Club de Pensadores Universales

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lunes, 4 de enero de 2016

Daisy Miller de Henry James

     Daisy Miller, es una novela de Henry James, que apareció por primera vez en, Cornhill Magazine, en junio-julio de 1878, y en forma de libro al año siguiente. La novela retrata el cortejo de la hermosa chica americana, Daisy Miller, por Winterbourne, un sofisticado compatriota de ella. El cortejo se ve obstaculizado por la coquetería de ella, la cual es mal vista por los otros expatriados norteamericanos, cuando se reúnen en Suiza e Italia.
Resumen de la Trama
     Annie “Daisy” Miller, y Frederick Winterbourne, se encuentran por primera vez en Vevey, Suiza, en un jardín del gran hotel donde Winterbourne está supuestamente vacacionando de sus estudios, aunque se rumora que en realidad está enamorado de una señora mayor. Ambos son presentados por Randolph Miller, el hermano menor, de 9 años de edad de Daisy. El pequeño Randolph considera que su ciudad natal, Schenectady, Nueva York, es absolutamente superior a toda Europa. Daisy, sin embargo, está absolutamente encantada con el continente, especialmente con la alta sociedad donde desea entrar.
     Al principio, Winterbourne está  confundido por la actitud de Daisy Miller, y aunque está enormemente impresionado por su belleza, pronto determina que no es más que una joven coqueta. Winterbourne continúa su cortejo con Daisy, a pesar de la desaprobación de su tía, la señora Costello, quien desprecia a cualquier familia que tenga una relación tan cercana con su secretario familiar, como es el caso de los Miller, quienes tienen una relación asi, con Eugenio, secretario de la familia Miller. 
     La señora Costello también piensa que Daisy es una chica descarada, por haber accedido a la invitación de Winterbourne de visitar el, Château de Chillon, después de que ambos apenas se habían conocido hace sólo media hora. Al día siguiente, los dos viajan a Château de Chillon, y aunque Winterbourne ha pagado al portero por privacidad, Daisy no está completamente impresionada. Al día siguiente, Winterbourne le informa entonces a Daisy que se tiene que ir a Ginebra. Daisy se siente decepcionada y se burla de él, eventualmente pidiéndole que la visite en Roma, a finales de ese año.
     En Roma, Winterbourne y Daisy se reúnen de forma inesperada en el salón de la señora Walker, una expatriada estadounidense. Los valores morales de la señora Walker, se han adaptado a los de la sociedad italiana. Rumores sobre reuniones de Daisy con jóvenes caballeros italianos, la hacen socialmente recusable bajo estos criterios. Winterbourne se entera de la creciente intimidad de Daisy con un cuestionable joven italiano de la sociedad, Giovanelli, así como el creciente escándalo provocado por el comportamiento de la pareja. Daisy no se deja intimidar por el recházo abierto de los otros estadounidenses en Roma, y ​​su madre parece bastante inconsciente de las tensiones subyacentes. Winterbourne y la señora Walker, intentan persuadir a Daisy que se sepáre de Giovanelli, pero ella se niega cualquier ayuda que le ofrecen.
     Una noche, Winterbourne toma un paseo por el Coliseo y ve a una pareja de jóvenes sentados en el centro. Se da cuenta de que son Giovanelli y Daisy. Winterbourne, enfurecido con Giovanelli, le pregunta cómo podía atreverse a llevar a Daisy a un lugar donde se corre el riesgo de contraer la “fiebre romana.” Daisy dice que no le importa, y Winterbourne los deja. Daisy se enferma y muere a los pocos días.
Temas Clave
     Esta novela sirve como una descripción psicológica de la mente de una mujer joven, y como un análisis de los puntos de vista tradicionales de una sociedad en la que ella es una persona claramente extraña. Henry James utiliza la historia de Daisy para discutir, lo que él cree, piensan los europeos y los estadounidenses, los unos de los otros, y más en general, para mostrar los prejuicios comunes en cualquier cultura. En una carta, James dijo que Daisy fue víctima de un “juego social” que va tanto por encima de su cabeza, como por debajo de su atención.
     Los nombres de los personajes también son simbólicos. Daisy, o Margarita, es una flor en plena floración, sin inhibiciones y en la primavera de su vida. Daisy contrasta bruscamente con Winterbourne. Las flores mueren en invierno, y esto es precisamente lo que ocurre con la Daisy, después de su contagio con la fiebre romana. Como un objetivo análogo de esta realidad psicológica, Daisy se infecta de la fiebre romana, la malaria, que era endémica en muchos barrios romanos en el siglo 19.
       La cuestión de la novela gira en torno a la “inocencia” de Daisy, a pesar de su comportamiento aparentemente escandaloso.
John Burnside, escribiendo para, The Independent, dijo:
     Daisy Miller llega al mundo formal de Frederick Winterbourne, de la misma forma en que un ángel llega a una Anunciación, tanto como una promesa, como un desafío. Desde su primera reunión en Vevey, hasta la conclusión dramática de la historia en Roma, el interés de Winterbourne por Daisy está sujeto a la censura constante de su, cuidadosa y “exclusiva” tía, la señora Costello, y su forensemente respetable círculo social: la chica, “no es buena,” dicen, ella está demasiado familiarizada con el secretario de su familia, se le ha visto en situaciones inapropiadas con dudosos jóvenes “caballeros,” y Winterbourne haría claramente bien en distanciarse, antes de que se desarrólle el escándalo inevitable.
      A primera vista, parece que Winterbourne está realmente dividido entre el apego romántico, y su entorno social sofocante, pues pudo haberse comprometido con ella, y no hacer un infrecuente estudio sobre el amor frente a las convenciones; Sin embargo, la aguda observación de James, revela algo más profundo que eso, porque aunque Winterbourne se quejaba de los ataques de su tía, sobre el personaje de Daisy, Winterbourne reconce que Daisy es inculta, pero no está dispuesto a aceptar que Daisy sea la mujer reprobada, por la que todo el mundo entero ha decidido confundirla. Winterbourne resulta más aliviado que decepcionado, cuando se da el encuentro nocturno con la chica y su pretendiente Giovanelli, lo que parece demostrarle que la señora Costello estaba en lo correcto: 
    “Winterbourne se detuvo, con una especie de horror, y, hay que añadir, con una especie de alivio. Era como si una iluminación repentina hubiera brillado sobre la ambigüedad de la conducta de Daisy, y el crucigrama se había convertido en fácil de leer. Ella era una joven a quien un caballero, ya no necesitaba sentir el dolor de respetar.” Aunque el acto final de la novela todavía tiene que desarrollarse, no podemos dejar de concluir que la verdadera tragedia se encuentra aquí, en el alivio de Winterbourne.
