Club de Pensadores Universales

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lunes, 2 de septiembre de 2019

El Conde de Carmagnola, de Alejandro Manzoni

     Alessandro Francesco Tommaso Antonio Manzoni, nació el 7 de marzo de 1785, y murió el 22 de mayo de 1873, a la edad de 87 años. Manzoni fue un poeta y novelista italiano. Es famoso por la novela, Los Novios” (1827), generalmente clasificada entre las obras maestras de la literatura mundial. La novela es también un símbolo del Risorgimento italiano, tanto por su mensaje patriótico, como porque fue un hito fundamental en el desarrollo del idioma italiano moderno y unificado. Manzoni también sentó las bases del idioma italiano moderno, y ayudó a crear la unidad lingüística en toda Italia. Fue un defensor influyente del catolicismo liberal en Italia.
Vida Temprana
     Manzoni nació en Milán, Italia, el 7 de marzo de 1785. Pietro, su padre, de unos cincuenta años, pertenecía a una antigua familia de Lecco, originalmente señores feudales de Barzio, en la Valsassina. El abuelo materno del poeta, Cesare Beccaria, era un conocido autor y filósofo, y su madre Giulia también tenía talento literario. El joven Alessandro pasó sus primeros dos años de vida en Cascina, Costa en Galbiate, y Caterina Panzeri lo cuidó, como atestigua un plato conmemorativo colocado en el lugar. En 1792 sus padres rompieron su matrimonio, y su madre comenzó una relación con el intelectual Carlo Imbonati, mudándose a Inglaterra y más tarde a París. Por esta razón, su hijo fue criado en varios institutos religiosos.
     Manzoni fue lento de aprendizaje, y en las diversas universidades a las que asistió, fue considerado un tonto. A los quince años, sin embargo, desarrolló una pasión por la poesía y escribió dos sonetos de considerable mérito. Tras la muerte de su padre en 1807, se unió a la familia librepensadora de su madre en Auteuil, un suburbio de París, y pasó dos años mezclándose con el conjunto literario de los llamados “ideólogos,” filósofos de la escuela del siglo XVIII, entre quienes hizo muchos amigos, en particular Claude Charles Fauriel. Allí también absorbió el credo anticatólico del volterianismo.
     En 1806–1807, mientras estaba en Auteuil, apareció por primera vez ante el público como poeta, con dos piezas, una titulada “Urania,” en el estilo clásico, por lo cual, se convirtió más tarde en el adversario más conspicuo, y la otra, una elegía en verso en blanco, dedicada a la muerte del conde Carlo Imbonati, de quien, a través de su madre, heredó una propiedad considerable, incluida la villa de Brusuglio, desde entonces su residencia principal.
1808-1821
     En 1808, Manzoni se casó con Henriette Blondel, hija de un banquero ginebrino. Ella provenía de una familia calvinista, pero en 1810 se convirtió en católica romana. Su conversión influyó profundamente en su esposo. Ese mismo año, Manzoni experimentó una crisis religiosa, que lo llevó del jansenismo, a una forma austera de catolicismo. El matrimonio de Manzoni resultó ser muy feliz, y llevó durante muchos años una vida doméstica retirada, dividida entre literatura y la pintoresca cría de animales de Lombardía.
     Su energía intelectual en éste período de su vida, la dedicó a la composición del Inni Sacri, una serie de letras sagradas y de un tratado sobre la moral católica, Osservazioni Sulla Morale Cattolica, una tarea emprendida bajo orientación religiosa, en reparación por su falta de fe, en sus primeros años. En 1818, tuvo que vender su herencia paterna, ya que su dinero se había perdido por un agente deshonesto. Su generosidad característica se demostró en éste momento en sus tratos con sus campesinos, que estaban muy en deuda con él. No solo canceló en el acto el registro de todas las sumas adeudadas a él, sino que les pidió que se quedáran con la totalidad de la próxima cosecha de maíz.
     En 1819, Manzoni publicó su primera tragedia, Il Conte di Carmagnola, que, violando audazmente todas las convenciones clásicas, suscitó una viva controversia. Fue severamente criticado en un artículo de la Quarlery Review, al que Goethe respondió en su defensa, “un genio,” como comenta el Conde de Gubernatis, “habiendo divinizado al otro.” La muerte de Napoleón en 1821 inspiró las poderosas estrofas de Manzoni, Il Cinque Maggio (El Cinco de Mayo), una de las letras más populares del idioma italiano. Los acontecimientos políticos de ese año, y el encarcelamiento de muchos de sus amigos, pesaron mucho en la mente de Manzoni, y los estudios históricos en los que buscó distracción durante su posterior retiro en Brusuglio, definió su gran obra literaria.
Los Novios
    Alrededor del episodio del, Innominato, históricamente identificado con Bernardino Visconti, el primer manuscrito de la novela, “Los Novios” (en italiano I Promessi Sposi) comenzó a tomar forma, y ​​se completó en septiembre de 1823. La obra fue publicada, después de ser profundamente reconstruida por el autor, y revisada por amigos en 1825-1827, a razón de un volumen al año. Inmediatamente, la obra elevó a su autor al primer rango de fama literaria. En general se acepta que es su mejor obra, y el paradigma de la lengua italiana moderna.
     The Penguin Companion to European Literature señala que, “la verdadera grandeza del libro radica en su delineación de personajes ... en la heroína Lucía, en el fraile capuchino, el Padre Crisóforo, y el santo cardenal de Milán, ha creado tres ejemplos vivos de ese cristianismo puro y sincero que es su ideal. Pero su penetración psicológica se extiende también a aquellos que no cumplen con éste estándar, ya sea por debilidad o perversidad, y la novela es rica en imágenes de hombres y mujeres comunes, vistos con una deliciosa ironía y desencanto que siempre se queda corto de cinismo, y que proporciona un equilibrio perfecto para el fervor evangélico de su ideal.” En 1822,
     Manzoni publicó su segunda tragedia, Adelchi, en contra del derrocamiento por parte de Carlomagno de la dominación lombarda en Italia, y que contenía muchas alusiones veladas al dominio austriaco existente. Con éstas obras, la carrera literaria de Manzoni quedó prácticamente cerrada. Pero revisó laboriosamente, Los Novios, en toscano-italiano, y en 1840 lo volvió a publicar de esa forma, con un ensayo histórico, Storia della Colonna Infame, sobre los detalles de la plaga del siglo XVII en Milán, tan importante en la novela. También escribió un pequeño tratado sobre el idioma italiano.
Familia Muerte y Legado
     La muerte de la esposa de Manzoni, en 1833, fue precedida y seguida por la de varios de sus hijos y su madre. A mediados de la década de 1830, asistió al “Salotto Maffei,” un salón en Milán, organizado por Clara Maffei, y en 1837 se casó nuevamente con Teresa Borri, viuda del conde Stampa. Teresa también murió antes que él, mientras que de nueve hijos que le nacieron en sus dos matrimonios, todos menos dos fallecieron antes de él. En 1860, el rey Víctor Emmanuel II lo nombró senador. La muerte de su hijo mayor, Pier Luigi, el 28 de abril de 1873, fue el golpe final que aceleró su muerte.
     Manzoni estaba debilitado, ya que se había caído el 6 de enero mientras salía de la iglesia de San Fedele, golpeándose la cabeza en los escalones, y murió después de 5 meses de meningitis cerebral, una complicación del trauma. Su funeral se celebró en la iglesia de San Marco, con casi pompa real. Sus restos, después de permanecer en estado durante algunos días, fueron seguidos hasta el Cimitero Monumentale en Milán por un vasto cortejo, incluidos los príncipes reales, y todos los grandes oficiales de estado, pero su monumento más noble fue el Réquiem de Giuseppe Verdi, escrito en honor a su memoria.
     Su, Osservazioni sulla Morale Cattolica, fue citada por el Papa Pío XI en su encíclica sobre educación cristiana 'Divini Illius Magistri': “20. Es digno de notar cómo un laico, un excelente escritor y al mismo tiempo un pensador profundo y concienzudo, ha sido capaz de comprender bien y expresar exactamente ésta doctrina católica fundamental: la Iglesia no dice que la moral le pertenece exclusivamente, en el sentido exclusivo, sino que le pertenece totalmente a ella. Ella nunca ha mantenido esa creencia fuera de su redil y aparte de sus enseñanzas, de que el hombre no puede llegar a ninguna verdad moral; por el contrario, ella ha condenado ésta opinión más de una vez, porque ha aparecido bajo más de una forma. Sin embargo, ella dice, ha dicho, y siempre dirá que por ser instituida por Jesucristo, debido a que el Espíritu Santo la envió en su nombre, por el Padre, ella sola posee lo que ha tenido inmediatamente de parte de Dios, y nunca puede perder, toda la verdad moral, omnem veritatem, en la cual se incluyen las verdades morales del individuo, así como las que el hombre puede aprender con la ayuda de la razón, así como aquellas que forman parte de la revelación o que pueden deducirse de ella.”  Manzoni fue galardonado dos veces por Google Doodle. (Wikipedia en Ingles.)


