Personajes
Solino: Duque de Éfeso
Egeónte: Un comerciante de Siracusa, padre
de los gemelos Antífolo.
Emilia: Madre perdida de Antífolo, esposa
de Egeonte.
Antífolo de Éfeso, y Antifolo de Siracusa:
Hermanos gemelos, hijos de Egeonte y Emilia.
Dromio de Éfeso, y Dromio de Siracusa: Hermanos
gemelos, siervos, cada uno al servicio de su respectivo Antífolo.
Adriana: Esposa de Antífolo de Éfeso.
Luciana: Hermana de Adriana, interés
amoroso de Antífolo de Siracusa.
Nell/Luce: Moza de cocina/Sirvienta de
Adriana, esposa de Dromio de Éfeso.
Baltazar: Un comerciante.
Angelo: Un orfebre.
Cortesana.
Primer comerciante: Amigo de Antífolo de
Siracusa.
Segundo comerciante: Con quien Angelo está
en deuda.
Doctor Pinch: Un maestro de escuela de
prestidigitación.
Carcelero, jefe, oficiales y otros
asistentes.
Sinopsis
Acto I
Debido a que una ley prohíbe que los
comerciantes de Siracusa, entren en Éfeso, el anciano comerciante de Siracusa,
Egeónte, se enfrenta a la ejecución, cuando lo descubren en la ciudad. Solo
puede escapar pagando una multa de mil marcos. Le cuenta su triste historia a
Solino, duque de Éfeso. En su juventud, Egeónte se casó y tuvo dos hijos
gemelos. El mismo día, una pobre mujer sin trabajo también dio a luz a
mellizos, y él los compró como esclavos para sus hijos.
Poco después, la
familia hizo un viaje por mar, y fue golpeada por una tempestad. Egeónte se ató
al palo mayor con un hijo y un esclavo, y su esposa se llevó a los otros dos
niños. Su esposa fue rescatada por un bote, Egeónte por otro. Egeónte nunca más
volvió a ver a su esposa, ni a los niños con ella. Recientemente, su hijo Antífolo,
ahora adulto, y el esclavo de su hijo, Dromio, abandonaron Siracusa para buscar
a sus hermanos. Cuando Antífolo no regresó, Egeónte partió en su bósqueda. El
duque se conmueve con ésta historia, y le concede a Egeónte un día para pagar
su multa.
Ese mismo día, Antífolo llega a Éfeso, en
busca de su hermano. Envía a Dromio a depositar algo de dinero en, El Centauro, una posada. Antífolo se confunde
cuando el idéntico Dromio de Éfeso, aparece casi de inmediato, niega tener
conocimiento del dinero, y lo invita a cenar a su casa, donde lo espera su
esposa. Antífolo, pensando que su sirviente está haciendo bromas
insubordinadas, golpea a Dromio de Éfeso.
Acto II
Dromio de Éfeso regresa con la esposa de
su ámo, Adriana, diciendo que su, "esposo,"
se negó a volver a su casa, e incluso fingió no conocerla. Adriana, preocupada
porque el ojo de su marido se está desviando, toma ésta noticia como una
confirmación de sus sospechas.
Antífolo de Siracusa, que se queja, "No pude hablar con Dromio porque al
principio lo envié del mercado", se encuentra con Dromio de Siracusa,
quien ahora niega haber hecho una,
"broma," sobre que Antífolo tiene una esposa. Antífolo comienza a
golpearlo. De repente, Adriana corre hacia Antífolo de Siracusa y le ruega que
no la deje. Los siracusanos no pueden sino atribuir estos extraños sucesos a la
brujería, señalando que Éfeso es conocido como un laberinto de brujas. Antífolo
y Dromio se van con ésta extraña mujer, uno para cenar, y el otro para cuidar
la puerta.
Acto III
Antífolo de Éfeso regresa a casa, para la
cena, y se enfurece al descubrir que Dromio de Siracusa, que guarda la puerta,
le niega groseramente la entrada a su propia casa. Está listo para derribar la
puerta, pero sus amigos lo convencen de que no haga una escena. Decide, en
cambio, cenar con una cortesana.
Dentro de la casa, Antífolo de Siracusa
descubre que se siente muy atraído por la hermana de su, "esposa", Luciana de Esmirna, y le dice, "no me entrenes, dulce sirena, con tu
nota / para ahogarme en el torrente de lágrimas de tu hermana". Ella
se siente halagada por su atención, pero preocupada por sus implicaciones
morales. Después de que ella sale, Dromio de Siracusa anuncia que ha
descubierto que tiene una esposa: Nell, una horrible criada de cocina. Los
siracusanos deciden irse lo antes posible, y Dromio sale corriendo para hacer
planes de viaje. Antífolo de Siracusa luego se enfrenta a Ángelo de Éfeso, un
orfebre, quien afirma que Antífolo le encargó una cadena. Antífolo se ve
obligado a aceptar la cadena, de la mano del orfebre, y Ángelo dice que
regresará para recibir el págo. Acto IV
Antífolo of Éfeso envía a Dromio de Éfeso,
a comprar una cuerda para poder golpear a su esposa Adriana, por haberlo dejado
fuera, luego es abordado por Ángelo, quien le dice, "Pensé que te había pillado en la posada Porpentine" y
pide ser reembolsado por la cadena. Antífolo niega haberlo visto alguna vez, y es
arrestado de inmediato. Mientras se lo llevan, llega Dromio de Siracusa,
después de lo cual Antífolo lo envía de regréso a la casa de Adriana, para
obtener dinero para su fianza. Después de completar éste recado, Dromio de
Siracusa entrega por error el dinero a Antífolo de Siracusa.
La cortesana ve a
Antífolo usando la cadena de oro, y dice que se la prometió a cambio de su
anillo. Los siracusanos lo niegan y huyen. La Cortesana decide decirle a
Adriana que su marido está loco. Dromio de Éfeso regresa al arrestado Antífolo
de Éfeso, con la cuerda. Antífolo se enfurece. Adriana, Luciana y la Cortesana
entran con un prestidigitador llamado Pinch, que intenta exorcizar a los
Efesios, quienes son atados y llevados a la casa de Adriana. Entran los
siracusanos, portando espadas, y todos huyen de miedo: creyendo que son los
efesios, en busca de venganza después de escapar de alguna manera de sus
ataduras.
Acto V
Adriana reaparece con guardias, que
intentan atar a los siracusanos. Se refugian en un priorato cercano, donde la
abadesa los protege resueltamente. De repente, la abadesa entra con los gemelos
siracusanos y todos comienzan a comprender los confusos acontecimientos del
día. No solo se reúnen los dos pares de gemelos, sino que la abadesa revela que
ella es la esposa de Egeónte, Emilia de Babilonia. El duque perdona a Egeónte.
Todos salen a la abadía para celebrar la reunificación de la familia.
Texto y Fecha
La obra es una adaptación modernizada de, Menaechmi, de Plauto. Dado que la
traducción del drama clásico de William Warner se ingresó en el Registro de la,
Stationers Company, el 10 de junio de
1594, se publicó en 1595, y se dedicó a Lord Hunsdon, el patrón de, Lord Chamberlain's Men, se supuso que Shakespeare podría haber visto el
traducción manuscrita, antes de que se imprimiera, aunque es igualmente posible
que conociera la obra en el latín original.
