Daisy Miller, es una novela de Henry James,
que apareció por primera vez en, Cornhill
Magazine, en junio-julio de 1878, y en forma de libro al año siguiente. La novela retrata
el cortejo de la hermosa chica americana, Daisy Miller, por Winterbourne, un sofisticado
compatriota de ella. El cortejo se ve obstaculizado por la coquetería de ella, la cual es mal vista por los otros expatriados norteamericanos, cuando se
reúnen en Suiza e Italia.
Annie “Daisy” Miller, y
Frederick Winterbourne, se encuentran por primera vez en Vevey, Suiza, en un
jardín del gran hotel donde Winterbourne está supuestamente vacacionando de sus
estudios, aunque se rumora que en realidad está enamorado de una señora
mayor. Ambos son presentados por Randolph Miller, el hermano menor, de 9 años de edad
de Daisy. El pequeño Randolph considera que su ciudad natal, Schenectady, Nueva York, es absolutamente
superior a toda Europa. Daisy, sin embargo, está absolutamente encantada con el
continente, especialmente con la alta sociedad donde desea entrar.
Al principio, Winterbourne está confundido por la actitud de Daisy Miller, y
aunque está enormemente impresionado por su belleza, pronto determina que no
es más que una joven coqueta. Winterbourne continúa su cortejo con Daisy, a
pesar de la desaprobación de su tía, la señora Costello, quien desprecia a cualquier
familia que tenga una relación tan cercana con su secretario familiar, como es el caso de los Miller, quienes tienen una relación asi, con Eugenio, secretario de la familia Miller.
La señora Costello también piensa que Daisy es una chica descarada, por haber accedido a la invitación de Winterbourne de visitar el, Château de Chillon, después de que ambos apenas se habían conocido hace sólo media hora. Al día siguiente, los dos viajan a Château de Chillon, y aunque Winterbourne ha pagado al portero por privacidad, Daisy no está completamente impresionada. Al día siguiente, Winterbourne le informa entonces a Daisy que se tiene que ir a Ginebra. Daisy se siente decepcionada y se burla de él, eventualmente pidiéndole que la visite en Roma, a finales de ese año.
La señora Costello también piensa que Daisy es una chica descarada, por haber accedido a la invitación de Winterbourne de visitar el, Château de Chillon, después de que ambos apenas se habían conocido hace sólo media hora. Al día siguiente, los dos viajan a Château de Chillon, y aunque Winterbourne ha pagado al portero por privacidad, Daisy no está completamente impresionada. Al día siguiente, Winterbourne le informa entonces a Daisy que se tiene que ir a Ginebra. Daisy se siente decepcionada y se burla de él, eventualmente pidiéndole que la visite en Roma, a finales de ese año.
En Roma, Winterbourne y Daisy se reúnen de forma inesperada en el salón
de la señora Walker, una expatriada estadounidense. Los valores morales de la
señora Walker, se han adaptado a los de la sociedad italiana. Rumores sobre
reuniones de Daisy con jóvenes caballeros italianos, la hacen socialmente recusable
bajo estos criterios. Winterbourne se entera de la creciente intimidad de Daisy
con un cuestionable joven italiano de la sociedad, Giovanelli, así como el
creciente escándalo provocado por el comportamiento de la pareja. Daisy no se
deja intimidar por el recházo abierto de los otros estadounidenses en Roma, y
su madre parece bastante inconsciente de las tensiones subyacentes.
Winterbourne y la señora Walker, intentan persuadir a Daisy que se sepáre de
Giovanelli, pero ella se niega cualquier ayuda que le ofrecen.
Una noche, Winterbourne toma un paseo por el Coliseo y ve a una pareja
de jóvenes sentados en el centro. Se da cuenta de que son Giovanelli y Daisy.
Winterbourne, enfurecido con Giovanelli, le pregunta cómo podía atreverse a llevar
a Daisy a un lugar donde se corre el riesgo de contraer la “fiebre romana.” Daisy dice que no le importa, y Winterbourne los
deja. Daisy se enferma y muere a los pocos días.
Temas Clave
Esta novela sirve como una descripción psicológica de la mente de una
mujer joven, y como un análisis de los puntos de vista tradicionales de una
sociedad en la que ella es una persona claramente extraña. Henry James utiliza la
historia de Daisy para discutir, lo que él cree, piensan los europeos y los estadounidenses, los unos de los otros, y más en general, para mostrar los prejuicios comunes en
cualquier cultura. En una carta, James dijo que Daisy fue víctima de un “juego social” que va tanto por encima
de su cabeza, como por debajo de su atención.
Los nombres de los personajes también son simbólicos. Daisy, o Margarita,
es una flor en plena floración, sin inhibiciones y en la primavera de su vida.
Daisy contrasta bruscamente con Winterbourne. Las flores mueren en invierno, y
esto es precisamente lo que ocurre con la Daisy, después de su contagio con la
fiebre romana. Como un objetivo análogo de esta realidad psicológica, Daisy se
infecta de la fiebre romana, la malaria, que era endémica en muchos
barrios romanos en el siglo 19.
La cuestión de la novela gira en torno a la “inocencia” de Daisy, a pesar de su comportamiento aparentemente
escandaloso.
Daisy Miller llega al mundo formal de Frederick Winterbourne, de la
misma forma en que un ángel llega a una Anunciación, tanto como una promesa, como
un desafío. Desde su primera reunión en Vevey, hasta la conclusión dramática de
la historia en Roma, el interés de Winterbourne por Daisy está sujeto a la
censura constante de su, cuidadosa y “exclusiva” tía, la señora Costello, y su forensemente respetable círculo social: la chica, “no
es buena,” dicen, ella está demasiado familiarizada con el secretario de su
familia, se le ha visto en situaciones inapropiadas con dudosos jóvenes “caballeros,” y Winterbourne haría claramente
bien en distanciarse, antes de que se desarrólle el escándalo inevitable.
A primera vista, parece que Winterbourne está realmente dividido entre el apego romántico, y su entorno social sofocante, pues pudo haberse comprometido con ella, y no hacer un infrecuente estudio sobre el amor frente a las convenciones; Sin embargo, la aguda observación de James, revela algo más profundo que eso, porque aunque Winterbourne se quejaba de los ataques de su tía, sobre el personaje de Daisy, Winterbourne reconce que Daisy es inculta, pero no está dispuesto a aceptar que Daisy sea la mujer reprobada, por la que todo el mundo entero ha decidido confundirla. Winterbourne resulta más aliviado que decepcionado, cuando se da el encuentro nocturno con la chica y su pretendiente Giovanelli, lo que parece demostrarle que la señora Costello estaba en lo correcto:
“Winterbourne se detuvo, con una especie de horror, y, hay que añadir, con una especie de alivio. Era como si una iluminación repentina hubiera brillado sobre la ambigüedad de la conducta de Daisy, y el crucigrama se había convertido en fácil de leer. Ella era una joven a quien un caballero, ya no necesitaba sentir el dolor de respetar.” Aunque el acto final de la novela todavía tiene que desarrollarse, no podemos dejar de concluir que la verdadera tragedia se encuentra aquí, en el alivio de Winterbourne.
A primera vista, parece que Winterbourne está realmente dividido entre el apego romántico, y su entorno social sofocante, pues pudo haberse comprometido con ella, y no hacer un infrecuente estudio sobre el amor frente a las convenciones; Sin embargo, la aguda observación de James, revela algo más profundo que eso, porque aunque Winterbourne se quejaba de los ataques de su tía, sobre el personaje de Daisy, Winterbourne reconce que Daisy es inculta, pero no está dispuesto a aceptar que Daisy sea la mujer reprobada, por la que todo el mundo entero ha decidido confundirla. Winterbourne resulta más aliviado que decepcionado, cuando se da el encuentro nocturno con la chica y su pretendiente Giovanelli, lo que parece demostrarle que la señora Costello estaba en lo correcto:
“Winterbourne se detuvo, con una especie de horror, y, hay que añadir, con una especie de alivio. Era como si una iluminación repentina hubiera brillado sobre la ambigüedad de la conducta de Daisy, y el crucigrama se había convertido en fácil de leer. Ella era una joven a quien un caballero, ya no necesitaba sentir el dolor de respetar.” Aunque el acto final de la novela todavía tiene que desarrollarse, no podemos dejar de concluir que la verdadera tragedia se encuentra aquí, en el alivio de Winterbourne.
Evaluación Critica
Daisy Miller, fue un éxito popular inmediato y generalizado para James, a pesar de algunas críticas que afirmaban que la historia era, “un atropello a niñez de Norteamérica.”
La historia sigue siendo una de las obras más populares de James, junto con, La Vuelta de
Tuerca, y El Retrato de una Dama.
Los críticos en general, han elogiado la frescura y el vigor de la narración.