El Consejo de los Diez

     El Consejo de los Diez, o simplemente los Diez, fue, desde 1310 hasta 1797, uno de los principales órganos rectores de la República de Venecia.

Orígenes, Posiciones y Poderes.

    El Consejo de los Diez fue creado en 1310 por el dux Pietro Gradenigo. Originalmente creado como un cuerpo temporal para investigar el complot de Baiamonte Tiepolo y Marco Querini, los poderes del Consejo se hicieron formalmente permanentes en 1455. El Consejo estaba compuesto por diez magistrados patricios elegidos por el Gran Consejo para períodos de un año. Hasta 1582, una zonta adicional de alrededor de 15 a 20 miembros también sirvió en el Consejo. No más de un miembro de la misma familia podría servir en el Consejo al mismo tiempo, y los miembros no podrían ser reelegidos por períodos sucesivos.
      Las elecciones tuvieron lugar anualmente en agosto y otras en septiembre. El Consejo, que se reunió al menos semanalmente, tenía el poder de imponer castigos a los nobles, incluidos el destierro y la pena capital. El dux Marino Faliero fue ejecutado por orden del consejo en 1355, y el conde de Carmagnola fue ejecutado por orden del consejo en 1432. Las deliberaciones del cuerpo fueron muy secretas, y los miembros del Consejo de los Diez hicieron un juramento de secrecía.
    El historiador Edward Wallace Muir Jr. escribió: "El Consejo de los Diez se mantuvo algo alejado de la jerarquía del cargo, pero era proverbialmente poderoso. Con sus fondos secretos, sistema de informadores anónimos, poderes policiales, y un amplio mandato jurisdiccional sobre asuntos de seguridad estatal, los miembros del Consejo de los Diez, junto con los del Collegio, rotaron oficinas entre ellos y constituyeron el círculo interno de patricios oligárquicos que, en efecto, gobernaron la república."  Durante la, Guerra de la Liga de Cambrai, por ejemplo, el Consejo tenía la responsabilidad de encontrar formas de pagar los gastos militares del estado.
     Desde la década de 1490 hasta la década de 1530, el Consejo de los Diez y otras autoridades venecianas promulgaron leyes suntuarias. En 1506, los Diez promulgaron una ley contra los banquetes, tratando de evitar que los nobles ambiciosos participaran en la compra de votos al organizar lujosas cenas en la, Compaginie della Calza (sociedades sociales exclusivas). La ley prohibía específicamente que otras mujeres que no fueran las esposas de los miembros, asistieran a tales cenas.
     El Consejo tenía la tarea formal de mantener la seguridad de la República y preservar al gobierno del derrocamiento o la corrupción. Sin embargo, su pequeño tamaño y su capacidad para tomar decisiones rápidamente, llevaron a que se le remitiera a negocios más mundanos, y para 1457 disfrutaba de una autoridad casi ilimitada sobre todos los asuntos gubernamentales. En particular, supervisó los servicios diplomáticos y de inteligencia de Venecia, administró sus asuntos militares, y manejó asuntos legales y su aplicación. A fines del siglo XVI, el Consejo de los Diez se había convertido en la jefatura de espías de Venecia, supervisando la vasta red de inteligencia de la ciudad.

Inquisidores Estatales


     En 1539, el Consejo estableció los Inquisidores del Estado, un tribunal de tres jueces elegidos entre sus miembros para hacer frente a las amenazas a la seguridad del estado. A los Inquisidores se les dio la misma autoridad que a todo el Consejo de los Diez, y podían tratar de condenar a los acusados ​​de traición independientemente de su cuerpo principal. Para promover estas actividades, los Inquisidores crearon una gran red de espías e informantes, tanto en Venecia como en el extranjero. Los inquisidores podían realizar juicios secretos con un bajo estándar de prueba, y las prácticas de los inquisidores tenían fuertes similitudes con las de la Inquisición romana, que se estableció tres años después. A partir de 1624, el Consejo de los Diez fue acusado del enjuiciamiento de todos los delitos relacionados con la vida privada de patricios venecianos. (Wikipedia Ingles)


 Francesco Bussone
     Francesco Bussone, llamado conde de Carmagnola​ (Carmañolac.1382/1385-Venecia5 de mayo de 1432) fue un condotiero, o mercenario italiano.
    Nació en una humilde familia de campesinos cerca de Turín. Comenzó su carrera a los doce años a las órdenes de Facino Cane, un condotiero que servía a Gian Galeazzo Viscontiduque de Milán. ​ Al morir Gian en 1402, el ducado se dividió entre sus capitanes, pero su hijo Filippo Maria Visconti estaba decidido a reclamarlo completamente. En el proceso Cane resultó muerto (1412) y le sucedió al mando Carmagnola, de unos treinta años. Rápidamente, sometió BérgamoBresciaParmaGénova y otras ciudades. Pronto todo el ducado quedó sometido a Filippo, que temía a Carmagnola al considerarlo un posible rival, así que en lugar de darle mandos militares lo hizo gobernador de Génova. ​
     Carmagnola pidió una audiencia personal con el duque para criticar el nombramiento, al no obtenerla decidió pasar a servir a la República de Venecia (1425). Bien recibido en esa ciudad por el miedo que se tenía al expansionismo de Filippo, el dogo, o dux Francesco Foscari ya preparaba una guerra junto a Florencia contra Milán. Carmagnola dijo que las fuerzas del duque eran más débiles de lo que parecían, y la ocasión era perfecta para atacarlo, esto animó al dux y sus aliados. El condotiero fue nombrado capitán general de San Marcos en 1426 y declaró la guerra. ​
     Mientras la república deseaba una campaña breve, el condotiero y sus mercenarios deseaban prolongar la guerra para obtener mayores ganancias. Evito los enfrentamientos decisivos y liberaba a los prisioneros rápidamente. En consecuencia, se siguieron victorias y derrotas, treguas y reinicios de hostilidades sin fin aparente. Tras su victoria en Maclodio el 11 de octubre de 1427 decidió no perseguir a sus enemigos, lo que llevó a los venecianos a subir sus emonumentos y prometerle un feudo propio si ganaba la guerra, pero no funcionó. Mientras tanto, Filippo le enviaba mensajeros para prometerle grandes recompensas si volvía a su servicio. El condotiero empezó a considerar su siguiente jugada cuando los venecianos se adelantaron, el Consejo de los Diez decidió llevarlo a la justicia.
     Convocado en Venecia para discutir las futuras operaciones, llegó sin sospecha el 29 de marzo de 1432. Al llegar al palacio del dux, fue arrestado y enjuiciado por traición. Aunque el dux era su amigo, fue condenado y decapitado el 5 de abril. Su única hija, Luchina, estaba casada con el condotiero Luigi dal Verme. (Wikipedia)
El Conde de Carmagnola
de Alejandro Manzoni
     Alejandro Manzoni, gran autor italiano nacido en 1875, escribió la novela clásica de “Los Novios” y varios dramas en verso, uno de los cuales, es la historia que se leerá a continuación. Los hechos, confusos y cruentos, fueron reales. Sucedieron al norte de Italia, hacia comienzos del siglo XV, y luego fueron estudiados con atención por éste artista.
     Un paladín, Francesco Bartolomeo Bussone, valiente y bizarro estratega fue actor tan fundamental, como problemático, en las disputas de los territorios peninsulares de aquel periodo violento. Enseguida daremos cuenta, tal como lo hizo Manzoni, de la conducta enigmática con que aún se discute la figura de dicho héroe, conocido popularmente como, El Conde de Carmagnola.
La presencia de éste líder, empezó a influir cuando el ducado de Milán recuperaba a sangre y fuego, posesiones que poco a poco había estado perdiendo. En 1412, a raíz de un débil y cruel gobierno, moría Juan María Visconti, duque de Milán, por obra de unos conjurados.
     La causa: su incompetencia, factor de la pérdida de un número importante de reinos aliados. El atentado dejó en situación aun más incierta, esa herencia de padre de Juan, también fallecido, que había sido el formador de aquella difícil pero rica comunidad. El ducado pasó al mundo de Felipe María Visconti, conde de Pavia, y hermano menor del difunto, quien tomó en sus manos la difícil tarea de ordenar el caos, y devolver a Milán su esplendor como cabeza de reinos. Por otra parte, el mismo día en que Juan fue eliminado, moría en Pavia, Facino Cane, gobernante que había unido su ciudad con Tortona, Vercelli, y otras. Fue una muerte muy lamentada, pues Cane era hombre querido, y su esposa la emperatriz Tenda, quedó viuda cuando todavía era una mujer joven y bella. El nuevo duque de Milán, Felipe María, había sido amigo personal de Cane y su esposa, y al quedar ésta sola, le expresó sus sentimientos que antes siempre callára, en respeto al que ya no estaba.