Evaluación Critica
     Daisy Miller, fue un éxito popular inmediato y generalizado para James, a pesar de algunas críticas que afirmaban que la historia era, “un atropello a niñez de Norteamérica.” La historia sigue siendo una de las obras más populares de James, junto con, La Vuelta de Tuerca, y El Retrato de una Dama. Los críticos en general, han elogiado la frescura y el vigor de la narración.
     En 1909 James revisó Daisy Miller ampliamente para el, New York Edition. Él cambió el tono de la historia, pero algunos  sienten que robó a la versión original su color y su inmediatez.
Trabajos Derivados
     James convirtió su historia en una obra de teatro que no pudo ser producida. Publicó la obra de teatro en, The Atlantic Monthly en 1883, y se anotaron muchos cambios con respecto a la historia original. En particular, se insertó un final feliz, para complacer lo que, James creía, que eran las preferencias de los amantes del teatro.
Daisy Miller
de Henry James
     En la pequeña ciudad suiza de Vevey, se iniciaba ya la afluencia de turistas, tal como sucedía año con año en el mes de junio…De entre el maravilloso paisaje de casas acústicas de madera, sobresalía el gran hotel, ubicado a orillas de un hermoso lago, el cual era el alojamiento elegido por los viajeros de posición acomodada. Un apuesto caballero norteamericano, acababa de llegar al lujoso lugar. Mientras bajaba del carruaje pensó, “Ahora entiendo a mi tía. Vevey es el sitio ideal para descansar.” 
     Una hora más tarde, su tía lo recibía, diciendo, “¡Qué bueno que estás aquí, hijo!” Su sobrino le dijo, “¡Sabes que siempre páso mis vacaciones a tu lado, y que me reúno contigo en cualquier lugar del mundo en que te encuentres!” Su tía dejó escapar unas lágrimas, diciendo, “¡Tú eres el único que en verdad me quiere!” El sobrino la abrazó, diciendo, “¡No debes llorar por tus ingratos hijos!” Ella le dijo, “Los dos que viven en Nueva York, jamás dan respuesta a mis cartas, y el menor ahora se encuentra vacacionando en Hamburgo. Él se fue hasta allá para no encontrarse conmigo, ya que antes de mi llegada ocupaba esta misma habitación.” El sobrino dijo, “¡Dejémos las cosas tristes!¿Me dejarás morir de hambre, acaso?” Ella dijo, “¡Claro que no! Pediré que suban la comida a mi comedor.”
     Una semana después de su llegada, el joven Winterbourne caminaba por la pequeña ciudad, pensando, “¡Pobre de la tía, no han dejado de aquejarla sus graves dolores de cabeza! Aunque no me gusta pasear solo, debo confesar que la paz de este lugar me agrada y me invita a reflexionar. ¡Y al hacerlo me encuentro tan solo como lo está mi pobre tía!” El joven Winterbourne vivía en Nueva York, donde trabajaba como importante diplomático del ministerio de relaciones del exterior. El joven siguió pensando, “Después de la muerte de mis padres, encontré afecto en ella, y ese sentimiento se volvió recíproco. ¡En cuanto amores, la verdad es que solo he tenido amoríos!” Lo cierto es que, no obstante el pesimismo mostrado, el joven norteamericano contaba con el aprecio de la gente que lo rodeaba, pues poseía un carácter amable y era muy buen compañero.
     Un día, caminando por la pequeña ciudad, el joven Winterbourne saludó a dos damas, diciendo, “¡Buenos días, señoritas!” Cuando Winterbourne avanzó y de distanció de ellas, una de ellas dijo, “¡Es el sobrino de la señora Castello!” La otra dama dijo, “Sin duda se trata de un gran partido…” La primera dijo, “Sí, pero al parece a él no le interesa más que enredarse con mujeres casadas!” La otra dijo, “¡Oh, es una verdadera lástima!” A su regreso al hotel, Winterbourne se dispuso a caminar por la terraza, y pensó, mientras encendía un cigarrillo, “¡Aquí aguardaré la hora de comer!” Un mayordomo llegó diciendo, “Señor Winterbourne, le traje una tasa de café.” Winterbourne, sentado ya en un sillón dijo, “¡En verdad lo necesitaba!” Enseguida, Winterbourne escuchó una voz, “¿Me regala un terrón de azúcar?” Winterbourne volteó lleno de sorpresa y dijo, “¿Eh?” 
     Un chiquillo de aspecto simpático, se había acercado al joven. Winterbourne, quien dijo, “No, si antes no me dices quien eres tú.” El niño preguntó, “¿Eso es muy importante para usted?” Winterbourne dijo, “Diría yo que es vital.” El niño dijo, “¡Bah!” Enseguida, Winterbourne acercó un terrón al niño, diciendo, “¡Ahora quita esa cara y toma un terrón!¡Aunque sé bien que el azúcar es dañina para los niños!” Cuando el niño dio una mordida al terrón, dijo, “¡Ayyy, qué duro está esto!” Winterbourne rió, “¡Ja, Ja! Muerde con cuidado, pues podrías perder un diente.” El niño dijo, “¿Sí? Pues no tengo ni uno solo que se me pueda romper. ¡Ya todos se me cayeron!” El niño agregó, “Pero la culpa de que yo no tenga dientes la tiene Europa.” Winterbourne le dijo, “¡Qué cosas se te ocurren chiquillo!” 
     El niño dijo, “¡El clima de aquí es el que los hace caer!¡En América no pasa eso!” Winterbourne rió, “¡Ja, Ja! Jamás había escuchado tan buena escusa.” El niño dijo, “Si piensa que no debo comer esto, entonces déme un caramelo, ya que aquí no puedo comprar caramelos.” Winterbourne le dijo, “Dime pequeño…¿Eres norteamericano? Pues a mí también me trajeron a Europa de pequeño, y no se me cayeron los dientes por eso.” El niño dijo, “Lo que lo pudo haber salvado, es que no debió tener una mamá que le escondiera los dulces.” Winterbourne dijo, “Si…tienes razón muchacho…mi madre se llevó todas las golosinas a esconder, muy pero muy lejos, y tan alto como el cielo.” El niño le preguntó, “¿Entonces, usted también es norteamericano?” Winterbourne dijo, “Soy de Nueva York.” El niño dijo entusiasmado, “¡También nosotros somos neoyorquinos!” Winterbourne dijo, “¡Pues es una alegre coincidencia!” El niño dijo, “¡Oh, no…allí viene mi hermana!” Winterbourne dijo, “Tal parece que le temes…” El niño dijo, “Es que es tan terrible como una bruja…siempre me está acusando ante mi madre.” Winterbourne se levantó de su sillón y dijo enérgicamente, “No alcánzo a distinguir a esa temible ‘arpía’…aunque supongo que en todo caso, si te acusa es porque tú eres el culpable y no ella.” Enseguida, se escuchó la voz de una mujer, “¡Rodolfo!¿Qué estás haciendo?” Rodolfo dijo, “¿No lo ves? Estoy desmoronando los Alpes suizos.” Ella dijo, “Preferiría que te mantuvieras quieto en algún sitio.”