En 1909 James revisó Daisy Miller ampliamente para el, New York Edition. Él cambió el tono de
la historia, pero algunos sienten que robó
a la versión original su color y su inmediatez.
Trabajos Derivados
James
convirtió su historia en una obra de teatro que no pudo ser producida. Publicó
la obra de teatro en, The Atlantic
Monthly en 1883, y se anotaron muchos cambios con respecto a la historia
original. En particular, se insertó un final feliz, para complacer lo que, James creía, que eran las preferencias
de los amantes del teatro.
Daisy Miller
de Henry James
En la pequeña ciudad suiza de
Vevey, se iniciaba ya la afluencia de turistas, tal como sucedía año con año en
el mes de junio…De entre el maravilloso paisaje de casas acústicas de madera,
sobresalía el gran hotel, ubicado a orillas de un hermoso lago, el cual era el
alojamiento elegido por los viajeros de posición acomodada. Un apuesto
caballero norteamericano, acababa de llegar al lujoso lugar. Mientras bajaba
del carruaje pensó, “Ahora entiendo a mi
tía. Vevey es el sitio ideal para descansar.”
Una hora más tarde, su tía lo recibía, diciendo, “¡Qué bueno que estás aquí, hijo!” Su sobrino le dijo, “¡Sabes que siempre páso mis vacaciones a tu lado, y que me reúno contigo en cualquier lugar del mundo en que te encuentres!” Su tía dejó escapar unas lágrimas, diciendo, “¡Tú eres el único que en verdad me quiere!” El sobrino la abrazó, diciendo, “¡No debes llorar por tus ingratos hijos!” Ella le dijo, “Los dos que viven en Nueva York, jamás dan respuesta a mis cartas, y el menor ahora se encuentra vacacionando en Hamburgo. Él se fue hasta allá para no encontrarse conmigo, ya que antes de mi llegada ocupaba esta misma habitación.” El sobrino dijo, “¡Dejémos las cosas tristes!¿Me dejarás morir de hambre, acaso?” Ella dijo, “¡Claro que no! Pediré que suban la comida a mi comedor.”
Una hora más tarde, su tía lo recibía, diciendo, “¡Qué bueno que estás aquí, hijo!” Su sobrino le dijo, “¡Sabes que siempre páso mis vacaciones a tu lado, y que me reúno contigo en cualquier lugar del mundo en que te encuentres!” Su tía dejó escapar unas lágrimas, diciendo, “¡Tú eres el único que en verdad me quiere!” El sobrino la abrazó, diciendo, “¡No debes llorar por tus ingratos hijos!” Ella le dijo, “Los dos que viven en Nueva York, jamás dan respuesta a mis cartas, y el menor ahora se encuentra vacacionando en Hamburgo. Él se fue hasta allá para no encontrarse conmigo, ya que antes de mi llegada ocupaba esta misma habitación.” El sobrino dijo, “¡Dejémos las cosas tristes!¿Me dejarás morir de hambre, acaso?” Ella dijo, “¡Claro que no! Pediré que suban la comida a mi comedor.”
Una semana después de su
llegada, el joven Winterbourne caminaba por la pequeña ciudad, pensando, “¡Pobre de la tía, no han dejado de
aquejarla sus graves dolores de cabeza! Aunque no me gusta pasear solo, debo
confesar que la paz de este lugar me agrada y me invita a reflexionar. ¡Y al
hacerlo me encuentro tan solo como lo está mi pobre tía!” El joven Winterbourne vivía en Nueva York, donde trabajaba como importante diplomático del
ministerio de relaciones del exterior. El joven siguió pensando, “Después de la muerte de mis padres,
encontré afecto en ella, y ese sentimiento se volvió recíproco. ¡En cuanto
amores, la verdad es que solo he tenido amoríos!” Lo cierto es que, no
obstante el pesimismo mostrado, el joven norteamericano contaba con el aprecio
de la gente que lo rodeaba, pues poseía un carácter amable y era muy buen
compañero.
Un día, caminando por la
pequeña ciudad, el joven Winterbourne saludó a dos damas, diciendo, “¡Buenos días, señoritas!” Cuando Winterbourne avanzó y de distanció de ellas, una de ellas dijo, “¡Es el sobrino de la señora Castello!”
La otra dama dijo, “Sin duda se trata de
un gran partido…” La primera dijo, “Sí,
pero al parece a él no le interesa más que enredarse con mujeres casadas!”
La otra dijo, “¡Oh, es una verdadera
lástima!” A su regreso al hotel, Winterbourne se dispuso a caminar por la terraza, y
pensó, mientras encendía un cigarrillo, “¡Aquí
aguardaré la hora de comer!” Un mayordomo llegó diciendo, “Señor Winterbourne, le traje una tasa de
café.” Winterbourne, sentado ya en un sillón dijo, “¡En verdad lo necesitaba!” Enseguida, Winterbourne escuchó una voz, “¿Me regala un terrón de azúcar?” Winterbourne volteó lleno de sorpresa y dijo, “¿Eh?”
Un chiquillo de aspecto simpático, se había acercado al joven. Winterbourne, quien dijo, “No, si antes no me dices quien eres tú.” El niño preguntó, “¿Eso es muy importante para usted?” Winterbourne dijo, “Diría yo que es vital.” El niño dijo, “¡Bah!” Enseguida, Winterbourne acercó un terrón al niño, diciendo, “¡Ahora quita esa cara y toma un terrón!¡Aunque sé bien que el azúcar es dañina para los niños!” Cuando el niño dio una mordida al terrón, dijo, “¡Ayyy, qué duro está esto!” Winterbourne rió, “¡Ja, Ja! Muerde con cuidado, pues podrías perder un diente.” El niño dijo, “¿Sí? Pues no tengo ni uno solo que se me pueda romper. ¡Ya todos se me cayeron!” El niño agregó, “Pero la culpa de que yo no tenga dientes la tiene Europa.” Winterbourne le dijo, “¡Qué cosas se te ocurren chiquillo!”
El niño dijo, “¡El clima de aquí es el que los hace caer!¡En América no pasa eso!” Winterbourne rió, “¡Ja, Ja! Jamás había escuchado tan buena escusa.” El niño dijo, “Si piensa que no debo comer esto, entonces déme un caramelo, ya que aquí no puedo comprar caramelos.” Winterbourne le dijo, “Dime pequeño…¿Eres norteamericano? Pues a mí también me trajeron a Europa de pequeño, y no se me cayeron los dientes por eso.” El niño dijo, “Lo que lo pudo haber salvado, es que no debió tener una mamá que le escondiera los dulces.” Winterbourne dijo, “Si…tienes razón muchacho…mi madre se llevó todas las golosinas a esconder, muy pero muy lejos, y tan alto como el cielo.” El niño le preguntó, “¿Entonces, usted también es norteamericano?” Winterbourne dijo, “Soy de Nueva York.” El niño dijo entusiasmado, “¡También nosotros somos neoyorquinos!” Winterbourne dijo, “¡Pues es una alegre coincidencia!” El niño dijo, “¡Oh, no…allí viene mi hermana!” Winterbourne dijo, “Tal parece que le temes…” El niño dijo, “Es que es tan terrible como una bruja…siempre me está acusando ante mi madre.” Winterbourne se levantó de su sillón y dijo enérgicamente, “No alcánzo a distinguir a esa temible ‘arpía’…aunque supongo que en todo caso, si te acusa es porque tú eres el culpable y no ella.” Enseguida, se escuchó la voz de una mujer, “¡Rodolfo!¿Qué estás haciendo?” Rodolfo dijo, “¿No lo ves? Estoy desmoronando los Alpes suizos.” Ella dijo, “Preferiría que te mantuvieras quieto en algún sitio.”
Un chiquillo de aspecto simpático, se había acercado al joven. Winterbourne, quien dijo, “No, si antes no me dices quien eres tú.” El niño preguntó, “¿Eso es muy importante para usted?” Winterbourne dijo, “Diría yo que es vital.” El niño dijo, “¡Bah!” Enseguida, Winterbourne acercó un terrón al niño, diciendo, “¡Ahora quita esa cara y toma un terrón!¡Aunque sé bien que el azúcar es dañina para los niños!” Cuando el niño dio una mordida al terrón, dijo, “¡Ayyy, qué duro está esto!” Winterbourne rió, “¡Ja, Ja! Muerde con cuidado, pues podrías perder un diente.” El niño dijo, “¿Sí? Pues no tengo ni uno solo que se me pueda romper. ¡Ya todos se me cayeron!” El niño agregó, “Pero la culpa de que yo no tenga dientes la tiene Europa.” Winterbourne le dijo, “¡Qué cosas se te ocurren chiquillo!”