     Pronto se unieron en matrimonio, lo que para ambos fue una felicidad, y para Felipe María, la recuperación de los territorios que Facino Cane había encabezado. Entre los militares de Cane, fieles ahora a la viuda y a su nuevo esposo, estaba el Conde de Carmagnola, con un prestigio bélico bien ganado. Sabiendo de esa fama, el duque convocó al conde, y le dijo, “…y Milán ha sido tomada por Astorre, pariente lejano mío, un inescrupuloso. ¿Te ocuparás de ello?” Carmagnola le dijo, “Obedezco, alteza, pero preferiría hacerlo a mi manera.” El duque le dijo, “¡Concedido! Sé que lo haces muy bien. ¡A ello pues!”

     Poco a poco, el conde venció todas las resistencias, y finalmente entró a paso de triunfador, por la importante capital, último reducto enemigo. Astorre, ya herido de muerte, cedió ante la espada de Carmagnola, quien le dijo, “¡Tómo posesión de la ciudad, en nombre de Felipe Visconti! En Nonza tendrás tu retiro.” Mientras llevaban cargando a Astorre, Carmagnola dijo a uno de sus soldados, “¿Crees que aguantará mucho?” Su solado le dijo, “Es difícil, conde, pero no penséis mas en ello. ¡Se rumora que el duque os premiará éste triunfo!”
     Poco después, a raíz de esa victoria y otras más, el duque lo premiaba, diciendo, “…y te nómbro general en jefe de mis tropas, Francesco Bartolomeo Bussone.” Enseguida, un soldado los interrumpió con una noticia: “¡Disculpad Alteza! ¡Se oye que Astorre ha muerto durante su viaje hacia Nonza!”  Carmagnola dijo, “¡Oh, lo presentí, no debí obligarlo, estaba mal herido!” El duque se extrañó ante ese comentario, y le dijo, “¿Qué?¿Muestras piedad por un enemigo?” Carmagnola dijo, “No es piedad, solo humanismo. Alteza, ¡no olvides que Astorre y tú, tienen la misma sangre!” El duque le dijo, “¡Bah, eso es absurdo! Bueno, puedes retirarte.” Carmagnola dijo, “¡A la orden alteza! seré digno del cargo que me has dado.” Desde su ventana, el duque miró cuando Carmagnola se retiraba, y pensó, “¡Me preocupa lo que dijo! Es un hombre extraño que podría acabar siendo peligroso para mí.”
     Afuera del palacio, el entusiasmo popular esperaba al triunfador y autor del gran poder del duque. Siendo levantado en hombros, Carmagnola era llevado en una procesión. La gente gritaba, “¡Bravo por el héroe!¡Eres grande, Conde Carmagnola!” Dos ancianos conversaban, y uno de ellos dijo, “Se ganó esa fama, es talentoso y valiente…” El otro le dijo, “Sí, solo que Carmagnola no es su apellido, sino el pueblito de donde procede.” El primer anciano comenzó a narrar la historia de Carmagnola: “Carmagnola es un lugar perdido, como hay muchos, y nadie hubiera imaginado que alguien nacido allí, llegaría a adquirir tanta importancia.
     El anciano continuó, “De niño, Francesco apacentaba rebaños, siendo ya a los quince años, un jovenzuelo gallardo y astuto. Tales atributos fueron notados por alguien que encabezaba un grupo de nobles, y que no era otro que el muy amado Facino Cane, duque de Pavia. Cane tomó una rápida decisión. Fue con los padres del niño y les dijo, ‘…y les pido permiso para encargarme de su preparación. ¡Será educado como si fuera mi hijo, en las artes de la cultura y de la guerra!’
     El duque cumplió su palabra, y seis años más tarde, a los dieciocho, Francesco era un joven lleno de conocimientos, a la par que otro infantes de la nobleza. En esgrima, por ejemplo, se distinguió ampliamente. En un duelo de práctica, un día, con un par de pases laterales, y una estocada inesperada, el arma del otro contrincante volaba por los aires. Teniendo a su rival a su merced, Carmagnola dijo al duque, ‘¿Tienes alguna duda del resultado, amigo?’ Pero el duque, quien lo observaba, interrumpió diciendo, ‘¡Suficiente! Sin lugar a dudas, estás para empresas mayores, muchacho…’ Andando el tiempo conoció a una bella joven, se enamoraron, y se prometieron amor eterno.
     Pronto se casaron. Ella, Antonieta Visconti, por rara coincidencia, era pariente de Felipe, quien poseía en Milán el célebre palacio de Broletto. De verdad se amaban y vivieron un romance tumultuoso, formando la pareja perfecta. Pronto el joven matrimonio tuvo un hija, a quien pusieron Matilde, tan bella y dulce como su madre. Los años pasaron y el guerrero se hizo legendario, bajo el mando de su nuevo jefe; y así fue a tomar la plaza fuerte de Génova.” Así el anciano concluyó su relato, diciendo, “Ahora, éste hombre ha llegado a tener demasiada popularidad, amigo.” El otro anciano le dijo, “¡Sí, sé a lo qué te refieres!”
     Los dos viejos miraban hacia arriba, hacia una ventana del palacio, desde donde la silueta del duque observando los festejos para el prócer, se reflejaba con quietud resentida y amenazante. El resto lo logró la malicia envidiosa de asesores como Zanino Riccio y Olorado Lampugnano, que acabaron por completar aquel odio creciente. Así, Zanino dijo al duque, “…inspira confianza y afecto en los soldados. ¿No es lo que se busca cuando alguien busca brincar sobre el poder de los jefes?” Tras una pausa, Zanino agregó, “Para controlar a un militar, lo mejor es darle un cargo no militar. ¡Y Génova está descabezada!” El duque le dijo, “¿Sugieres que lo nombre gobernador de esta ciudad?” Zanino le dijo, “¡Sí, eso debéis hacer y retirarle el control de las armas!” Olorado agregó, “El lobo acabará siendo borrego .¡Ja!¡Sería una bofetada con guante blanco, un toque magistral!”
     Días mas tarde, un hombre se presentaba ante Carmagnola, con una carta sellada, diciendo, “¡Mensaje del duque, conde!” Carmagnola dijo, “Eso es bueno, necesito seguir contando con su apóyo, amigo. ¡Por favor, léelo!” El hombre leyó, “…y ya entregándote el cargo, te ordéno dejar la dirección del ejercito, devolver las trescientas piezas de caballería...” Carmagnola dijo, “¿Qué-qué sucede? ¡Nunca esperé una cosa así!” Carmagnola agregó, “Por favor escríbele ésta respuesta: ‘Su alteza, obedezco pero no quites las armas a quien se ha criado entre ellas.” Uno de sus ancianos dijo a Carmagnola, “Sensato mensaje, señor.”
   Pasaron los días y el conde se aisló de sus familiares y subordinados, temiendo que su respuesta irritára al duque. Desde la ventana de su palacio, su esposa e hija lo miraban yendo hacia el bosque. Su hija le dijo, “¿Qué le pasa, madre?” Su madre le dijo, “¡Problemas, querida! Mejor no lo interrumpamos…” Cuando Carmagnola se cansó de esperar, dijo a su consejero, rumbo a las caballerizas, “¡No he recibido ningún comunicado de Felipe! Estoy ansioso, no me queda otra que ir a buscarlo, amigo.” Mientras Carmagnola montaba en su caballo, su consejero le dijo, “¡Cuidado, conde, no te dejes llevar por tus ímpetus!” Carmagnola le dijo, “Como sea, debo visitarlo. ¡Está en Abbiategrasso, según me informan!”
     Solitario, Carmagnola dejó Génova y cabalgó hacia la provisoría sede del ducado. Cuando llegó al lugar, fue recibido por un guardia, a quien Carmagnola explicó su asunto. Cuando el guardia regresó le gritó desde la almena, “…y dice que esperéis. ¡Está muy ocupado, conde!” Pero Carmagnola dijo, “¡Exijo audiencia, mi asunto es de gran importancia!” Pero el soldado le dijo, “Como dije, esperad…o ídos, si así preferís.” De pronto, Carmagnola vio al duque que lo espiaba desde la muralla, y sintió que se le encendía la sangre. Enseguida, el duque se mostró, y le gritó, “¡Vete, atiende tu gobernación,. No tengo intención de recibirte!” Carmagnola le gritó, “¿Dices eso a quien te devolvió la fuerza?”
     Carmagnola agregó, “¡Está bien!¡Eres vil e ingrato, me ofendes, quédate con tu gobernación! Tengo amigos más valiosos, sin duda no me dejaran solo, pero…¡En adelante, cuídate!” Zanino, quien había escuchado todo, dijo al duque, “¿Acaso le permitiréis marchar?” Olorado agregó, “¡Es peligroso, y acaba de insultaros, por Dios!” El duque se encolerizó y les dijo, “¡Cállense, so patanes, ustedes han agrandado mis diferencias con él!¡Déjenme solo, salgan de aquí!” A solas, el duque Felipe de Visconti se entristeció, pensando, “¡Ahora me arrepiento de lo que hice! Pero es tarde. El conde tiene su orgullo…¡Deberé cuidarme, como dijo él, no es hombre de amenazar en vano!”
