Club de Pensadores Universales

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jueves, 15 de agosto de 2019

La Tía Tula, de Miguel de Unamuno

La Tía Tula es una novela escrita por Unamuno en 1907, publicada en 1921. Esta novela fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español El Mundo.

Contenido

     Es una de las novelas más conocidas de Unamuno. Aunque comparte con otras novelas el estilo y las preocupaciones habituales del autor, esta novela incluye como factor diferencial el erotismo, un erotismo sutil y sólo en escasos momentos explicitado. La trama de la novela se sustenta en la práctica antropológica del levirato y el sororato en un contexto de represión sexual.
     Esta novela narra la vida de Gertrudis, también llamada la Tía Tula, y los sacrificios que realiza durante su vida para satisfacer sus ansias de maternidad.

     Esta obra es caracterizada por tener como tema principal el amor maternal.

     En 1964 el director Miguel Picazo la adaptó al cine, con Aurora Bautista en el papel principal junto a Carlos Estrada e Irene Gutiérrez Caba. (Wikipedia)

La Tía Tula
de Miguel de Unamuno
     1910. La luna brillaba con plenitud sobre la ciudad de Salamanca. En el interior de la grandiosa iglesia, las sombras de la noche y la paz del sacro recinto, propiciaban la más agradable de las soledades. Dos hombres dialogaban. Uno de ellos dijo, “Bien Rómulo…ya puedes ir a descansar.” Rómulo dijo, “Sí, solo han quedado encendidos los cirios más indispensables.” El párroco de la iglesia de la ciudad, era un hombre bueno y muy apreciados todos los fieles. Rómulo dijo, “Un chocolate bien caliente no nos vendrá nada mal.”
     El párroco le dijo, “¿Qué te parece que fueran dos para ti?” Rómulo dijo, “No, no le entiendo padrecito.” El párroco le dijo, “Que si no te cae nada mal una espumosa taza de chocolate, otra mas no te hará ningún daño.” Rómulo le dijo, “¡Ah, qué bobo soy! Eso significa que usted saldrá a casa de sus sobrinas…” El párroco agregó, “…y que tú deberás cenar solo esta noche, pues no quiero que te esperes para ello hasta mi regreso.” Rómulo le dijo, “Pierda cuidado por mí, padrecito…dele mis saludos a las niñas por favor.” El párroco le dijo, “Gracias Rómulo” Antes de despedirse, el párroco dijo, “No tardaré mucho.” Rómulo le dijo, “¡Que Dios lo acompañe, Padrecito!”
     El padre se dirigió a la casa de sus sobrinas, quienes habían quedado huérfanas desde muy niñas. Desde entonces, el sacerdote había quedado como tutor de Gertrudis y Rosa, a las que visitaba diariamente. Al llegar, una mujer lo recibió, diciendo, “¡Señor cura, pase usted!” El párroco dijo, “¡Buenas noches, Oralia!” En la acogedora sala de la casa, lo esperaban sus sobrinas. Una de ellas lo abrazó, diciendo, “¡Tío, que bueno que esta noche si pudiste venir a cenar con nosotras!” El párroco le dijo, “¡Qué más quisiera yo poder hacerlo diario!” Mientras los veía, Tula, la otra sobrina dijo, “Rosa sabe muy bien que tú te debes principalmente a la iglesia del señor.” Ante el comentario, el párroco dijo, “Pero no tiene caso que te molestes, Tulita…” Entonces Rosa dijo, “Lo que pasa es que Tula se enoja porque sabe que yo soy tu consentida. ¿Verdad tío?”
     El párroco dijo, “A las dos las quiero por igual, y ya que estamos juntos ésta noche, no debemos buscar motivos para discutir.” Gertrudis dijo, “Tienes razón tío. Pasemos al comedor.” Rosa dijo, “Te preparamos un platillo que te hará chuparte los dedos.” Gertrudis y Rosa habían heredado un considerable patrimonio de sus padres, y ya habitaban la hermosa mansión familiar. El párroco dijo, “Nada me alegra más que verlas a las dos tan lindas y tan juiciosas en todas sus actitudes.” Ya sentados en la mesa, Rosa dijo, “Lo que pasa es que Gertrudis es una mujer muy sabia que me protege y guía.” El párroco dijo, “Sí, la inteligencia de Tulita les ha bastado para salir adelante.” Gertrudis dijo, “Tío, hablas como si tú  no hubieras contribuido nunca con tus consejos.”
    El párroco dijo, “Pero mis consejos han salido casi siempre de mis lecturas, y no de las vivencias. Lo cierto es que tú, Gertrudis, heredaste el buen juicio de tu madre, mi buena hermana que en gloria esté.Enseguida, el párroco se dirigió al Rosa, “Y en cuanto a ti, Rosita…¡Dios te hizo tan hermosa, que debes darle las gracias, día a día!” Rosa exclamó, “¡Oh!”El párroco agregó, “Estoy seguro que harás un gran matrimonio, pues de no ser así, significará que los mozos de hoy no tienen ojos en la cara.”
     Más tarde, después de conversar en la sala, el párroco dijo, “¡Niñas mías, llegó la hora de regresar a la parroquia!” Gertrudis dijo, “No olvides venir a comer mañana.” El párroco dijo, “Tulita, pocas veces falto a esa hora.” Gertrudis dijo, “No está de más recordártelo, tío.” Una vez que el sacerdote se retiró, Gertrudis y Rosa se dirigieron a sus aposentos. Mientras se dirigían, Rosa dijo, “¡Tula, hoy volví a recibir carta de Ramiro!” Gertrudis dijo, “¡Lo sé, muchachita!” Rosa le dijo, “Dime…¿Qué te parece él?” Gertrudis le dijo, “No puedo darte mi opinión, pues no lo conozco.” Rosa le dijo, “¡Pero si tú lo has visto en varias ocasiones!” Gertrudis dijo, “Tú misma me das la razón: Lo he visto, pero no lo conozco.”