La obra contiene una referencia tópica a
las guerras de sucesión en Francia, que encajaría en cualquier fecha entre 1589
y 1595. Charles Whitworth argumenta que, La
Comedia de los Errores, fue escrita "a
fines de 1594," sobre la base de registros históricos y textuales
similares con otras obras que Shakespeare
escribió en esta época. La obra no se publicó hasta que apareció en el, Primer Folio, en 1623.
Análisis y Crítica
Durante siglos, los estudiosos han
encontrado poca profundidad temática en, La
Comedia de los Errores. Harold Bloom, sin embargo, escribió que, "revela la magnificencia de Shakespeare
en el arte de la comedia", y elogió la obra por mostrar, "tal
habilidad, de hecho maestría, en acción, carácter incipiente, y escenografía,
que eclipsa con creces, a las tres las obras de teatro de, Enrique VI, y la comedia bastante aburrida de, “Los Dos Caballeros de Verona".
Stanley Wells también se refirió a ella como la primera obra de Shakespeare, "en la que se muestra el dominio del
oficio". La obra no era una de las favoritas en el escenario del siglo
XVIII, porque no ofrecía el tipo de papeles sorprendentes, que podían explotar
actores como David Garrick.
La obra fue particularmente notable en un
aspecto. A principios del siglo XVIII, algunos críticos siguieron el estándar
crítico francés de juzgar la calidad de una obra por su adherencia a las
unidades clásicas, como lo especificó Aristóteles, en el siglo IV, a de C. La Comedia de los Errores, y La Tempestad, fueron las dos únicas
obras de Shakespeare, que cumplieron
con este estándar.
El profesor de derecho, Eric Heinze, sin
embargo, afirma que en la obra, es particularmente notable una serie de
relaciones sociales, que están en crisis, a medida que se despojan de sus formas
feudales, y se enfrentan a las fuerzas del mercado de la Europa moderna
temprana.
Actuaciones
Se registran dos primeras representaciones
de, La Comedia de los Errores. Una,
de, "una compañía de tipos bajos y
comunes", se menciona en la, Gesta
Grayorum, ("Las Hazañas de
Gray") como ocurrida en, Gray's Inn Hall, el 28 de diciembre de 1594,
durante las juergas de la posada. La segunda tuvo lugar también el, "Día de los Inocentes", pero
diez años después: 28 de diciembre de 1604, en la Corte.
Como muchas de las obras de Shakespeare, La Comedia de los Errores, fue adaptada y reescrita extensamente,
particularmente a partir del siglo XVIII, con una recepción variable por parte
del público. (Wikipedia en Ingles)
Comedia de Errores
de William Shakespeare
En
el año 350 a.C., los estados de Siracusa y Éfeso eran enemigos irreconciliables.
En la ciudad de Éfeso, el pregonero leía un edicto, “Desde hoy se prohíbe a todo ciudadano de Siracusa entrar a Éfeso. El
que se atreva a desobedecer ésta orden, será condenado a muerte, o deberá pagar
mil marcos de multa.” Sin embargo, tal amenaza no impidió que algunos
siracusanos, por ignorarla, o por necesidad, entráran a Éfeso. Un dia, un hombre
mayor, quien era casi un anciano, fue abordado por dos soldados guardias. Uno
de ellos le dijo, “¡Tú eres siracusano! ¡Quedas
detenido!” El anciano dijo, “Pero no
he hecho nada. Acabo de llegar.”
El guardia le dijo, “Eso es lo que todos dicen. ¿Acaso ignoras que está prohibido que los
de tu estado, vengan al nuestro?” El hombre les dijo, “Señores, yo no quiero cometer ninguna falta. Escuchen mis razones y…” El
guardia lo interrumpió, y le dijo, “¡Calla!
¡Te llevaremos ante el duque!” Poco después, el hombre se presentaba ante el
duque Solino, quien le dijo, “Egeónte de Siracusa,
has faltado a las leyes de Éfeso. Debes pagar mil marcos, o morirás.” Egeónte le dijo, “Señor duque, no tengo dinero,
por lo que me resigno a mi muerte. No temo a la muerte, porque el dolor me ha
cansado de la vida.” El duque Solino le dijo, “Tus
palabras indican sufrimiento. ¿Qué te ha causado tanta tristeza?” Egeónte comenzo a narrar, “Hace más de 25 años,
que no hay para mí alegrías. El destino ha sido muy cruel conmigo.” El
duque dijo, “Me gustaría conocer tu
historia. ¡Cuéntamela!” Egeónte le dijo, “Sí
así lo desea, lo haré. Yo nací en Siracusa, y segui la tradición de mi familia:
el comercio. A los 28 años, me casé con una mujer muy hermosa, y llena de
virtudes. Era el hombre más feliz del mundo. Cuando llevaba dos años de feliz
matrimonio, un día dije a mi esposa, ‘Helena, debo ir a Epidamnio. Estaré allá dos
o tres meses.’ Helena le dijo, ‘Me sentiré tan sola sin ti. Ojalá tu viaje o se
alargue por más tiempo.’ Yo le dije, ‘Te prometo que estaré aquí para cuando
nazca nuestro hijo.’ Ella me dijo, ‘Sé que así será, Egeónte. Ve tranquilo. Estaré
ansiosa aguardando tu regreso.’ Partí y
después de dos meses, una mañana desperté pensando, ‘Aquí puedo hacer mejores
negocios que en Siracusa. Regresar ahora será perder muy buenas oportunidades. En
Epigdamio, pronto me haré rico, y podré dar a Helena y a mis hijos, todo lo que
merecen. Traeré a Helena, y nos quedaremos aquí un tiempo. Esa es la mejor
solución.’ Así lo hice, y un mes después, Helena estaba conmigo. Cuando la
lleve a la posada, le dije, ‘En ésta posada estaremos bien, mientras
encontramos una casa donde instalarnos. Helena, lo importante es estar a tu
lado. Nuestro hijo ya está por nacer.’ Y efectivamente, dos semanas después, la
matrona me dijo, ‘Señor, son gemelos, tan iguales como son dos gotas de agua.’ Asombrado,
contemplé a mis hijos, y exclame, ‘¡Su parecido es increíble! ¿Cómo les
llamaremos?’ Helena me dijo, ‘Yo había pensado, Antifolo. Ahora tendremos que
buscar otro nombre para uno de ellos.’ Yo le dije, ‘Ambos tendrán el mismo
nombre. Son como una sola persona.’ Esa noche, cuando bajé a cenar, mi
sirviente me dijo, ‘Señor, las cosas que suceden. ¡Nunca había visto nada igual!’
Le dije, ‘¿De qué hablas?’ El sirviente me dijo, mientras me servia, ‘Otra mujer de aquí hoy, también dió a luz a dos
niños, y lo extraordinario del caso, es que son idénticos.’ Le dije, ‘¡Vaya
coincidencia! Me gustaría verlos.’ Mi sirviente me dijo, ‘Si quiere, lo llevaré
con ellos. ¡Esos pequeños no tendrán la suerte de los suyos!’ Le dije, ‘¿Por
qué lo dices?’ Me dijo, ‘Sus padres son muy pobres; apenas tienen para dar de
comer a sus otros cinco hijos.’ Le dije, ‘Yo no soy rico, pero tengo buen pasar.