     Dos días más tarde, Carmagnola preparaba su partida. Antes de abordar su carruaje con sus pertenencias, dijo a su esposa e hija, “Nada tenemos que hacer aquí, mis queridas. ¡Emigraremos! No se preocupen. Mucha gente nos quiere.” Ya cuando iban en el carruaje, Antonieta le dijo, “Tu reacción fue digna. Hiciste lo debido, mi amor.” Carmagnola dijo, “¡Gracias Antonieta, lo que dices alegra mi alma!” La familia viajó en dirección a Saboya, donde verían a su amigo Amadeo, noble al frente de aquel ducado.
     Allí fueron recibidos con afecto. La breve estadía los ocupó en un solo tema. Mientras comían, en una gran esa, Carmagnola dijo, “…y pienso seguir a Treviso, pasando por Saboya, Suiza, y el Tirol. ¿No lo crees conveniente?” Amadeo le dijo, “Haces bien. ¡Aléjate de Felipe! ¿Sabes que ahora acaba de confiscar tus bienes del milanesado?” Carmagnola dijo, “¡No puedo creerlo, es el colmo!” Carmagnola agregó, “Ese hombre me odia, y pensar que sus conquistas me las debe a mí. ¡Trata de destruirme, desmoralizarme!” Carmagnola se levantó de la mesa, y dijo, asestando un golpe en la misma, “¡Odio por Odio!¡Seré su enconado enemigo, lo juro!” Antonia se levantó, y le dijo, “Esposo, cálmate…recuerda que estamos frente a nuestros amigos…” Carmagnola se tranquilizó, y dijo, “Tienes razón, ellos sabrán disculparme…” Amadeo dijo, “¡Claro, no te preocupes! Tienes mi apoyo, ya sabes.”
     Al día siguiente, Carmagnola y su familia se despedían de Amadeo. Carmagnola dijo, “…y creo que Venecia será mi destino final. ¡Anoche lo pensé mejor, ese rumbo seguiré!” Desde el carromato, Carmagnola se despidió, “Adiós, nunca olvidaré vuestra hospitalidad.” Amadeo le dijo, “Recuerda que el duque es duro. ¡Buena suerte conde!” Dos días después, la familia Carmagnola llegaba a la célebre Venecia, ciudad de canales y palacios.
     Poco después, dentro de un palacio veneciano, de inmediato, el consejo de los diez, deliberó, “…y llega triste y traicionado. ¡Estímo que es el momento de darle, no solo hospitalidad, sino un lugar de mando para luchar contra el duque de Milán. ¡Votemos! Nuestro dux nos apoyará. ¡Alzen la mano derecha, amigos! Hum…unanimidad, por lo que veo.” El 23 de febrero de 1425, el conde fue recibido con distinción. Se le dio alojamiento publico en el patriarcato, y dos días más tarde, salió a recibir a un ejército de lanceros que llegaba a seguir bajo su mando.
    Noches después, Antonia escuchó un ruido que la despertó, y pensó, “¡Dios!¿Qué ocurre?¡Creo haber oído algo…!” Antonia despertó a Carmagnola, y dijo, “¡Querido!¡Mi amor!¡Oí ruidos en la antecámara!” Carmagnola despertó, y dijo, “Mmmm, ¿Qué dices mujer? ¡Investigaré!” Carmagnola se levantó y tomo su espada, pensado, “¡Acabo de oír eso yo también! Hum…” Carmagnola se enfrentó a una silueta, y peleando, desarmó al hombre, diciendo, “¡Ah, maldito, eres el cazador cazado!” Cuando Carmagnola lo tuvo a su merced, le dijo, “Dime quien eres y qué te traes… ¡O te máto!” El hombre dijo, “¡Juan Liprando…me comprometí a esto ante el duque…a condición de que me permitiera volver a mi patria…perdón, perdón!”
     Cuando Antonia llegó con un candelabro, Carmagnola lanzó al hombre al piso, diciendo, “¡Canalla! Ve y dile al duque lo que pasó! ¡Ya, vete!” El hombre le dijo, “¡Sí…gracias por respetar mi vida!” Desde la ventana de la alcoba, Antonia y Carmagnola vieron al hombre escapar. Antonia dijo, “¿Qué significa esto? El próximo atentado…¿acertará?” Carmagnola le dijo, “Lo dudo. ¡Es un espía del duque en Milan! Es un golpe bajo, querida, que deberé contestar.”
     Al otro día, el dux de Venecia convocó al consejo, y dijo, “Ya oyeron lo del atentado, amigos, por otro lado, una delegación viene en son de paz, desde Milán. ¿Cómo aceptar esa ‘paz’ si envían a un asesino encubierto a acabar con nuestro huésped, el conde de Carmagnola? ¡El duque Felipe es cínico en extremo!” Un miembro del consejo dijo, “¿Qué sugerís, alteza?” El dux dijo, “¡El mismo conde debe aconsejarnos!¡Hay odio entre Felipe y él. En éste momento es nuestro mejor aliado!” Enseguida el Dux dijo a uno de sus allegados, “Creo que debemos oírlo. ¿Cumpliste mi orden?” El hombre dijo, “Sí, alteza, yo mismo lo cité. Él mismo espera nuestra audiencia.” Así, el valiente militar supo que se le aguardaba y entró a la sala de deliberaciones con toda prestancia. Carmagnola se inclinó ante el dux y dijo, “¡Agradezco vuestra hospitalidad! Yo me hónro en responder este llamado, su alteza.”
     El dux le dijo, “¡Oh, deja el protocolo amigo, y hablemos!” El dux le explicó, “Una comitiva viene desde Milán a ‘tratar la paz’ con nosotros. ¿Qué opinas de ello?” Carmagnola le dijo, “No puedo intervenir en algo de tu competencia, señor.” El Dux le dijo, “¡Buena respuesta, pero no quiero recibirlos, amigo!” Carmagnola dijo, “En ese caso te diré lo que me parece más justo.” Carmagnola hizo una pausa y dijo, “Felipe aprovecha la arremetida que yo arriesgué. Ahora busca anexar Venecia a sus territorios. ¡Debes detenerlo y yo sé como alteza!” Carmagnola tomó un mapa de Italia, y agregó, “¡Tiene que ser ahora!¡No espera un contraataque! Hay que detenerlo empezando por aquí, por Lombardía.” El dux le dijo, “¡Suficiente, amigo, me has convencido!”
     El Dux agregó, “Te doy el mando de mis tropas, puedes hacerlo como mejor prefieras, ¿Aceptas?” Carmagnola dijo, “¡Sí, es un honor que buscaré agradecer con hechos!” El dux le dijo, “Ahora únete a mis generales. Ellos te informarán de todo lo que respecta a nuestro ejército.” Carmagnola enrolló el mapa y dijo, haciendo una reverencia, “¡Me retíro, con tu permiso, alteza!” Cuando Carmagnola se fue, Marco, uno de los consejeros le dijo al Dux, “Hum, ¿No crees haber ido demasiado lejos?” El dux le dijo, “¡No, es un prócer, sabrá vencer! Mientras nos sirva de daremos apoyo.” Marco le dijo, “No pelea solo por nuestra causa, recuérdalo. ¡Lo guía ese rencor contra Felipe!” El Dux dijo, “Pero es hombre formal. Se ha comprometido y nos será fiel…¡Cálmate amigo, nuestra causa se favorece!”
    El dux agregó, “Eso sí, lo mantendremos vigilado. ¡Marco, te encárgo esa misión, mantenme al tanto de sus movimientos!” Marco le dijo, “Me pides que lo espíe. ¿Ignoras que soy su amigo?” El dux le dijo, “Al contrario, por eso te designo. ¡Bah, limítate a cumplir mis órdenes, brindemos por cercanos triunfos!” El Dux de Venecia y los miembros del consejo de los diez brindaron. “¡Salud Venecianos!” Solo Marco se mostró contrariado.
     El conde, mientras tanto se inquietaba, caminando por la campiña, pensando, “Voy a luchar ¿para qué? ¡Para una paz duradera pero nadie lo entiende!¡Oh, alguien llega!” Era Marcos quien a lo lejos se aceraba en su caballo. Carmagnola le dijo, “Me da gusto que vengas, Marco, me sentía solo.” Marco desensilló y dijo, “Soy tu amigo, por eso te diré…lo que no debería.” Marco le explicó, “Quieren que te vigile. ¿Comprendes? El dux no confía del todo en ti.” Carmagnola le dijo, “Sin embargo me da todo el mando de su ejército.” Marco le dijo, “Ten cuidado, solo quieren utilizarte, amigo.” Carmagnola le dijo, “Lo suponía. ¡No importa, tengo la oportunidad de cumplir mi sueño de pacificación de toda Italia.” Marco le dijo, “Eres ambicioso, planteas algo que nadie entenderá. ¡Ellos buscan competir, ser más fuertes que otros!”