Rosa dijo, “¡Pretextos!¡Ramiro es un guapo y simpático mozo!” Gertrudis dijo, “Si así te lo parece a ti, basta y sobra.” Pero, Rosa dijo, “Sin embargo, lo haré esperar y rabiar un poco, porque si lo acépto de inmediato, no me haré valer ante él.” Gertrudis dijo, “Rosa, el coqueteo es muy feo y no te hace valer más. Dile pronto que lo aceptas.” Rosa dijo, “Pero pensará que soy demasiado fácil.” Enseguida, Rosa dudó, y dijo, “¿Pero si se va a buscar otra?” Gertrudis le dijo, “Déjate entonces de tonterías y acéptalo. Después de todo Ramiro es un excelente partido para ti.” Gertrudis agregó, “Sabes muy bien que la mujer o se casa o se mete a un convento, y a ti Dios te hizo linda, porque tu destino es vivir en el mundo y ser una madre de familia.” Rosa dijo, “¿Y tú?” Gertrudis le contestó, “A m-mí déjame.” Después de esas palabras, las hermanas se separaron.
     Días después, las dos jóvenes paseaban por la ciudad, después de haber asistido a la iglesia. Mientras caminaban, Gertrudis dijo a Rosa, “Como siempre, cohibiste a mi tío con tu presencia. Dijo su sermón con demasiados titubeos.” Y como siempre, la esplendida y sensual belleza de Rosa atraía la atención de los caballeros. Gertrudis agregó, “Sabes que pienso que pudiera dar un buen sermón, pero debe conocer a fondo los problemas de los feligreses, sin embargo, él esta mas cercas del cielo que de la tierra.” En ese momento, un caballero pasaba y al ver a Rosa se quitó el sombrero, diciendo, “¡Adiós hermosa!” Pero luego, eran los oscuros y grandes ojos de Tula, los que sujetaban la atención de los caballeros, a la par que ponía a raya a los atrevidos. El hombre pensó, “¡Santo Dios, qué ojos!” De lejos, Rosa se mostraba como una exquisita rosa floreciente; de cerca, Gertrudis se manifestaba como un cofre cerrado y sellado, en el que se adivinaba un tesoro de delicias y ternuras.
     Poco después ambas hermanas llegaban a su casa. Estando las dos frente a la puerta, Rosa dijo, “¡Abre pronto, Tulita!” Gertrudis dijo, “Tranquila todavía faltan varias horas para la visita de Ramiro.” Ya dentro de la casa, Rosa dijo, “¡Me siento tan dichosa de que Ramiro ya sea mi novio!” Gertrudis dijo, “Lo veo, Rosita.” Al medio día, Rosa comió rápidamente, y se levantó antes que su tío y que su hermana de la mesa, diciendo, “Discúlpenme pero debo retirarme a mi habitación.” El sacerdote quedó sorprendido con la súbita salida de su sobrina, diciendo, “¿Le pasa algo a Rosita?” Gertrudis dijo, “Sí, tío.” El sacerdote le dijo, “Pues dímelo pronto, hija, que aquí estamos los dos para ayudarle.” Gertrudis dijo, “El caso es que Rosa ya tiene novio formal.” El sacerdote dijo, “¡Ay, hija, eso no es nada grave!¿Quien es ese afortunado?” Gertrudis dijo, “Es el hijo de Doña Venancia, la viuda…Ramiro Cuadrado…” El sacerdote dijo, “¡Acabáramos! No hay más que hablar. Ramiro es muy buen hombre.” Gertrudis dijo, “Pues hay que casarlos pronto…ya juntos acabaran por tomarse cariño.” El sacerdote dijo, “¡Que se casen, los bendigo y se acabó!” Gertrudis dijo, “¡O sanseempezó!”
     Por la tarde se presentó el apuesto caballero Ramiro Cuadrado. Ambos, tanto Ramiro como Rosita, estaban senados en un sofá de la sala. Rosa le dijo, “Te nóto preocupado…¿Sucede algo?” Ramiro dijo, “N-No, linda, estoy como todo los días.” Rosa le dijo, “¿Te das cuenta que hoy cumplimos una semana de noviazgo?” Ramiro dijo, “S-Sí…creo que sí…” Rosa, llena de entusiamo le dijo, “Anoche soñé que los dos llegábamos hasta una hermosa casa enclavada en un bosque, la cual pertenecía a…” De repente, Ramiro pensó, “¿Qué voy a hacer?” Así, repentinamente el joven se puso de pie, y dijo, “Rosita, perdóneme pero debo retirarme. Despídeme de tu hermana.” Parecía como si Ramiro tratara de huir de algo, o de alguien. Rosa le dijo, “¿Vendrás mañana?” Ramiro le dijo, “Por supuesto, Linda.” Cuando era llevado en su auto por su chofer, Ramiro pensó, “¡Dios mío, líbrame de esta confusión!”
     Luego de que su novio se marchára, Rosa había subido, retirándose a su habitación. Hasta que Gertrudis fue por ella, y le dijo, “Hermana, te he estado esperando en el comedor. ¿Es que no bajarás a cenar?” Rosa le dijo, “No…me siento algo indispuesta.” Preocupada, Tula se introdujo en la alcoba, y le dijo, “¿Tuviste problemas con Ramiro?” Rosa le dijo, “No, pero hoy lo noté distraído, como pensando en otra cosa…o en otra persona. ¡No lo sé!” Tras una pausa, Rosa agregó, “Además, lo he sentido nervioso, como si temiéra que alguien sorprendiera nuestra platica…Por si eso fuera poco, cuando le comento, como quien no quiere la cosa, del fin que deben tener nuestras relaciones, hace como que no oye. Y hoy, cuando volví a sugerir algo, él se fue y hasta me pidió que yo lo despidiera de ti.”