El niño dijo, “¡El clima de aquí es el que los hace caer!¡En América no pasa eso!” Winterbourne rió, “¡Ja, Ja! Jamás había escuchado tan buena escusa.” El niño dijo, “Si piensa que no debo comer esto, entonces déme un caramelo, ya que aquí no puedo comprar caramelos.” Winterbourne le dijo, “Dime pequeño…¿Eres norteamericano? Pues a mí también me trajeron a Europa de pequeño, y no se me cayeron los dientes por eso.” El niño dijo, “Lo que lo pudo haber salvado, es que no debió tener una mamá que le escondiera los dulces.” Winterbourne dijo, “Si…tienes razón muchacho…mi madre se llevó todas las golosinas a esconder, muy pero muy lejos, y tan alto como el cielo.” El niño le preguntó, “¿Entonces, usted también es norteamericano?” Winterbourne dijo, “Soy de Nueva York.” El niño dijo entusiasmado, “¡También nosotros somos neoyorquinos!” Winterbourne dijo, “¡Pues es una alegre coincidencia!” El niño dijo, “¡Oh, no…allí viene mi hermana!” Winterbourne dijo, “Tal parece que le temes…” El niño dijo, “Es que es tan terrible como una bruja…siempre me está acusando ante mi madre.” Winterbourne se levantó de su sillón y dijo enérgicamente, “No alcánzo a distinguir a esa temible ‘arpía’…aunque supongo que en todo caso, si te acusa es porque tú eres el culpable y no ella.” Enseguida, se escuchó la voz de una mujer, “¡Rodolfo!¿Qué estás haciendo?” Rodolfo dijo, “¿No lo ves? Estoy desmoronando los Alpes suizos.” Ella dijo, “Preferiría que te mantuvieras quieto en algún sitio.”
La hermosura de aquella
delicada jovencilla, dejó fascinado a Ed Winterbourne, quien pensó, “¡Es maravillosa!” Rodolfo dijo, “¡Mira a éste…es un hombre americano!” Winterbourne se puso de pie y dijo, “Permítame,
señorita…sucede que éste hombrecito y su servidor, hemos hecho buena amistad.”
La chica pareció no darse por aludida con las observaciones de Winterbourne, quien pensó,
“Tal parece que se ofendió con mis palabras.”
De pronto, la mujer dijo, “¡Anda Rodolfo,
déjate de bobadas, y vamos a nuestras habitaciones!” En aquel tiempo de
principios de siglo, un joven no tenía libertad para dirigirse a una chica
soltera, salvo en ocasiones especiales, como una reunión o una fiesta. Winterbourne pensó, “Sin embargo, en Norteamérica las
mujeres son mas sociables que aquí en Europa.” El chico, sin hacer caso de
su hermana, jugueteaba ahora con un palo que acababa de encontrar. Su hermana
le dijo, “¿De dónde has sacado eso?”
Rodolfo le dijo, “¿No viste que lo acabo
de comprar?” Su hermana le dijo, estando aún Winterbourne con ellos en la terraza, “¡Solo falta que digas que piensas
llevártelo a Italia!” Rodolfo dijo, “¡Pues
sí voy a llevarlo conmigo!¿Y qué?” Su hermana le dijo, “¡Lo mejor será que
lo dejes en éste momento o…!” Winterbourne dijo, “¿Así
que ustedes irán a Italia?” Ella dijo, “¡Sí
señor!” Rodolfo dijo, “¡No quiero ir
a Italia!¡Lo que quiero es regresar a América!” Winterbourne dijo, “Pues te perderías de conocer ese hermoso
país.” Rodolfo dijo, “¿Y pueden
comprarse golosinas allí?” Su hermana dijo, “¡Rodolfo, tú ya tienes demasiadas!” Rodolfo dijo, “Sí pero no tantas como las que puedo comer
en cien semanas!”
Ed Winterbourne continuaba
impresionado por la serena belleza de la hermana del goloso chiquillo. “Es verdaderamente impresionante el paisaje
que puede verse desde aquí.” Ella dijo, “¿Le
parece señor? Pues a pesar de ello, prefiero partir a Roma y pasar allí el
invierno.” Winterbourne le dijo, “Se perderá el
nevado espectáculo, que en esa época proporciona Suiza.” Ella le preguntó, “¿En verdad es usted norteamericano? Porque
más bien parece usted alemán.” Winterbourne le dijo, “Soy neoyorquino, señorita.” Rodolfo dijo, “Lo mismo que nosotros, hermana.” Winterbourne dijo, “A todo esto, ¿Cómo se llama éste chiquillo?” El niño dijo, “¡Rodolfo Miller! También le voy a decir
cómo se llama mi hermana, ya que todos me preguntan siempre por ella…”
Ella dijo, “¡Guarda silencio! El señor no te ha preguntado nada de mí…” Rodolfo dijo, “¡Pero es seguro que está impaciente por saber tú nombre! ¡Ella es Margarita Miller! Aunque mis padres y yo la llamamos Daisy. Ah, y mi padre se llama Ezra Miller.” El extrovertido niño continuó informando al joven sobre su familia, ante la molestia de su hermana. El niño siguió explicando, “Pero él no se encuentra en Europa, sino en Schenectady, haciéndose cada vez más rico, ¿sabe?” Daisy Miller habló, “Los Miller somos una familia de excelente posición social.” Ed dijo, “Pues es mi turno para presentarme, soy Ed Winterbourne.” Daisy dijo, “¡Jamás lo había escuchado mencionar!” Rodolfo pensó, “¡Ya va a empezar con sus tonterías, mi hermanita!!¡Será mejor que me vaya!”
Ella dijo, “¡Guarda silencio! El señor no te ha preguntado nada de mí…” Rodolfo dijo, “¡Pero es seguro que está impaciente por saber tú nombre! ¡Ella es Margarita Miller! Aunque mis padres y yo la llamamos Daisy. Ah, y mi padre se llama Ezra Miller.” El extrovertido niño continuó informando al joven sobre su familia, ante la molestia de su hermana. El niño siguió explicando, “Pero él no se encuentra en Europa, sino en Schenectady, haciéndose cada vez más rico, ¿sabe?” Daisy Miller habló, “Los Miller somos una familia de excelente posición social.” Ed dijo, “Pues es mi turno para presentarme, soy Ed Winterbourne.” Daisy dijo, “¡Jamás lo había escuchado mencionar!” Rodolfo pensó, “¡Ya va a empezar con sus tonterías, mi hermanita!!¡Será mejor que me vaya!”
La señorita Miller había
accedido a la plática con el joven, dejando atrás como por arte de magia, su
frialdad e indiferencia. Winterbourne propuso se sentáran y dijo, “Estaremos mejor sentados ante la maravilla del lago azul.” Ella
pensó, “Rodolfo se ha escabullido
nuevamente…” Ambos se sentaron en sus respectivos sillones. Winterbourne dijo, “Él solo desea volver a América, supongo
que a Schenectady…” Daisy dijo, “Sí,
su deseo es volver a casa, ya que debido a que estamos en un viaje contínuo, él
no ha podido hacerse de amigos.” Winterbourne preguntó, “¿No viaja con ustedes un preceptor?” Daisy dijo, “Antes de emprender este viaje, se
entrevistaron dos con mi hermano, pero ambos dijeron que no podrían
aleccionarlo, porque él era quien podría instruirlos a ellos.” Winterbourne rió
diciendo, “¡Ja! Y no lo dudo, se ve que
es muy listo.” Daisy dijo, “Pero mi
madre ha decidido que al llegar a Italia, le pondrá un buen profesor.” Winterbourne preguntó, “¿Lleva mucho tiempo aquí en
Vevey?” Ella dijo, “Cerca de dos
meses, y apenas si he hecho algunos amigos. Tal parece que aquí no hay
sociedad. A mí no me disgusta Europa, ya que me atrae todo de ella,
principalmente los vestidos de París. Pero lo que yo necesito es la sociedad,
pues me enloquece asistir a reuniones y conocer nuevas personas. Yo suelo pasar
el invierno en Nueva York y la última temporada tuve que asistir a más de
veinte almuerzos. Por otra parte, tengo más amigos que amigas. Sin embargo, siempre he tenido una corte escogida de caballeros. ¿Ha visitado usted el
castillo de Chillon?” Winterbourne dijo, “Por
supuesto. Ya lo he visto más de una vez.” Daisy dijo, “Nosotros no hemos podido hacerlo, pues mamá se ha indispuesto, ya que
padece de dispepsia, además Rodolfo no ha querido ir.” Winterbourne le dijo, “No debe dejar de visitarlo. Vale la pena
hacer el viaje en el barco de vapor que va expresamente hasta el castillo.”