     Pero Carmagnola le dijo, “Tal vez me estoy adelantando con ese proyecto. ¡Cumpliré con el Dux! Pero iré más lejos, ¡Lo Juro!” Marco le dijo, “Eres el de siempre. ¡Un generosos soñador! Cuídate, es todo lo que puedo hacer por ti. ¡Vence y vuelve!”
     Marcos volvió a dejarlo solo. Carmagnola pensó, “¡Ah, menos mal que aún me queda quien me aprécie, con éste buen amigo! Es bueno saber qué le pasa por la cabeza al dux, aunque ya lo suponía…” Al día siguiente antes de partir a una larga campaña, el conde de Carmagnola se despidió de los dos seres que más quería. Antonieta y Matilde, entre besos, sollozaron, pues sabían que él, podía ser muerto durante la guerra. El consejo de la madre a la hija era uno solo: “¡No muestres flaqueza ante él! Necesita sabernos fuertes. ¿Entiendes? ¡Debes sentirse el mismo muy fuerte!”
     Días mas tarde empezaban los combates, encendidos por la furia triunfal del Conde de Carmagnola. Esa forma de arriesgar la vida sin reparar en su jerarquía, daba miedo hasta en los subordinados. Ni en el mayor peligro, Carmagnola perdía la calma. Tanto en la lucha como en las estrategias, mostraba un talento agudo y natural. Tras una tregua, Carmagnola reunió a sus jefes, a las afueras de una de sus tiendas de campaña, y les dijo, “Amigos, nada de lo que haremos me es extraño. El duque, ese torpe emplea contra mí, tácticas que yo mismo usé cuando estaba con él. ¡Voy a contrarrestarlas fácilmente claro!”
    Enseguida, Carmagnola desenrolló un mapa y dijo, señalando, “Entre sus generales Pérgola, Torello, Sforza, y Piccinino, ha habido desacuerdos. ¡El duque enviará contra mí a Carlos Malatesti! Yo tenderé una trampa. ¡Salgamos verán que nuestra lucha hasta instalarnos aquí, tenía un sentido!” Desde la privilegiada altura de una colina, el estratega mostro a los suyos el terreno en disputa, y dijo, “Aquel castillo es el de Mclodio. ¡Para empezar lo atacaremos, hasta ponerlo en estado de sitio! Ya ahí Malatesti creerá poder vencernos entre dos fuegos, el castillo y sus tropas exteriores. ¡Entonces aprovecharé la geografía de la zona!¡Sera el principio del fin para ellos!¡Lo juro, sabrán que conmigo no se juega!¡Manos a la obra!”
    Usando una técnica muy antigua de uso común en el imperio romano, Carmagnola utilizó carros livianos, ocupado cada uno por tres hombres armados de ballestas. Además, también usó dos hileras de aquellos “Aurigas,” que atacaban con rapidez, lanzando saetas continuas. Aquel veloz ataque, hizo estragos, en el sorprendido enemigo. Los vehículos avanzaban, golpeaban y se retiraban en un magnífico trabajo de aguijoneo continuo. El ataque al fuerte amurallado no se hizo esperar. El conde mando seguir con el asedio y levantar allí sus tiendas, aparentando distraerse de ello, para mostrar debilidad sobre los flancos de la retaguardia. Sin embargo, Carmagnola estaba muy pendiente de aquellas líneas, a través de su catalejo, pensado, “¡Hum! Conozco a Malatesti. Adivino sus ideas…”
     Mientras tanto, en campo enemigo, el general Pérgola, respondía al llamado de su comandante, el general Malatesti, quien le dijo, “¡Oye, ven aquí, quiero tu opinión!” Pérgola se sentó en la mesa frente a él. Malatesti dijo, “Proyecto dar un golpe final. ¡Ese odioso conde de Carmagnola ha vencido a nuestra tropas, una tras otra!” Pergola le dijo, “¿Cómo piensas hacerlo?” Malatesti le dijo, “Me metió en un lío. ¡Está contra las murallas de un fuerte nuestro! Podemos atenazarlo allí.” Pérgola le dijo, “¡Cierto! Pero me extraña que el conde se haya puesto a sí mismo en posición tan endeble.” Malatesti se enojó, y dijo, “¿Qué dices?¡Le temes! Aún recuerdas cuando él era tu jefe.” Pérgola le dijo, “No, solo desconfío de que esto sea una trampa. ¡Pero hay algo que apoya tu plan de ataque!¡Solo tu ataque frontal que él no se espera, devolverá la fe a los nuestros! Apruebo tu ‘Golpe Final!’” Malatesti le dijo, “¡Ah, así me gusta! Bien, ya lo sabes, será mañana al amanecer. ¡Que se disponga todo para tal efecto!”
     El sol cayó sobre las colinas y hubo una silenciosa tregua, semejante a la calma existente en los centros de los huracanes. Fue una noche larga, pero nadie durmió, pues el conde ya había anticipado el ataque y había organizado su respuesta. El resto había sido anunciado por los espías: “Será mañana el golpe decisivo,” dijeron, y el prócer reunió a sus generales para ultimar los preparativos. Por parte del ejército de Carmagnola, con el nuevo sol, las tropas ya se aprestaban a adoptar las posiciones ordenadas desde el comando. Carmagnola organizo a su ejército, diciendo, “¡Amigos óiganme! Tú, Orsini, toma los tuyos y ocupa la posición derecha, listo para atacar.” Orsini dijo, “A la orden, conde.” Carmagnola continuó, “Y tú, Florentino, por la izquierda. ¡Ninguno de los dos se moverá, mientras no empiece la lucha! Solo después los atacarán por las espaldas. ¿Entendido?” Florentino dijo, “Perfecto, señor.” 
Carmagnola agregó, “Si el enemigo adivina la maniobra y huye…únanse y corran tras él, somos más veloces y organizados! Los demás, conmigo. ¡Ellos no saben que están entre dos zonas pantanosas! Esos serán nuestros ataques por los flancos, amigos. ¡Y ahora a luchar por Venecia!” Todo el ejercito gritó al unísono, “¡Por Venecia!”
     Ambos ejércitos se toparon de frente con ferocidad. La lucha fue cuerpo a cuerpo. Y el respeto que por lo general se tenía por aquella legendaria figura, metió miedo entre los de Milán, al verlo batirse. Las ballestas mataban en silencio. Pronto se oyó una voz angustiada: “¡Maldición, estamos acosados! ¡Huyamos, no hay salida por los costados!” Era la voz de Malatesti. Pérgola le dijo, “¿Qué sucede, mi general?” Malatesti le dijo, “¡Ese malvado nos engañó!¡Unos pantanos que no parecían tales, se tragaron a muchos de los nuestros!”
     Sin embargo, todavía les esperaba una sorpresa mas grande. Malatesti divisó una hilera de soldados enemigos, y dijo, “¡Dios mío, nos cierran la retaguardia. Mi ejército está vencido y desmoralizado! Hemos perdido, Pérgola…” Del otro lado del campo, Carmagnola observaba las filas enemigas, y notó que ondeaba una bandera blanca. Carmagnola dijo, “¡Se dan por vencidos, amigos! Rápido, desármenlos, pero no los dáñen. ¡Clemencia para los vencidos!”
     Aquel día de gloria, el conde había logrado para su causa un total de casi cinco mil prisioneros, armas, y parque en abundancia. Malatesti y Carmagnola se encontraron. Malatesti dijo, “Y bien, conde, fuiste inteligente como siempre. ¿Nos cortarás la cabeza a todos?” Carmagnola le dijo, “No Malatesti, nunca me entendiste, y tampoco ésta vez lograste hacerlo. No asesino a hombres indefensos, que además, son italianos, como yo. ¡Búsco la paz, la unificación!¡Ya mandé soltar a cuatro mil seiscientos!¡Tú también, vete! Ésta noche soltaremos al resto. Tu ámo, el ingrato Felipe no pagará su pérfida en las personas de los infelices que lo secundan. ¡Vete!”
     Esa noche, según lo acordado por el conde, continuó la liberación de los restantes cuatrocientos rehenes. Sin embargo, un joven prisionero fue conducido a la tienda de Carmagnola. Tras ser presentado a Carmagnola, éste dijo a su soldado, “¡Esta bien, soldado, vuelva a su posición!” El soldado dijo, “¡A la orden, alteza!” Cuando se quedaron solos, Carmagnola la dijo al rehén, “Yo mismo libéro tus manos, ya ves. ¡No recibes mejor trato que los otros, jovencito!” El joven rehén, quien no era otro que el mismo hijo de Pérgola, dijo, “¡Tampoco lo pretendo, y me pregúnto porqué vine a aquí!” Carmagnola le dijo, “Recuerda que te vi nacer y crecer, y eres hijo de mi amigo Pérgola…y sigo apreciando a tu padre.” El joven dijo, “También yo lo recuerdo, señor. ¿No es absurdo que ahora defendamos bandos distintos?”
