Club de Pensadores Universales

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lunes, 29 de julio de 2019

Niebla de Miguel de Unamuno

     Miguel de Unamuno y Jugo, nació en Bilbao, 29 de septiembre de 1864, y murió en Salamanca, 31 de diciembre de 1936, a la edad de 72 años. Unamuno fue un escritor y filósofo español perteneciente a la Generación del 98. En su obra cultivó gran variedad de géneros literarios como novelaensayoteatro y poesía. Fue nombrado rector de la Universidad de Salamanca tres veces; la primera vez en 1900​ y la última de 1931, hasta su destitución, el 22 de octubre de 1936, por orden de Franco. ​ En 1931 había sido elegido diputado de las Cortes constituyentes de la Segunda República. ​
Biografia
Familia, Infancia, Primeras Letras.
Miguel de Unamuno nació en el número 16 de la calle Ronda de Bilbao, en el barrio de las Siete Calles. Era el tercer hijo y primer varón, tras María Felisa, nacida en 1861, ​y María Jesusa, fallecida en 1863, ​del matrimonio habido entre el comerciante, Félix María de Unamuno Larraza, y su sobrina carnal, María Salomé Crispina Jugo Unamuno, diecisiete años más joven. ​Más tarde nacieron Félix Gabriel José, Susana Presentación Felisa​ y María Mercedes Higinia.
     Su padre, nacido en 1823, hijo de un confitero de Vergara, ​emigró joven a la ciudad mexicana de Tepic. A su regreso, en 1859, gracias al capital acumulado, solicitó licencia municipal para que su horno panadero de Achuri, pudiera utilizar agua del manantial Uzcorta. En 1866, cuando contaba cuarenta y tres años, pidió permiso para establecer un despacho de pan en los porches de la Plaza Vieja. ​Se presentó a las elecciones municipales celebradas tras la Gloriosa, saliendo elegido por el distrito de San Juan con 120 votos. ​El 1 de enero de 1869 juró su cargo de concejal en la sesión constitutiva del nuevo ayuntamiento. ​
     Antes que Félix, en 1835 y debido a la guerra carlista, habían llegado a la capital vizcaína dos de sus hermanas: Benita, nacida en 1811, y Valentina, quince años menor que ella. ​Benita, acabada la guerra, contrajo matrimonio con José Antonio de Jugo y Erezcano, ​pequeño rentista natural de Ceberio, dueño con su esposa de la confitería, “La Vergaresa.” La más joven, Valentina, casó en 1856 con Félix Aranzadi Aramburu, quizá un antiguo trabajador de la pastelería de su padre​ que abrió una chocolatería en Bilbao con el mismo nombre que había tenido el negocio de sus cuñados. Félix y Valentina fueron los padrinos en el bautismo de Miguel.
     Su madre, Salomé, hija única, fue bautizada en Bilbao el 25 de octubre de 1840. ​Poco después de los cuatro años murió su padre​ y su madre volvió a casarse en 1847, esta vez con José Narbaiza.
     A los pocos meses de nacer, los padres de Miguel cambian de domicilio y se instalan en el segundo piso derecha de la calle de la Cruz número 7. En los bajos se halla la chocolatería de sus tíos, que viven en el primer piso. ​No ha cumplido todavía los seis años cuando queda huérfano de padre. Félix de Unamuno falleció el 14 de julio de 1870 en el balneario de Urberuaga, en Marquina, “de la enfermedad de tisis pulmonar.”
     Aprendió sus primeras letras con don Higinio en el colegio privado de San Nicolás, situado en una buhardilla de la calle del Correo. ​En las catequesis preparatorias para la primera comunión, en la iglesia de San Juan, conoció a quien, andando el tiempo, sería su novia y esposa: Concepción Lizárraga, Concha. ​
     Al acabar sus primeros estudios en el colegio de San Nicolás, y a punto de entrar en el instituto, asistió como testigo al asedio de su ciudad durante la Tercera Guerra Carlista, lo que luego reflejará en su primera novela, Paz en la Guerra. Al mando del general, Elío, la villa quedó sitiada por las tropas carlistas desde el 28 de diciembre de 1873. A partir de febrero de 1874, la situación se agravó al quedar interrumpido cualquier abastecimiento a través de la ría y, por último, el día 21 del mismo mes, comenzó el bombardeo de Bilbao. El sitio finalizó el 2 de mayo de 1874 con la entrada de las tropas liberales al mando del general Gutiérrez de la Concha. ​Para sus biógrafos, esta experiencia de la guerra civil marcó su tránsito de la infancia a la adolescencia.
Bachillerato
    La siguiente etapa en la vida académica de Unamuno comenzó el 11 de septiembre de 1875, fecha en la que realizó su examen de ingreso en el Instituto Vizcaíno​ para cursar el Bachillerato, prueba en la que obtuvo la calificación de “Aprobado,” y no se presentó al examen de premio. ​ Tanto el examen de ingreso, como el primer curso tuvo que realizarlos en el antiguo colegio de la calle del Correo, ​ya que el Instituto, durante la guerra, había sido convertido en hospital militar. ​Santos Barrón fue su profesor de Latín y Castellano, y Genaro Carreño, de Geografía universal. Obtuvo la calificación de notable en las tres asignaturas.
     Los restantes cuatro cursos los realizó en el instituto. En general, le disgustaba el método de aprendizaje memorístico que se aplicaba en casi todas las asignaturas, y le aburrían, en particular, las clases de Latín, Historia, Geografía y Retórica. No tuvo ningún problema con la Aritmética, la Física, la Geometría o la Trigonometría, y disfrutaba con el Álgebra. También le agradó la Filosofía, que agrupaba entonces en cuarto curso fundamentos de Psicología, Lógica y Ética, a pesar de que no apreciaba la didáctica de su profesor, el sacerdote Félix Azcuénaga.