La linda norteamericana
llamaba la atención no solo por su innegable atractivo, sino también por su
notable sociabilidad. Daisy dijo, “Trataré
de ir hasta allá esta misma semana…” Winterbourne le preguntó, “¿No dispone de alguna persona que pudiera hacerse cargo de su hermano, ésta tarde?” Daisy dijo, “Nuestro
secretario es incapaz de controlarlo, y mi madre no debe sufrir ninguna
molestia, ya que bastante tiene con sus males. ¡Pero estoy segura de que usted
podrá pasar la tarde con él!” Winterbourne dijo, “Siento
decirle que me resultaría más agradable que eso, acompañarla al castillo de
Chillon…si es que su mamá gusta acompañarnos, desde luego.” Daisy dijo, “Definitivamente mi madre no accederá a ir,
pero convenceré a Eugenio de que se quede con Rodolfo.” Winterbourne dijo, “¿Eugenio?”
Daisy dijo, “Sí, y precisamente viene
hacia acá.” Ante ellos llegó un joven mayordomo. Daisy dijo, “¡Hola Eugenio!”
Eugenio dijo, “Tengo el honor de anunciar a la señorita, que la comida está servida.” Daisy le dijo, “¡Esta tarde subiré al castillo de Chillon!” Eugenio preguntó, “¿Se ha comprometido a hacerlo con éste caballero?” Daisy dijo, “En efecto. Y tú tendrás que soportar a mi hermanito.” Eugenio dijo, “Pero señorita…” Daisy preguntó a Winterbourne, “¿Usted reside también en éste hotel, señor Winterbourne?” Winterbourne dijo, “Sí, señorita Miller, y tendré el honor de presentarle a mi tía. Ella podrá informarle todo acerca de mi.” Daisy dijo, “¡Oh, eso está muy bien!” Y la chica se alejó en compañía de su secretario, diciendo, “¡Hasta Luego!” Winterbourne pensó, “¡Qué mujer tan fascinante y tan…extrovertida!”
Eugenio dijo, “Tengo el honor de anunciar a la señorita, que la comida está servida.” Daisy le dijo, “¡Esta tarde subiré al castillo de Chillon!” Eugenio preguntó, “¿Se ha comprometido a hacerlo con éste caballero?” Daisy dijo, “En efecto. Y tú tendrás que soportar a mi hermanito.” Eugenio dijo, “Pero señorita…” Daisy preguntó a Winterbourne, “¿Usted reside también en éste hotel, señor Winterbourne?” Winterbourne dijo, “Sí, señorita Miller, y tendré el honor de presentarle a mi tía. Ella podrá informarle todo acerca de mi.” Daisy dijo, “¡Oh, eso está muy bien!” Y la chica se alejó en compañía de su secretario, diciendo, “¡Hasta Luego!” Winterbourne pensó, “¡Qué mujer tan fascinante y tan…extrovertida!”
Más tarde, Winterbourne comía en
compañía de su tía. Winterbourne dijo, “Me alegra
que tu dolor de cabeza haya desaparecido.” Su tía le dijo, “¿Y tú qué has hecho toda esta mañana?” Winterbourne le dijo, “Después de que di un paseo por
el lago, estuve conversando con un niño y su hermana, quienes por cierto,
también son norteamericanos. Tal vez conozcas a ésta familia, la cual, según me
contaron ellos mismos, está compuesta por la madre, una linda hija, y un vivaz
niño.” Su tía lo interrumpió, “¡Y un
secretario!” Winterbourne se incomodó, y dijo, “¡Entonces
los has visto!” Ella dijo, “Desde
luego los he observado y también oído…y hasta sé algo de su vida. Pertenecen a
una clase inferior a la nuestra…” Winterbourne replicó, “Pero la hija, es decir, la señorita Miller, es una muchacha muy
guapa.” Ella dijo, “Eso es
indudable…pero es muy vulgar. No tiene idea de lo que es una buena educación.
Todos ellos tienen una encantadora figura, y hasta reconozco que ella tiene
gusto para vestir, pero te repito, que es de una clase muy baja.”
Winterbourne le dijo, “¡Querida tía, espero que no me digas que la ves como un salvaje comanche.” La tía dijo, “No, pero sí es una señorita que ha intimado con su propio secretario.” Winterbourne dijo, “¿Qué dices tía?” Ella dijo, “Lo que escuchaste, ¡Ah, y la madre de esa mujercita es una verdadera estúpida! Permite que ese hombre se siente con ellos a la mesa, solapando con ello a su preciosa hija.” Winterbourne le dijo, “Bien, a pesar de todo lo que dices saber sobre ellos, la señorita Miller me encanta.” Su tía le dijo, “Pudíste habérmelo dicho desde el principio. Sin embargo, espero que no olvides de cuanto te dije sobre la dama con la que has entablado relaciones.” Su tía se levantó para irse, y Ed le dijo, “Tía, no te vayas así…lo único que ha habido entre ella y yo ha sido un simple dialogo.” Su tía le dijo, “No sabes cuánto me alegra escuchar lo que dices…” Winterbourne dijo, “Pero debo decirte que me tomé la libertad de ofrecerle tu presentación.” Su tía le dijo, “¿Bromeas, querido?” Winterbourne dijo, “No tía, lo hice con el fin de garantizar mi seriedad ante Daisy…” Su tía dijo, “Antes, me gustaría saber quien los garantiza a ellos.” Winterbourne le dijo, “¡Eres implacable! No puedo creer que pienses tan mal de una damita tan fina y delicada. Puede que sea inculta, pero es delicadamente hermosa. Prueba de que creo esto, es que visitaré en su compañía el castillo de Chillón.” Su tía le dijo, “¿Cuánto tiempo tienes que conocerla?”
Winterbourne dijo, “¿No te mencioné ya que la he visto apenas ésta mañana?” La tía dijo, “Bien, ya no quiero discutir mas sobre una mujer que por lo que veo, te ha conquistado en tan poco tiempo.” Winterbourne dijo, “Y por ello, puedo concluir que piensas que estaré en peligro, si vuelvo a acercarme a ella.” La tía dijo, “En efecto, ya que esa mujer solo está en espera de un incauto adinerado que le dé la oportunidad de ubicarse en un buen sitio de nuestra sociedad.” Winterbourne dijo, “Pese a todo, accederás a conocer personalmente a Daisy Miller, ¿Verdad?” La tía le dijo, “¿Irás realmente al castillo en su compañía?” Winterbourne dijo, “Si ella no decide otra cosa…así será.” La tía dijo, “Entonces, mi querido sobrino, declinaré el alto honor de la presentación. Soy ya una anciana, pero gracias a Dios aún no chocheo.” Winterbourne dijo, “Tía, ¿Es realmente malo el comportamiento de esa joven norteamericana?¿No son aún más coquetas mis primas…neoyorquinas, también?” La tía dijo, “Ella se excede de la liberal licencia que se permite a las mujeres solteras de Nueva York.”
Winterbourne le dijo, “¡Querida tía, espero que no me digas que la ves como un salvaje comanche.” La tía dijo, “No, pero sí es una señorita que ha intimado con su propio secretario.” Winterbourne dijo, “¿Qué dices tía?” Ella dijo, “Lo que escuchaste, ¡Ah, y la madre de esa mujercita es una verdadera estúpida! Permite que ese hombre se siente con ellos a la mesa, solapando con ello a su preciosa hija.” Winterbourne le dijo, “Bien, a pesar de todo lo que dices saber sobre ellos, la señorita Miller me encanta.” Su tía le dijo, “Pudíste habérmelo dicho desde el principio. Sin embargo, espero que no olvides de cuanto te dije sobre la dama con la que has entablado relaciones.” Su tía se levantó para irse, y Ed le dijo, “Tía, no te vayas así…lo único que ha habido entre ella y yo ha sido un simple dialogo.” Su tía le dijo, “No sabes cuánto me alegra escuchar lo que dices…” Winterbourne dijo, “Pero debo decirte que me tomé la libertad de ofrecerle tu presentación.” Su tía le dijo, “¿Bromeas, querido?” Winterbourne dijo, “No tía, lo hice con el fin de garantizar mi seriedad ante Daisy…” Su tía dijo, “Antes, me gustaría saber quien los garantiza a ellos.” Winterbourne le dijo, “¡Eres implacable! No puedo creer que pienses tan mal de una damita tan fina y delicada. Puede que sea inculta, pero es delicadamente hermosa. Prueba de que creo esto, es que visitaré en su compañía el castillo de Chillón.” Su tía le dijo, “¿Cuánto tiempo tienes que conocerla?”