     Carmagnola sirvió un vaso de vino y dijo, “¡Ah, muchacho, tienes el ímpetu propio de tu edad y eso me gusta! Toma, bebamos y hablemos.” Ambos bebieron en silencio, y le joven se preguntó si en realidad el conde era todavía aquel que tantas veces había visto en su casa hablando con su padre. Carmagnola le dijo, “¿Cómo explicarte?¡Felipe me obliga a hacer esto!” El joven dijo, “Papá me lo explicó, pero…¡No siempre un militar hace lo que le gusta, cuando cumple órdenes!” El joven continuó, “El duque le nombró gobernador. ¡Su deber era ocupar ese cargo, cumplirlo bien!” Carmagnola le dijo, “¿Puede un buen guerrero ser un gobernador incompetente?” Carmagnola continuó, “¡No presumo, pero sabrás que Felipe hizo eso…por los celos personales!” El joven dijo, “¡Ci-cierto, mi padre me lo dijo así…sí!”
     Carmagnola dijo, “Recuerda, yo recuperé el poderío del duque. ¡Gané mi popularidad con triunfos, jugándome la vida…cargando todo el peso de una cruenta guerra. Te mandé llamar porque creo que debíamos discutir esto. ¡Sobre todo con ustedes, los jóvenes me siento muy comprometido.” El joven le preguntó, “¿Por qué con nosotros, conde?” Carmagnola explicó, “Porque busco el bien de toda Italia. Y cuando muera, solo quiero que sean ustedes quienes me juzguen. ¡Los jóvenes, la sangre nueva de mi patria!” El joven dijo, “Sí. Si señor…ahora le comprendo.” Carmagnola puso su mano en su hombro y dijo, “Sé que me comprenderás, pero poco a poco y por ti mismo. Y ahora vete, abraza de parte mía a tu padre.” El joven dijo, “Lo haré, señor.”
     No se habló más, y le joven Pérgola se fue con los suyos para un largo regreso de derrota hacia Milán. El conde miró irse a aquel muchacho, con congoja, sin advertir que otros ojos lo observaban. Eran Malatesti y otro. Malatesti dijo, “¿Sabes quién era el chico que se fue? ¡El hijo de un general milanés!” El otro le dijo, “¡Caramba!¿Es posible que el conde olvidára su condición de enemigo?” Malatesti dijo, “¡Esto y lo otro, de liberar prisioneros, es terrible!” El otro dijo, “¡Cuesta creer que tan fiero luchador sea tan blando ahora, en vez de pasar a esa gente a degüello!” Malatesti dijo, “¡Jugué mi vida en esto!¡Que mi jefe reaccione así después de ello, es casi una traición, una ofensa para todos nosotros los venecianos!¡Es un paladín, lo admiro, pero ahora me molesta estar bajo su mando!” El otro dijo, “¡Y a mí también me molesta! Sin duda en Venecia pensarán como nosotros!” Ambos hombres siguieron hablando sin notar que el mismo conde los oía manteniéndose oculto, y sintiendo que una profunda tristeza lo embargaba.
   Al otro día, las noticias desde el campo de batalla llegaron a la capital veneciana, y había un gran revuelo en el seno del consejo de los diez. Las quejas y las alegrías se mezclaban. Dos consejeros discutían. Uno dijo, “¡Gloria al conde, que puso a Venecia sobre el odiado duque Felipe!” Otro consejero dijo, “¡Bah, mejor cállate, no sabes lo que dices!” El primero dijo, “¡Si, lo sé!¡Triunfamos y las blanduras del conde no opacará nuestra victoria.” El consejero le dijo, “¡Ja! Llegas tarde. ¡Ya son del dominio público!” El otro dijo, “¿Quieres decir que el conde está siendo desacreditado?” El consejero le dijo, “¡No es la palabra adecuada, amigo! Digamos, cuestionado. Y aún más. ¡Llega una embajada del duque de Milán a parlamentar con nosotros!” Todos los consejeros dijeron, “¡Eso es bueno, un acuerdo, un acuerdo!” El consejero dijo, “¡Ahora que triunfamos. Nosotros pondremos las condiciones! Y el conde deberá aceptarlo quiera o no.”
    Aquello trascendió enseguida en el campo de guerra. Enseguida un soldado a caballo llegó a la tienda de Carmagnola y dijo al guardia, “¡Información para el conde de Carmagnola, paso, por favor!” El soldado explicó a Carmagnola, “…y hacen la paz, así como hablan mal de vuestras ultimas decisiones, señor.” Carmagnola pensó un momento y dijo, “¡Hum! Grave situación, aunque me la esperaba.” Carmagnola hizo una pausa, y dijo, “¡Felipe propone, el dux acepta! Milán vuelve a tomar las riendas por vía diplomática.” Enseguida, Carmagnola insistió, “¡Habla, amigo!¿Que mas puedes decirme?” El soldado dijo, “Hay algo mas para usted. ¡No debe intervenir en nada, esperar ordenes, tan solo!” Antes de partir, el soldado dijo, “No es el mensaje que quisiera haberos traido.” Carmagnola dijo, “¡Pero es el que te dieron! Anda, vuelve a la capital. Sé que haces lo que puedes, amigo…” Mientras el soldado se alejaba en su caballo, Carmagnola pensó, “¡Lo que me temí! Todos mis esfuerzos, tanto en uno como en otro bando, fueron inútiles, y siento que ambos quieren acabar conmigo.”
     Por varios días, Carmagnola no pudo más que pasearse, y esperar sin saber bien que. En aquellos paseos a caballo, cuando su tensión aumentaba, el héroe caía en profundos estados de desanimo. Entonces apelaba al único recuerdo que lo alegraba, diciendo, “¡Antonieta, querida mía, te necesito!” Años atrás, cuando aún eran dos jovenzuelos, habían vivido un hermoso romance. Recordó que jugaban como inquietos cachorros. Mientras corría, ella gritaba, “¡No me alcanzas!¿Ves como no puedes?¡Ja, Ja, Ja!”
     Cuando la alcanzó, ambos se tiraron en la hierba. Carmagnola dijo, “¡Ah, te tengo, mi traviesa amiga!” Ella le dijo, “¡Tramposo, por mi falda no puedo correr mucho!” Carmagnola la besó. Se amaban intensamente. Las fiestas y bailes de la corte fueron el escenario de su cariño que crecía y crecía. Sin embargo, había un temor latente en Antonieta, quien le dijo, “Querido, me inquieta que seas tan diestro en las artes de la guerra.” Carmagnola le dijo, “Lo sé, y cuando se me requiera, iré a las filas.” Antonieta dijo, “¡Te comprendo pero óyeme bien! Solo unos pocos como tú y yo, deseamos eso. ¡Nunca lo olvides!” Carmagnola dijo, “¡Bah, me ganaré el derecho de exigirlo, a fuerza de ser un buen militar!” Antonieta le dijo, “Te será duro y difícil, querido. ¡Recuérdalo!” Luego, siguieron divirtiéndose, capaces aún de desplazar temas tan graves, para simplemente disfrutar su noviazgo.
     Carmagnola regresó de sus pensamientos, y comprendiendo todo, pensó, mientras guiaba a pie a su caballo, “¡Sí, Antonieta, aún es duro y arduo!¡Pero ya no me puedo volver atrás!” Mientras Carmagnola llegaba a su tienda de campaña, dos allegados se apiadaban de él, diciendo uno al otro, “Ese hombre, colega, ¡Pasara a la historia! Pero mientras tanto sufre.”
Por ese entonces, por parte de las filas de Felipe, los embajadores de paz, ya estaban en Venecia y dialogaban entre ellos. Sforza decía, “…y acaban con su moral, Piccinino. ¡Es un buen momento para golpear duro a los venecianos!” Piccinino dijo, “Tienes razón, Sforza, el duque nos habilitó para estudiar la situación…y actuar.” Sforza dijo, “¿Quién diría que estamos aquí como miembros de una ‘Comisión de Paz’?” Piccinino dijo, “Esos torpes quieren un trato. ¡No comprenden que Felipe volverá a devorarlos!” Sforza dijo, “Acaso lo comprenda el conde Carmagnola, pero, ¿Quién lo escuchará? Mientras tanto espiamos. ¡Mira esos canales, luego iremos al puerto! Y redondearemos nuestro plan. ¡Ja!”
    La traición estaba en marcha, y en número considerable, los soldados milaneses llegaban al lugar, siguiendo las placidas aguas del rio Po. Por el lado marino, una flota de navíos llegaban a puerto, sin que Venecia supiera de ello. Cuando aquello trascendió, ya los galeones de Felipe bombardeaban a las galeras ancladas allí. Entre los desprevenidos venecianos, reinó el pánico. Cerca de allí, en el campamento del conde Carmagnola, un hombre informaba la terrible noticia, “¡Señor, señor, el enemigo ataca por el puerto!” Carmagnola reunió a sus hombres y dijo, “¡Por Dios! Debo defender ese puerto, pero, ¿Cómo podría, si el dux no me manda la orden?” Un soldado le dijo, aconsejando, “Espérela señor, o se agravará la situación.”