Quizá puedo ayudarlos.’ Y asi, cuando vi a los niños, exclame, ‘¡Son
absolutamente iguales!’ Y la mujer me dijo, ‘¡Pobres de mis hijos! ¿Qué suerte
les espera? No tenemos para criarlos señor.’ Yo le dije, ‘Si aceptan, yo me
haré cargo de ellos. Mi mujer también tuvo gemelos, y puedo educar a tus hijos,
para que les sirvan.’ El hombre dijo, ‘¡Ah, señor, eso es una bendición!’ Les
dije, ‘Les daré docientos Marcos por los dos niños. ¿Están de acuerdo?’ El
hombre dijo, enjugandose las lagrimas, ‘Sí, Sí, señor. Lléveselos ahora mismo.’
La mujer dijo, llorando, ‘¡Cuídelos mucho, señor!’ Con los pequeños en mis
brazos, fui donde Helena, quien me dijo al verlos, ‘¡Oh, Egeónte, no pudiste
encontrar mejores compañeros, para nuestros pequeños!’ Le dije, ‘Como se
criarán juntos, les serán siempre fieles, y les servirán con respeto y cariño.’
Helena me dijo, ‘¿Cómo lo llamaremos?’ Le dije, ‘¿Te parece Dromio? Un solo
nombre para ambos.’ Hela dijo, ‘Bien, así, cada uno de los Dromios, servirán a
uno de los Antifolis.’ Yo dije, ‘Ninguno de ellos, podrá decir que favorecimos
a alguno con el nombre.’ Los niños crecieron sanos y fuertes, y se llevaban de
maravilla entre ellos. Un día, mientras los veíamos jugar, Helena dijo, ‘¡Qué
felices se ven! Nuestros hijos son una bendición, y los Dromios unos niños muy
buenos.’ Yo le dije, ‘Ellos saben que su papel en la vida, será servir. Siempre
acatan las órdenes de nuestros hijos.’ Helena dijo, ‘Aunque los quiero mucho,
les he indicado cuál es su lugar. Así no tendrán una idea equivocada.’ Yo dije,
‘Al comprarlos, les dimos una gran
oportunidad que jamás habrían tenido sus padres.’ Helena me miró a los ojo, y
me dijo, ‘Egeónte, por el bienestar de los niños, he pensado que debemos regresar
a Siracusa.’ Le dije, ‘Tiene razón. Nuestra fortuna aumentó. Allá podré
instalar un gran negocio, y multiplicar el capital. Hoy mismo iré a averiguar
cuándo sale un barco para Siracusa.’ Helena me dijo, ‘Gracias Egeónte. Ojalá sea
pronto.’ El día en que los niños cumplieron cinco años, nos embarcamos. Dos
días después, empezó a soplar un fuerte viento, mientras viajaban. Mientras la
tormenta se desarrollaba, pensé, “Tendremos tormenta. Diré a Helena que no
salga a cubierta con los niños.” Y efectivamente, no tardó en desatarse una
tempestad de violencia inusitada. Los marineros desesperados, trataban de
controlar la embarcación, gritando, ‘¡Arríen la vela!’ Pero ésta era llevada
como un juguete, por el mar embravecido. Mientras todo era un caos, un marinero
grito, ‘¡Estamos perdidos! ¡El capitán quedó aplastado! ¡Dejemos el barco! ¡Las
olas lo voltearán en cualquier momento al bote!’ Otros marinero gritaban, “’¡Al
bote!¡Al bote!’ Yo grité, ‘¡Esperen! ¡No pueden dejarnos aquí! ¡Mi mujer y mis
hijos…!’ Un marinero me dijo, ‘Lo siento, solo hay un bote, y apenas cabemos
nosotros.’ Sin hacer caso a mis súplicas, se alejaron. Yo les grite, ‘¡Por
piedad, no se vayan! ¡No nos dejen! Desesperado, regrese a donde mi esposa.
Ella, abrazando a los niños dijo, ‘Moriremos, el barco se va a hundir. ¡Nos
ahogaremos todos!’ Yo dije, ‘Buscare el modo de salvarnos. Tenemos que lograrlo.’
Lléno de angustia, vi que no existía ninguna forma y, de pronto, se me ocurrió
algo, y dije, ‘Helena, una vez en medio de una tormenta, los marineros se
ataron entre los palos de las velas. Así se salvaron todos. Eso haremos. Yo me
ataré con uno de nuestros hijos, y con un Dromio, y tú harás lo mismo con los
otros dos. Pero hagámoslo. Si sucede algo peor, los niños estarán con nosotros.’
Poco después, el barco se venia abajo. Helena gritaba, ‘¡Egeónte, esto es
espantoso!’ Los niños gritaban, ‘¡Papáaa! ¡Papaaá!’ Yo pense, ‘¡Dioses del Olimpo,
ayúdenos! ¡No lo pido por mí, sino por mis hijos!’ De pronto, el barco tronó en
dos. ¡CRASH! Mientras flotaba, amarrado de un palo con mis hijos, pensé, ‘Si
nos si no hubiéramos estado amarrados, habríamos muerto todos.’ Comence a
gritar,’¡Helenaaa! ¡Helenaaa!’ Pero mis gritos eran callados por el rumor de la
tormenta. Pense, ‘¿Dónde estará? ¿Se habrá salvado? Sí, tiene que estar viva.’
El pequeño Antifolis me dijo, ‘Papá, tengo mucho miedo.’ Les dije, ‘Nada pasará.
Agárrense bien del palo. Tenemos que mantenernos a flote.’ Al amanecer, cuando
ya no tenía fuerzas, apareció algo en el horizonte, y dije, ‘¡Un barco! ¡Estamos
salvados!’ Fuimos rescatados y llevados a Siracusa. Cuando estuvimos a salvo
los tres, pensé, ‘He perdido a mi adorada Helena y a mi hijo. ¿Qué habrá sido
de ellos? Quizá estén muertos… ¿Y si también fueron recogidos por un barco…? No,
si así fuera, ya estarían aquí.’ Con el tiempo, perdí la esperanza, me dediqué
a criar al hijo que me quedaba. Al verlos jugar, pensé, ‘Antífolo es tan
trabajador tan bueno y cariñoso. ¡Ah, sí su madre lo pudiera ver! Y mi otro Antifolo viviera…’ Cuando mi hijo cumplió veinte años, un dia vino y me dijo, ‘Padre,
siempre he pensado que mi madre y mi hermano se salvaron igual que nosotros.’
Le dije, ‘Yo tuve esa esperanza mucho tiempo, pero ya ves, jamás volvimos a
saber de ellos.’ Mi hijo se acercó y me dijo, ‘Eso no significa que estén
muertos. Algo me dice que viven.’ Le dije, ‘Hijo, si así fuera, Helena habría
regresado aquí con tu hermano.’ Mi hijo me dijo, ‘A veces las circunstancias se
dan, de tal forma que lo impiden… padre, he tomado una decisión.’ Le dije, ‘¿Cuál,
Antífolo?’ Antífolo me dijo, ‘Los buscaré.’ Le dije, ‘Imposible, ¿Donde los
buscarás? Ni siquiera sabes cómo son.’ Antífolo me dijo, ‘Tú me has dicho que
mi hermano es idéntico a mí. ¿Que mejor señal que esa?’ Le dije, ‘¡Hijo, tú
eres lo único que tengo! ¡No te vayas! Si te sucede algo…’ Me dijo, ‘Padre,
regresaré; y si los dioses me ayudan, lo haré con mi madre y mi hermano.’