     En esas clases podía hacer gala de su talento de orador rivalizando a menudo con su compañero, Andrés Oñate. Por último, en las asignaturas impartidas por Fernando Mieg, Historia Natural, Fisiología e Higiene, logró sendos sobresalientes, probable consecuencia del sistema pedagógico utilizado por el catedrático que sabía despertar la curiosidad y el interés de sus alumnos. ​Como dice, literalmente, su expediente, “con fecha 19 y 21 de junio de 1880 fue aprobado en los ejercicios del grado de Bachiller en Artes, en 17 de agosto del mismo se le expidió el título por el Sr. Rector de este distrito y en 30 del mismo mes recibió el dicho título.” ​
     Buen dibujante, estudió en el taller bilbaíno de Antonio Lecuona, ​pero, como él mismo confesó, la falta de dominio sobre el color le hizo desistir de una carrera artística.
Estudios Universitarios
     En septiembre de 1880 se traslada a la Universidad de Madrid, para estudiar Filosofía y Letras. El 21 de junio de 1883, a sus diecinueve años, finaliza sus estudios y realiza el examen de Grado de dicha licenciatura obteniendo la calificación de sobresaliente. Al año siguiente, el 20 de junio, se doctora con una tesis sobre la lengua vascaCrítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca. En ella anticipa su idea sobre el origen de los vascos, idea contraria a la que en los años venideros irá gestando el nacionalismo vasco, recién fundado por los hermanos Arana Goiri, que propugnará una raza vasca no contaminada por otras razas.
En 1884 comienza a trabajar en un colegio como profesor de latín y psicología, publica un artículo titulado, “Del elemento alienígena en el idioma vasco” y otro costumbrista, “Guernica,” aumentando su colaboración en 1886 con, El Noticiero Bilbaíno.
En 1888, oposita, o presenta examen en Madrid, a la cátedra de Psicología, Lógica y Ética vacante en el Instituto de Bilbao y, mientras se halla en la capital por este motivo, la Diputación de Vizcaya convoca una plaza de profesor interino de lengua vascongada en el mismo instituto con, “asignación anual de mil quinientas pesetas.” Se presenta a esta última junto con Pedro Alberdi, Eustaquio Madina, Sabino Arana y el novelista y folclorista, Resurrección María de Azkue, adjudicándose la plaza a este último. El primer informe presentado por el secretario de la Diputación hizo constar que, de los cinco candidatos, solo Unamuno y Azkue contaban con título profesional. El primero, doctor en Filosofía y Letras y el segundo, Bachiller en Teología.
    Según Sabino Arana, la adjudicación se debió al “Diputado Larrazabal, amigo de Azkue y amigo de mi difunto padre, (que) me escribió suplicándome retirara la solicitud, para que el nombramiento recayera en Azkue, joven clérigo despejado que tenía que sostener a su madre y hermanas y al efecto y para desplegar sus facultades deseaba establecerse en Bilbao.”
Polemizó con Arana, que iniciaba su actividad nacionalista, ya que consideraba a Unamuno como vasco pero “españolista” debido a que Unamuno, que ya había escrito algunas obras en euskera, consideraba que ese idioma estaba próximo a desaparecer y que el bilingüismo no era posible. “El vascuence y el castellano son incompatibles dígase lo que se quiera, y si caben individuos no caben pueblos bilingües. Es éste de la bilingüidad un estado transitorio.” ​
En 1889 prepara otras oposiciones y viaja a Suiza, Italia y Francia, donde se celebra la Exposición Universal y se inaugura la torre Eiffel.
El 31 de enero de 1891, se casa con Concha Lizárraga, de la que estaba enamorado desde niño, y con quien tuvo nueve hijos: Fernando, Pablo, Raimundo, Salomé, Felisa, José, María, Rafael y Ramón. Salomé se casó más tarde con el poeta José María Quiroga Plá. Unamuno pasa los meses invernales de ese año, dedicado a la preparación de las oposiciones para una cátedra de griego en la Universidad de Salamanca, una materia menos controvertida, la cual obtiene.
Con motivo de estas oposiciones, entabla amistad con el granadino Ángel Ganivet, amistad que se irá intensificando hasta el suicidio de aquel en 1898. El 11 de octubre de 1894, ingresa en la Agrupación Socialista de Bilbao y colabora en el semanario, La Lucha de Clases de esta ciudad, abandonando el partido socialista en 1897, y sufriendo una gran depresión.
Desde los inicios de su estancia en Salamanca, participó activamente en su vida cultural, y se hizo habitual su presencia en la terraza del Café literario Novelty, ​al lado del ayuntamiento, costumbre que mantuvo hasta 1936. Desde aquella terraza, cuando a Unamuno, refiriéndose a la Plaza Mayor de Salamanca, le preguntaban si era un cuadrado perfecto o no, él afirmaba: “Es un cuadrilátero. Irregular, pero asombrosamente armónico.”​ En 1900 fue nombrado, con solo treinta y seis años de edad, rector de la Universidad de Salamanca, por primera vez, cargo que llegó a ostentar tres veces.
Durante la Monarquía de Alfonso XIII hasta la caída de Primo de Rivera
En 1914 el ministro de Instrucción Pública lo destituye del rectorado por razones políticas. En 1920, es elegido por sus compañeros, decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse.
En 1921, es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al rey y al dictador Primo de Rivera, hacen que éste lo destituya nuevamente, y lo destierre a Fuerteventura en febrero de 1924. ​El 9 de julio es indultado, pero se destierra voluntariamente a Francia; primero a París y, al poco tiempo, a Hendaya. Se queda hasta el año 1930, año en el que cae el régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entra en la ciudad con un recibimiento apoteósico.
La Republica
Miguel de Unamuno se presenta candidato a concejal por la Conjunción Republicano-Socialista para las elecciones del 12 de abril de 1931, resultando elegido. El 14 de abril, es él quien proclama la República en Salamanca: desde el balcón del ayuntamiento, el filósofo declara que comienza, “una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido.”
La República le repone en el cargo de rector de la Universidad salmantina. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la conjunción republicano-socialista en Salamanca, ejerciendo su cargo entre el 12 de julio de 1931 y el 9 de octubre de 1933. ​
Sin embargo, el escritor e intelectual, que en 1931 había dicho que él había contribuido más que ningún otro español —con su pluma, con su oposición al rey y al dictador, con su exilio...— al advenimiento de la República, empieza a desencantarse. En 1933 decide no presentarse a la reelección.