     Más tarde, Carmagnola tomó su espada y dijo, “¡Ya no aguanto más, saber que destruyen la ciudad y yo sin hacer nada! Lucharé con o sin orden.” Carmagnola salió de su tienda y convocó a su ejército diciendo, “¡Yo tómo ésta decisión! ¿Quiénes irán conmigo?” Uno de los lideres de entre los solados dijo, “¡Todos nosotros, señor, seguimos fieles a usted!” Los hombres  montaron y cabalgaron a la ciudad cercana, dispuestos a matar o morir. Cuando Carmagnola divisó las filas enemigas gritó, “¡Intentan pararnos, son mas…pero los venceremos!” La batalla comenzó, y ante la inferioridad de sus tropas, nunca se vio a un guerrero luchar tan fieramente como el conde Carmagnola, quien gritaba, “¡Bellacos, voy a acabar con todos!” Hasta que uno de sus soldados se acercó a él y le dijo, “Señor, nos diezman, no podemos seguir avanzando!” Carmagnola dijo, “¡Maldición! Entonces debemos replegarnos. No juguemos con vidas tan valiosas.”
     Las tropas vencidas de Carmagnola, hicieron sus campamentos en unos callejones. Carmagnola pensó, “¡Santo Dios! Todo fue en vano, pues no logramos llegar al puerto para defenderlo.” Pero Carmagnola no supo que se le observaba atentamente. Era Sforza, quien lo espiaba a través de un catalejo, diciendo, “¡Lo tengo en la mira, Piccinino! Está quebrado.” Piccinino dijo, “¡Perfecto! Retiremos la flota y ofrezcamos una nueva paz…¡Bajo nuestras condiciones, claro!”
     Más tarde, en el consejo de Venecia, el líder del consejo, tomaba la palabra, diciendo, “…y se rumora que él simuló enfrentarse con enemigos, para no ayudar a defender la flota!” Tras una pausa, el líder dijo, “¡Caballero, esto, en buen romance, es traición!” Otro de los consejeros que estaba a su lado dijo, “¡Sí, lo es, debemos informar al dux del asunto!” Pero Marco dijo, “¡Esperen! Antes de acusación tan terrible…¿Olvidan quien vendió a la flota, y luego huyó?” Otro de los consejeros dijo, “¡Sabemos que fue el almirante Trevisano!” Marco dijo, “¡Así pues, sugiero que se respéte a Carmagnola.” Pero Marino, otro de los consejeros dijo, “¿Y por qué?¿Acaso por ser tu amigo?¡La traición de Trevisano se combina con la de él, Marco!” Marco tomó su espada y dijo, desenvainando, “¡No te lo permito, Marino, insultas al conde y a mí!” Marino se sorprendió y dijo, “¡Oh, oh, cuidado!” Uno de los consejeros contuvo a Marco y dijo, “¡Cálmate Marcos, no hagas una barbaridad!” Marino dijo, “¡Hum!¿Intentas sacar armas en el consejo, acaso? ¡Es un delito y lo sabes! Pero te respeto…Por ahora no lo comentaremos a nadie. ¡Ya ves, soy menos rencoroso de los que crees!” Marco le dijo, “No espero tu clemencia, Marino. ¡Bien lo sabes!” Sin embargo, el líder del consejo dijo, “¡Pero el conde merece rigor!¡Sal de esta sala, Marco, no estás dispuesto para habla de ese hombre!” Marino agregó, “¡Sí, que Marco salga, es lo mejor!”
    El buen senador Marco, supo lo que aquello significaba, y al retirarse de la sala, pensó, “¡Pobre Conde Carmagnola! Tráto de defenderlo, pero ya es poco lo que puedo hacer por él.” Durante dos largas horas, Marco esperó en un balcón, mirando la ciudad, intuyendo que se avecinaban horas aún más difíciles. Tras aquel plazo, Marino llegó e interrumpió sus pensamientos, diciendo, “Ven Marco, ahora es necesario que comparezcas.” Una vez que Marco estuvo ante el consejo, Marino dijo, “El consejo decidió. Soy su portavoz ante ti, Marco. ¿Estás listo a escucharme?” Marco dijo, “Si, Marino, ya me conoces…” Marino dijo, “Por decisión unánime, hemos dispuesto hacer comparecer al conde Carmagnola ante el Dux. ¡Tú irás a convocarlo, Marco, lo hacemos en respeto a vuestra amistad!”
    Al día siguiente, el enviado llegaba a cumplir la ingrata tarea encomendada. A la llegada de Marco, a la tienda de campaña de Carmagnola, dos solados murmuraban. Uno de ellos dijo, “¿Sabes quién es ese?” El otro contestó, “¡Marco, el consejero viejo amigo del conde! Mal asunto ha de haber, para que venga él en persona.” Enseguida, un solado entró a la tienda de Carmagnola, diciendo, “Señor, disculpe, ¡Un importante caballero lo busca!” Carmagnola dijo, “¡Bien, salgo de inmediato!” Cuando Carmagnola vio quien era, sus ojos se humedecieron, y dijo, “¡Marco, hermano viejo!” Los amigos se fundieron en un abrazo fraterno. Enseguida, ambos salieron de la tienda y caminaron por la ciudad. Carmagnola dijo, “Caminemos, ¿Qué te trae, son…malas noticias?” Marco dijo, “Me temo que si, sabes que tienes enemigos.” Marco agregó, “Para mí, lo que haces es perfecto, no te lo censúro, pero hay gente influyente que busca derribarte.” Carmagnola dijo, “Lo sé. ¿Es tan grave todo?”
     Marco dijo, “¡Mucho! Me piden que te convoque, y si no obedeces, ¡Que te mate! El odioso Marino y su grupo controlan la situación.” Carmagnola dijo, “Supongo que también el dux.” Marco dijo, “En efecto. ¡Comprendo tus planes de paz genuina, ellos negocian una falsa. Los dos bandos ganando posiciones para poder tirar su zarpazo!” Marco concluyó, “Te acusan de alta traición. ¡Sugiero que huyas!” Pero Carmagnola dijo, “¿Estás loco? Se echarían sobre ti, si lo hago.” Marco dijo, “¡Tengo impunidad como gobernante, tal vez no puedan dañarme!” Carmagnola dijo, “Pero olvidas algo, Marco: ¡Yo jamás húyo!” Marco dijo, “Disculpa, no quiero herir tu amor propio.”  Carmagnola le dijo, “Cálmate, amigo, eso de ‘traición’ no es fácil de acusárselo a alguien. ¡Me opondré a Marino!” Ambos continuaban caminando por Venecia. Carmagnola agregó, “El dux me debe demasiados favores, ¿entiendes? ¡Con su venia me burlaré de esos advenedizos!” Marco dijo, “Tal vez, pero no te fíes. El dux es imprevisible.” Antes de despedirse, Carmagnola dijo a Marco, “Vuelve, diles que iré. Luego habla con mi esposa y mi hija. ¡Apenas salga de eso, me les reuniré!” Marco le dijo, “Lo haré. Sé que llevas tiempo de no verlas.”
     El buen Marco regresó en una de las góndolas, que surcaban los canales de la ciudad acuática. Mientras tanto, el Conde de Carmagnola estaba satisfecho, y se puso su mejor atavío para las dos audiencias que tendría. Horas después subía las escalinatas augustas del palacio de San Marcos, sede del gobierno veneciano. Se le esperaba, y fue conducido de inmediato a las salas de sesiones del consejo de los diez. Allí lo esperaban tanto los consejeros como el orgulloso dux, ante quien se inclinó reverente. A continuación, el dux le dijo a Carmagnola, “¡Hum! El duque Felipe nos ofrece una paz que ya conocerás. ¡Yo y el consejo queremos tu opinión!” Carmagnola le dijo, “Si es así, permitidme, alteza.”  Acto seguido, Carmagnola echó mano de toda su elocuencia, “¡Como os dije antes, insísto con la guerra! Felipe entrega Bérgamo y Brescia. ¿Ya no eran venecianas?”  
     Carmagnola continuó, “¡Somos más fuertes, y es necesario, primero, abatir al que se oponga, después construir una paz segura!” El Dux dijo, “¡Eso es algo impreciso! Sé más concreto…” Carmagnola explicó, “Nombrad a un general. Dadle amplias atribuciones, pero pedidle lealtad e información sobre sus pasos. ¡Eso será bueno para ti! No pido para mi ese cargo. ¡Solo digo que si no hay alguien así, será difícil someter a Milán!” Marino dijo, “¡Y sin embargo, deberías ser tu!¡Ya lo fuiste!¿De qué nos sirvió?¡Soltaste prisioneros, solo mostraste tu ira personal contra Felipe, ahora pareces haberla calmado y conspirar contra nosotros!” Carmagnola dijo, “¡Por Dios!¿Que dices?” Marino dijo, “¡Por ultimo tomaste como pretexto unas escaramuzas callejeras para no proteger nuestra flota atacada! Nuestro consejo te desaprueba acremente.” Carmagnola dijo, “¿Ese es el juicio definitivo sobre mi?” Marino dijo, “¡Sí, el consejo votó, tenemos una posición tomada!” El caudillo dirigió una severa mirada sobre los concejales y vio que en efecto, estaban contra él, aunque no lo miraban de frente, pero faltaba uno.