      Gertrudis le dijo, “Lo que debes hacer es hablar directamente…” Rosa le dijo, “¡Eso, y que piense que tengo prisa por casarme!” Gertrudis dijo, “¡Pues que lo piense, esa es la verdad!” Rosa dijo, “¡No digas eso, Tula!” Gertrudis le dijo, “Rosa, tu y yo vivimos solas…” Rosa dijo, “¿Y el tío Primitivo…?”Gertrudis le dijo, “Te repito que estamos solas. El pobre tío es un santo, pero un santo de libro…” Gertrudis agregó, “Yo te ayudaré a resolver tus problemas amorosos. Hablaré sobre el compromiso con Ramiro.” Rosa dijo, “¿Tú, hermana?¿No es más conveniente que lo haga el tío?” Gertrudis dijo, “Vuelvo a recordarte que tu y yo estamos solas.” Rosa dijo, “¿Y qué va a pensar Ramiro de que seas tú, quien le exija el matrimonio?” Gertrudis dijo, “Nada dirá, porque le contaré que es a mí a quien le conviene que tú te cases , para que yo también pueda, y quede como dueña de ésta casa.” Rosa dijo, “Pero yo sé bien que eso es mentira.” Gertrudis dijo, “¡Te casaras! Piensa ahora en que deberás querer mucho a tu marido.” Rosa dijo, “Está bien, hermana.”
     Al día siguiente, Rosa se despedía de su hermana, diciendo, “Estaré devuelta a la hora de la cena.” Gertrudis le dijo, “Tú no te preocupes, y diviértete con tus amigas en esa reunión.” Al caer la tarde, Ramiro llegó puntual a su cita diaria. Llevando unas flores, tocó la aldaba pensando, “Espero no encontrarme con Gertrudis.” La criada lo pasó al interior, diciendo, “Enseguida bajará la señorita.” Ramiro dijo, “Aquí la esperaré.” El semblante del joven se palideció notablemente al encontrarse con la hermana mayor de su novia, quien dijo, “¡Buenas tardes, Ramiro!” Ramiro se quitó el sombrero, diciendo, “Recibe mis saludos, Gertrudis.” Gertrudis dijo, “Siéntate por favor…” Ramiro lo hizo, diciendo, “¿Y Rosita?” Gertrudis dijo, “Salió, soy yo quien desea hablar contigo.”
     Ramiro se instaló en el sillón, y le dijo, “Te escúcho, aunque no deja de preocuparme ese gesto de gravedad que veo en tu rostro.” Gertrudis se sentó, y le dijo, “Explícame porque rehúyes hablar de casamiento con mi hermana.” Ramiro le dijo, “Me sorprendes Tula.” Gertrudis le dijo, “¡Nada de Tula! Tú te comprometiste con ella en relaciones para hacerla madre de tus hijos.” Ramiro le dijo, “¡Pero qué de prisa vas mujer!” Gertrudis dijo, “Hay que ir de prisa pues la vida es muy corta.” Ramiro dijo, “¿Dices tú eso a los 22 años?” Gertrudis le dijo, “Dime ya…¿Piensas casarte con Rosa?” Ramiro dijo, “S-Sí, pero luego de un tiempo conveniente.” Gertrudis dijo, “Si piensas hacerla tu mujer no tiene por qué esperar.” Ramiro dijo, “Los dos tenemos que probarnos, conocernos mejor, pues de no ser así, podríamos tener más problemas o disgustos.” Gertrudis le dijo, “¡No pensaste en eso al pedir la entrada aquí!” Ramiro dijo, “¡Espera Gertrudis, quiero decirte toda la verdad!” Gertrudis y Ramiro se levantaron.
     Gertrudis dijo, “No tienes que decir más. Dijiste estar resuelto a casarte con Rosa...” Ramiro dijo, “¡Pero hay una cosa que debo contarte!” Gertrudis le dijo, “Todo lo que tengas que hablar, lo deberás hacer con ella, no conmigo!” Ramiro le dijo, “¡Espera Tula!” Gertrudis dijo, “¡Nada de Tula! Si la quieres, a casarte con ella, y si no la quieres, estás de más en ésta casa!” Tras las frías palabras de la joven, siguió un silencio de hielo, durante el cual, solo podía escucharse el dialogo de su corazones palpitantes. 
    Al día siguiente, se fijó la fecha de la boda. Estando Ramiro, su madre, Gertrudis y Rosa, el sacerdote Primitivo les dijo, “Dentro de dos meses  serán marido y mujer…¡Congratulaciones!” Pronto llegó el día de la ceremonia. El sacerdote exclamó las palabras finales, “Los decláro marido y mujer.” Las campanas sonaron. Rosa lucia más hermosa que nunca, y Ramiro se extasiába contemplándola. En la fiesta de la boda, Gertrudis se mostraba aún más alegre que los propios desposados. Gertrudis exclamó, “¡Éste día es el más feliz de mi vida!” Alguien de los invitados que la observaba, dijo a su acompañante, “Gertrudis debe sentirse orgullosa de haber sido para su hermana, la madre que necesitaba.” Gertrudis alcanzó a escuchar ese cometario y se acercó, diciendo, “¡Claro que sí! ¡Ja, Ja!” Enseguida Tula se retiró de aquel grupo de invitados. Una de las invitadas dijo a otra compañera, “Me sorprende en verdad la felicidad que demuestra Gertrudis.” Su compañera le dijo, “Sí, la siento muy poco natural.”
     Los recién desposados celebraban su unión, plenos de alegría, la fiesta se efectuaba en la casa de Ramiro. Con algarabía, los invitados gritaban, “¡Vivan los Novios!” Aquella hermosa mansión, sería la residencia de Rosa y Ramiro. Por su parte, Tula se quedaría a vivir en su casa, únicamente con la compañía de su fiel criada. Al pasar los días, de vez en cuando, Gertrudis era visitada por su hermana menor. Un día, Gertrudis escuchó el sonido de la puerta de su habitación, y pensó, “Padre nuestro…” Enseguida Gertrudis se levantó y pensando que era su criada, dijo, “Pasa, Oralia…” Sin embargo, mas linda que nunca, Rosa entró a la habitación de su hermana, diciendo, “¡Soy yo, Tulita! Vine a verte puesto que tú no te dignas en presentarte en mi casa.” Gertrudis dijo, “Pero si a los recién casados les conviene la soledad.” Rosa se acercó a su hermana y le dijo, “Mujer, pero si es al contrario. Ahora más que nunca he sentido tu ausencia.” Gertrudis le dijo, “Lo que pasa es que tú quieres que yo sea testigo de tu dicha.” Rosa dijo, “Mañana cumpliremos tres meses de casados. Sin escusa te invíto a comer.” Gertrudis dijo, “De acuerdo muchachita…ahí te esperaré.” Gertrudis agregó, “Ahora regresa a tu hogar que ese es el lugar en donde debes estar.”