     La hermosura de aquella delicada jovencilla, dejó fascinado a Ed Winterbourne, quien pensó, “¡Es maravillosa!” Rodolfo dijo, “¡Mira a éste…es un hombre americano!” Winterbourne se puso de pie y dijo, “Permítame, señorita…sucede que éste hombrecito y su servidor, hemos hecho buena amistad.” La chica pareció no darse por aludida con las observaciones de Winterbourne, quien pensó, “Tal parece que se ofendió con mis palabras.” De pronto, la mujer dijo, “¡Anda Rodolfo, déjate de bobadas, y vamos a nuestras habitaciones!” En aquel tiempo de principios de siglo, un joven no tenía libertad para dirigirse a una chica soltera, salvo en ocasiones especiales, como una reunión o una fiesta. Winterbourne pensó, “Sin embargo, en Norteamérica las mujeres son mas sociables que aquí en Europa.” El chico, sin hacer caso de su hermana, jugueteaba ahora con un palo que acababa de encontrar. Su hermana le dijo, “¿De dónde has sacado eso?” Rodolfo le dijo, “¿No viste que lo acabo de comprar?” Su hermana le dijo, estando aún Winterbourne con ellos en la terraza, “¡Solo falta que digas que piensas llevártelo a Italia!” Rodolfo dijo, “¡Pues sí voy a llevarlo conmigo!¿Y qué?” Su hermana le dijo, “¡Lo mejor será que lo dejes en éste momento o…!” Winterbourne dijo, “¿Así que ustedes irán a Italia?” Ella dijo, “¡Sí señor!” Rodolfo dijo, “¡No quiero ir a Italia!¡Lo que quiero es regresar a América!” Winterbourne dijo, “Pues te perderías de conocer ese hermoso país.” Rodolfo dijo, “¿Y pueden comprarse golosinas allí?” Su hermana dijo, “¡Rodolfo, tú ya tienes demasiadas!” Rodolfo dijo, “Sí pero no tantas como las que puedo comer en cien semanas!”
     Ed Winterbourne continuaba impresionado por la serena belleza de la hermana del goloso chiquillo. “Es verdaderamente impresionante el paisaje que puede verse desde aquí.” Ella dijo, “¿Le parece señor? Pues a pesar de ello, prefiero partir a Roma y pasar allí el invierno.” Winterbourne le dijo, “Se perderá el nevado espectáculo, que en esa época proporciona Suiza.” Ella le preguntó, “¿En verdad es usted norteamericano? Porque más bien parece usted alemán.” Winterbourne le dijo, “Soy neoyorquino, señorita.” Rodolfo dijo, “Lo mismo que nosotros, hermana.” Winterbourne dijo, “A todo esto, ¿Cómo se llama éste chiquillo?” El niño dijo, “¡Rodolfo Miller! También le voy a decir cómo se llama mi hermana, ya que todos me preguntan siempre por ella…” 
     Ella dijo, “¡Guarda silencio! El señor no te ha preguntado nada de mí…” Rodolfo dijo, “¡Pero es seguro que está impaciente por saber tú nombre! ¡Ella es Margarita Miller! Aunque mis padres y yo la llamamos Daisy. Ah, y mi padre se llama Ezra Miller.” El extrovertido niño continuó informando al joven sobre su familia, ante la molestia de su hermana. El niño siguió explicando, “Pero él no se encuentra en Europa, sino en Schenectady, haciéndose cada vez más rico, ¿sabe?” Daisy Miller habló, “Los Miller somos una familia de excelente posición social.” Ed dijo, “Pues es mi turno para presentarme, soy Ed Winterbourne.” Daisy dijo, “¡Jamás lo había escuchado mencionar!” Rodolfo pensó, “¡Ya va a empezar con sus tonterías, mi hermanita!!¡Será mejor que me vaya!”
     La señorita Miller había accedido a la plática con el joven, dejando atrás como por arte de magia, su frialdad e indiferencia. Winterbourne propuso se sentáran y dijo, “Estaremos mejor sentados ante la maravilla del lago azul.” Ella pensó, “Rodolfo se ha escabullido nuevamente…” Ambos se sentaron en sus respectivos sillones. Winterbourne dijo, “Él solo desea volver a América, supongo que a Schenectady…” Daisy dijo, “Sí, su deseo es volver a casa, ya que debido a que estamos en un viaje contínuo, él no ha podido hacerse de amigos.” Winterbourne preguntó, “¿No viaja con ustedes un preceptor?” Daisy dijo, “Antes de emprender este viaje, se entrevistaron dos con mi hermano, pero ambos dijeron que no podrían aleccionarlo, porque él era quien podría instruirlos a ellos.” Winterbourne rió diciendo, “¡Ja! Y no lo dudo, se ve que es muy listo.” Daisy dijo, “Pero mi madre ha decidido que al llegar a Italia, le pondrá un buen profesor.” Winterbourne preguntó, “¿Lleva mucho tiempo aquí en Vevey?” Ella dijo, “Cerca de dos meses, y apenas si he hecho algunos amigos. Tal parece que aquí no hay sociedad. A mí no me disgusta Europa, ya que me atrae todo de ella, principalmente los vestidos de París. Pero lo que yo necesito es la sociedad, pues me enloquece asistir a reuniones y conocer nuevas personas. Yo suelo pasar el invierno en Nueva York y la última temporada tuve que asistir a más de veinte almuerzos. Por otra parte, tengo más amigos que amigas. Sin embargo, siempre he tenido una corte escogida de caballeros. ¿Ha visitado usted el castillo de Chillon?” Winterbourne dijo, “Por supuesto. Ya lo he visto más de una vez.” Daisy dijo, “Nosotros no hemos podido hacerlo, pues mamá se ha indispuesto, ya que padece de dispepsia, además Rodolfo no ha querido ir.” Winterbourne le dijo, “No debe dejar de visitarlo. Vale la pena hacer el viaje en el barco de vapor que va expresamente hasta el castillo.”
      La linda norteamericana llamaba la atención no solo por su innegable atractivo, sino también por su notable sociabilidad. Daisy dijo, “Trataré de ir hasta allá esta misma semana…” Winterbourne le preguntó, “¿No dispone de alguna persona que pudiera hacerse cargo de su hermano, ésta tarde?” Daisy dijo, “Nuestro secretario es incapaz de controlarlo, y mi madre no debe sufrir ninguna molestia, ya que bastante tiene con sus males. ¡Pero estoy segura de que usted podrá pasar la tarde con él!” Winterbourne dijo, “Siento decirle que me resultaría más agradable que eso, acompañarla al castillo de Chillon…si es que su mamá gusta acompañarnos, desde luego.” Daisy dijo, “Definitivamente mi madre no accederá a ir, pero convenceré a Eugenio de que se quede con Rodolfo.” Winterbourne dijo, “¿Eugenio?” Daisy dijo, “Sí, y precisamente viene hacia acá.” Ante ellos llegó un joven mayordomo. Daisy dijo, “¡Hola Eugenio!” 