Winterbourne dijo, “¿No te mencioné ya que la he visto apenas ésta mañana?” La tía dijo, “Bien, ya no quiero discutir mas sobre una mujer que por lo que veo, te ha conquistado en tan poco tiempo.” Winterbourne dijo, “Y por ello, puedo concluir que piensas que estaré en peligro, si vuelvo a acercarme a ella.” La tía dijo, “En efecto, ya que esa mujer solo está en espera de un incauto adinerado que le dé la oportunidad de ubicarse en un buen sitio de nuestra sociedad.” Winterbourne dijo, “Pese a todo, accederás a conocer personalmente a Daisy Miller, ¿Verdad?” La tía le dijo, “¿Irás realmente al castillo en su compañía?” Winterbourne dijo, “Si ella no decide otra cosa…así será.” La tía dijo, “Entonces, mi querido sobrino, declinaré el alto honor de la presentación. Soy ya una anciana, pero gracias a Dios aún no chocheo.” Winterbourne dijo, “Tía, ¿Es realmente malo el comportamiento de esa joven norteamericana?¿No son aún más coquetas mis primas…neoyorquinas, también?” La tía dijo, “Ella se excede de la liberal licencia que se permite a las mujeres solteras de Nueva York.”
Por la tarde, Winterbourne buscó
ansioso a la bella Daisy, quien se encontraba disfrutando del paisaje. Winterbourne llegó nuevamente a la terraza al aire libre. Daisy, sentada en un sillón le
dijo, “¡Señor Winterbourne, pensé que se
había olvidado de mi!” Winterbourne le dijo, “¡Eso
sería imposible! Una dama como usted resulta inolvidable…” Daisy dijo, “He estado pensando en la persona que usted
va a presentarme…se trata de su tía, ¿No es cierto? No se sorprenda, lo que
sucede es que su tía es una gran personalidad. El gerente del hotel me dio
informes sobre ella…Ahora sé que su tía es una dama muy autoritaria, y a mí me
gustan las personas autoritarias…aunque tanto mi madre como yo, también somos
orgullosas. ¡No se imagina cómo deseo conocer a la señora Castello!¡Quiero saber
cómo es hasta en sus más pequeños detalles!” Winterbourne le dijo, “Temo que debemos esperar a que sus dolores
de cabeza desaparezcan.” Daisy dijo, “Supongo
que no tendrá jaquecas todos los días…” Winterbourne dijo, “N-no lo sé…ella no me ha dicho nada.” Daisy dijo, “Debo decirle que he comprendido…aunque pudo
haberme dicho claramente que su tía no desea conocerme…” Winterbourne dijo, “Es que ella no recibe a nadie, debido a su
mala salud…” Daisy dijo, “No necesita
excusarse, después de todo, su tía no tiene ninguna necesidad de conocerme,
supe también que es muy selectiva.” Winterbourne le dijo, “Pese a esto, mi invitación al castillo de Chillón siguen en pie.”
Enseguida, Daisy dijo, “¡Ah, mi madre se
acerca a nosotros!” Winterbourne dijo, “Tendré
el honor de saludarla.”
Daisy había logrado disimular
su decepción, y mostrando una amplia sonrisa, presentó a Ed Winterbourne a la
señora Miller, quien dijo, “Así que usted
es el hombre de quien mi hijo Rodolfo me ha hablado tanto.” Winterbourne dijo, “Considéreme un servidor de ustedes.”
La conversación se extendió hasta que anocheció. Finalmente, Winterbourne se despidió,
diciendo, “Mañana llevaremos a cabo el
paseo, y me complaceré en pasear al lado de dos damas tan bellas.” Daisy
dijo, “Dejaremos a Rodolfo con nuestro
secretario.” Cuando el joven se alejó, Daisy dijo, “Su tía, la orgullosa señora Castello, no aceptó conocerme.” La
señora Miller dijo, “¿Eso ha logrado
preocuparte, querida Daisy?”
Al día siguiente, el puntual
caballero Winterbourne aguardaba a sus damas, sentado en un sillón de espera,
pensando, “Aún no logro entender la forma
en que la hermosa Daisy entró a formar parte de mis pensamientos.” Winterbourne sintió como si el corazón le diera un vuelco, al ver que la bella Daisy se
acercaba hasta él, en compañía de su madre. Winterbourne pensó, “A pesar de lo que dice mi tía, no encuentro nada vulgar en ellas.”
Luego de los saludos, la señora Miller dijo, “Por fín conoceremos el castillo, aunque pienso que en Italia podremos
visitar otros más famosos que éste de Vevey.” Winterbourne dijo, “El coche nos espera para llevarnos al atracadero, donde tomaremos el
vaporcito que nos conducirá hasta Chillón.” Pero cuando apenas se disponían
a salir del Gran Hotel, el secretario llegó inesperadamente y los interrumpió, “¡Señora Miller…!” Ella dijo, “¿Qué sucede, Eugenio?” Eugenio dijo, “¡Perdone que las moléste, pero el niño no
quiere quedarse conmigo!” La señora Miller dijo, “Tendré que quedarme a cuidarlo…” Daisy dijo, “Tenías que llegar justo antes de que nos embarcáramos, Eugenio.” La
señora Miller dijo, “Lo siento señor
Winterbourne, pero yo no los podré acompañar.” Daisy dijo, “Bien, bien. Vayamos al bote antes de que
otra cosa suceda.” Winterbourne dijo, “Si me
honra tomándome del brazo, señorita Miller.” Eugenio dijo, “¿Dejará ir sola a la señorita?” La
señora Miller dijo, “Sabes bien que Daisy
hace siempre lo que desea, y no va sola, la llevará éste gentil caballero.”
Daisy dijo, “En efecto, Eugenio. Y espero que no armes un alboroto.” Eugenio
dijo, “¡Yo podría acompañarla!” pero
Winterbourne dijo, “Señora Miller, confíe en que a
mi lado su hija estará bien.”
Sin más, los jóvenes se
dirigieron al paseo, pero Winterbourne había quedado pensativo, ante la confianza del
secretario para con sus señoras, y pensó, “En
eso sí tiene razón mi tía. Creo que ese hombre esperaba que le pidiera su
anuencia para salir con Daisy.” Daisy dijo, “Éste será un lindo día, señor Winterbourne.” El recorrido por el
castillo de Chillon se alargó debido a la manifiesta curiosidad de la señorita
Miller, quien dijo a Winterbourne y al guía, “¿No
les molestaría que volviéramos a la torre principal?” El guía dijo, “La visita no es buena si no se hace con
calma. Volveremos a donde usted guste.” Las preguntas de la chica, iban casi
siempre con la intensión de conocer más a Winterbourne, y muy poco sobre el castillo.
Mientras hacían el recorrido, Winterbourne hizo un comentario, “Bueno, reconozco que la historia de los desventurados habitantes de
este lugar, es buena…” Entonces Daisy Miller dijo, “Para que entre por un oído y salga por el otro. ¡Ja, Ja!” Ed
Winterbourne dijo, “¡Bien, ha llegado la
hora de volver!”
Poco después, cruzaban de
nueva cuenta las azules aguas del lago de Vevey. Daisy dijo, “Me agradaría tanto que usted nos acompañára
en nuestro viaje a Italia. Es más, tengo una buena idea que le serviría de pretexto…”
Winterbourne le dijo, “Créame que nada me gustaría
más, pero tengo que atender mis ocupaciones.” Daisy dijo, “¡Qué contrariedad! Pero sus negocios pueden
esperarlo.” Winterbourne le dijo, “Lamentablemente,
mis ocupaciones reclaman mi presencia en Nueva York, y deseo estar allá dentro
de tres días.” Daisy dijo, “No creo
que si usted se queda aquí dos días más, vendrán a buscarlo impacientes en un
bote.” Winterbourne dijo, “En verdad, no puedo
quedarme más tiempo.”
Esa noche en su habitación,
Winterbourne no podía conciliar el sueño…y pensaba,
“Por más que trato de evitarlo, no dejo de evocar el lindo rostro de Daisy. Es
más, creo que nunca había visto a una chica más linda. Y no es que tema a
enamorarme de ella, pues yo no tengo los mismos prejuicios de mi tía, pero sí
temo al amor sin razón. Aunque de sobra sé que en el amor no existe raciocinio
alguno. Éste llega sin explicación…y también si ella desaparece.” Al día
siguiente, Winterbourne econtró a Daisy en la terraza, y dijo, “¡Qué gusto de haberla encontrado aquí!” Daisy dijo, “Es lógico, puesto que no hay muchos lugares
que visitar aquí.” Winterbourne dijo, “¿La señora Miller accederá a
recibirme en este momento?” Daisy dijo, “No lo creo señor Winterbourne. Ella duerme
hasta tarde en este momento, debido a que por la noche sus males estuvieron aquejándola.” Winterbourne dijo, “Entonces usted hará favor de
despedirme de ella y de Rodolfo.” Daisy dijo, “Así que se marcha…Entonces prométame que éste invierno irá a buscarme
a Roma.” Winterbourne dijo, “No es difícil
hacerle esa promesa, ya que he acordado con mi tía, alcanzarla en su
alojamiento que posee en esa magnífica ciudad.” Daisy dijo, poniendo sus
manos en los hombros de Winterbourne, “Muy bien,
pero no deseo que vaya a Roma por su tía, lo que le pido es que vaya por mí.”