Al año siguiente se jubila de su actividad docente y es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca, que crea una cátedra con su nombre. En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República. Fruto de su desencanto, expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, la política religiosa, la clase política, el gobierno y a Manuel Azaña.
La Guerra Civil
Al iniciarse la guerra civil, Unamuno apoya a los rebeldes: quiere ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva del país. Cuando el 19 de julio la práctica totalidad del consistorio salmantino es destituida por las nuevas autoridades y sustituida por personas adeptas, Unamuno acepta el acta de concejal que le ofrece el nuevo alcalde, el comandante Del Valle.
En el verano de 1936 hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representan la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza y horror en el mundo, según el historiador Fernando García de Cortázar. Azaña lo destituye, pero el gobierno de Burgos le repone de nuevo en el cargo.
Sin embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en decepción, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. En los bolsillos de Unamuno se amontonan las cartas de mujeres de amigos, conocidos y desconocidos, que le piden que interceda por sus maridos encarcelados, torturados y fusilados. A finales de julio, sus amigos salmantinos, Prieto Carrasco (alcalde republicano de Salamanca) y José Andrés y Manso (diputado socialista) han sido asesinados, y su alumno predilecto y rector de la Universidad de GranadaSalvador Vila Hernández, detenido el 7 de octubre.
En la cárcel se hallan también recluidos sus íntimos amigos el doctor Filiberto Villalobos y el periodista José Sánchez Gómez, este a la espera de ser fusilado. Su también amigo, el pastor de la Iglesia anglicana y masón Atilano Coco, está amenazado de muerte (será fusilado en diciembre de 1936). A principios de octubre, Unamuno visita a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos. Salvador Vila es ejecutado el 22 de octubre.
Vencereis pero No Convencereis
Miguel de Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación. El 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad, durante el acto de apertura del curso académico que coincidía con la celebración de la Fiesta de la Raza, el rector se enfrentó públicamente al general Millán-Astray, que había pronunciado unas soflamas contra la inteligencia y exaltadoras de la muerte. Posteriormente se atribuyó a Unamuno un discurso lapidario que habría incluido su famosa frase:
Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.
Los últimos días de vida, de octubre a diciembre de 1936, los pasó bajo arresto domiciliario en su casa, en un estado, en palabras de Fernando García de Cortázar, de resignada desolación, desesperación y soledad. ​A los pocos días, el 20 o 21 de octubre, en una entrevista mantenida con el periodista francés Jérôme Tharaud (común y erróneamente atribuida al escritor Nikos Kazantzakis):
Tan pronto como se produjo el movimiento salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio nacional, ventilando una guerra internacional. (...) En tanto me iban horrorizando los caracteres que tomaba esta tremenda guerra civil sin cuartel debida a una verdadera enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura con cierto substrato patológico-corporal. Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica barata. Y dan el tono no socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas, ni anarquistas, sino bandas de malhechores degenerados, excriminales natos sin ideología alguna que van a satisfacer feroces pasiones atávicas sin ideología alguna. Y la natural reacción a esto toma también muchas veces, desgraciadamente, caracteres frenopáticos. Es el régimen del terror. España está espantada de sí misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del suicidio moral. Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror. (...) Insisto en que el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza el general Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional, ya que España no debe estar al dictado de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera, puesto que aquí se está librando, en territorio nacional, una guerra internacional. Y es deber también traer una paz de convencimiento y de conversión y lograr la unión moral de todos los españoles para restablecer la patria que se está ensangrentando, desangrándose, envenenándose y entonteciéndose. Y para ello impedir que los reaccionarios se vayan en su reacción más allá de la justicia y hasta de la humanidad, como a las veces tratan. Que no es camino el que se pretenda formar sindicatos nacionales compulsivos, por fuerza y por amenaza, obligando por el terror a que se alisten en ellos, ni a los convencidos ni convertidos. Triste cosa sería que el bárbaro, anti-civil e inhumano régimen bolchevístico se quisiera sustituir con un bárbaro, anti-civil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria. Ni lo uno ni lo otro, que en el fondo son lo mismo.
Y a los pocos días, en esta ocasión sí con Kazantzakis:
En este momento crítico del dolor de España, sé que tengo que seguir a los soldados. Son los únicos que nos devolverán el orden. Saben lo que significa la disciplina y saben cómo imponerla. No, no me he convertido en un derechista. No haga usted caso de lo que dice la gente. No he traicionado la causa de la libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que el orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré —pronto— y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario.
El 21 de noviembre, escribe a Lorenzo Giusso: ​
La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...
Murió repentinamente, en su domicilio salmantino de la calle Bordadores, la tarde del 31 de diciembre de 1936, durante la visita que le hizo el falangista Bartolomé Aragón, antiguo alumno y profesor auxiliar de la Facultad de Derecho. ​A pesar de su virtual reclusión, en su funeral fue exaltado como un héroe falangista. A su muerte, Antonio Machado escribió: “Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás.”
Sus restos reposan junto a los de su hija mayor, Salomé, casada con su secretario y poeta José María Quiroga Plá y fallecida tres años antes, en un nicho del cementerio de San Carlos Borromeo de Salamanca, tras este epitafio: “Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar.”

Obra Narrativa
La obra narrativa de Miguel de Unamuno, en orden cronológico, es la siguiente:
·         Desde 1886 escribió un total de 87 cuentos y relatos cortos. De ellos, en 1913 seleccionó solo veintiséis para su libro El Espejo de la Muerte. ​Destacan el que da título al libro o Revolución en la Biblioteca de Ciudámuerta. ​
·         Paz en la Guerra (1897), obra en la cual utiliza el contexto de la tercera guerra carlista (que conoció en su niñez) para plantear la relación del yo con el mundo, condicionado por el conocimiento de la muerte.
·         Amor y Pedagogía (1902), que une lo cómico y lo trágico en una reducción a lo absurdo de la sociología positivista.