     Eugenio dijo, “Tengo el honor de anunciar a la señorita, que la comida está servida.” Daisy le dijo, “¡Esta tarde subiré al castillo de Chillon!” Eugenio preguntó, “¿Se ha comprometido a hacerlo con éste caballero?” Daisy dijo, “En efecto. Y tú tendrás que soportar a mi hermanito.” Eugenio dijo, “Pero señorita…” Daisy preguntó a Winterbourne, “¿Usted reside también en éste hotel, señor Winterbourne?” Winterbourne dijo, “Sí, señorita Miller, y tendré el honor de presentarle a mi tía. Ella podrá informarle todo acerca de mi.” Daisy dijo, “¡Oh, eso está muy bien!” Y la chica se alejó en compañía de su secretario, diciendo, “¡Hasta Luego!” Winterbourne pensó, “¡Qué mujer tan fascinante y tan…extrovertida!”
     Más tarde, Winterbourne comía en compañía de su tía. Winterbourne dijo, “Me alegra que tu dolor de cabeza haya desaparecido.” Su tía le dijo, “¿Y tú qué has hecho toda esta mañana?” Winterbourne le dijo, “Después de que di un paseo por el lago, estuve conversando con un niño y su hermana, quienes por cierto, también son norteamericanos. Tal vez conozcas a ésta familia, la cual, según me contaron ellos mismos, está compuesta por la madre, una linda hija, y un vivaz niño.” Su tía lo interrumpió, “¡Y un secretario!” Winterbourne se incomodó, y dijo, “¡Entonces los has visto!” Ella dijo, “Desde luego los he observado y también oído…y hasta sé algo de su vida. Pertenecen a una clase inferior a la nuestra…” Winterbourne replicó, “Pero la hija, es decir, la señorita Miller, es una muchacha muy guapa.” Ella dijo, “Eso es indudable…pero es muy vulgar. No tiene idea de lo que es una buena educación. Todos ellos tienen una encantadora figura, y hasta reconozco que ella tiene gusto para vestir, pero te repito, que es de una clase muy baja.” 
     Winterbourne le dijo, “¡Querida tía, espero que no me digas que la ves como un salvaje comanche.” La tía dijo, “No, pero sí es una señorita que ha intimado con su propio secretario.” Winterbourne dijo, “¿Qué dices tía?” Ella dijo, “Lo que escuchaste, ¡Ah, y la madre de esa mujercita es una verdadera estúpida! Permite que ese hombre se siente con ellos a la mesa, solapando con ello a su preciosa hija.” Winterbourne le dijo, “Bien, a pesar de todo lo que dices saber sobre ellos, la señorita Miller me encanta.” Su tía le dijo, “Pudíste habérmelo dicho desde el principio. Sin embargo, espero que no  olvides de cuanto te dije sobre la dama con la que has entablado relaciones.” Su tía se levantó para irse, y Ed le dijo, “Tía, no te vayas así…lo único que ha habido entre ella y yo ha sido un simple dialogo.” Su tía le dijo, “No sabes cuánto me alegra escuchar lo que dices…” Winterbourne dijo, “Pero debo decirte que me tomé la libertad de ofrecerle tu presentación.” Su tía le dijo, “¿Bromeas, querido?” Winterbourne dijo, “No tía, lo hice con el fin de garantizar mi seriedad ante Daisy…” Su tía dijo, “Antes, me gustaría saber quien los garantiza a ellos.” Winterbourne le dijo, “¡Eres implacable! No puedo creer que pienses tan mal de una damita tan fina y delicada. Puede que sea inculta, pero es delicadamente hermosa. Prueba de que creo esto, es que visitaré en su compañía el castillo de Chillón.” Su tía le dijo, “¿Cuánto tiempo tienes que conocerla?” 
     Winterbourne dijo, “¿No te mencioné ya que la he visto apenas ésta mañana?” La tía dijo, “Bien, ya no quiero discutir mas sobre una mujer que por lo que veo, te ha conquistado en tan poco tiempo.” Winterbourne dijo, “Y por ello, puedo concluir que piensas que estaré en peligro, si vuelvo a acercarme a ella.” La tía dijo, “En efecto, ya que esa mujer solo está en espera de un incauto adinerado que le dé la oportunidad de ubicarse en un buen sitio de nuestra sociedad.” Winterbourne dijo, “Pese a todo, accederás a conocer personalmente a Daisy Miller, ¿Verdad?” La tía le dijo, “¿Irás realmente al castillo en su compañía?” Winterbourne dijo, “Si ella no decide otra cosa…así será.” La tía dijo, “Entonces, mi querido sobrino, declinaré el alto honor de la presentación. Soy ya una anciana, pero gracias a Dios aún no chocheo.” Winterbourne dijo, “Tía, ¿Es realmente malo el comportamiento de esa joven norteamericana?¿No son aún más coquetas mis primas…neoyorquinas, también?” La tía dijo, “Ella se excede de la liberal licencia que se permite a las mujeres solteras de Nueva York.”
      Por la tarde, Winterbourne buscó ansioso a la bella Daisy, quien se encontraba disfrutando del paisaje. Winterbourne llegó nuevamente a la terraza al aire libre. Daisy, sentada en un sillón le dijo, “¡Señor Winterbourne, pensé que se había olvidado de mi!” Winterbourne le dijo, “¡Eso sería imposible! Una dama como usted resulta inolvidable…” Daisy dijo, “He estado pensando en la persona que usted va a presentarme…se trata de su tía, ¿No es cierto? No se sorprenda, lo que sucede es que su tía es una gran personalidad. El gerente del hotel me dio informes sobre ella…Ahora sé que su tía es una dama muy autoritaria, y a mí me gustan las personas autoritarias…aunque tanto mi madre como yo, también somos orgullosas. ¡No se imagina cómo deseo conocer a la señora Castello!¡Quiero saber cómo es hasta en sus más pequeños detalles!” Winterbourne le dijo, “Temo que debemos esperar a que sus dolores de cabeza desaparezcan.” Daisy dijo, “Supongo que no tendrá jaquecas todos los días…” Winterbourne dijo, “N-no lo sé…ella no me ha dicho nada.” Daisy dijo, “Debo decirle que he comprendido…aunque pudo haberme dicho claramente que su tía no desea conocerme…” Winterbourne dijo, “Es que ella no recibe a nadie, debido a su mala salud…” Daisy dijo, “No necesita excusarse, después de todo, su tía no tiene ninguna necesidad de conocerme, supe también que es muy selectiva.” Winterbourne le dijo, “Pese a esto, mi invitación al castillo de Chillón siguen en pie.” Enseguida, Daisy dijo, “¡Ah, mi madre se acerca a nosotros!” Winterbourne dijo, “Tendré el honor de saludarla.”