     Un día, desde muy temprano, Rosa y Ramiro habían comenzado a festejar su matrimonio y su amor. Después de comer, mientras ambos se besaban, Ramiro decía, “Cada día que pasa, te quiero más, niña mía.” Rosa dijo, “Y yo a ti…” Así con besos y abrazos, el tiempo había pasado, cuando de repente, había llegado el medio día. En ese momento escucharon la voz de Gertrudis: “¡Buenas Tardes!” Rosa se separó de Ramiro, y dijo, “¡Ah, Tula…discúlpanos!” Ramiro dijo, “Bienvenida, Mujer…” Rosa se mostraba cariñosa con su esposo y su hermana. Ramiro por su parte mantenía una actitud avergonzada ante su cuñada. Rosa dijo, “Recogimos la semana pasada a un perrito abandonado. ¡Está lindo!” Poco después, los tres jóvenes pasaban a un acogedor saloncito. Enseguida, Gertrudis preguntó  a Ramiro, “¿Y doña Venancia?” Ramiro le dijo, “Desde que se fue a vivir con su hermana, es decir mi tía, solo ha venido una vez a Salamanca.”
     Enseguida Gertrudis notó algo, y dijo, “Rosa, ¿Cómo es posible que tengas a esa muñeca sentada en ese lugar ocupando un sitio de honor?” Rosa fue a mover la muñeca, que estaba en el sofá y dijo, “¿Acaso no tienes tu también la tuya?” Gertrudis se sentó, y dijo, “Sí, pero yo la tengo guardada. Tú deberías hacer lo mismo y sacarla nuevamente para cuando tus hijas sean grandes.” Ramiro dijo, “Deja a Rosa, no la apenes. Si tú la guardaste, es tu propia decisión. Nuestras hijas tendrán las suyas, que eso no te preocupe.” De pronto, Gertrudis se puso de pie, diciendo, “Como el onceavo mandamiento es no estorbar, me retiro.” Rosa dijo, “Esperamos verte pronto, Tula.” Con la promesa de una próxima visita Tula se alejó, diciendo, “Bueno, linda, debo de ir a atender mis asuntos.” Rosa dijo, “No me dejes sola mucho tiempo, te extraño.”
     Algunas semanas después, Rosa recibía a su hermana, dando una gran noticia, tras lo cual, Gertrudis le dijo, “¡Qué alegría Rosa!¡Eso es justo lo que te faltaba! Ya no te aburrirás de la felicidad ni de la soledad.” Rosa dijo, “Creo que si…” Gertrudis dijo, “¡Vamos, no debes preocuparte por nada! Desde este día, vendré a cuidarte a diario. ¡Cuídate para que ese hijo nazca bien!” Rosa dijo, “Gracias Tula, te necesitaré a mi lado.” Dos meses de rigor se cumplieron. Sin embargo, en el momento de dar a luz, Rosa se agravaría repentinamente. El doctor dijo, “La señora está a punto de morir…Y me temo que tendrá que elegirse entre su vida y la del crio por nacer.” Gertrudis dijo, “¿Mi hermana muerta?¡Eso nunca…ni ella ni el hijo!” El doctor dijo, “Eso no lo determinaremos nosotros…sino el creador.” Gertrudis dijo, “Señor médico, se necesita de nuestra presencia ahí dentro…” El doctor dijo, “Precisaré de tu ayuda, Gertrudis.”
      Afortunadamente las dos vidas lograron salvarse. Así, mientras cargaba al recién nacido, Gertrudis dijo, “Criatura, por fin tu madre ha abierto los ojos.” Rosa dijo, “Da-Dámelo…quie-quier verle…” Gertrudis lo colocó a su lado diciendo, “¡Es un niño tan hermoso como tú!” Después de verlo, Rosa dijo, “¡Hi-hijito…te llamarás co-como tu padre…” A partir de entonces, Gertrudis no faltaba un solo día a la casa de su hermana. Ella se había hecho cargo totalmente de los cuidados del niño. Mientras lo bañaba, Gertrudis dijo, “Angelito precioso, muy pronto tu madre podrá atenderte como lo hago yo.” Cuando Rosa se recuperó totalmente, el pequeño Ramiro tenía ya ocho mese de nacido, Ramiro, su esposo, la abrazó, y le dijo, “La maternidad te embelleció aún más.” Rosa le dijo, “Sin embargo, te nóto esquivo conmigo.” Ramiro le dijo, “Sufrí tanto cuando tú estuviste al borde de la muerte. ¡Si llegáras a morir, me pegaría un tiro!” Rosa dijo, “¿Me quieres tanto así?” Ramiro dijo, “Te quería antes de casarnos, pero mi amor ha aumentado más.”