·         Recuerdos de Niñez y Mocedad (1908) es una obra autobiográfica. En ella el autor vasco reflexiona sobre los primeros años de su vida en Bilbao.
·         El Espejo de la Muerte (1913), libro de cuentos.
·         Niebla (1914), obra clave de Unamuno, que él caracteriza con el nombre nivola para separarla de la supuesta forma fija de la novela.
·         En 1917 escribe Abel Sánchez, donde invierte el tema bíblico de Caín y Abel para presentar la anatomía de la envidia.
·         Tulio Montalbán (1920) es una novela corta sobre el problema íntimo de la derrota de la personalidad verdadera por la imagen pública del mismo hombre.
·         También en 1920 se publican tres novelas cortas con un prólogo de gran importancia: Tres novelas ejemplares y un prólogo.
·         La última narración extensa es La Tía Tula (1921), donde se presenta el anhelo de maternidad ya esbozado en Amor y Pedagogía y en Dos Madres.
·         Teresa (1924) es un cuadro narrativo que contiene rimas becquerianas, logrando en idea y en realidad la recreación de la amada.
·         Cómo se Hace Una Novela (1927) es la autopsia de la novela unamuniana.
·         San Manuel Bueno, Mártir (1930), en la que habla de un sacerdote que predica algo en lo que él no logra creer.
·         Don Sandalio, Jugador de Ajedrez (1930).
·         Diario Intimo (Póstumo), escrito hacia 1897, publicado en 1970.
Novela
En la época literaria que rodeaba al autor por entonces, se exigían unos rígidos patrones de procedimiento a la hora de escribir y publicar una novela: una temática particular, líneas de tiempo y acción específicas, convencionalismos sociales... una especie de guión no escrito pero aceptado por todos. Y esto suponía a Unamuno un corsé del que pretendería desprenderse de alguna forma, para expresarse en sus páginas como estimara oportuno. Su solución fue inventar un nuevo género literario, al que bautizó como nivola,” y de esta forma, no podría obtener crítica ninguna en lo referente a reglas de estética o composición, porque solo debería atender a las reglas que él mismo hubiese diseñado para su nuevo género.
Así lo expresa en Niebla (1914), en el capítulo XVII:
—¿Y cuál es su argumento, si se puede saber?
—Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo.
—¿Y cómo es eso?
—Pues mira, un día de estos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo.
—Sí, como el mío.
—No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar.
—¿Y hay psicología?, ¿descripciones?
—Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada (...). El caso es que en esta novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere.
—Pues acabará no siendo novela.
—No, será... será...nivola.
Filosofia
La filosofía de Unamuno no fue una filosofía sistemática, sino una negación de cualquier sistema, y una afirmación de fe “en sí misma.” Se formó intelectualmente bajo el racionalismo y el positivismo. Durante la época de su juventud, escribió artículos en los cuales se apreciaba claramente su simpatía por el socialismo, y tenía una gran preocupación por la situación en la que se encontraba España.
La influencia de algunos filósofos como Adolf von Harnack provocó el recházo de Unamuno por el racionalismo. Tal abandóno queda de manifiesto en su obra, San Manuel Bueno, Mártir, donde la metáfora de la nieve cayendo sobre el lago, ilustra su postura en favor de la fe —la montaña sobre la cual la nieve crea formas, paisajes, frente al lago, donde ésta se disuelve y se transforma en nada—.
Para él, la muerte es algo definitivo, la vida acaba. Sin embargo, pensaba que la creencia de que nuestra mente sobrevive a la muerte es necesaria para poder vivir. Desde luego, se necesita creer en un Dios, tener fe, lo cual no es racional; así siempre hay conflicto interior entre la necesidad de la fe y la razón que niega tal fe. ​ Es considerado uno de los predecesores de la escuela existencialista que, varias décadas después, encontraría su auge en el pensamiento europeo. Así estudió danés para leer directamente a Søren Kierkegaard, a quien en sus obras solía llamar, en su peculiar y cordial estilo, “hermano.”
La preocupación por España se manifestó en los ensayos recogidos en sus obras:
·         En Torno al Casticismo (1895);
·         Vida de Don Quijote y Sancho (1905);
·         Por Tierras de Portugal y España (1911).
Durante la guerra y a partir de agosto de 1936, Unamuno comenzó a tomar apuntes para un libro que no llegaría a escribir, y en el que plasma su testamento político: El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y la guerra civil españolas.
Sus obras más puramente filosóficas son:
·         Del Sentimiento Trágico de la Vida (1912) y
·         La Agonía del Cristianismo (1925).
Poesía
Para Unamuno el arte era un medio de expresar las inquietudes del espíritu. Por ello, en la poesía y en la novela, trata los mismos temas que había desarrollado en los ensayos: su angustia espiritual y el dolor que provoca el silencio de Dios, el tiempo, y la muerte.
Siempre se sintió atraído por los metros tradicionales y, si bien en sus primeras composiciones procura eliminar la rima, más tarde recurre a ella. Entre sus obras poéticas destacan: Poesías (1907), Rosario de Sonetos Líricos (1911), El Cristo de Velázquez (1920), Andanzas y Visiones Españolas (1922), Rimas de Dentro(1923), Teresa. Rimas de un Poeta Desconocido (1924), De Fuerteventura a París (1925), Romancero del Destierro (1928) y Cancionero (1953).
Ya desde su primer libro, Poesías (1907), se perfilan los temas que van a dominar en la poética unamuniana: el conflicto religioso, la patria y la vida doméstica. Dedicó a la ciudad estas bellas palabras: “Salamanca, Salamanca, renaciente maravilla, académica palanca de mi visión de Castilla.”
Tosco y prosista, nunca se le ha reconocido por versos armoniosos y trabajados, sino por estrofas breves, castellanas y muy personales: en palabras de Ramón Irigoyen, prologuista de Niebla en la edición de El Mundo, Unamuno siempre fue un “eyaculador precoz del verso,” haciendo referencia a su escaso detenimiento en la revisión de sus poemas conclusos, en comparación con otros poetas de la época, tales como Machado, o Juan Ramón Jiménez.