     Daisy había logrado disimular su decepción, y mostrando una amplia sonrisa, presentó a Ed Winterbourne a la señora Miller, quien dijo, “Así que usted es el hombre de quien mi hijo Rodolfo me ha hablado tanto.” Winterbourne dijo, “Considéreme un servidor de ustedes.” La conversación se extendió hasta que anocheció. Finalmente, Winterbourne se despidió, diciendo, “Mañana llevaremos a cabo el paseo, y me complaceré en pasear al lado de dos damas tan bellas.” Daisy dijo, “Dejaremos a Rodolfo con nuestro secretario.” Cuando el joven se alejó, Daisy dijo, “Su tía, la orgullosa señora Castello, no aceptó conocerme.” La señora Miller dijo, “¿Eso ha logrado preocuparte, querida Daisy?”
     Al día siguiente, el puntual caballero Winterbourne aguardaba a sus damas, sentado en un sillón de espera, pensando, “Aún no logro entender la forma en que la hermosa Daisy entró a formar parte de mis pensamientos.” Winterbourne sintió como si el corazón le diera un vuelco, al ver que la bella Daisy se acercaba hasta él, en compañía de su madre. Winterbourne pensó, “A pesar de lo que dice mi tía, no encuentro nada vulgar en ellas.” Luego de los saludos, la señora Miller dijo, “Por fín conoceremos el castillo, aunque pienso que en Italia podremos visitar otros más famosos que éste de Vevey.” Winterbourne dijo, “El coche nos espera para llevarnos al atracadero, donde tomaremos el vaporcito que nos conducirá hasta Chillón.” Pero cuando apenas se disponían a salir del Gran Hotel, el secretario llegó inesperadamente y los interrumpió, “¡Señora Miller…!” Ella dijo, “¿Qué sucede, Eugenio?” Eugenio dijo, “¡Perdone que las moléste, pero el niño no quiere quedarse conmigo!” La señora Miller dijo, “Tendré que quedarme a cuidarlo…” Daisy dijo, “Tenías que llegar justo antes de que nos embarcáramos, Eugenio.” La señora Miller dijo, “Lo siento señor Winterbourne, pero yo no los podré acompañar.” Daisy dijo, “Bien, bien. Vayamos al bote antes de que otra cosa suceda.” Winterbourne dijo, “Si me honra tomándome del brazo, señorita Miller.” Eugenio dijo, “¿Dejará ir sola a la señorita?” La señora Miller dijo, “Sabes bien que Daisy hace siempre lo que desea, y no va sola, la llevará éste gentil caballero.” Daisy dijo, “En efecto, Eugenio. Y espero que no armes un alboroto.” Eugenio dijo, “¡Yo podría acompañarla!” pero Winterbourne dijo, “Señora Miller, confíe en que a mi lado su hija estará bien.”
     Sin más, los jóvenes se dirigieron al paseo, pero Winterbourne había quedado pensativo, ante la confianza del secretario para con sus señoras, y pensó, “En eso sí tiene razón mi tía. Creo que ese hombre esperaba que le pidiera su anuencia para salir con Daisy.” Daisy dijo, “Éste será un lindo día, señor Winterbourne.” El recorrido por el castillo de Chillon se alargó debido a la manifiesta curiosidad de la señorita Miller, quien dijo a Winterbourne y al guía, “¿No les molestaría que volviéramos a la torre principal?” El guía dijo, “La visita no es buena si no se hace con calma. Volveremos a donde usted guste.” Las preguntas de la chica, iban casi siempre con la intensión de conocer más a Winterbourne, y muy poco sobre el castillo. Mientras hacían el recorrido, Winterbourne hizo un comentario, “Bueno, reconozco que la historia de los desventurados habitantes de este lugar, es buena…” Entonces Daisy Miller dijo, “Para que entre por un oído y salga por el otro. ¡Ja, Ja!” Ed Winterbourne dijo, “¡Bien, ha llegado la hora de volver!”
     Poco después, cruzaban de nueva cuenta las azules aguas del lago de Vevey. Daisy dijo, “Me agradaría tanto que usted nos acompañára en nuestro viaje a Italia. Es más, tengo una buena idea que le serviría de pretexto…” Winterbourne le dijo, “Créame que nada me gustaría más, pero tengo que atender mis ocupaciones.” Daisy dijo, “¡Qué contrariedad! Pero sus negocios pueden esperarlo.” Winterbourne le dijo, “Lamentablemente, mis ocupaciones reclaman mi presencia en Nueva York, y deseo estar allá dentro de tres días.” Daisy dijo, “No creo que si usted se queda aquí dos días más, vendrán a buscarlo impacientes en un bote.” Winterbourne dijo, “En verdad, no puedo quedarme más tiempo.”
     Esa noche en su habitación, Winterbourne no podía conciliar el sueño…y pensaba, “Por más que trato de evitarlo, no dejo de evocar el lindo rostro de Daisy. Es más, creo que nunca había visto a una chica más linda. Y no es que tema a enamorarme de ella, pues yo no tengo los mismos prejuicios de mi tía, pero sí temo al amor sin razón. Aunque de sobra sé que en el amor no existe raciocinio alguno. Éste llega sin explicación…y también si ella desaparece.” Al día siguiente, Winterbourne econtró a Daisy en la terraza, y dijo, “¡Qué gusto de haberla encontrado aquí!” Daisy dijo, “Es lógico, puesto que no hay muchos lugares que visitar aquí.” Winterbourne dijo, “¿La señora Miller accederá a recibirme en este momento?” Daisy dijo, “No lo creo señor Winterbourne. Ella duerme hasta tarde en este momento, debido a que por la noche sus males estuvieron aquejándola.” Winterbourne dijo, “Entonces usted hará favor de despedirme de ella y de Rodolfo.” Daisy dijo, “Así que se marcha…Entonces prométame que éste invierno irá a buscarme a Roma.” Winterbourne dijo, “No es difícil hacerle esa promesa, ya que he acordado con mi tía, alcanzarla en su alojamiento que posee en esa magnífica ciudad.” Daisy dijo, poniendo sus manos en los hombros de Winterbourne, “Muy bien, pero no deseo que vaya a Roma por su tía, lo que le pido es que vaya por mí.” Winterbourne le dijo, “De cualquier modo, volveremos a vernos.”
