que permitiré salir a pasear a Juanita! Está de vacaciones y es justo un respiro.” Sin embargo, en esta ocasión, la señora Mouton se sumó al paseo, diciendo, “¡Ah eminencia! Lo que usted necesita es tener a alguien que lo quiera en su casa.” Tanto Juanita como Bonnard comenzaron a extrañarse, y además, Bonnard a incomodarse. La señora Mouton continuó, “Un hombre siempre necesita de una mujer; alguien que valore su talento.” Bonnard pensó, “¡Tengo que soportar a ésta urraca y no mostrarle mi desagrado!” Enseguida, Silvestre Bonnard exclamó, de manera impulsiva, “Tengo conmigo a Teresa, una sirvienta sorda y gruñona que me atiende, señora Mouton.” La directora se detuvo, y exclamó llena de asombro, “¡Cómo!”
     A la semana siguiente, Silvestre se llevaría una desagradable sorpresa durante su visita vespertina al colegio. La directora Mouton explicó a Silvestre, detrás de la reja del colegio, “¡Lo Siento! El señor Mouche  ha decidido, junto conmigo, evitar sus visitas a la señorita Alexandre.” Ante el asombro de Bonnard, Mouton continuó, “¡Un hombre que vive una sórdida relación con una sirvienta, no puede hacerle ningún bien a mi pupila!” Silvestre dijo asombrado, “¿Qué ha dicho?” La directora del colegio se alejó, sin decir más, dejando a Silvestre temblando de ira, pensando, “¡Dios mío, cuanta maldad esconde esta mujer!”
     De pronto apareció frente a la reja la misma Juanita Alexandre. Bonnard exclamó al verla, “¡Juanita!” Ella le dijo, “Señor Bonnard, escuché todo lo que dijo la directora y no lo creo.” Bonnard le dijo, “No la abandonaré. Ya veré cómo solucióno el problema.” Juanita dijo, “Mi tutor ha dicho a la directora que no tiene dinero para pagar mi estancia aquí.” Juanita agregó, “Desde hace dos días he dejado de tomar clases y se me ha asignado la limpieza del colegio.” Bonnard dijo, “¡Eso no lo permitiré! No abusarán de su desampáro!” A continuación, Bonnard colocó su saco arriba de la reja y dijo, “¡Pronto Juanita, intente saltar esta reja! Ya oscurece y no la verán si lo hace rápido!” Ella dijo, “N-No podré…” Pero la agilidad de la juventud, ayudó a la muchachita. Mientras la ayudaba a bajar, Bonnard dijo, “Iremos hasta Oceanía si es preciso, con tal de alejarla de esa mujer y su tutor.”
     Los dos corrieron por las calles como si fueran perseguidos por el demonio. Las sombras comenzaban a extenderse en el firmamento. Mientras corrían Bonnard pensó, “Iré a Lusance. La familia De Gabry podrá ayudarme.” Más tarde un coche los alejaba de París. Ya dentro del coche, Juanita pensó, “Teresa se alarmará al no verme regresar.”
     Una vez en Lusance Pablo De Graby le dijo, “Pero, ¿Qué ha hecho usted, hombre de Dios? ¡Corrupción de una menor, rapto, fuga!¡Buena le aguarda!” Bonnard se defendió, “No podía dejar a la niña en manos de esa señora. Ya les contó ella las humillaciones que le cometió.” Pablo dijo, “La ley no reparará en eso. Lo que ha hecho se castiga con dureza. Así lo consigna el código de crímenes y delitos.” Pablo agregó, después de una pausa, “¡Iré a hablar con el señor Mouche! ¡Quiera Dios ayudarnos!” Bonnard dijo, “¡No tengo palabras para agradecerle su ayuda, señor De Graby!” Pablo lo acompañó a la puerta y dijo, “Deberá volver a casa. Estoy seguro que irán a buscarle para indagar sobre Juanita.” Bonnard se coloco su sombrero y dijo, “Allí esperaré sus noticias.” Nevaba la mañana del 24 de diciembre de 1854, en la esplendorosa ciudad de París. Un carruaje se acercó a las puertas del apartamento de Silvestre Bonnard. Dentro del carruaje se escuchó la voz de una mujer que dijo a un niño, “Anda, mi amor. No tardes que daremos el paseo que te prometí.”
     Mientras tanto, en el departamento de Silvestre Pablo entregaba a Juanita, diciendo a Bonnard, “¡Pues desde hoy, usted es el tutor legal de Juanita!” Bonnard dijo, “¡Doy gracias al Cielo, no soy un criminal!” Pablo abrazó a Bonnard, diciendo, “Fue una suerte que la misma noche que usted raptó a Juanita, el señor Mouche huyera con el dinero de sus clientes.” En ese momento, alguien tocó a la puerta. ¡TOC-TOC! Teresa abrió la puerta ante los toquidos incesantes. Su furia se convirtió en admiración al ver ante ella a un hermoso niño. Teresa exclamó, “¿Quién to…?¡Eh!”
     Un niño con un paquete dijo, “¡Quiero entregar esto!” Enseguida llego Bonnard y dijo, “¿A quién buscas chiquillo? Soy Silvestre Bonnard…” El niño dijo, “¡Es para usted! ¡Adiós!” El paquete contenía un leño de Navidad, que a su vez guardaba algo muy preciado para el noble académico. Bonnard exclamó, “¡Es ‘La Leyenda Dorada!’” Bonnard leyó la nota y dijo, “¡Me la envió la princesa Trepof! ¡Ella era…la señora Coccoz!” El pequeño mensajero era el hijo de la mujer que en una navidad, Silvestre Bonnard había auxiliado.   
Tomado de Novelas Inmortales Año XVI No. 827 Septiembre 22 de 1993. Guión: Víctor M. Yáñez. Adaptación: José Escobar.
                                                                        

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