Teatro
La obra dramática de Unamuno presenta su línea filosófica habitual; de ahí que obtuviera un éxito más bien escaso. Temas como la indagación de la espiritualidad individual, la fe como “mentira vital” y el problema de la doble personalidad, son tratados en La Esfinge (1898), La Venda (1899) y El Otro (1932). Actualiza la tragedia euripídea en Fedra (1918) y traduce la Medea (1933) de Séneca.
El teatro unamuniano tiene las siguientes características:
1.   Es esquemático, está despojado de todo artificio, y en él sólo tienen cabida los conflictos y pasiones que afectan a los personajes. Ésta austeridad es influjo de la tragedia griega clásica.
2.   Si los personajes y los conflictos aparecen desnudos, la escenografía también se ve despojada de todo artificio. Es una escenografía simplificada al máximo.
3.   Lo que realmente le importa es presentar el drama que transcurre en el interior de los personajes y, sin duda, de su interior.
Con la simbolización de las pasiones, y la austeridad tanto de la palabra como escenográfica, el teatro unamuniano entronca con las experiencias dramáticas europeas, y abre un camino a la renovación teatral española, que será seguido por Ramón Valle-InclánAzorín y, más tarde, Federico García Lorca.
Obras Teatrales
·         La Esfinge (1898)
·         La Venda (1899)
·         La Princesa Doña Lambra (1909)
·         La Difunta (1909)
·         El Pasado que Vuelve (1910)
·         Fedra (1910)
·         Soledad (1921)
·         Raquel Encadenada (1921)
·         Sombras de Sueño (1926)
·         El Otro (1926)
·         El Hermano Juan o el Mundo es Teatro (1929)
·         Razón y fe

Libros de Viajes

·         Apuntes de un Viaje por Francia, Italia y Suiza (1889, impreso en 2017)

·         Paisajes (1902)
·         De mi País (1903).
·         Por tierras de Portugal y España (1911)
·         Andanzas y Visiones Españolas (1922)
·         Paisajes del Alma (1979)
·         Madrid, Castilla (2001)

Epistolario
Unamuno fue un auténtico epistológrafo. “Solía escribir tres o cuatro cartas diarias, se podrían contabilizar unas cincuenta mil misivas. Y solamente en la Casa de Unamuno hay veinte mil recibidas. Pero, durante el franquismo, muchos se deshicieron de las cartas que les enviaba el escritor por miedo…".​ La edición más reciente y completa de sus cartas (2017), realizada por los hispanistas Colette y Jean-Claude Rabaté, se compone de ocho volúmenes (Epistolario. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2017-) con 8000 páginas y cerca de 3000 cartas. ​(Wikipedia)

Niebla es una novela, o nivola, según la denomina su autor, escrita por Miguel de Unamuno en 1907 y publicada en 1914 por la Editorial Renacimiento, que narra la historia de Augusto Pérez y el problema existencial que vive al cuestionar su cotidianeidad, y al visitar a Unamuno, quien le dice que es un ente de ficción.
Contexto Histórico y Social
Después de la muerte de Alfonso XII en 1885España sufrió un fuerte debilitamiento político desde que María Cristina, viuda del difunto rey, subió al trono. Tanto los terratenientes conservadores como los liberales defendieron los principios de la monarquía absoluta, se detonó una cantidad importante de levantamientos campesinos en Puerto Rico y Cuba, los últimos territorios americanos que aún se encontraban bajo el gobierno de la Corona, lo cual abrió paso al movimiento armado conocido como Grito de Baire. ​
Estados Unidos intervino Cuba basándose en el hundimiento del acorazado Maine y en sus intenciones de “proteger las vidas y haciendas de los norteamericanos” ​ así que, después del intento fallido de España, de salvaguardar su colonia mediante una reforma que le otorgara a ésta una autonomía muy acentuada en enero de 1898, en abril del mismo año, el país norteamericano intervino en la contienda, y le declaró la guerra a la Corona; ​ para diciembre, después de un enfrentamiento que Laín Entralgo califica como vergonzoso por sólo durar siete horas, y por el hecho de que el único muerto de la contienda fuera el capitán del barco proveniente de Estados Unidos, debido a un paro cardiaco, ​ España firmó el Tratado de París, en el cual otorgó la independencia a los cubanos y reconoció a Puerto Rico como posesión estadounidense.
La situación de España como nación y como sociedad se complicó por estos acontecimientos, su grandeza había sido mermada, y su declive frente a los avances de los países vecinos, daba la apariencia de que estaba en su peor momento, lo cual provocó desconcierto en su sociedad y un sentimiento de vacío y carencia histórica. Esto despertó el interés y la participación de la comunidad intelectual, que se fijó como objetivo que, por una parte, España alcanzára al resto de naciones europeas en cuanto a sus avances científicos y culturales, y, por otro lado, que los pobladores de esta región cultiváran un nuevo concepto de patria, y también se movilizaran para fomentar un crecimiento social. ​
Con estas bases, aparecieron en la escena Joaquín Costa y el Regeneracionismo, movimiento por el cual aquél buscaba la reconstrucción interna de España por medio de dos caminos fundamentales: una reforma agraria que fuera efectiva, y que el pueblo fuera instruido, que recibiera educación de calidad. En la búsqueda de ésta recuperación, se creyó que la cultura era el único método por el cual la nación entera podía progresar, pues “creían que la transformación de España dependía de la extensión de los conocimientos” y no de la solución de los problemas sociales.
Dentro de este grupo de intelectuales, nace un conjunto de escritores españoles con una nueva propuesta de institución, en la que hicieron uso del discurso literario para elevar críticas sobre tres temas principalmente: a la realidad española de ese momento, enfocada al modo de vida “civilizado” y “moderno” y la manera en la que los españoles la ponían en práctica; a la historia de España y las circunstancias de vida que se desprendieron a partir de ella; y a la peculiar psicología del hombre español. ​ A este grupo se le ha nombrado la, Generación del 98, en la cual sus miembros se caracterizarían por criticarlo absolutamente todo; ​ en ella se engloba a autores como: Antonio MachadoJosé Martínez Ruíz “Azorín”Pío BarojaRamiro de MaeztuRamón del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno.