     En ese momento, en el umbral de la puerta de la habitación del niño, apareció la figura de Gertrudis, quien al ver besarse a Ramiro y Rosa, dijo, “¿Cómo pueden estarse besuqueando enfrente de esta inocente criatura?¡Dejen los chicoleos para cuando estén a solas!” Ramiro dijo, “Nuestro hijo brotó del amor, no tiene nada de malo nuestra actitud, Tula.” Gertrudis dijo, “Un chiquillo debe desconocer esas ‘actitudes’ pues se trata de una alma sin mancha. ¡Ahora mismo le colgaré a éste pequeño, ésta medalla de la virgen!” Furioso, Ramiro salió de la encantadora estancia, cerrando fuertemente la puerta. Acto seguido, el bebé comenzó a llorar. Gertrudis dijo, “Dámelo Rosa, y vete a entretener a tu marido.” Mientras lo tomaba en su brazos, Gertrudis dijo a su hermana, “Eres toda una señora mamá, pero yo he venido a ayudarte con éste pequeñito, atiende ahora a tu marido.” Rosa le dijo, “Tienes una forma de decir las cosas…”
    Dos años después, en una fría mañana invernal, Tula recibió una dolorosa noticia. Ramiro le notificaba la muerte de su tío, el sacerdote. Gertrudis exclamó, “¡Noo, noo, Dios mío!¡Ahora si nos hemos quedado solas!¡Ayyy!” El bueno y noble párroco, tío de Gertrudis y Rosa, había muerto. A sus exequías asistieron todos los fieles de la ciudad. En el entierro, Gertrudis pensó, “¡Tarde comprendo cuanto quise a mi tío Primitivo!” Al día siguiente, las dos hermanas, acudieron a recoger las humildes y escasas pertenencias del sacerdote.
     Gertrudis dijo a Rosa, “Él fue como nuestro padre. Siempre nos dejo actuar libremente…tal vez porque sabía que su sola presencia santificaba nuestra voluntad.” Rosa dijo, “Sí, para educarnos le bastó la transparencia de su vida.” Rosa agregó, “Nos habría sido imposible criarnos en un hogar más limpio que el que tuvimos.” Gertrudis dijo, “Todos los devotos lo aman, y lloran junto con nosotros su recuerdo.” Gertrudis agregó, “Esto lo guardaré en la casa. ¡Ahora debemos retirarnos de este sagrado lugar!” Rosa dijo, “¡Tula, vendrás a vivir con nosotros!” Gertrudis dijo, “¡No, eso sí que no!” Rosa le dijo, “¿Por qué te niegas de esta forma  tan brusca?” Gertrudis dijo, “¡Perdón…perdón Dios mío por haberme exaltado así!”
     Rosa dijo, “No discutiremos más. ¡Iremos a recoger tus cosas!” Gertrudis dijo, “No, Rosa. No quiero llegar a estorbarlos. De cualquier forma yo seguiré visitándolos diariamente; en especial, a mis dos adorados sobrinos.” Rosa dijo, “Ellos más que tus sobrinos son como tus hijos también.” La presencia repentina de Rómulo, el sacristán de la iglesia, puso punto final a la conversación de las hermanas, diciendo, “¡Ustedes me dirán a donde llevo el baúl!” Gertrudis dijo, “¡Tomemos rumbo a mi casa!”
     Meses más tarde, Rosa se encontraba en espera de su tercer hijo. Rosa dijo a Gertrudis, “Ramiro y yo nos estamos cargando de hijos.” Gertrudis dijo, “Para eso se casaron. No veo porque te quejas.”El embarazo de Rosa se presentaba complicado, por lo que debía permanecer en total reposo. Los pequeños  Ramiro y Rosita eran cuidados por su tía Tula. Ante la situación de Rosa, Ramiro se encontraba mas angustiado que nunca, y dijo a Rosa, “¡Qué molesto y pesado resulta esto para ti!” Gertrudis pasaba en casa de su hermana todo el día, y por las noches regresaba a su casa. Una noche, cuando Gertrudis tomaba el té, Ramiro le dijo, “Deberías quedarte aquí, Tula.” Pero Gertrudis le dijo, “No, ésta no es mi casa.” Ramiro dijo, “Vivo en perpetuo sobresalto temiendo lo peor.” Gertrudis le dijo, “¡Bah, no pasará nada!” Ramiro reflexionó, y dijo, “¡Has hecho bien en no casarte, mujer!”
     Gertrudis le dijo, “¿Y qué sabes tú si no me he de casar todavía?” Ramiro le dijo, “Pues por la edad…aunque no dudo que te sobren aun pretendientes.” Gertrudis le dijo, “Sábete entonces que yo seré quien elija a mi esposo y no él a mí.” Ramiro dijo, “¿Dices eso porque hasta ahora nadie te ha elegido?” Gertrudis se enojó, y dijo, “Eres un…” Avergonzado Ramiro dio alcance a su cuñada, quien se retiraba. Ramiro le dijo, “Disculpa mis tonterías. El estado de mi esposa me tiene alterado.” Gertrudis le dijo, “Mañana temprano estaré aquí de vuelta.”
     Varias noches después, el llanto de un tercer hijo, rasgó el silencio de la noche. ¡CUÑÁAAA! Ramiro pensó, “¡Ya nació…!” Adentro, la débil madre agonizaba, “Tu-Tula…m-me mu-ero…” Gertrudis le dijo, “Debes aférrate a la vida por tus hijos y tu marido.” Rosa dijo, “N-No Pue-Puedo m-más…A-Ahí te de-jo los pe-pedazos de m-mi co-raz-ón.” Gertrudis dijo, “A tus hijos no les faltará madre mientras yo viva.” Pero Rosa le dijo, “Pa-Para que mis hi-hijos n-no tengan ma-drastra…de-deberías  ca-casarte con Ramiro. ¡S-Si ha de ser de o-otra…que sea tuyo!” Gertrudis le dijo, “¿Por qué ha de volver a casarse?”  
     El niño lloraba. ¡CUÑÁAA!¡CUÑÁAA! Rosa dijo agonizando, “M-Mi nenito tie-ne hambre…y yo e-estoy seca…” Gertrudis dijo, “Iré en busca de una nodriza. ¡Descansa!” Rosa dijo, “Di-Dile a Ra-Ramiro que en-tre…” Gertrudis dijo, “Si, hermana.” Arrastrando los pies, Ramiro ingresó a la habitación. Rosa le dijo, “Tú…has si-sido mi vi-vida…tú m-mi hombre…te dejo…” Ramiro exclamó, “¡ROSITAA!” Rosa dijo, “Tú…que co-conmigo…has traído a-al mundo tres nu-nuevas exis-tencias…¿Qué e-es la mu-muerte?” Ramiro dijo, “No te fatigues Rosa, duerme…” Sus miradas se cruzaron, expresando su amor mejor que con palabras. De pronto, la mano de Rosa resbaló de la mano de Ramiro. Ramiro la abrazó, gritando, “¡ROSAA…N-NO ME DEJEEES!”