Winterbourne le dijo, “De cualquier modo,
volveremos a vernos.”
Finalizaba el mes de diciembre, cuando Ed
Winterbourne, recibía una carta de su tía, la señora Castello. Winterbourne leyó, “Las Miller que conociste en Vevey durante
el verano, y que fueron tan de tu agrado, ya han llegado a Roma con todo y su
secretario. Aquí han hecho varias relaciones nuevas, pero ese secretario
continúa siendo la más cercana…la hija, sin embargo, ha intimado con ciertos
italianos, comportándose de un modo que da mucho de qué hablar. No dejes de
venir antes del 23 de enero para…” Winterbiurne dejó de leer y pensó, “Yo solo dejaré que las cosas sigan su curso
natural, y si en él está Daisy…nada haré para cambiarlo.” Una mañana de
mediados de enero, Ed Winterbourne salió de su casa, y mientras daba un paseo
por carruaje, pensó, “He dejado todo
resuelto aquí en Nueva York, si nada me reclama antes mi regreso, estaré ausente
cerca de dos meses.” A su llegada a Roma, la señora Castello se mostró
feliz, y dijo, “¡Hijo, esperaba con ánsia
tu llegada!” Winterbourne dijo, “Es que no
puedo viajar con la libertad con que tú lo haces, pero aquí tienes a tu más
fiel seguidor.”
Al atardecer, tía y sobrino caminaban por
el hermosos jardín d la grandiosa casona. La tía Castello dijo, “Deberías olvidarte de tu empelo como
diplomático, tienes la herencia que tus padres te dejaron a su muerte…” Winterbourne dijo, “Sí tía, sé que soy lo bastante
rico para molestarme en trabajar, pero no quiero sentirme un inútil
aristócrata.” La tía dijo, “¿Y qué me
dices sobre un futuro casamiento con una mujercita?” Winterbourne dijo, “Nada todavía. ¿Pero qué me cuentas tú de la
familia Miller?” La tía dijo, “¿Acaso
piensas continuar la relación con ellas? Bueno, ese es el ‘privilegio’ que
tienen los hombres, pueden conocerlo todo.” Winterbourne dijo, “Tía, que cosas dices.” Tía Castello dijo, “Solo te diré que esa joven, va sola a todas partes con esos
extranjeros. Lo que puedan hacer después, debes buscarlo en otras
informaciones. Ha tenido el ‘gusto’ de escoger una media docena de romanos,
todos ellos cazadores de fortunas, y va con ellos a donde se le dá la gana.” Winterbourne le preguntó, “¿Y qué sabes de la señora
Miller?” La tía le dijo, “No tengo ni
la menor noticia de lo que hace, pero como te dije en Vevey, debe continuar
siendo una tonta.” Winterbourne le dijo, “Lo
que las dos mujeres hacen comentar, es debido a la ignorancia e inocencia de ambas, pero
te asegúro que no son malas.” La tía dijo, “Pues a todos desagradan por la clase de vida que llevan, y si estoy
equivocada, la sociedad también lo está.”
La noticia de que Daisy se encontraba
rodeada por apuestos italianos, no dejó de intranquilizar a Winterbourne, quien pensaba, “Tal parece que no dejé una huella duradera
en el corazón de la señorita Miller. Mañana acudiré al banco norteamericano, a
preguntar la dirección de Daisy, e iré a visitarla.” Sin embargo, el
joven tuvo que dedicar todo su tiempo a cumplir con gran número de compromisos
en compañía de la señora Castello, hasta que la dama volvió a
padecer de sus terribles dolores de cabeza. Estando en cama, la tía dijo a Winterbourne, “Discúlpame con la señora Walker…” Winterbourne dijo, “No te preocupes, ella sabrá comprender
tu ausencia. Descansa para que no tenga que volver a salir solo.” La tía
dijo, “Ed, necesitas libertad para que
las jóvenes se acerquen a ti en las reuniones, ya que si siempre te ven a mi
lado, pensarán que no tienes carácter, y eso nos sobra a los Winterbourne.”
Días más tarde, en la mansión
de la señora Walker, la misma señora recibía a Winterbourne, diciendo, “Es un placer tener en mi casa a tan buen
amigo.” Winterbourne besó su mano, e hizo una reverencia, diciendo, “Tenía muchos deseos de saludarla, hace tanto
tiempo que abandonó Norteamérica.” En ese momento, un chiquillo llegó hasta
ellos, diciendo, “¡Yo a usted lo
conozco!” Era Rodolfo Miller. Winterbourne dijo, “¡Vaya,
vaya! Mi amigo de Vevey aquí…” Rodolfo dijo, “¿Ha venido a Italia en busca de mi hermana?” En ese momento
apareció la madre del chiquillo, quien dijo, “¡Rodolfo, te pedí que guardáras compostura en nuestra visita a la
señora Walker!” Winterbourne dijo, “¡Señora
Miller, que gusto de volverla a ver!” La señora Miller apenas si devolvió
el saludo con un gesto, y se alejó llevándose con ella a su hijo. Enseguida, la
señora Walker dijo, “Así que conoce usted
a ésta familia, pero páse al salón donde también se encuentra la señorita
Miller.” Poco después, Ed Winterbourne se encontraba al lado de la joven
que tanto recordára. Daisy dijo, “¿Porqué
no nos ha visitado? Hemos adquirido una hermosa suite aquí en Roma.” Winterbourne dijo, “Tengo poco tiempo de haber
llegado, y esperaba una buena ocasión para hacerlo. ¿Y cómo la pasa aquí?” Daisy
dijo, “Bien, aunque la verdad es que ésta
ciudad, de la que tantas alabanzas había escuchado, me ha decepcionado. ¡Lo
cierto es que esperábamos encontrarnos con una sociedad diferente!”
Enseguida Winterbourne dijo, “¿Y a ti qué te ha parecido ésta ciudad, Rodolfo?” Rodolfo dijo, “¡La odio cada día más!¡Ansío volver a Schenectady!” La señora Miller dijo, “¡Rodolfo, por favor guarda silencio!” Winterbourne dijo, “Es un niño, señora Miller y solo dice lo que piensa.” El joven volcó entonces toda su atención en la madre de Daisy, y dijo, “Me alegra saber que ha gozado de buena salud desde que nos dejamos de ver en Vevey.” La señora Miller dijo, “No muy buena, caballero, ya que sigo con mi dispepsia. Y me temo que este clima me afecta aún más. Ya he probado todo cuanto existe en contra de ese padecimiento y nada me ha resultado. Estaba a punto de iniciar un nuevo intento recetado por mi médico, cuando mi esposo decidió que debía acompañar a mi hija a conocer Europa.” La anfitriona interrumpió gentilmente aquella larga charla de patología, y dijo, “¿Qué les parece si probamos algunas delicias italianas?”
Daisy aprovechó para volver con sus delicados reproches. “Señor Winterbourne…¿Porqué se mostró tan tímido en Vevey?” Winterbourne le dijo, “¿Cree usted que he hecho este viaje solo para sus quejas?” Daisy dijo, “Si usted hubiera accedido a permanecer más tiempo en Suiza, nada podría reclamarle.” Winterbourne dijo, “Señorita Miller, su sonrisa hechiza y hace olvidar que es usted muy caprichosa.” Pero en ese momento, la señora Walker interrumpió, “Estimado caballero, espero que asista a la reunión que daré la próxima semana.” Winterbourne le dijo, “Tenga la seguridad de que seré uno de los primeros en llegar.” Daisy dijo, “A propósito de ello, señora Walker, debo pedirle un favor.” La señora Walker dijo, “Dígame, querida…” Daisy dijo, “Necesito su permiso para traer ese día a un amigo.” La señora Walker dijo, “Tendré mucho gusto en recibir a ese caballero.” La señora Miller dijo, “¡Oh, es que Daisy tiene muchos amigos!” Daisy dijo, “Se trata del señor Giovanelli, que se ha convertido en un buen amigo mío. ¡Es uno de los hombres más guapos del mundo, claro, exceptuando al señor Winterbourne.”