Corriente Literaria
Para inicios del siglo XX, el positivismo comenzó a perder fuerza debido a que los principios que se habían asentado como verdades absolutas, comenzaron a ponerse en duda; estos cuestionamientos se dieron en los ámbitos filosófico e historiográfico, en los cuales se presentó una crisis epistemológica: los pensadores de la primera disciplina, llegaron a la conclusión de que el hombre era completamente incapaz de alcanzar la verdad y de conocer todo aquello que fuera válido universalmente, y los de la segunda afirmaron que conocer la verdad absoluta acerca de los hechos históricos era imposible de conseguir.
Con estos cambios en el pensamiento intelectual, el realismo y el naturalismo también perdieron fuerza después de ser el modelo novelesco por excelencia hasta entonces. Los autores ya no estaban interesados por captar el exterior que envolvía a los personajes, prefirieron enfocarse en la interioridad del individuo, de ese sujeto que estaba en la búsqueda de su propia verdad, y que intentaba comprender su realidad. Esta nueva narrativa recibió el nombre de modernismo. ​
C. A. Longhurst dice que el periodo modernista europeo se puede dividir en dos etapas, donde la primera abarcaría desde la década de 1890 hasta la Primera Guerra Mundial, y la segunda del término de ésta, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, respecto a Europa, o hasta la Guerra Civil, en España.
En la primera fase, se puede apreciar la transformación de la novela realista y su cambio del enfoque externo (social), al interno (psicológico), estos cambios comenzados, principalmente, por Galdós y Pardo Bazán, se vieron afianzados por los escritores de la Generación del 98, que si bien no se separaron completamente del contexto social, sí negaron que éste fuera “el punto de referencia del individuo” ​ pues los modernistas dejaron de considerar a la novela como una herramienta que permitía reflejar la sociedad, y prefirieron centrarla en la subjetividad.
Según la clasificación de Longhurst, Niebla se sitúa en la segunda etapa del modernismo junto a obras como Doña Inés de Azorín y Tirano Banderas de Valle-Inclán. Como principales características de estos escritos, se puede apreciar la atenuación del argumento, una caracterización menos profunda de los personajes, y una mayor flexibilidad en cuanto a la forma misma de la novela; ésta comienza a explorar todas sus posibilidades por lo que se vuelve más lúdica y autorreferencial.
Argumento
Augusto Pérez es una persona que tiene una vida muy rutinaria y tranquila. Al verse afectado por el amor y por las pláticas que hace frecuentemente con su amigo Víctor Goti, comienza a cuestionar cada uno de los aspectos de su vida: se pregunta si alguien sabe lo que es amar, qué es vivir y cuál es la finalidad de la existencia, entre otros temas. Esos pensamientos lo consumen en el momento en el que su novia, Eugenia, huye con otro hombre después de que él abandona a Rosario, una muchacha que le planchaba la ropa, que le había jurado estar con él y quererle siempre.
Al verse sin salida, decide buscar ayuda y se dirige a la casa de Miguel de Unamuno, un reconocido escritor, con la idea de que podría decirle qué hacer. Los resultados son inesperados cuando Unamuno se pronuncia su creador y le dice que es un ente de ficción a quien, incluso, puede matar si lo desea. Augusto, en su defensa, dice que quizá Unamuno también es el personaje “nivolesco” de alguien más y que ese ente terminará con su vida cuando menos lo espere; y defiende su existencia al mencionar que él volverá a vivir cada vez que alguien lea su historia, mientras que el autor vasco, en cambio, no lo hará.
De esta forma, Miguel de Unamuno intenta plasmar el encuentro de un creador con su creación simulando la relación Dios-criatura; Niebla se construye alrededor de este tema, mediante el desarrollo de conceptos como la concepción de la vida y el destino.
Estructura
Niebla está compuesta por treinta y tres capítulos que podrían dividirse en tres secciones. La primera sería el momento en el que Augusto conoce a Eugenia y comienza a cortejarla, ya que desde ese instante el protagonista comienza a cuestionar qué es el amor, qué es la vida e idealiza la imagen de su amada, de quien sólo conoce los ojos.
La segunda parte sería la que engloba la convivencia con Eugenia, las visitas frecuentes de Augusto a la casa de los tíos de ella y el desconcierto que tiene éste por sentirse enamorado de todas las mujeres en el mundo. Aquí, los cuestionamientos que hace Augusto sobre su forma de vivir se hacen mucho más profundos, Orfeo (su perro) comienza a fungir como su fuente de desahogo, y Víctor Goti le habla sobre la creación de la “nivola” y de lo miserable que es la vida de un momento a otro. Por último, la tercera parte se compone del engaño de Eugenia a Augusto al escapar con Mauricio, ya que esto propicia que el protagonista se sienta perdido y se dé la visita del protagonista con Miguel de Unamuno, personaje identificado con el autor del texto.
Tiempo y Espacio
La descripción de los espacios no es muy extensa ni detallada, se podría decir que la novela se desarrolla en la sala de la casa de los tíos de Eugenia, en la casa de Augusto, en la casa de Miguel de Unamuno y en otros pocos lugares donde los personajes hacen citas para encontrarse.
En cuanto al tiempo, la narración es lineal y cuenta con un par de anacronías que introducen narraciones independientes de ese mundo diegético.
Personajes
Augusto Peréz: Hombre burgués que ha perdido a su madre recientemente y, en consecuencia, vive en compañía de su ama de llaves y su mayordomo. Se enamora de Eugenia y la pretende; mientras, también corteja a Rosario y le ofrece escapar con ella. Suele preguntarse cuál es el sentido de la vida y sentirse perdido en una niebla donde desconoce todo. Dialoga constantemente sus devaneos con su perro Orfeo y con Víctor Goti; este último lo contradice constantemente y eso produce que Augusto termine por alargar más sus monólogos internos. Sus constantes cuestionamientos existenciales lo llevan a la muerte, al enfrentarse con el hombre que le ha dado una vida ficticia.