    Después de la muerte de su esposa, Ramiro se pasaba las noches en vela recordando los momentos que habían vivido juntos, pensando, “Cuando ella vivía, yo ni siquiera sospechaba cuánto la había llegado a querer.” Con tristeza, Ramiro recordaba cuando correteaba a Rosa, diciendo, “¡Te alcanzaré y te comeré a besos!¡Ja, Ja!” Y Rosa le decía corriendo, “¡Ja, Ja!¡Que nadie me auxilie!” Ramiro le decía, “¡Prepárate a recibir una lluvia de arrumacos!” Recostados en el césped, Ramiro le decía, “¿Escuchas? Nuestros corazones se están hablando.” Y Rosa decía, “S-Sí…solo dejémoslos que se enamoren.”
     Ramiro concluía que el amor verdadero se había establecido entre los dos a la llegada de su primer hijo. Ramiro recordaba cuando cargó por primera vez a su primer hijo, diciendo, “Se parece a ti, preciosa.” Y Rosa le decía, “No, él es tu vivo retrato.” Lo que al principio había sido solo deseo, se había convertido en el amor, mas vívido y real que el que describen en sus obras los poetas. Ahora la congoja de su viudéz, lo ahogaba y le revelaba toda la felicidad que había perdido, diciendo con lagrimas, “¿Qué voy a hacer sin ti?” En ese momento, la dulce voz del pequeño Ramiro, lo volvió al presente: “¡Papá!”
     Gertrudis se había instalado en casa de su hermana, luego de su muerte. Ella era quien atendía a las tres criaturas, con ayuda de una tímida criadita, a la cual vigilaba sin descanso, lo que provocaba el desconcierto de la joven. Cuando Gertrudis le decía a la criada, “¿Ya está ésto?” Ella contestaba con timidez, “S-Sí, señora.” Tula acostumbraba a comer junto con Ramiro, a la hora que ésta acudía a hacerlo. Estando ambos a la mesa, Ramiro dijo, “La ausencia de Rosa me ha dejado vacío.” Gertrudis dijo, “Pues a llenarte, que tus críos te necesitan.” Ramiro le dijo, “Tú no puedes entender mi sufrimiento. Páso las noches en vela.” Gertrudis le dijo, “Después de cenar, puedes salir a caminar hasta que te sientas cansado. Eso te hará recuperar el sueño.” Ramiro le dijo, “Eso no basta…” Gertrudis dijo, “¡Ustedes los hombres!”
     Cierto día, cuando Ramiro regresaba de arreglar sus asuntos, dijo, “¡Gertrudis he descubierto tu secreto!” Gertrudis dijo, “¿Qué dices?” Ramiro le dijo, “Me refiero a las relaciones que llevabas con mi primo Ricardo. ¡Qué oculto lo tenias!” Gertrudis dijo, “¿Por qué tenía que haberlo declarado?” Ramiro dijo, “También supe que lo has despedido.” Gertrudis le dijo, “Sí, eso también es cierto.” Ramiro le dijo, “Él mismo me enseñó la carta que le enviaste.” Gertrudis dijo, “¿Cómo? No lo creía capaz de eso. Hice bien en dejarlo. ¡Hombre al fin!” Ramiro le dijo, “A pesar de todo lo que le dices en esa misiva, Ricardo quiere verte.” Gertrudis dijo, “Dile entonces que venga a verme a esta nuestra casa.”
    Al otro día se presentó Ricardo Cuadrado, primo de Ramiro. Tula lo recibió con sequedad, tras lo cual le dijo, “No hablemos mas de eso, que es cosa hecha…” Ricardo le dijo, “Pero, por Dios, Tula.” Tras una breve discusión, Ricardo se sentó y le dijo, “Pero es que esos niños tienen a su padre.” Gertrudis dijo, “No basta, no tienen madre…es decir, si la tienen.” Pero Ricardo le dijo, “Ramiro puede volver a casarse.” Gertrudis le dijo, “En se caso me llevaría de aquí a los niños. A su madre le prometí, en su lecho de muerte, que jamás tendrían madrastra.” Ricardo le dijo, “Entonces tú te casarás con él.”
     Gertrudis le contestó, “¡Eso nunca! No me expondré a tener hijos de mi vientre que desplazaría a los tres que ya tengo.” Ricardo dijo, “Pues a nadie convencerás de eso que me acabas de decir, sobre todo después de que te has venido a vivir bajo su techo.” Gertrudis le dijo, “No pretendo convencer a nadie. ¡En cuanto a ti, basta con que yo te lo diga!” Ramiro le dijo, “Ése es tu pensamiento. Supuse que tu inteligencia sería mayor que tu testarudéz, pero no que no es así.” Gertrudis le dijo, “¡Cállate! Te agradeceré que no vuelvas a buscarme.” Ricardo se despidió, diciendo, “¡Que seas dichosa con tu absurda abnegación familiar!”
     Por la noche, cuando Ramiro le ayudaba a Gertrudis a acostar a Ramirito y Rosita, Ramiro dijo, “Y bien, ¿Qué pasó?” Gertrudis dijo, “¡Que hemos acabado!¡No podía ser de otro modo, pues me debo a tus hijos!” Ramiro dijo, “¡Entonces has quedado libre!” Gertrudis dijo, “Libre estaba. Libre estoy, libre pienso morirme.” Ramiro le dijo, “Pero si tu quisieras…tú y yo podríamos…” Gertrudis le dijo, “¡Jamás! Yo no debo casarme ni contigo ni con algún otro. Ahora, por respeto a los niños, no digas mas.” Ramiro dijo, “¿En qué falto al respeto a mis hijos?” Gertrudis dijo, “En dejar al descubierto frente a ellos, tus instintos. Esa mala semilla puede echar tallo en sus almas inocentes.” Ramiro dijo, “¡Basta Tía Tula! Todo lo quieres sin macula.” Esa discusión hizo que el desasosiego reinára en el hogar. Un día, Ramiro llegó a casa, diciendo, “¡Hijitos, miren lo que les traje!”