     Finalizaba el mes de diciembre, cuando Ed Winterbourne, recibía una carta de su tía, la señora Castello. Winterbourne leyó, “Las Miller que conociste en Vevey durante el verano, y que fueron tan de tu agrado, ya han llegado a Roma con todo y su secretario. Aquí han hecho varias relaciones nuevas, pero ese secretario continúa siendo la más cercana…la hija, sin embargo, ha intimado con ciertos italianos, comportándose de un modo que da mucho de qué hablar. No dejes de venir antes del 23 de enero para…” Winterbiurne dejó de leer y pensó, “Yo solo dejaré que las cosas sigan su curso natural, y si en él está Daisy…nada haré para cambiarlo.” Una mañana de mediados de enero, Ed Winterbourne salió de su casa, y mientras daba un paseo por carruaje, pensó, “He dejado todo resuelto aquí en Nueva York, si nada me reclama antes mi regreso, estaré ausente cerca de dos meses.” A su llegada a Roma, la señora Castello se mostró feliz, y dijo, “¡Hijo, esperaba con ánsia tu llegada!” Winterbourne dijo, “Es que no puedo viajar con la libertad con que tú lo haces, pero aquí tienes a tu más fiel seguidor.”
     Al atardecer, tía y sobrino caminaban por el hermosos jardín d la grandiosa casona. La tía Castello dijo, “Deberías olvidarte de tu empelo como diplomático, tienes la herencia que tus padres te dejaron a su muerte…” Winterbourne dijo, “Sí tía, sé que soy lo bastante rico para molestarme en trabajar, pero no quiero sentirme un inútil aristócrata.” La tía dijo, “¿Y qué me dices sobre un futuro casamiento con una mujercita?” Winterbourne dijo, “Nada todavía. ¿Pero qué me cuentas tú de la familia Miller?” La tía dijo, “¿Acaso piensas continuar la relación con ellas? Bueno, ese es el ‘privilegio’ que tienen los hombres, pueden conocerlo todo.” Winterbourne dijo, “Tía, que cosas dices.” Tía Castello dijo, “Solo te diré que esa joven, va sola a todas partes con esos extranjeros. Lo que puedan hacer después, debes buscarlo en otras informaciones. Ha tenido el ‘gusto’ de escoger una media docena de romanos, todos ellos cazadores de fortunas, y va con ellos a donde se le dá la gana.” Winterbourne le preguntó, “¿Y qué sabes de la señora Miller?” La tía le dijo, “No tengo ni la menor noticia de lo que hace, pero como te dije en Vevey, debe continuar siendo una tonta.” Winterbourne le dijo, “Lo que las dos mujeres hacen comentar, es debido a la ignorancia e inocencia de ambas, pero te asegúro que no son malas.” La tía dijo, “Pues a todos desagradan por la clase de vida que llevan, y si estoy equivocada, la sociedad también lo está.”
     La noticia de que Daisy se encontraba rodeada por apuestos italianos, no dejó de intranquilizar a Winterbourne, quien pensaba, “Tal parece que no dejé una huella duradera en el corazón de la señorita Miller. Mañana acudiré al banco norteamericano, a preguntar la dirección de Daisy, e iré a visitarla.” Sin embargo, el joven tuvo que dedicar todo su tiempo a cumplir con gran número de compromisos en compañía de la señora Castello, hasta que la dama volvió a padecer de sus terribles dolores de cabeza. Estando en cama, la tía dijo a Winterbourne, “Discúlpame con la señora Walker…” Winterbourne dijo, “No te preocupes, ella sabrá comprender tu ausencia. Descansa para que no tenga que volver a salir solo.” La tía dijo, “Ed, necesitas libertad para que las jóvenes se acerquen a ti en las reuniones, ya que si siempre te ven a mi lado, pensarán que no tienes carácter, y eso nos sobra a los Winterbourne.”
     Días más tarde, en la mansión de la señora Walker, la misma señora recibía a Winterbourne, diciendo, “Es un placer tener en mi casa a tan buen amigo.” Winterbourne besó su mano, e hizo una reverencia, diciendo, “Tenía muchos deseos de saludarla, hace tanto tiempo que abandonó Norteamérica.” En ese momento, un chiquillo llegó hasta ellos, diciendo, “¡Yo a usted lo conozco!” Era Rodolfo Miller. Winterbourne dijo, “¡Vaya, vaya! Mi amigo de Vevey aquí…” Rodolfo dijo, “¿Ha venido a Italia en busca de mi hermana?” En ese momento apareció la madre del chiquillo, quien dijo, “¡Rodolfo, te pedí que guardáras compostura en nuestra visita a la señora Walker!” Winterbourne dijo, “¡Señora Miller, que gusto de volverla a ver!” La señora Miller apenas si devolvió el saludo con un gesto, y se alejó llevándose con ella a su hijo. Enseguida, la señora Walker dijo, “Así que conoce usted a ésta familia, pero páse al salón donde también se encuentra la señorita Miller.” Poco después, Ed Winterbourne se encontraba al lado de la joven que tanto recordára. Daisy dijo, “¿Porqué no nos ha visitado? Hemos adquirido una hermosa suite aquí en Roma.” Winterbourne dijo, “Tengo poco tiempo de haber llegado, y esperaba una buena ocasión para hacerlo. ¿Y cómo la pasa aquí?” Daisy dijo, “Bien, aunque la verdad es que ésta ciudad, de la que tantas alabanzas había escuchado, me ha decepcionado. ¡Lo cierto es que esperábamos encontrarnos con una sociedad diferente!” 
     Enseguida Winterbourne dijo, “¿Y a ti qué te ha parecido ésta ciudad, Rodolfo?” Rodolfo dijo, “¡La odio cada día más!¡Ansío volver a Schenectady!” La señora Miller dijo, “¡Rodolfo, por favor guarda silencio!” Winterbourne dijo, “Es un niño, señora Miller y solo dice lo que piensa.” El joven volcó entonces toda su atención en la madre de Daisy, y dijo, “Me alegra saber que ha gozado de buena salud desde que nos dejamos de ver en Vevey.” La señora Miller dijo, “No muy buena, caballero, ya que sigo con mi dispepsia. Y me temo que este clima me afecta aún más. Ya he probado todo cuanto existe en contra de ese padecimiento y nada me ha resultado. Estaba a punto de iniciar un nuevo intento recetado por mi médico, cuando mi esposo decidió que debía acompañar a mi hija a conocer Europa.” La anfitriona interrumpió gentilmente aquella larga charla de patología, y dijo, “¿Qué les parece si probamos algunas delicias italianas?” 
     Daisy aprovechó para volver con sus delicados reproches. “Señor Winterbourne…¿Porqué se mostró tan tímido en Vevey?” Winterbourne le dijo, “¿Cree usted que he hecho este viaje solo para sus quejas?” Daisy dijo, “Si usted hubiera accedido a permanecer más tiempo en Suiza, nada podría reclamarle.” Winterbourne dijo, “Señorita Miller, su sonrisa hechiza y hace olvidar que es usted muy caprichosa.” Pero en ese momento, la señora Walker interrumpió, “Estimado caballero, espero que asista a la reunión que daré la próxima semana.” Winterbourne le dijo, “Tenga la seguridad de que seré uno de los primeros en llegar.” Daisy dijo, “A propósito de ello, señora Walker, debo pedirle un favor.” La señora Walker dijo, “Dígame, querida…” Daisy dijo, “Necesito su permiso para traer ese día a un amigo.” La señora Walker dijo, “Tendré mucho gusto en recibir a ese caballero.” La señora Miller dijo, “¡Oh, es que Daisy tiene muchos amigos!” Daisy dijo, “Se trata del señor Giovanelli, que se ha convertido en un buen amigo mío. ¡Es uno de los hombres más guapos del mundo, claro, exceptuando al señor Winterbourne.”