Víctor Goti: ​ Amigo más cercano de Augusto. Suele estar conforme con su vida, hasta que su mujer se embaraza, y la relación entre ellos se vuelve tensa y malhumorada. Está en contra de seguir las construcciones establecidas por la sociedad y, para curarse un poco del tiempo libre, decide crear una forma literaria llamada “nivola”, la cual tendría un poco que ver con la novela tradicional en cuanto a su estructura, pero se distinguiría de ella al estar formada mayoritariamente de diálogos. Constantemente califica los juicios de Augusto como vanos y poco certeros, orillando a que su amigo tenga monólogos más extensos. Finalmente, cuando su hijo nace, se siente pleno y satisfecho con su vida cotidiana.
Miguel de Unamuno: ​ Un reconocido escritor español al que Augusto decide visitar cuando ya no sabe qué decisiones tomar. Éste personaje se presenta como el autor de la nivola de la vida de Augusto, y le asegura tener el poder de decidir qué sucede con él. Cuando el protagonista le expone su plan de suicidarse, éste se burla y le hace saber que es un ente de ficción, que no tiene poder de elección sobre su existencia. A partir de ese momento, Augusto se asume como un personaje, e intenta demostrarle al escritor que él también es un ente de ficción creado por Dios; al notar esa rebelión, Unamuno lo condena a muerte.
Eugenia Domingo Del Arco: ​ Una mujer que trabaja como profesora de piano, a pesar de odiar la profesión, con tal de pagar la hipoteca que ha adquirido a partir de la enfermedad de su madre. Tiene una relación secreta con Mauricio e intenta generar una con Augusto para conseguirle un trabajo a su novio; tiempo después decide huir con su pretendiente y abandona a Augusto dejándole una nota de disculpas donde le aconseja buscar a Rosario.
Mauricio: Novio de Eugenia. Es un hombre que se apoya en su posición social para no buscar un trabajo y vivir a expensas de lo que ella y otras mujeres pueden darle. Aconseja a Eugenia para que enamore a Augusto y le saque dinero para que ellos puedan casarse e irse a otra ciudad. Tiene un amorío con Rosario y se apoya en lo que ella le cuenta para visitar a Augusto, golpearlo y burlarse de él.
Rosario:​ Es una muchacha que lleva la ropa planchada a la casa de Augusto, quien la enamora cuando es rechazado por Eugenia, y la abandona cuando ésta lo acepta. Tiene un amorío con Mauricio y le cuenta las cosas que Augusto le había prometido.
Orfeo:​ Es un perro hallado en una caja por Augusto. Acompaña a su dueño en cada soliloquio que éste tiene acerca de sus conflictos intelectuales, y es el personaje que hace el epílogo de la novela, donde lamenta que su amo nunca haya entendido el sentido de la vida.
Domingo: Mayordomo de la casa de Augusto.
Liduvina: ​ Ama de llaves de la casa de Augusto.
Recepción y Aportes
La Nivola
El término nivola es usado por primera vez en el prólogo que Víctor Goti le hace a Niebla al decir, “Aparte de que este señor [Unamuno] saca a relucir en este libro, sea novela o nivola –y conste que esto de la nivola es invención mía–”​ y después, el mismo prologuista, afirma que Niebla pertenece a esa forma cuando dice, “Yo no puedo prever ni la acogida que esta nivola obtendrá de parte del público que lee a don Miguel…”. A partir de esto, la crítica emplea ese término para referirse a esta obra.
Después, en el desarrollo de la historia, Goti especifica los cambios de novela a nivola cuando describe las características de ésta:
Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo […] lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada […] Aunque, por supuesto, todo lo que digan mis personajes, lo digo yo
Criticas
Existe una cantidad considerable de los estudios que los críticos han realizado para analizar la estructura y el argumento de Niebla, algunos de ellos, como Katrine Andersen, mencionan que en la obra se puede notar la influencia de KantHegelSpencerSpinozaSchopenhauer y Kierkegaard porque Augusto se siente perdido dentro de, justamente, una niebla que no le permite saber hacia dónde va o qué es lo que debe hacer para que su vida tenga un sentido.
Manuel García Serrano dice que el protagonista de Niebla intenta construir su identidad, pero no esa que se compone conforme al entorno y la convivencia, sino una individual y que Unamuno permite la contemplación de éste como concurrencia de dos factores: “que uno ha hecho cosas, y que uno ha de hacerlas.”
Sergio Arlandis se interesa, por una parte, en el trasfondo que guarda, Niebla sobre el afán de salvación personal frente al no-ser, debido a que encuentra en ella un rasgo de agonía existencial en la búsqueda de la trascendencia y, por otra parte, en la problematización entre la razón y la fe, sobre la que dice, “entiendo que la propia razón contradice la aspiración de la inmortalidad, pero es necesaria en cuanto que es la duda […] la que nos impulsa […] a la búsqueda de conocimiento.” ​ Para este autor, esa incertidumbre que genera la inmortalidad, origina el miedo a no-ser, “y una renuncia a la conciencia de ser-en-el-mundo en favor de una reinserción armónica en la Creación.” ​
Una de las primeras cuestiones en las que coinciden algunos críticos, ​ es la teoría de que Unamuno tenía un estilo propio en sus escritos después de una fuerte crisis religiosa que experimentó el autor en 1897 en la cual “quiso crear aquello en lo que no creía”  y de la cual se tiene información debido a que su correspondencia fue recuperada casi en totalidad, y gracias a eso pudo verse, en las cartas dirigidas a Clarín, una constante referencia a este proceso.