     Los niños estaban felices de verlo, diciendo, “¡Papá!¡Papá!” Pero cuando los niños se fueron, Gertrudis llegó y dijo, “Hartándolos de golosinas, los harás más débiles.” Ramiro le dijo, “¿Es que no puedo tener el consuelo de mis hijos?” Gertrudis le dijo, “Sí, pero no eches a perder lo que he logrado…¡Un hogar limpio y casto por el que ellos pueden andar sin que se les tenga que cerrar, ‘misteriosamente’ puerta alguna!” Ramiro le dijo, “¿Y es justo que tu sigas llenando con mi presencia toda mi casa?” Gertrudis le dijo, “Si continuas ensuciándome con tus miradas, me marcharé de ésta casa aunque Rosa no me lo perdóne desde el cielo.”
     Ramiro dijo, “Gertrudis, de ésta angustiante situación, no soy yo el único culpable. Ni tú ni yo somos solo espíritu. No te detendré, puedes irte, pero piensa que los niños serán los que más sufrirán.” Gertrudis dijo, “Tienes razón Ramiro, yo también he tenido culpa y he provocado inconscientemente tus sobresaltos. ¡Esperemos un año! Ese plazo servirá para que yo vea claro en mí, y para que tu veas claro en ti.” Ramiro dijo, “¿Y cuando ese tiempo pase…qué?” Gertrudis dijo, “Entonces…veremos…¡No prometo más!”
     Rodrigo dijo, “¿Y si en ese tiempo yo…?” Gertrudis dijo, “¿Te enamoras de otra y vuelves a casarte?” Ramiro dijo, “Si eso sucede…¿De quién sería la culpa?” Gertrudis dijo, “Eso solo significará que no habrás querido a tu Rosa como ella te quiso a ti.” Ramiro dijo, “Sabes que ese no sería el significado, sino que…” Gertrudis no quiso seguir la conversación, y gritó, “¡RAMIRIN…ROSITA! ¡Vamos a merendar!” Ramiro siguió a Gertrudis hasta el comedor, diciendo, “Antes de que se me olvide, te infórmo que me van a presentar como candidato a diputado provisional.” Gertrudis dijo, “¡Que tengas suerte!”
     Esa noche, en el alma cerrada de Gertrudis, se desencadenaba una tormenta, al reunir su cabeza con su corazón, pensando, “Aunque la misma Rosa me dijo que yo debía ser la otra mujer de Ramiro, no debo querer eso.” Gertrudis continuó con sus pensamientos, “Un hombre no puede ser más que de una sola mujer, jamás de ninguna otra. ¡Yo solo sería para Ramiro el recuerdo de mi hermana!” En medio de esa angustiante situación, la existencia de aquellos seres continuaba. Estando en el jardín Gertrudis con los niños, Ramirito le dijo, “¡Ya juntamos muchas flores, tía Tula!” Gertrudis le dijo, “¿Tía? Les he dicho que me digan mamá, pues yo soy su madre.” Ramirito le dijo, “Papa nos dice que no te llamemos mamá, sino tía Tula. ¿Por qué dices que tú eres nuestra mamita?” Rosita agregó, “Papito dice que todavía no eres madre…pero que lo serás.” Gertrudis dijo, “Hijitos, no hagan caso de esas cosas que dice su papá.”
     Cuando el verano llegó, todos se dirigieron a descansar a un pueblecito costero. Ahí se reunían en las mañanas con los miembros de aquella colonia veraniega, pero por las noches, al dormirse los niños, Gertrudis y Ramiro quedaban solos. Esa noche, ambos estaban mirando juntos en el balcón hacia el mar. Ramiro dijo, “¡Qué hermosa se ve ésta noche la luna! A pesar de que siempre nos presenta la misma cara.” Gertrudis dijo, “Eso quiere decir que la luna es fiel…constante…”
     Ramiro la miró, y le dijo, “Ahora me explíco que haya quien anhéle llegar hasta ella, para conocer su lado oculto, su lado misterioso y desconocido…” La magia nocturna envolvió a los dos jóvenes, y sus bocas clamaban por la unión tibia y seductora. De improviso, Gertrudis se alejó hacia la cabaña en que se hospedaban, diciendo, “¡Sera mejor que mañana regresemos a la ciudad!” Ramiro dijo, “¡TULAAA!”
     Una vez en la ciudad, Tula no pudo soportar, mas su soledad, y acudió a la iglesia en busca de paz. Sin embargo salió mas furiosa del sagrado recinto, pensando, “¡Ese padre Álvarez me aconseja nada menos que me case con Ramiro para que remedie sus sufrimientos, ya que si no lo hago así, él puede caer en pecado por mi culpa! ¡Bah!” Con un velo en la cara, Gertrudis continuaba caminando hacia su casa, pensando, “¿Quiero o no quiero a Ramiro? ¿Es soberbia mi miedo de mancharme si me tiro al lodazal para salvar a quien me lo pide?...No lo sé…no lo sé…”
    Desde el regreso a Salamanca, Ramiro comenzó a ausentarse. Gertrudis pensó, “¿Qué le pasará? Hoy no vino a comer y tampoco llega a cenar.” Gertrudis había notado que su cuñado se comportaba en forma extraña, se veía pensativo y desconfiado.
    Gertrudis dijo a su criada, “Iré a mi casa para darle una revisada. Me llevare a los niños.” La criada Manuela dijo, “¿Eh?¡Ah, de acuerdo!” Cuando Tula y los pequeños iban en camino en un coche, Ramirito dijo, “Dime, tía Tula, ¿Manuela también es nuestra hermana?” Gertrudis le dijo, “Aunque te he dicho que todos somos hermanos, Manuela es nuestra servidora, pero no forma parte de nuestra casa.” Gertrudis agregó, llevando a un pequeño en brazos, “¿Y porque preguntas eso, Ramirin?” Ramirito dijo, “Porque yo he visto que papá la besa mucho.” Gertrudis pensó, “¡Así que esto está sucediendo!¡Oh Dios!”