Antifolo se arrodillo ante mí, y me dijo, ‘Dromio me acompañará. Él también
quiere encontrar a su hermano. ¿Imaginas que dicha si lo logramos?’ Tome sus
manos y le dije, ‘Hijo, quisiera tener tu fe, tu entusiasmo, pero he sufrido
tanto…’ Antífolo y Dromio partieron días después. Pasó el tiempo, y un día
pensé, ‘Hace ya tres años que se fueron. ¿Donde estarán?’ ¡Oh! ¡Me he quedado
solo! iré a buscarlo. Ya no puedo resistir ésta incertidumbre. Sin él, mi vida
no tiene sentido.’” Egeónte volvió al presente, y dijo al rey, “Hace dos años que viajó sin descanso. He
recorrido ciudades y aldeas, con la esperanza de hallarlo. Gasté todo mi
capital. Ya nada me queda. Ahora mi vida terminará. Le aseguro, gran duque, que
moriría feliz si supiera que vive en mi esposa e hijos.” El duque le dijo, “Tu historia es muy triste, y comprendo. Tu
sufrimiento. Es grande el amor que tienes a los tuyos. Las leyes no admiten el
perdón, más no te condenaré a muerte, por no pagar de inmediato la multa. Toma
el día de hoy, para que reúnan los mil Marcos y puedas salvarte.” Egeónte le
dijo, “No me hace ningún favor. A nadie
conozco en Éfeso, que me pueda ayudar. De todas formas moriré.” Entretanto,
en una posada de la ciudad, Antifolo llegaba con Dromio. Antifolo dijo al posadero, “Me dijo un amigo que aquí podría encontrar buen alojamiento.” El
posadero le dijo, “Tú eres de Siracusa, ¿Verdad?”
Antifolo le dijo, mienttras apaciguaba a su caballo, “Sí, pero hace años que salí de allí, y…” El posadero le dijo, “¿Acaso ignoras que la ley prohíbe a los siracusanos
entrar a Éfeso?” Antifolo dijo, “No tenía idea.” Mientras el posadero
conducía los caballos, dijo, “Es mejor
que nadie lo sepa. A quien te pregúnte, di que eres de Epidamnio.” Antifolo se instaló en una habitación, y dijo a Dromio, “Dromio, voy a salir. Ocúpate de mi ropa, y guarda éste dinero. No te
muevas de aquí, hasta que yo regrése.” Minutos después, mientras caminaba
por la ciudad, Antifolo pensó, “Cuánto
he recorrido, y nadie me ha podido dar la menor señal de mi madre y mi hermano.
No quiero regresar a Siracusa vencido. ¿Qué será de mi padre? Quizás piensa que
yo también he muerto.” En esos mismos momentos, en una elegante casa de la
ciudad, una mujer decía, “¡Es el colmo, Luciana!
Mi marido no tiene consideración, siempre llega retrasado a la hora de comida.”
Lucia le dijo, “Adriana exageras. Debes
ser más comprensiva. Él tiene muchos negocios y…” Adriana dijo, “Hermana, no son los negocios lo que me
retienen. ¡Él ahora debe estar con otra mujer! Esa es la razón de sus largas
ausencias.” Luciana le dijo, “Perderás a tu marido por tus celos. Él te
ama, pero un día lo cansarás.” Adriana le dijo, “¡Oh Luciana, cómo sufro! De solo pensar que ame a otra, siento un
puñal en mi pecho.” Luciana le dijo, “Cálmate,
tu marido jamás te ha dado motivos.” Adriana le dijo, “¿Y sus tardanzas? ¿Acaso no significan nada? Enviaré por él. ¡No sopórto
más esta espera!” Adriana era nada menos que la esposa de Antifolo, el
hijo que Egeónte creía, había muerto en el naufragio. A continuación, Adriana
daba la orden y decia, “Dromio, ve por tu
amo. Dile que venga de inmediato. Que la comida está lista y yo los espéro.”
Antífolo,
su madre, y Dromio lograron salvarse en la forma más inesperada. Cuando
estuvieron en altamar, amarrados a un gran madero, Helena dijo, “No puedo más. Las fuerzas me abandonan, y
mi hijo y Dromio morirán, y yo no podré evitarlo.” Cuando más desesperada
estaba, una nave se acercó. Helena comenzó a gritar, “¡Socorroooo! ¡Ayúdenmeeee!” Uno de los navegantes dijo, “Alguien pide ayuda. Acerquémonos. Son una
mujer y dos niños.” Helena ldijo, “¡Oh
dioses, nos vieron!” La pobre mujer no sabía en qué manos había caído. Eran
dos pescadores malvados, y uno de ellos dijo al otro, “¿Qué te parece nuestra pesca de hoy?” Su compañero le contestó, “¡Magnífica! Regresemos a la costa. Con
esto es suficiente.” Una hora
después, al llegar a la costa, uno de los pescadores dijo a Helena, “Aquí te dejaremos. No podemos hacer nada
más por ti.” Helena les dijo, “Les
agradezco que nos salváran. Soy de Siracusa, y trataré de regresar allá, con mi
hijo y con…” Uno de los pecadores tomó a los niños y dijo, “Los niños ahora
son nuestros. Es el pago por haberte ayudado.” El otro pescador tomo a Helena,
quien desesperada grito, “¡NOOOO!¡No
pueden quitármelos!” Uno de los pescadores dijo, “Claro que sí. Obtendremos buen dinero al venderlos como esclavos.”
Helena gritaba, “¡No pueden hacer eso…Ayyyy!
¡No se los lleven! ¡Mi hijoooooo!” Los ninos gritaban, “¡Mamaaá! ¡Amaaaa!” Pero los hombres se alejaron, dejándola desecha
de dolor. Helena dijo, “He perdido a mis
seres amados.” Días después, los pescadores se emborrachaban en una taberna.