Enseguida Winterbourne dijo, “¿Y a ti qué te ha parecido ésta ciudad, Rodolfo?” Rodolfo dijo, “¡La odio cada día más!¡Ansío volver a Schenectady!” La señora Miller dijo, “¡Rodolfo, por favor guarda silencio!” Winterbourne dijo, “Es un niño, señora Miller y solo dice lo que piensa.” El joven volcó entonces toda su atención en la madre de Daisy, y dijo, “Me alegra saber que ha gozado de buena salud desde que nos dejamos de ver en Vevey.” La señora Miller dijo, “No muy buena, caballero, ya que sigo con mi dispepsia. Y me temo que este clima me afecta aún más. Ya he probado todo cuanto existe en contra de ese padecimiento y nada me ha resultado. Estaba a punto de iniciar un nuevo intento recetado por mi médico, cuando mi esposo decidió que debía acompañar a mi hija a conocer Europa.” La anfitriona interrumpió gentilmente aquella larga charla de patología, y dijo, “¿Qué les parece si probamos algunas delicias italianas?”
Daisy aprovechó para volver con sus delicados reproches. “Señor Winterbourne…¿Porqué se mostró tan tímido en Vevey?” Winterbourne le dijo, “¿Cree usted que he hecho este viaje solo para sus quejas?” Daisy dijo, “Si usted hubiera accedido a permanecer más tiempo en Suiza, nada podría reclamarle.” Winterbourne dijo, “Señorita Miller, su sonrisa hechiza y hace olvidar que es usted muy caprichosa.” Pero en ese momento, la señora Walker interrumpió, “Estimado caballero, espero que asista a la reunión que daré la próxima semana.” Winterbourne le dijo, “Tenga la seguridad de que seré uno de los primeros en llegar.” Daisy dijo, “A propósito de ello, señora Walker, debo pedirle un favor.” La señora Walker dijo, “Dígame, querida…” Daisy dijo, “Necesito su permiso para traer ese día a un amigo.” La señora Walker dijo, “Tendré mucho gusto en recibir a ese caballero.” La señora Miller dijo, “¡Oh, es que Daisy tiene muchos amigos!” Daisy dijo, “Se trata del señor Giovanelli, que se ha convertido en un buen amigo mío. ¡Es uno de los hombres más guapos del mundo, claro, exceptuando al señor Winterbourne.”
Ante el desparpájo de la
señorita Miller, Linda Walker y Winterbourne intercambiaron sus miradas de interrogación.
La voz de Rodolfo, puso fin a las alabanzas de la joven. “Mamá, debemos irnos. Eugenio debe esperarnos con impaciencia dentro
del coche.” Con cierto nerviosímo, la señora Miller se dirigió a su
anfitriona, “Señora Walker, ha quedado
convenido nuestro próximo encuentro en el que vendremos acompañadas por el
caballero Giovanelli. Ahora nos retiramos a nuestro alojamiento.” Daisy
dijo, “Tú y Rodolfo pueden irse a
descansar, pero yo voy a dar un paseo y no me interesa si Eugenio se molesta.”
Winterbourne pensó, “¿Ese secretario otra vez?” La
señora Walker le dijo a Daisy, “¿A éstas
horas cuando el sol está declinando? No creo que pueda pasear segura si va
sola.” La señora Miller dijo, “No
vayas Daisy…recuerda que hay peligro de que te contagies de fiebre palúdica.”
Daisy dijo, “Lo siento pero no voy a
dejar plantado a Giovanelli.” La señora Walker insistió, “¡Querida joven, hágame el favor de no ir a
reunirse con ese bello italiano!” Daisy se desesperó, y dijo, “¡No voy a cometer incorrección alguna! Me
reuniré con Giovanelli en el jardín que está a 300 metros de aquí. Además, el caballero
Winterbourne podría hacerme el favor de acompañarme.” Winterbourne dijo, “Lo que para mí resultará un verdadero placer.”
Sin escuchar a su madre, y a
Linda Walker, Daisy salió de aquella casa tomada del brazo de Winterbourne, y avisó al
secretario quien esperaba en el carruaje, “¡Eugenio,
me voy a dar un paseo!¡Adiós!” Enseguida, caminando, los jóvenes disfrutaban
de su mutua compañía, y de una tarde espléndida. Daisy dijo, “Si no vino a Roma para visitarme, me gustaría saber qué otro interés
lo trajo aquí.” Winterbourne se explicó, “Señorita
Miller, hemos llegado ya al jardín, si usted así lo desea, la acompañaré a
encontrar a su amigo.” Daisy dijo, “Giovanelli
es uno de los muchos amigos que he logrado hacer en ésta sociedad, que es más
elegante de lo que pensé. Imaginaba que Roma era una ciudad tristísima, y me he
encontrado con un ambiente encantador, ya que la gente es muy hospitalaria.” Winterbourne dijo, “Lo único malo que hay aquí, es el
peligro latente de contraer el paludismo.” Daisy dijo, “Si teme usted tanto a fallecer por eso, puede retirarse, puedo buscar
sola a Giovanelli.” Winterbourne dijo, “Está
visto que mi presencia le estorba.” Al ver llegar a Giovanelli, Daisy dijo, “¡Ah, mira, él mismo se acerca a nosotros!”
Winterbourne dijo, “Bien, me despido de ustedes,
señorita Miller.” Daisy dijo, “Le
presentaré a mi amigo que es un verdadero caballero…como usted.” Winterbourne pensó, “¡Bueno, no había visto frialdad igual!”
Winterbourne no pudo menos que reconocer que aquel italiano era un hombre educado y correcto. “El señor Winterbourne… El señor Giovanelli…” Giovanelli dijo, “¡Buenas tarde, y bienvenidos a esta maravillosa e histórica ciudad!” En una forma totalmente natural, Daisy tomó a ambos caballeros del brazo y echó a andar. Enseguida, Daisy dijo, “¿Verdad que el señor Giovanelli habla correctamente el ingles?” Winterbourne pensó, “En realidad es una copia bien hecha de lo que un caballero debe ser.”
Winterbourne no pudo menos que reconocer que aquel italiano era un hombre educado y correcto. “El señor Winterbourne… El señor Giovanelli…” Giovanelli dijo, “¡Buenas tarde, y bienvenidos a esta maravillosa e histórica ciudad!” En una forma totalmente natural, Daisy tomó a ambos caballeros del brazo y echó a andar. Enseguida, Daisy dijo, “¿Verdad que el señor Giovanelli habla correctamente el ingles?” Winterbourne pensó, “En realidad es una copia bien hecha de lo que un caballero debe ser.”
La chica sostenía la
conversación con alegría, ante la atención de sus dos compañeros…y de la gente.
Giovanelli pensó, “No sé si pensar que
Daisy es muy ingenua, o muy cínica. Hace una cita con uno, y trae otro a ella.”
Mientras tanto, se escuchaba una risa entre Winterbourne y Daisy. Giovanelli era un joven
realmente guapo, y trabajaba como maestro de música, lo que le hacía sentirse
inferior ante la linda chica. Giovanelli pensaba, “Pensé que sería una entrevista íntima, y no una canción a tres voces.
El caballero norteamericano no deja de observarme con cierto aire de
superioridad.” Daisy decía, “¡Qué
cosas dice señor Winterbourne!” De pronto, un carruaje se detuvo a un lado
de ellos. Winterbourne dijo, “¡Parece que la señora
Walker decidió alcanzarnos!” Daisy dijo, “¿Está seguro que se trata de ella?” Winterbourne se acercó al
coche ante la indiferencia de sus compañeros, pensando, “¿Porqué no bajará la señora Walker?” Por la ventanilla se asomó el
preocupado rostro de Linda Walker, diciendo, “¡Es verdaderamente lamentable lo que esa señorita hace y que usted sea
también partícipe!” Winterbourne dijo, “¿A qué
se refiere querida dama?” La señora Walker dijo, “¡Esa joven es una perdída!” Winterbourne la defendió, “¡Daisy es una chica completamente inocente, y no hace ningún mal a
nadie por pasear con dos caballeros!” La señora Walker dijo, “Señor Winterbourne, dígame, si ha visto
usted a nadie más imbécil que la madre de esa degenerada.” Winterbourne dijo, “¿Y qué se propone hacer, señora Walker?”
La señora Walker dijo, “Invitarla a
pasear conmigo, para que todos vean que no anda triscando como una cabra, y
después, llevarla a su casa sana y salva.” Winterbourne dijo, “Temo que la señorita no aceptará su idea; pero la traeré ante usted.”
Sonriendo a la señora Walker,
Daisy se acercó hasta ella, y dijo, “¡Pero
qué carruaje más lindo tiene usted!” La señora Walker dijo, “Me alegra que lo encuentre a su gusto, y me
atrevo a ofrecérselo para dar un paseo juntas.”
Daisy dijo, “Le agradezco la invitación, pero prefiero seguir disfrutando de la compañía en que me encuentro.” La señora Walker dijo, “No dudo que sean encantadores los caballeros; pero ese paseo no resulta muy habitual aquí en Roma.” Winterbourne se había alejado, y permanecía junto a Giovanelli expectante, viendo a Daisy junto a la carrosa. Daisy dijo, “¿Hay peligro de muerte si no acepto subir a su coche?”