     Aquella noche, luego que Gertrudis y Ramiro hubieron acostado a los pequeños. Gertrudis dijo, “Ramiro, tenemos que hablar…” Ramiro dijo, “Pero si aún faltan tres meses del plazo.” Gertrudis le dijo, “Pues bien, se acabó aquello del año, no hay ningún plazo. Me iré mañana mismo de tu casa, y diga lo que diga la ley, me llevaré a los niños.” Ramiro le dijo, “¿Estás loca Gertrudis?” Gertrudis dijo, “Loco debes estar tú, al haber abusado de Manuela.” Ramiro dijo, “¿E-Eh? Tal vez tengas razón . ¡Pero en todo caso yo no soy el único culpable!” Gertrudis dijo, “Yo no tengo culpa alguna y deberás elegir entre echarla a ella o echarme a mí.” Ramiro dijo, “¡A ella no la puedo echar de esta casa!”
     Gertrudis dijo, “¿Por qué no puedes hacerlo?” Ramiro le dijo, “Porque no se irá sola…¡Está esperando un hijo!” La discusión iba subiendo de tono. Gertrudis dijo, “¡Entonces tendrás que casarte con la criada!” Ramiro dijo, “¡Que me case con ella!¡Y tú me lo dices, Tula!” Ramiro agregó, “Nunca he pensado abandonarla a su suerte…pero ella no será la madrastra de mis hijos.” Gertrudis dijo, “¡Y no la tendrán pues yo seré la madre de los hijos de Rosa!” Tras una pausa, Gertrudis agregó, “Si no te casas con esa desventurada, haré tal escándalo que todo el mundo sabrá la clase de hombre que eres.” Ramiro dijo, “¡Gertrudis, espera…!” Después de la boda, una profunda tristeza reinaba en aquella casa. Manuela parecía aun más que antes la criada, y Gertrudis el ama de la casa. La tía Tula, rezando incada con los niños frente a la cama, se esforzaba en mantener apartados a los niños del nuevo matrimonio, para que no se percataran de la convivencia intima de la pareja.
     Luego de un parto problemático, Manuela alumbró a una criatura debilísima. Cuando Gertrudis la entregó en brazos de Ramiro, le dijo, “¡Aquí tienes a tu hija! Un crío más que nos llega…” El doctor dijo, “Esta mujercita se nos va…” En voz baja, Manuel y Gertrudis iniciaron una nueva discusión: “Nada te haría más feliz que la muerte de esa pobre a la que sedujiste, aprovechándote de tu situación, ¿verdad?” Ramiro dijo, “Bastante tengo hoy, como para soportar tus reproches. De sobra estoy pagando el precio de mi debilidad.” Gertrudis dijo, “Los hombres nunca piensan en lo que hacen.” Ramiro dijo, “Pero es mucho peor pensar las cosas y no hacerlas por cobardía.”
     A la noche siguiente, cuando en la casa se temía por la vida de Manuela, varios hombres llegaron con Ramiro, cargándolo. Cuando entraron a la casa, uno de ellos dijo, “Viene ardiendo en fiebre. Lo encontramos inconsciente fuera de su despacho.” Gertrudis exclamó, “¡Oh Dios!” Poco después, el médico informaba a Gertrudis del estado de Ramiro: “Se trata de pulmonía…además, hay complicaciones con su corazón.” Gertrudis dijo, “Sálvelo por favor, sálvelo como sea...” Tula entró a la habitación a donde habían conducido al enfermo. Ramiro le dijo, “M-Me muero Tula, me muero sin remedio…” Gertrudis dijo, “¡Piensa en vivir! Piensa en tus hijos…” Ramiro le dijo, “Me muero, y es hora de decirte toda la verdad…Te he amado siempre a ti Tula, pero tú me casaste con Rosa.” 
     Gertrudis le dijo, “Calla, por favor. No hables así de mi hermana, la madre de tus hijos.” Ramiro le dijo, “Al principio solo vi la belleza de Rosa, pero al acercarme a ti, no vi a nadie más. De lejos te borraba ella, de cercas la borrabas tú. Aquel plazo, Tula, en aquel plazo, yo me consumí por el deseo, tus ojos y tu cuerpo que irradian fuego, me perseguían por todas partes. Perdonadme Tula…perdona que te haya amado y que por pusilánime…”
     Gertrudis lo interrumpió, diciendo, “No, Ramiro, eres tú quien debe perdonarme. Hasta ahora tuve siempre una idea inhumana de la virtud. ¡Yo te hice caer!” Ramiro y Gertrudis desahogaban por fin, todo el caudal de sufrimientos reprimidos. Ramiro le dijo, “Mis hijos contaran contigo…su madre.” Gertrudis le dijo, “¡Ramiro! Mi testarudez me llevo a actuar en contra de mis sentimientos.” Por fin, los dos unieron sus labios en una postrera caricia, que terminó cuando el hálito de vida salió del cuerpo de Ramiro. Gertrudis exclamó, “¡RAMIROOO!”
     Cuando Gertrudis acompañó a su adorado y a la que fuera su segunda esposa, a su última morada, sus ojos permanecían secos, luego de haber vaciado su corazón en sollozos. Ramirito exclamó, “¡Adiós papito!” Acompañada de los cuatro hijos de su corazón, la hermosa joven salió del cementerio, pensando, “Ustedes no tendrán más padre que el Padre Nuestro que está en los cielos. A partir de este día, solo seré…la Tía Tula.” 
Tomado de Novelas Inmortales Año XVI No. 774,  Septiembre 16 del 1992. Guión: Víctor M. Yáñez. Adaptación: R. Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar. 
                                                                

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