Uno de ellos decia, “¡Qué bien nos pagó
el duque de Menafont, por los niños!” El otro pescador dijo, “Te dije que él nos daría el mejor precio.” Así, Antifolo y Dromio se quedaron en el
palacio del duque en Menafont. Y cuando cumplieron diez años, un dia el duque
fue al palacio de su tio acompañado de los niños. El tio dijo, “Sobrino, estoy muy contento con tu visita. Tu
padre estaría muy orgulloso de ti. Sé que el gobierna Éfeso con justicia y
bondad.” El duque le dijo, “Solo sigo
tus enseñanzas tío.” Entonces su tio le dijo, “¿Quiénes son esos niños?” El duque dijo, “¡Ah, los compré a unos pescadores que los encontraron a la deriva,
sobre un madero! Tal vez sobrevivieron a un naufragio. Me dieron lástima. No
sabes cómo me divierten. Imagínate que el más alto trata al otro como si fuera
su criado, y éste le obedece en todo. Cuando los trajeron, lo primero que dijo
fue, ‘Soy Antifolis, y este es mi criado Dromio.’” El tio rió, “ ¡Ja, Ja, Ja! Quizás es hijo de alguien
adinerado, que le dio un esclavo desde pequeño.” El duque dijo, “Puede ser, ya que Dromio siempre lo obedece,
eso demuestra que ya estaba acostumbrado.” Su tio le dijo, “Tengo la impresión de que Antifolis podría
ser un buen guerrero. ” El duque le dijo, “Si así lo piensas, te lo regalo. Cuando crezca podría formar parte de
tu ejército.” Su tio le dijo, “Me
llevaré a los dos.” Así los niños fueron a vivir a Éfeso, el duque le tomó
cariño a Antifolo, y cuando éste cumplió veinte años, lo hizo oficial de su
ejército. Llegado el momento, Antifolo dio la orden a su esclavo, “Dromio, partiremos a la guerra con el
duque. Prepara mi equipaje.” Asi, el joven oficial se distinguió en la
batalla por su bravura y valentía. Jamás retrocedía ante el enemigo, y el
peligro. Un día, mientras se desarrollaba una cruenta y terrible lucha,
Antifolo observó algo, y pensó, “¡El
duque está en peligro!” Sin dudarlo, Antifolo se lanzó a salvarlo. Una vez
estando a salvo, el duque dijo, “¡Que a
tiempo llegaste!” Cuando regresaron a Éfeso, Antifolo se presentó ante el
duque, quien le dijo, ”Antifolo, te debo
la vida, y voy a premiar tu valentía y fidelidad.” Antifolo le dijo, “Señor duque, sólo cumplí con mi deber.” El
duque le dijo, “Voy a darte como
recompensa una esposa bella y rica. Te casarás con Adriana, la joven más
hermosa de Éfeso.” Antífolo se casó con Adriana, la que como único defecto,
tenía unos celos enfermizos. Un día, Adriana dijo a Antifolo, “¿Vas a salir? Seguro irás a visitar a otra
mujer, porque tú me engañas, lo sé.” Antifolo le dijo, “Adriana, tus reproches no tienen ninguna
justificación. Jamás te he engañado.” Adriana le dijo, “¡Mientes! Ya no eres el mismo. No me dices que me amas, ni que soy
hermosa.” Antifolis dijo, “Sí te lo
digo, me respondes que trato de ocultar alguna falta, que me siento culpable.”
Adriana le dio la espalda y le dijo, “Así
es, tú nunca me has querido. ¡Ah, quiero morir para no sufrir tu indiferencia!”
Antifolo le dijo, “¡Estás loca! Te
aseguro que si continúas con tus celos, me iré para siempre.” Adriana le
dijo, “¡Eso es lo que quieres! ¡Te juro
que si te vas, me mataré!” Antifolo pensó, “¡Es insoportable! Si no la amára, ya la habría abandonado.” Esa
mañana, Antifolo de Éfeso, abandonó furioso su casa, sin imaginar que el
destino llevaría a la ciudad a su padre, y a su hermano. Horas después, cuando Antífolo de Siracusa paseaba por las calles, y pensando que encontraba a su esclavo, vio
a Dromio de Éfeso, y le dijo, “Dromio, ¿Qué
haces aquí?” Dromio le dijo, “La
señora me mandó a buscarle. Dice que vaya a comer, pues hace mucho que le
espera.” Antifolo de Siracusa dijo, “¿Qué
dices? Te pedí que ordenaras mi ropa y guardaras el dinero, no que salieras a
pasear.” Entonces Dromio, pensando que era su ámo dijo, “Señor, vamos. La señora se enojará.” Antifolis
se extrañó y dijo, “¿Qué señora?”
Dromio dijo, “¿Cómo que señora? ¡Su
esposa!” Antifolis de Siracusa dijo, “¡Dromio,
estás loco! ¡No tengo esposa! Bien lo sabes, y no me da la gana comer ahora.”
Dromio al ver a quien creia ser su ámo, pensó, “¿Bromea? Es mejor que lo convenza que vaya a la casa, o la señora se
enfurecerá.” Dromio le dijo, “Señor,
venga conmigo. La señora y su hermana aguardan, y usted sabe que…”
Antifolo lo interrumpió y dijo, “¡Basta,
te he dicho que no tengo esposa!” Dromio insistió, y dijo, “Pero señor…” Antifolo comenzó a
golpearlo. Dromio exclamó, “¡Ay, ay!” Antifolo le dijo, “No voy a soportar más tus
tontas bromas.” El pobre Dromio de Éfeso,
después de recibir varias patadas y puñetazos, vió desde lejos entrar a su ámo,
en la posada. Dromio pensó, “¿Qué le
sucederá? La señora montará una cólera cuando lo sepa.” Con toda la rapidez que le permitían sus
piernas, Dromio regresó a la casa. Adriana dijo, “¿Qué? ¿Se niega a venir y dice que no tiene esposa?” Dromio dijo, “Así es señora, después de pegarme, se fue a
una posada…” Adriana dijo, “¡Ah, no! Esto
no lo voy a permitir. Yo misma iré por él.” Luciana, su hermana, quiso
detenerla y le dijo, “¡Adriána espera!”
Luciana agregó, “Tú tienes la culpa. A
todas horas discutes con tu marido. Tus celos son absurdos.” Adriana le
dijo, “¡Absurdos! Niega estar casado
conmigo…tengo que buscarlo o no regresará más.” Poco después, uno de los
sirvientes de Adriana, habia traído a Antífolo de Siracusa a casa de Adriana.
Antifolo decia, “Se lo juro, señor, no
me he movido de aquí, no comprendo de qué me habla.” Entonces Adriana dijo,
“Antifolis, ¿cómo te has atrevido a decir
que no soy tu esposa?” Adriana se acerco a Antifolis, y le dijo, “Quieres dejarme…¡Pobre de mí! ¡Yo te quiero
tanto y tú…!” Antifolo la miraba extranado. Adriana se acercó a abrazarlo
y le dijo, “No creo merecer esto. Yo que
siempre te complazco… ¡Oh, esposo mío!” Antifolo le dijo, “Señora, usted se equivoca, yo no la
conozco.” Adriana le dijo, “¡No digas
eso! ¿Acaso no te das cuenta cómo sufro? Estás enojado y por eso…”
Antifolo dijo, “Se lo júro, es la
primera vez que la veo. Acabo de llegar a Éfeso y…” Adriana se asió de su
cintura y dijo, “Me tratas de castigar. Ven
conmigo a casa, o moriré a ahora mismo.” Antífolo no entendía y dijo, “Pero…” Adriana le tomó la mano y dijo, “¡Vamos, allá hablaremos! ¡No puedo soportar
más! Tanto que te quiero y tú me haces esto…” Antifolo pensó, “Está loca, si no voy con ella, armará un
escándalo.” Sin saber cómo salir de líos, la siguió. Adriana y Antifolo eran
llevada por ocho sirvientes. Dromio la seguia caminando, pensando, “¿A dónde llevará esta mujer a mi ámo? Es
mejor que vaya detrás de él.” Cuando llegaron a la casa, Dromio penso, “¡Qué mansión! No comprendo por qué esa dama
dice que mi ámo es su esposo.” Entonces de repente una mujer dijo a Dromio,
“¿Dromio, dónde andabas? ¡Ven acá!” Dromio
quedó extrañado. Enseguida, la mujer agregó, “¡Te guardé un buen pedazo de pollo asado, que ya se enfrió por tu
tardanza!” Dromio exclamó, “¿Qué?”