Las tranquilas palabras de la joven, lograron exasperar aún más a la señora Walker, quien dijo, “Usted podría pasear perfectamente con su madre, querida niña.” Daisy dijo, “¿Con mi mamá?¿Acaso no se ha dado cuenta que tengo más de quince años?” La señora Walker dijo, “Sí, lo sé…¡Tiene usted edad suficiente para ser más razonable en su comportamiento, y no dar de qué hablar!” Daisy dijo, “¿Qué quiere usted decir?” La señora Walker dijo, “Suba al carruaje y se lo diré.” Daisy dijo, “¡No acierto a comprender lo que usted quiere indicarme!” La señora Walker dijo, “¡Veo que prefiere que se le tenga por una señora nada recomendable!” Daisy dijo, “¡Esto sí que tiene gracia!”
Daisy dijo, “Le agradezco la invitación, pero prefiero seguir disfrutando de la compañía en que me encuentro.” La señora Walker dijo, “No dudo que sean encantadores los caballeros; pero ese paseo no resulta muy habitual aquí en Roma.” Winterbourne se había alejado, y permanecía junto a Giovanelli expectante, viendo a Daisy junto a la carrosa. Daisy dijo, “¿Hay peligro de muerte si no acepto subir a su coche?”
Las tranquilas palabras de la joven, lograron exasperar aún más a la señora Walker, quien dijo, “Usted podría pasear perfectamente con su madre, querida niña.” Daisy dijo, “¿Con mi mamá?¿Acaso no se ha dado cuenta que tengo más de quince años?” La señora Walker dijo, “Sí, lo sé…¡Tiene usted edad suficiente para ser más razonable en su comportamiento, y no dar de qué hablar!” Daisy dijo, “¿Qué quiere usted decir?” La señora Walker dijo, “Suba al carruaje y se lo diré.” Daisy dijo, “¡No acierto a comprender lo que usted quiere indicarme!” La señora Walker dijo, “¡Veo que prefiere que se le tenga por una señora nada recomendable!” Daisy dijo, “¡Esto sí que tiene gracia!”
Tratando de disimular su
sonrojo, Daisy se volvió hacia Ed y Giovanelli, y dijo, “Caballeros, ¿Creen ustedes que salvaré mi reputación subiendo a este
carruaje?” Winterbourne se acercó hasta ellas, y dijo, “Mi opinión es que
debe subir al coche.” Daisy dijo, “¡Ja,
Ja! Así que lo que hago es incorrecto…Señora Walker, lo que usted debe hacer es
dejarme en paz. ¡Quede usted con Dios!” Sin agregar mas, Margarita Miller
se alejó del feliz Giovanelli. Winterbourne se acercó al carruaje y dijo, “Querida Mía, lo único que logró fue ponerse
fuera de sí, por una joven que sospecho actúa sin darse cuenta.” La señora
Walker dijo, “Eso pensaba hace un mes,
pero ya ha ido muy lejos.”
Winterbourne decidió acompañar hasta su
casa a la dama, y subió al carruaje. La señora Walker hizo un amplio relato de
las actividades de la chica. “En su
alojamiento recibe a los hombres hasta altas horas de la noche, cuando su madre
no está. En el hotel, la servidumbre misma se ha escandalizado ante las cosas
que suceden con la ‘niña’” Winterbourne dijo, “Pienso
que su única falta es no haber tenido una educación adecuada.” La señora
Walker dijo, “No es eso solamente, pero
dígame…¿Cuánto tiempo la trató en Vevey?” Winterbourne dijo, “Solamente un par de días.” La señora Walker le dijo, “¿Y en ese tiempo logró conocerla a fondo?”
Winterbourne dijo, “No…pero sí logró interesarme
demasiado.” La señora Walker dijo, “¡Yo
le recomendaría que se apárte de ella definitivamente!” Winterbourne dijo, “Temo mucho que no atenderé su petición;
pero nadie podrá escandalizarse por las atenciones que tenga con ella.” De
pronto, la señora Walker dio la orden, “¡Cochero,
volveremos al jardín!” Winterbourne aún no comprendía la razón de la vuelta al jardín
por donde paseaba con Daisy, cuando la señora le pidió que bajara, diciendo, “¡No le quito la oportunidad de volverse a
encontrar con su admirada señorita!¡Adiós, señor Winterbourne!” Winterbourne dijo, “Pero, señora Walker…”
La dama no le dio más tiempo
y se alejó, dejando a Winterbourne pensativo. Winterbourne pensó, “Después de todo, tendré oportunidad de disculparme de Daisy, quien por
suerte va delante de mí.” Cuando Winterbourne vio a la pareja, pensó, “Bien, creo que deberé buscar otra ocasión,
ya que por el momento salgo sobrando.” Cuando llegó el día de la fiesta
ofrecida por Linda Walker, Winterbourne se encontró con la nerviosa señora
Miller, diciendo, “¿Así que su hija no
quiso acompañarla?” La señora Miller dijo, “Es que en el momento en que salíamos para acá, llegó a buscarla su
amigo italiano, y decidió quedarse en su compañía.”
Cerca de la media noche,
Daisy se presentó en el lugar, acompañada de su fiel Giovanelli. “¡Buenas Noches!¿Dónde se encuentra la
señora Walker?” Cuando estuvo ante la dama, la joven la abrazó
efusivamente. “Perdone mi tardanza, pero
es que cité antes en el hotel al buen amigo que quiero presentarle, con el fin
que ensayará unas piezas que él tocará para sus invitados.” Daisy
continuó, “¡Éste es el señor Giovanelli,
quien les hará pasar un rato delicioso, con su interpretación y hermosa voz!”
Sin hacer caso de la frialdad con que había sido recibida, Daisy se dispuso a conversar con Winterbourne, mientras que el italiano entretenía a la selecta concurrencia. Daisy dijo, “Así que usted no baila, señor Winterbourne. ¿No será que me téme, por…coqueta?” Winterbourne dijo, “No, pero pienso que usted debe actuar respetando las costumbres del lugar en que se encuentre.” Daisy dijo, “No pienso escuchar sermones, así que mejor me retiro. Es una pena que usted sea tan seco y poco cortes.”
Sin hacer caso de la frialdad con que había sido recibida, Daisy se dispuso a conversar con Winterbourne, mientras que el italiano entretenía a la selecta concurrencia. Daisy dijo, “Así que usted no baila, señor Winterbourne. ¿No será que me téme, por…coqueta?” Winterbourne dijo, “No, pero pienso que usted debe actuar respetando las costumbres del lugar en que se encuentre.” Daisy dijo, “No pienso escuchar sermones, así que mejor me retiro. Es una pena que usted sea tan seco y poco cortes.”
Durante el resto de la
velada, Daisy y su acompañante fueron relegados notablemente por los demás invitados.
Daisy pensó, “¿Porqué insisten en que
cámbie mi forma de ser? Estoy segura de que no hago algo indebido.” Cuando
las Miller se despidieron de Linda Walker, ésta solo aceptó que la madre le
dirigiera la palabra, quien dijo, “¡Buenas noches, querida! Fue una velada agradable.
Vea usted que si dejé que Daisy llegára sola, no le permito que se marche sin mí.”
La señora Walker dijo, “¡Adiós señora
Miller!¡No es por mi por quien debe preocuparse!”
Había transcurrido más de un
mes de aquella fiesta, cuando Winterbourne se enteró de un triste suceso. Winterbourne llegó a casa
de la señora Miller, quien le dijo, “¡Es
verdad lo que le han dicho, Daisy está muy grave!¡Y en su delirio, solo lo llama
a usted!” Un nudo le apretó en la garganta, cuando se encontró ante la joven
afectada por el paludismo. Winterbourne pensó, “¡Dios
mío, no puede ser que alguien tan rebelde ante la vida se encuentre a punto de
ser vencida por la muerte!” La señora Miller dijo, “¡Ha caído en total inconsciencia!” Winterbourne preguntó, “¿Y Giovanelli?” La señora Miller dijo, “No se ha presentado a verla. Tal vez porque
se siente culpable de que Daisy se haya enfermado. El caballero italiano se la
llevó a pasear de noche al Coliseo, ya que mi hija deseaba verlo iluminado por
la luz de la luna, y fue esa atmosfera perniciosa la que la postró.”
Dos días después, Daisy fue
sepultada en un pequeño cementerio de la ciudad de Roma. La sociedad continuaría
atacándola mucho tiempo después de su muerte. Giovanelli mandaría inscribir sobre
su lápida, una tierna inscripción. “Daisy Miller. Flor inocente que la noche marchitó. 1900” Winterbourne pensó, “¡Jamás sabré si fuiste solo una víctima de
los prejuicios de la sociedad!”
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