     Ante el desparpájo de la señorita Miller, Linda Walker y Winterbourne intercambiaron sus miradas de interrogación. La voz de Rodolfo, puso fin a las alabanzas de la joven. “Mamá, debemos irnos. Eugenio debe esperarnos con impaciencia dentro del coche.” Con cierto nerviosímo, la señora Miller se dirigió a su anfitriona, “Señora Walker, ha quedado convenido nuestro próximo encuentro en el que vendremos acompañadas por el caballero Giovanelli. Ahora nos retiramos a nuestro alojamiento.” Daisy dijo, “Tú y Rodolfo pueden irse a descansar, pero yo voy a dar un paseo y no me interesa si Eugenio se molesta.” Winterbourne pensó, “¿Ese secretario otra vez?” La señora Walker le dijo a Daisy, “¿A éstas horas cuando el sol está declinando? No creo que pueda pasear segura si va sola.” La señora Miller dijo, “No vayas Daisy…recuerda que hay peligro de que te contagies de fiebre palúdica.” Daisy dijo, “Lo siento pero no voy a dejar plantado a Giovanelli.” La señora Walker insistió, “¡Querida joven, hágame el favor de no ir a reunirse con ese bello italiano!” Daisy se desesperó, y dijo, “¡No voy a cometer incorrección alguna! Me reuniré con Giovanelli en el jardín que está a 300 metros de aquí. Además, el caballero Winterbourne podría hacerme el favor de acompañarme.” Winterbourne dijo, “Lo que para mí  resultará un verdadero placer.”
     Sin escuchar a su madre, y a Linda Walker, Daisy salió de aquella casa tomada del brazo de Winterbourne, y avisó al secretario quien esperaba en el carruaje, “¡Eugenio, me voy a dar un paseo!¡Adiós!” Enseguida, caminando, los jóvenes disfrutaban de su mutua compañía, y de una tarde espléndida. Daisy dijo, “Si no vino a Roma para visitarme, me gustaría saber qué otro interés lo trajo aquí.” Winterbourne se explicó, “Señorita Miller, hemos llegado ya al jardín, si usted así lo desea, la acompañaré a encontrar a su amigo.” Daisy dijo, “Giovanelli es uno de los muchos amigos que he logrado hacer en ésta sociedad, que es más elegante de lo que pensé. Imaginaba que Roma era una ciudad tristísima, y me he encontrado con un ambiente encantador, ya que la gente es muy hospitalaria.” Winterbourne dijo, “Lo único malo que hay aquí, es el peligro latente de contraer el paludismo.” Daisy dijo, “Si teme usted tanto a fallecer por eso, puede retirarse, puedo buscar sola a Giovanelli.” Winterbourne dijo, “Está visto que mi presencia le estorba.” Al ver llegar a Giovanelli, Daisy dijo, “¡Ah, mira, él mismo se acerca a nosotros!” Winterbourne dijo, “Bien, me despido de ustedes, señorita Miller.” Daisy dijo, “Le presentaré a mi amigo que es un verdadero caballero…como usted.” Winterbourne pensó, “¡Bueno, no había visto frialdad igual!” 
     Winterbourne no pudo menos que reconocer que aquel italiano era un hombre educado y correcto. “El señor Winterbourne… El señor Giovanelli…” Giovanelli dijo, “¡Buenas tarde, y bienvenidos a esta maravillosa e histórica ciudad!” En una forma totalmente natural, Daisy tomó a ambos caballeros del brazo y echó a andar. Enseguida, Daisy dijo, “¿Verdad que el señor Giovanelli habla correctamente el ingles?” Winterbourne pensó, “En realidad es una copia bien hecha de lo que un caballero debe ser.”
     La chica sostenía la conversación con alegría, ante la atención de sus dos compañeros…y de la gente. Giovanelli pensó, “No sé si pensar que Daisy es muy ingenua, o muy cínica. Hace una cita con uno, y trae otro a ella.” Mientras tanto, se escuchaba una risa entre Winterbourne y Daisy. Giovanelli era un joven realmente guapo, y trabajaba como maestro de música, lo que le hacía sentirse inferior ante la linda chica. Giovanelli pensaba, “Pensé que sería una entrevista íntima, y no una canción a tres voces. El caballero norteamericano no deja de observarme con cierto aire de superioridad.” Daisy decía, “¡Qué cosas dice señor Winterbourne!” De pronto, un carruaje se detuvo a un lado de ellos. Winterbourne dijo, “¡Parece que la señora Walker decidió alcanzarnos!” Daisy dijo, “¿Está seguro que se trata de ella?” Winterbourne se acercó al coche ante la indiferencia de sus compañeros, pensando, “¿Porqué no bajará la señora Walker?” Por la ventanilla se asomó el preocupado rostro de Linda Walker, diciendo, “¡Es verdaderamente lamentable lo que esa señorita hace y que usted sea también partícipe!” Winterbourne dijo, “¿A qué se refiere querida dama?” La señora Walker dijo, “¡Esa joven es una perdída!” Winterbourne la defendió, “¡Daisy es una chica completamente inocente, y no hace ningún mal a nadie por pasear con dos caballeros!” La señora Walker dijo, “Señor Winterbourne, dígame, si ha visto usted a nadie más imbécil que la madre de esa degenerada.” Winterbourne dijo, “¿Y qué se propone hacer, señora Walker?” La señora Walker dijo, “Invitarla a pasear conmigo, para que todos vean que no anda triscando como una cabra, y después, llevarla a su casa sana y salva.” Winterbourne dijo, “Temo que la señorita no aceptará su idea; pero la traeré ante usted.”
     Sonriendo a la señora Walker, Daisy se acercó hasta ella, y dijo, “¡Pero qué carruaje más lindo tiene usted!” La señora Walker dijo, “Me alegra que lo encuentre a su gusto, y me atrevo a ofrecérselo para dar un paseo juntas.”
Daisy dijo, “Le agradezco la invitación, pero prefiero seguir disfrutando de la compañía en que me encuentro.” La señora Walker dijo, “No dudo que sean encantadores los caballeros; pero ese paseo no resulta muy habitual aquí en Roma.” Winterbourne se había alejado, y permanecía junto a Giovanelli expectante, viendo a Daisy junto a la carrosa. Daisy dijo, “¿Hay peligro de muerte si no acepto subir a su coche?” 