La mujer era Isabel, sirvienta de la casa, y esposa de Dromio de Éfeso. Ante la
extrañeza de Dromio, Isabel le dijo, “¿Por
qué pones esa cara? Vamos a la cocina, debo servir a los ámos, y tú tendrás que
esperar.” Dromio penso, “Bueno, si mi
ámo está adentro, porqué yo no.” En esos momentos, la sorpresa y el asómbro
de Antífolo aumentaban, pues Luciana le decia, “Cuñado, ten paciencia. Sé que sus celos la pone insoportable, pero Adriana
te quiere mucho.” Antifolo no cabia en su asombro. Luciana agregó, “Yo tráto de que cámbie, pero no es fácil.”
En ese momento llegaba Adriana, diciendo, “Ven,
amor mío. Pasemos al comedor.” Adriana se recostó en el piso, frente a él, bebiendo
en una copa dijo, “Querido mío, hice
preparar tus platillos favoritos. Ninguna otra mujer se preocupará de ti como
yo.” Antifolo pensó, “¿Estaré
soñando? Una me llama cuñado, y la otra, marido. ¡No entiendo nada!” Por su
parte, Dromio no la pasaba mejor. Isabel discutia con Dromio, diciendo, “Tú no me vas a hacer sufrir, como el ámo a
la señora, Dromio. Soy tu esposa, y tienes que respetarme.” Dromio dijo, “¡Mi esposa! ¡Dios me libre! Nunca me he
casado, y no pienso hacerlo.” Isabela se enfureció, y le dijo, “¿Qué dices?” Dromio pensó, “Ésta mujer no está en sus cabales. Es mejor
que le siga la corriente.” Al terminar con la comida, Antifolo se sentía
más y más perplejo, y dijo a Adriana, “Tengo
que salir.” Adriana lo abrazó, y le dijo, “¿Regresarás pronto? Dime que no tardarás.” Antifolo dijo muy
serio, “Sí…claro…lo haré…” Adriana
acercó su boca a la de Antifolo, y le dijo, “Así me gusta. Te esperaré ansiosa.” Dromio también escapó en
cuanto le fue posible, y se reunió con su ámo, diciendo, “Señor, ¿Qué está sucediendo? No comprendo nada.” Antifolo le dijo, “Yo tampoco Dromio, pero creo que…” En
ese momento llegó un hombre, y le dijo a Antifolis, “¡Qué bueno que lo encontré, señor Antifolo! Aquí está la cadena que
me encargó.” Antifolis se extrañó, y le dijo, “¿Qué cadena?” El hombre mostró la cadena, y dijo, “Ésta, espero que sea de su agrádo.” Antifolo dijo, “Pero yo…” Sin esperar, el
joyero se alejó. Entonces Antifolo dijo, “Dromio,
esto es demasiado. En ésta ciudad todos están locos, o yo he perdido la razón.”
Dromio dijo, “Señor, tengo la misma duda.”
Antifolis dijo, “Ve a la posada, y lleva las
cosas al primer barco que encuentres. No nos quedaremos más en este lugar.”
Dromio dijo, “Excelente idea, señor. Lo aguardaré
en el puerto.” Cuando Antífolis les quedó solo, un hombre mayor se acerco a
él, y le dijo, “¿Qué tal Antifolo?” Antifolo se extrañó, pues no conocía al hombre, quien dijo, “Me alegro de verte. Toma el dinero que me prestaste, gracias. Me
sacaste de un gran apuro.” Antífolo ni siquiera fue capaz de replicar,
pues el asómbro se lo impedía. Enseguida, llegaba otro hombre diciendole, “Señor, venga. Llegó la tela que me encargó.
Éntre a mi edificio y le tomaré las medidas ahora mismo para la túnica.”
Antifolo dijo, “¡Esto es demasiado! Creo
que todos se burlan de mí.” Entre tanto, Egeón era abordado por tres
soldados, uno de ellos le dijo, “¡Ah,
aquí estás! Quedas detenido por deudas.” Egeón dijo, “Esperen, yo pagaré, se los asegúro…” En ese instante, el
desesperado hombre vió a Antifolis de Éfeso, “Señor, págueme la cadena que le entregué para que yo pueda saldar una
deuda.” Antifolo de Éfeso le dijo, “¿Qué
cadena?” El hombre le dijo, “La que usted
me encargó, y le entregué hace unos minutos.” Antifolo de Éfeso le dijo, “¡Pillo, tú no me has dado nada!” El
hombre se enojó, y le dijo, “¿Me quiere
estafar? ¡La cadena era de oro puro! Yo confié en usted y se la entregué me
está robando.” Antifolo de Éfeso dijo, “¿Te
atreves a llamarme ladrón, a mí que soy un ciudadano respetable?” El hombre
respondio, “¡Ladrón y sinvergüenza!” Antifolo de Éfeso respondió, “Te voy a…” Los
dos solados tuvieron que intervenir y detenerlos, y uno de los soldados dijo, “¡Basta de escándalo! Irán los dos a la
cárcel, y no saldrán de allí, hasta que esto se aclare.” Antifolo de Éfeso
dijo, “¡Que justicia! ¡No iré a prisión!”
Cuando iba camino a la cárcel, Antifolo de Éfeso, mientras era llevado por el
soldado, vio a Dromio y le dijo, “¡Dromio
gracias a los dioses que andabas por aquí! Ve a la casa, y pide dinero a Adriana.
Prefiero pagar lo que no debo, a ir a la cárcel.” Dromio de Siracusa dijo, “Ámo, ¿Usted quiere que yo regrese a esa casa?”
Antifolis de Éfeso dijo, “Obedece o me
encerrarán. ¿Qué te sucede? ¡Muévete!” Dromio de Siracusa dijo, “Está bien, no se enoje.” Cuando iba caminando,
Dromio de Siracusa pensó, “No lo entiendo,
quiere que le pida dinero a esa mujer, que dice ser su esposa…” Dromio
cumplió la orden, y cuando se dirigía a la cárcel, encontro a Antifolo de
Siracusa, y le dijo, “Ya tengo el dinero,
señor, pero, ¿Cómo escapó de los soldados?” Antifolo de Siracusa le dijo, “¿De qué hablas?” Dromio de Siracusa le
dijo, “Después de su arresto, ¿acaso se
dieron cuenta que usted era inocente?” Antifolo de Siracusa le dijo, “¡Has perdido la razón! La estadía en esta
ciudad, se enfermó. Aquí todos están locos.” En ese momento, escucharon la
voz de una mujer, “¡Antifolis!” Antifolo de Siracusa volteó, y dijo, “¡Oh no! ¿Qué
querrá esa mujer?” La mujer se acerco y dijo, “¿Ya fuiste a buscar la cadena que me prometiste?” Antifolo le
dijo, “Usted se equivoca, yo…” La
mujer le dijo, “¿No recuerdas? Hoy,
cuando comimos juntos, dijiste que me darías una cadena de oro por el anillo.”