     Carmagnola pensó, “¡Marco, mi amigo! No quiso estar presente, y permanece lejos de esta infamia. ¡Lo comprendo! Pero aún no debo rendirme.” A continuación, Carmagnola se dirigió al dux, y dijo, “Oí el parecer del consejo, alteza. ¿Acaso el tuyo será otro?” El dux le dijo, “No tengo nada que agregar a lo que has oído. ¡Se pide contra ti el castigo por alta traición!¡Ya sabes en qué consiste ese castigo!” Carmagnola dijo, “¡Traidor!¡Yo traidor! Recházo esa acusación injusta, ¿Quién osa hacerla, quién olvidará lo mucho que mi gestión ha favorecido a Venecia?” El dux le dijo, “Una gestión hábil…que casi fue una trama.” Tras una pausa, el dux dijo la sentencia final, “¡El colegio secreto te acusa, y te ejecutará!¡Considerarte convicto, conde de Carmagnola!”
     Carmagnola dijo, tratando de desenvainar, “¡Ah, malditos, me defenderé!¡Haré correr sangre!” Sin embargo, Carmagnola fue apresado por dos soldados. Desesperado, presa de su orgullo y su espíritu guerrero, se debatió sin poder sacar la espada, poco a poco sometido por los que se le abalanzaron, diciendo, “¡Cobardes…solo así…pueden conmigo!” El dux se levantó y dijo, “¡Llévenlo! A sus crímenes agrégo el de querer agredirme, con todo el consejo como testigo. ¡Sáquenlo de aquí, ejecútenlo en cuanto antes!” Así, maltratado e insultado, el valeroso paladín salió de San Marcos  con su condena inapelable.
     Al salir del palacio a la plaza de San Marcos, el aire marino lo llenó con su aliento poderoso, y se sintió reconfortado, pese a sus muchos males. Pero entendió que ese placer extraño no se debía solo al paisaje veneciano. Al reconocer a su amigo, Carmagnola pensó, “¡Marco, amigo mío, solo tú estás conmigo!” Ambos se miraron en silencio, pero Marco entendió que su amigo había caído en desgracia, y pensó, “¡Oh, esto es cruel, tanto el heroísmo del conde, como éste agravio que se le hace, pasarán a la historia!¡Un prócer y una infamia!”
    Un poco después, en una residencia, una mujer hablaba con una niña, “¡Oh, Matilde, querida mía, quiero estar bella y deseable para cuando llegue nuestro hombre!” La niña y la madre fueron al espejo y la pequeña Matilde dijo, “Estás bella y deseable, mamá. ¡Mírate, pareces reina!” Antonieta dijo, “Y lo soy, hija. Él es mi rey y tú la princesa.” Antonieta agregó, “Nadie con mas derecho que nosotras, ¿Eh?” Matilde dijo, “¡Nadie, su majestad, Ja, Ja, Ja!” Antonieta hizo un ademán de humildad, y dijo, “Reverencío a mi querida heredera!” Matilde dijo, “¡Me gusta jugar este juego!”
     Tomadas de las manos, en la recamara, parecían niñas de la misma edad, bailaban y jugaban, excitadas por lo que creían la cercanía inminente de su amado, el conde. Contentas, rodaron por la alfombra, riendo. Antonieta dijo, “¡Oh, que tonta soy, olvidé mi vestido, mírame!” Matilde dijo, “¡Bah, te lo arréglo en un segundo, mi reina!” A veces, Antonieta parecía la hija, y Matilde la madre. Enseguida, ambas escucharon unos ruidos. Antonieta dijo, “¡Oye!¿Escuchas pasos que se acercan?” Matilde dijo, “¡Sí, debe ser él!” Ambas escucharon un toquido en la puerta. Antonia dijo, “¡Me siento trémula de emoción, querida!” Matilde dijo, “¡Y yo!”
     Al ir a la puerta para abrir, Antonia dijo, “¡Mi amado espo…!¡Oh, eres tú, Marco!” Marco entro y dijo, “Sí, amigas mías. ¡Prepárense para lo peor!” Después de explicar, Marco concluyó, “…y toda defensa fue inútil. ¡El dux dispuso su ejecución para mañana mismo!” Antonia lloraba, diciendo, “¿Cómo es posible?¡Debe ser una horrenda pesadilla!” Madre e hija lloraron atribuladas, mientras el buen Marco, casi un padre para ellas, trataba de consolarlas. Antonia dijo, “¡Es una pesadilla espantosa!¿Qué podemos hacer?” Marco dijo, “Nada, pero ustedes serán respetadas. ¡Mi familia las acogerá en su seno!”
     Las mujeres salieron del edificio, poco después, para tomar una góndola. Ellas eran ahora tan diferentes a las que habían esperado al conde de Carmagnola, con tanta alegría. Después de subir, Marco dijo al gondolero, “¡Llévenos a la prisión del ducado!” El gondolero dijo, “Eccellenza…” Nadie supo que aquel pequeño cortejo iba a despedir al salvador y héroe de Venecia, Conde de Carmagnola. La góndola avanzó. El presidio del colegio secreto era su meta.
     Al llegar, la guardia se opuso a que entráran, y Marco hizo llamar al administrador. Al llegar, el administrador dijo, “¡Signore, disculpad, tengo orden de…!” Marco le dijo, “Soy Marco, consejero de los diez. Asumo toda la responsabilidad. ¡Vamos, lléveme con el preso!” El administrador dijo, “Sí-sí, alteza…” Así ingresó el grupo a aquel recinto siniestro. Mientras tanto, en las profundas mazmorras, Carmagnola pensaba, “¡No puedo creerlo, tanto Felipe como el Dux, solo buscaron utilizarme, para luego eliminarme!”
    En ese momento se abrió la puerta de la mazmorra, y un soldado se presentó, diciendo, “¡Prisionero, prepárese a recibir un noticia!” Carmagnola dijo, “¿Una visita?” Un latir violento ganó su corazón mientras avanzaba escoltado por los guardias, pensado, “¡Antonieta, Matilde, solo pueden ser ustedes!” El último encuentro fue emocionante y triste. Carmagnola dijo, “¡Mujer, hija!” Antonia dijo, “¡Querido nuestro!” Durante varios minutos lloraron aferrados a sí mismos. Hasta que Carmagnola se separó y enjugó las lagrimas de Antonia, diciendo, “Bueno, Antonieta, esto ya está por demás. ¡Solo quiero que me disculpen por dejarlas!” Antonia dijo, “No es necesario…siempre hiciste lo justo…”
     Finalmente Carmagnola dijo, “Sí, siempre lo hice. ¡Ustedes y mi conciencia lo sabían y me apoyaron! Y tampoco guardo rencor por quienes hoy hacen esto. Italia se desgrana. Entiendo que mi intento de unificación, hecho de rigor y tolerancia, aun no es comprendido por hombres de poca visión. ¡Sé que los siglos me darán la razón, e Italia será la tierra de hermanos que debe ser! Mi error, queridos míos, es estar fuera de época, lo sé. La lucha ha sido cruenta. Muchos murieron. ¡No me apena morir yo mismo! Me alegra la idea de que mi ejemplo, iluminará mejores tiempos ya próximos.” A continuación, Carmagnola miró a Antonia y dijo, “¡Ven querida! Sé que seguiré vivo en ti. ¡Déjame llevar con migo el calor de tus labios amados!”
     Se besaron con pasión, como si no fuera la última vez, sino la primera…y recordaron el día que se prometieron amor eterno. Enseguida, Carmagnola se dirigió a su hija, y dijo, “Y tú, ven acá, pequeña. ¿Sabes una cosa? ¡Ustedes niños y jóvenes, serán los mejores portadores de mi mensaje hacia el futuro!” Matilde dijo, “¡Sí-sí, padre querido, tenlo por seguro!” Besó la frente infantil con dulzura, y una bella paz, por encima de todos los dolores, los colmó ambos. Enseguida, se dirigió a Marco diciendo, “Marco, a ti no necesito decirte nada, ¿verdad?” Marco dijo, “No, ya lo sé todo. ¡Las cuidaré! Y en el gobierno seguiré el trabajo que iniciáste…tendré mis discípulos, continuaremos. ¡Esto apenas empieza!”
     El valeroso hombre ya se había despedido. Su misión, en una vida corta, pero gloriosa, había sido cumplida. Siendo escoltado por dos guardias, Carmagnola dirigió las últimas palabras a su familia, “¡Adiós, las ámo mucho!” El Conde de Carmagnola, murió decapitado el 5 de mayo de 1432, pero su prédica no cayó en el olvído; pues cuatro siglos más tarde, el gran libertador Guiseppe Garibaldi, logró por fin la unificación de Italia, tal como aquel heróico la soñó…
Tomado de Novelas Inmortales Año X No. 513,  Septiembre 16 del 1987. Guión: Raúl Prieto. Adaptación: R. Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar. 
                          

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