     Las tranquilas palabras de la joven, lograron exasperar aún más a la señora Walker, quien dijo, “Usted podría pasear perfectamente con su madre, querida niña.” Daisy dijo, “¿Con mi mamá?¿Acaso no se ha dado cuenta que tengo más de quince años?” La señora Walker dijo, “Sí, lo sé…¡Tiene usted edad suficiente para ser más razonable en su comportamiento, y no dar de qué hablar!” Daisy dijo, “¿Qué quiere usted decir?” La señora Walker dijo, “Suba al carruaje y se lo diré.” Daisy dijo, “¡No acierto a comprender lo que usted quiere indicarme!” La señora Walker dijo, “¡Veo que prefiere que se le tenga por una señora nada recomendable!” Daisy dijo, “¡Esto sí que tiene gracia!”
     Tratando de disimular su sonrojo, Daisy se volvió hacia Ed y Giovanelli, y dijo, “Caballeros, ¿Creen ustedes que salvaré mi reputación subiendo a este carruaje?” Winterbourne se acercó hasta ellas, y dijo, “Mi opinión es que debe subir al coche.” Daisy dijo, “¡Ja, Ja! Así que lo que hago es incorrecto…Señora Walker, lo que usted debe hacer es dejarme en paz. ¡Quede usted con Dios!” Sin agregar mas, Margarita Miller se alejó del feliz Giovanelli. Winterbourne se acercó al carruaje y dijo, “Querida Mía, lo único que logró fue ponerse fuera de sí, por una joven que sospecho actúa sin darse cuenta.” La señora Walker dijo, “Eso pensaba hace un mes, pero ya ha ido muy lejos.”
    Winterbourne decidió acompañar hasta su casa a la dama, y subió al carruaje. La señora Walker hizo un amplio relato de las actividades de la chica. “En su alojamiento recibe a los hombres hasta altas horas de la noche, cuando su madre no está. En el hotel, la servidumbre misma se ha escandalizado ante las cosas que suceden con la ‘niña’” Winterbourne dijo, “Pienso que su única falta es no haber tenido una educación adecuada.” La señora Walker dijo, “No es eso solamente, pero dígame…¿Cuánto tiempo la trató en Vevey?” Winterbourne dijo, “Solamente un par de días.” La señora Walker le dijo, “¿Y en ese tiempo logró conocerla a fondo?” Winterbourne dijo, “No…pero sí logró interesarme demasiado.” La señora Walker dijo, “¡Yo le recomendaría que se apárte de ella definitivamente!” Winterbourne dijo, “Temo mucho que no atenderé su petición; pero nadie podrá escandalizarse por las atenciones que tenga con ella.” De pronto, la señora Walker dio la orden, “¡Cochero, volveremos al jardín!” Winterbourne aún no comprendía la razón de la vuelta al jardín por donde paseaba con Daisy, cuando la señora le pidió que bajara, diciendo, “¡No le quito la oportunidad de volverse a encontrar con su admirada señorita!¡Adiós, señor Winterbourne!” Winterbourne dijo, “Pero, señora Walker…”
     La dama no le dio más tiempo y se alejó, dejando a Winterbourne pensativo. Winterbourne pensó, “Después de todo, tendré oportunidad de disculparme de Daisy, quien por suerte va delante de mí.” Cuando Winterbourne vio a la pareja, pensó, “Bien, creo que deberé buscar otra ocasión, ya que por el momento salgo sobrando.” Cuando llegó el día de la fiesta ofrecida por Linda Walker, Winterbourne se encontró con la nerviosa señora Miller, diciendo, “¿Así que su hija no quiso acompañarla?” La señora Miller dijo, “Es que en el momento en que salíamos para acá, llegó a buscarla su amigo italiano, y decidió quedarse en su compañía.”
     Cerca de la media noche, Daisy se presentó en el lugar, acompañada de su fiel Giovanelli. “¡Buenas Noches!¿Dónde se encuentra la señora Walker?” Cuando estuvo ante la dama, la joven la abrazó efusivamente. “Perdone mi tardanza, pero es que cité antes en el hotel al buen amigo que quiero presentarle, con el fin que ensayará unas piezas que él tocará para sus invitados.” Daisy continuó, “¡Éste es el señor Giovanelli, quien les hará pasar un rato delicioso, con su interpretación y hermosa voz!” 
     Sin hacer caso de la frialdad con que había sido recibida, Daisy se dispuso a conversar con Winterbourne, mientras que el italiano entretenía a la selecta concurrencia. Daisy dijo, “Así que usted no baila, señor Winterbourne. ¿No será que me téme, por…coqueta?” Winterbourne dijo, “No, pero pienso que usted debe actuar respetando las costumbres del lugar en que se encuentre.” Daisy dijo, “No pienso escuchar sermones, así que mejor me retiro. Es una pena que usted sea tan seco y poco cortes.”
     Durante el resto de la velada, Daisy y su acompañante fueron relegados notablemente por los demás invitados. Daisy pensó, “¿Porqué insisten en que cámbie mi forma de ser? Estoy segura de que no hago algo indebido.” Cuando las Miller se despidieron de Linda Walker, ésta solo aceptó que la madre le dirigiera la palabra, quien dijo, “¡Buenas  noches, querida! Fue una velada agradable. Vea usted que si dejé que Daisy llegára sola, no le permito que se marche sin mí.” La señora Walker dijo, “¡Adiós señora Miller!¡No es por mi por quien debe preocuparse!”
     Había transcurrido más de un mes de aquella fiesta, cuando Winterbourne se enteró de un triste suceso. Winterbourne llegó a casa de la señora Miller, quien le dijo, “¡Es verdad lo que le han dicho, Daisy está muy grave!¡Y en su delirio, solo lo llama a usted!” Un nudo le apretó en la garganta, cuando se encontró ante la joven afectada por el paludismo. Winterbourne pensó, “¡Dios mío, no puede ser que alguien tan rebelde ante la vida se encuentre a punto de ser vencida por la muerte!” La señora Miller dijo, “¡Ha caído en total inconsciencia!” Winterbourne preguntó, “¿Y Giovanelli?” La señora Miller dijo, “No se ha presentado a verla. Tal vez porque se siente culpable de que Daisy se haya enfermado. El caballero italiano se la llevó a pasear de noche al Coliseo, ya que mi hija deseaba verlo iluminado por la luz de la luna, y fue esa atmosfera perniciosa la que la postró.”
     Dos días después, Daisy fue sepultada en un pequeño cementerio de la ciudad de Roma. La sociedad continuaría atacándola mucho tiempo después de su muerte. Giovanelli mandaría inscribir sobre su lápida, una tierna inscripción. “Daisy Miller. Flor inocente que la noche marchitó. 1900” Winterbourne pensó, “¡Jamás sabré si fuiste solo una víctima de los prejuicios de la sociedad!”
      Tomado de Novelas Inmortales, Año XVI, no. 797, febrero 24 de 1993. Guión: Víctor M. Yáñez. Adaptación: Víctor M. Yáñez. Segunda Adaptación: José Escobar.   
                                                                                         

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