Antifolo de dijo, “Perdón, pero yo jamás
he comido con usted.” La mujer dijo, “¿Cómo
no? ¡Me engañaste! Si no me das la cadena, devuélveme el anillo que te entregué.”
Antifolo le dijo, “¿Cuál anillo?”
La mujer dijo, “¡Es el colmo! O me lo das
o…” Antifolo dijo, “¡Usted está loca!
No se acerque. Es una bruja que quiere confundirme…¡Vámonos Dromio!” Cuando
ambos partieron, lam mujer penso al verlos partir, “¿Loca yo? Él es el demente. No se burlará de mí; ¡Ahora mismo iré a
ver a su mujer!” Poco después, Adriana recibia a la mujer, diciendo, “¿Que mi marido está loco? ¿Cómo se atreve?”
La mujer dijo a Adriana, “Lo acabo de ver
y dice no conocerme, y niega que me ofreció cambiar un anillo por una cadena de
oro.” Tras escuchar eso, Adriana pensó, “También
negó conocerme a mí. Estuvo muy raro a la hora de comer…¿Será posible que haya
perdido la razón?” Apenas la mujer se marchó, llegó Antifolo de Éfeso,
llegó con los soldados, gritando, “¡Adriana!
¿Por qué no me enviaste el dinero que te mandé pedir? ¿Querías que me dejaran
para siempre en la cárcel?” Adriana llena de confusión, solo dijo, “Pero sí…” Antifolo dijo, “¡No eres una buena esposa! ¡Tú misma
debiste llevarlo!” Adriana lo vió, y pensó, “No hay duda que estás loco. Le envié el dinero y ahora viene a
pedirlo nuevamente. Es mejor que se lo vuelva a dar.” Antifolo pagó el
soldado y se retiro a su habitación. Enseguida, Adriana reunió a su servidumbre,
y les dijo, “Ustedes son mis criados de
confianza. Mi esposo ha enloquecido. Átenlo y luego llévenlo a la habitación
del fondo.” De inmediato, los criados cumplieron la orden. Cuando los
criados tomaron a Antifolo, este comenzó a gritar, “¿Qué hacen? ¿Cómo se atreven? ¡Adrianaaaa!” Adriana le dijo, “Cálmate, pronto vendrá el médico.”
Antifolo comenzó a gritar, “¡Mujer
ordena que me suelten o te arrepentirás! Tus celos te llevan a hacer toda clase
de tonterías.” Adriana le dijo, “Vamos,
ya te repondrás. ¡Llévenselo!” Mientras los soldados lo sujetaban, Dromio
dijo, “Mi señora, ¿Por qué trata así al ámo?” Adriana dijo, “Ha perdido la
razón, Dromio. Hoy negó ser mi esposo, y a la hora de comer, insistió en que no
me conocía.” Entonces Dromio le dijo, “¡Pero
si no comió aquí! Estaba tan enojado, porque ustedes lo cela, que lo hizo en
casa de…” Adriana se enojó y le dijo, “¡Dromio,
¿Tú también? ¡Ámo y criado se han vuelto locos!” A pesar de sus protestas, Dromio
corrió la misma suerte que su ámo. Asi, ambos fueron encerrados en la misma
celda. Entonces Antifolo dijo, “Dromio, ¿Qué
sucede? Los celos trastornaron a Adriana.” Dromio le dijo, “Asegura que usted comió aquí hoy. Señor, ¿Qué
va a ser de nosotros?” Antifolo le dijo, “Tratemos de escapar. Intenta desamarrar mis manos.” Dromio le
dijo, “Ojalá lo logre, porque le aseguro
que tengo mucho miedo cuando las mujeres se enojan.” Mientras tanto, uno de
los sirvientes llegó con Adriana, diciendo, “¡Señora…señora…el
ámo y Dromio escaparon! Ellos pasean muy tranquilos cerca de aquí.” Adriana
le dijo, “¿Escaparon? Hay que traerlos de
regreso. Son un peligro sueltos.” Adriana, su hermana, y los criados,
corrieron a la calle. Una vez que los hubieron divisado, Adriana gritó, “¡Allí están!” El grupo se acercó a
ellos, y entonces Adriana les dijo, “¡Antípolo!
¡Dromio! ¿Cómo se han atrevido?” Entonces, Antifolo de Siracusa gritó, “¡Esa mujer otra vez! ¡Corramos, Dromio!” Mientras
aquellos huían, Adriana gritó a sus sirvientes, “¡Que no se escapen! ¡Deténganlos!” Mientras huian, Antifolo de
Siracusa dijo, “¿Dónde podemos
escondernos? ¡Ay Dromio, estamos perdidos!” Dromio lo guió y le dijo, “Señor, por esta puerta.” Como una
tromba, entraron en el lugar. Era un edificio donde estaban unas mujeres. Entonces,
al verlos, una de ellas dijo, “¿Quiénes
son ustedes?” Antifolo dijo, “¡Por
piedad, ayúdenos! Nos persigue una mujer demente.” La mujer lo escuchó
atentamente. Antifolo dijo, “Insiste en
que soy su marido, y ahora quiere hacerme detener por sus criados. ¡Por favor,
déjenos quedar aquí, mientras se va!” La mujer dijo, “Tranquilos. No saldrán de este lugar, hasta que yo sepa cuál es la
verdad de este asunto.” Apenas entraron al edificio, llegó una sirviente
mujer, diciendo, “Señora, una mujer muy
enojada dice que su marido está aquí, y que viene a buscarlo.” Antifolo dijo, “¡Es ella! ¡Por todos los dioses
del Olimpo, no permita que nos vea!” La mujer dijo, “Iré a hablar con ella, ustedes no se preocupen.” Antifolo dijo,
“¡Ay, señora, tenga cuidado, es una loca
furiosa!” Momentos después, la dama escuchaba la historia. La mujer dijo a
Adriana, “¿Por qué causa tu marido perdió
la razón?” Adriana le dijo, “Creo que
porque ama a otra mujer… ¡Él me engaña, siempre lo ha hecho!” En las
palabras de Adriana, se reflejaban los celos enfermizos que sentía Adriana, y la señora decidió confirmarlo, y dijo, “¿Tú le regañabas por eso?” Adriana le
dijo, “¡Ciertamente, a toda hora siempre
le recordaba su infidelidad!” Adriana continuo, “Él lo negaba, claro! Pero yo lo sé. Áma a otra, y por ello se volvió
loco de amor y remordimiento.” La mujer dijo a las hermanas, “Pobre hombre, no tenía un instante de
tranquilidad. Tus celos son los causantes de su enfermedad.” Adriana dijo, “No, yo solo le decía lo malo y vil que era,
por fijarse en otras mujeres.” La mujer dijo, “El venenoso clamor de una mujer celosa, es mortífero. Tú tienes la
culpa de lo que le sucede a tu marido!” Adriana se sintio mal, y despues de
recapacitar dijo, “¡Oh, yo…! Quizás usted
tiene razón. No lo haré más. Lo llevaré a casa y lo cuidaré.” Pero la mujer
dijo, “No, ese pobre se quedará aquí, y
cuando esté completamente curado, se irá.” Adriana se enojó y le dijo, “¡Es mi marido! Usted no puede…” La
mujer le dijo, “Él buscó refugio en este
lugar, y no desea verte. Si te lo llevas, su estado puede agravarse. ¡Ahora
vete!” Adriana le dijo, “¡Reclamaré
ante las autoridades! ¡Soy la única con derecho para cuidarlo!” Y mientras Adriana
alegaba furiosa, una procesión avanzaba en las calles de la ciudad. Al frente
de la procesión iba Egeónte, acompañado de varios soldados, y atrás iba el duque,
quien era cargado por un grupo de solados en su silla. Dos ciudadanos miraron
la escena, comentaron entre sí, “¿Qué
sucede?” El otro ciudadano le contestó,
“Un siracusano va a ser ejecutado. No pudo reunir el dinero para pagar la multa.”
Como era la costumbre, el duque asistía a la ejecución. Desde las alturas
de su silla, el duque dijo, “Laménto que
éste hombre vaya a morir, pero no puedo hacer nada por él. Sería faltar a mis
leyes.” En ese momento llegaba Adriana, acompañada de su hermana, gritando, “¡Justicia! ¡Justicia pido a todos los
dioses!” El duque dijo, “¿Qué le
sucede a esa mujer?” En medio de sus lamentos, Adriana se arrodilló, y vió
al duque, y le dijo, “¡Señor duque
justicia! Mi marido perdió la razón, entró en esta casa, y su dueña no me lo
quiere entregar.” Al mirarla, el duque dijo, “¡Adriana, la esposa de Antifolo!” En ese momento, llegó
Antifolo, diciendo, “¡Señor duque,
justicia! ¡La mujer que me dio por esposa, me encerró con mi criado, alegando
que estoy loco! Fui atado como un delincuente. Dromio y yo logramos escapar,
ahora le pido que…” Al verlo, Adriana le dijo, “Pero si tú estabas escondido en…” En ese momento Egeónte reconoció a
Antifolis y dijo, “¡Hijo mío! ¡Hijo de mi
corazón!” Antifolis exclamó, “¡Queeee!”
Egeónte exclamó, “¡Por fin te encuentro,
hijo de mi alma! ¡Los dioses me permiten que salves a tu padre!” Antifolis
dijo, “¿Mi padre? ¡Usted no es mi padre!”
Egeónte se acercó a él, y le dijo, “Antípolis,
¿Será posible que me niegues, tú mi hijo te avergüenzas de mí? He recorrido
medio mundo buscándote.” Egeónte agregó, “Gasté
todo mi dinero, y ahora no tengo con qué pagar la multa. Al verte pensé que…”
Antifolo dijo, “¿Que yo la pagaría? ¡Ni
lo sueñe! ¡Es demasiado, hasta se atreve a decir que soy su hijo, para
conseguirlo!” Egeónte exclamó lleno de dolor, “Pero…¡Oh dioses! ¿Por qué no me dan otro dolor? ¡Mi hijo ya no me
reconoce!” Entonces Antifolis dijo al duque, “No es mi padre. Yo soy huérfano, señor duque, usted lo sabe.” Entre
tanto, en el interior de la casa, la mujer dialogaba con Antifolo y Dromio de
Siracusa, “El duque está afuera, vengan. Hablaré
con él, y le explicaré lo que sucede.” Se abrio la puerta y todos se llenaron
de asómbro. Todos exclamaron “¡Oooooooh!”
Antifolo de Éfeso exclamó, “¿Qué
significa esto? ¡Ese hombre es igual a mi!” Antifolo de Siracusa, abrazó a
Egeónte, diciendo, “¡Padre! ¡Padre mío!”
El duque dijo, “¡Antifolo…estoy viendo
doble!” Por su parte, ante la extrañeza de Adriana, Dromio de Éfeso se
acercó a Dromio de Siracusa, y le dijo, “¡Ay,
yo no soy yo yo…estoy aquí!” El único que mantuvo la calma, fue el duque,
quien al ver tal escena dijo, “Creo que
se acaba de aclarar todo, y se ha confirmado la historia que éste hombre me
contó ésta mañana.” Egeónte dijo, con lagrimas en sus ojos, “Sí señor duque.” Enseguida, Egeónte miró
entre la multitud a una mujer, y dijo, “¿Helena,
Elena eres tú?” La mujer dijo, “¡Egeónte!”
Ambos hermanos se enfrentaron. Antifolo de Êfeso, dijo a su hermano, “¿Quién eres tú?” Su hermano gemelo le
contestó, “Antipolis de Siracusa. Tú eres
mi hermano. Te he buscado durante años, y por fin te encuentro, al igual que a
nuestra madre.” Antifolo de Éfeso se acercó a Egeónte, y besando su mano
dijo, “Entonces, ¡Él es mi padre y yo lo
he negado!” Antifolo de Siracusa dijo, “No
lo sabías, hermano. Estoy tan feliz. Nuestra familia unida como siempre lo soñé.”
Poco después, Egeón dialogaba con Helena, “Helena, ¿Por qué no regresaste a Siracusa?” Helena le dijo, “Después que los pescadores se llevaron a Antifolis
y a Dromio, por muchos días vagué desesperada.” Helena hizo una pausa y
continuó, “Estaba segura que tú y los
otros dos niños, habían muerto, y sentía que ya no tenía nada por qué vivir. No
sé cómo llegué a ésta casa, donde se albergaban mujeres que solo desean
encontrar resignación y paz.” El duque dijo, “Me da gusto que hayas encontrado a tus seres queridos, Egeón. Confío
que aclarados los malos entendidos, ya no habrá problemas.” Adriana dijo, “Así será, señor duque. Prometo no volver a
celar a mi marido. ¿Cuál de ustedes es? Estoy confundida.” Los Dromios
también se sentían felices de haberse encontrado. Uno de ellos dijo, “¡Ja, Ja, Ja! Te miro y me parece estar
frente a un espejo.” El otro
dijo, “¡Ja! Hermano, te felicito. Eres
muy apuesto, me gustaría parecerme a ti. ¡Ja, Ja, Ja!” Días después Helena
y Egeónte se instalaban en una hermosa casa en Éfeso. Egeónte dijo, “Agradezco a los dioses por tenerte a mi
lado los años que me quedan, Helena.” Elena le dijo, “Hemos sido premiados, Egeón. Tenemos a nuestros hijos, que nos quieren,
y se quieren como si nunca nos hubiéramos separado.” Meses después, Antífolo de Siracusa se casó con Luciana, la hermana de Adriana. Antífolo de Éfeso
dijo, “Estoy seguro que serán tan
dichosos como nosotros, querida mía.” Luciana le dijo, “Se los deseo de todo corazón. Luciana tendrá un buen marido, pero
nunca como mi adorado Antipolo.” Adriana lo besó. Los consejos de Helena
habían hecho cambiar a Adriana, quien olvidó sus celos. Aunque los errores
quedaron aclarados, nunca dejaron de ocurrir incidentes, cuando la gente
confundía a los Antífolos, y a los Dromios, o se imaginaba que estaba viendo
doble.
Tomado
de, Novelas Inmortales, Año XIV, No.
686, Enero 9 de 1991. Guión: Herwigo Comte, Adaptación: Remy Bastien. Segunda
Adaptación: José Escobar.
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