Algunos aseguran que su postura se inclina hacia el agnosticismo y otros deciden definirlo completamente como ateo; pero, lo que es común entre estos estudiosos, es la mención de la importancia que Unamuno le dio a la existencia y al devenir humano, en la cual todos concuerdan. Se dice que este escritor pasó la vida entera entre el ir y venir en el pensamiento religioso, incluso se afirma que vivió con cierta angustia existencial, por lo cual deseaba poder proyectársela a sus lectores, y que éstos vivieran los mismos cuestionamientos que él. ​
Según dice Luis García Jambrilla, lo que ha predominado en estos análisis son, “las lecturas meramente temáticas y filosóficas, centradas fundamentalmente en el problema de la personalidad, de la existencia y de la identidad individual” en las obras de Unamuno, después, en frecuencia, se hallan las que se ocupan por la estructura autoficcional de éstas y, hasta lo último, las que están interesadas por las técnicas narrativas como la metaficción. ​ Un ejemplo de estos estudiosos interesados en el estudio metaficcional de Niebla es Ana Dotras, quien hace un detallado análisis sobre la nivola y demuestra las características que la englobarían dentro de ese modelo.
Dotras menciona que cuando Víctor Goti describe la estructura de la nivola (que se supone que él crea), suceden dos cosas, la primera es que también se presenta la forma de Niebla por lo que este personaje puede ser el portavoz de las ideas estéticas de Unamuno,​ y la segunda es que el lector experimenta un extrañamiento que le genera la impresión de la obra que se crea a sí misma. ​ Gracias a esto, según menciona esta autora, Niebla permite que el receptor sea también un co-creador del texto. ​ Dotras relaciona lo dicho anteriormente por los críticos de la filosofía existente dentro de esta novela con la función metaficticia y dice:
Las conjeturas metafísicas en torno a las relaciones entre Dios y sus criaturas se hacen por analogía a la relación entre el autor-creador y sus personajes. El ser humano, como ente de ficción, es el protagonista de la novela que escribe Dios. La dimensión existencial se conecta de esta forma con la metaficticia, al sugerir la posibilidad del carácter ficticio de la existencia humana, al identificar la vida con la ficción.
Ana Dotras

Niebla
de Miguel de Unamuno
     A principios de siglo, Madrid, la bella capital de España, era una ciudad tranquila y poética. Una mañana de llovizna, Augusto Pérez, joven acaudalado que heredára una fortuna de su madre, se disponía a dar un paseo de caminata. Era un sujeto solitario y soñador, y con paragüas en mano, pensó, “¿Qué rumbo tomaré? ¿Derecha o izquierda?” Juguetónamente dejó al azar la ruta que tomaría. Augusto pensó, “Esperaré a que páse un perrito y seguiré por donde él vaya.” Pero lo que cruzó fue una joven cuya belleza lo paralizó.
     Augusto pensó, “¡Qué mujer tan linda!¡Qué ojos!¡Sí, hasta parecen estrellas mellizas!” Sin darse cuenta, como imantado por su hermosura, fue tras ella, calle tras calle. Augusto pensó, “¡La seguiré hasta el fin del mundo!” No se detuvo hasta verla entrar en una casa donde la portera lo observó con ojos maliciosos. Augusto pensó, “Debo saber quién es esa señorita…¡Creo que me he enamorado a primera vista de ella!”
Augusto sabia que el dinero logra aliados, así que se acercó a la portera, y le obsequió un duro a la mujer, y así supo que la joven se llamaba Eugenia. La mujer le dijo, “…vive aquí con sus tíos, y es soltera.” Augusto le dijo, “Gracias, buena mujer. Aquí tiene otro duro, ¿Qué mas podría decirme de ella?” La mujer le dijo, “Pues…que es huérfana y se dedica a dar clases de piano para ayudarse.”
    Augusto se alejó satisfecho, sin apartar de su mente a Eugenia, pensando, “Le escribiré una carta pidiéndole una entrevista! ¡Debo hablar con ella!”Regresó inmediatamente a su casa, y su fiel sirviente se extrañó al verlo, quien dijo, “¿Tan pronto regresó el señorito?” Augusto dijo, “¡Sí, Domingo. Tengo que escribir una carta!” A continuación llegó Liduvina, su criada sirviente y dijo, “¿No quiere almorzar primero, señorito?” Augusto le dijo, “¡No, no…mi carta es más importante que comer ahora!¡Me encerraré en la biblioteca y que nadie me moleste!” Augusto comenzó a redactar su carta, “Señorita Eugenia: Ésta misma mañana cruzó usted por mi casa como una aparición fortuita. Necesito verla, hablarle, decirle muchas cosas. ¿Me lo concederá usted? Sumido en la niebla de mi vida, esperaré su respuesta.”
     Metió la carta en un sobre y después de guardársela en el bolsillo, salió a la calle. La llovizna había cesado. Augusto pensó, “¡Yo mismo la entregaré…se la daré a la portera para que la ponga ahora mismo en manos de ‘mi’ Eugenia!” Augusto iba de prisa, divagando en la damisela de ojos de lucero, pensando, “¡Es la mujer de mis sueños…la que tanto he buscado!” Su propia emoción le provocó una especie de niebla espiritual que le impidió darse cuenta que se cruzaba con Eugenia, quien iba a dar una de sus clases de piano. Ella sí se había fijado en él y se extrañó, pensando, “Es el joven que en la mañana me siguió hasta la casa. ¡Pero ahora ni me vio, qué distraído es!¿A dónde irá?”
     Minutos después Augusto le daba la carta a Margarita, la portera. Ella sonrió, y dijo, “¡Si hubiera venido hace unos momentos, se hubiera topado con ella, porque acaba de salir!” Augusto dijo, “¡Qué lástima, de haberlo sabido!” Margarita agregó, “Pero no se preocupe, yo le daré su carta, aunque le anticípo que la señorita tiene novio.” Augusto se alteró, y dijo, “¿Novio de planta?¡Quiero decir si es ‘Novio Oficial’…si ya está comprometida!” Margarita le dijo, “Tanto así no, porque es una muchacho sin oficio ni beneficio que no tiene fortuna. En cambio usted…se nota que es de buena posición.” Augusto le dijo, “Tengo mi fortuna, no lo niego y lucharé por Eugenia hasta vencer.” Margarita le dijo, “¡Ojalá y que le corresponda, porque el otro no se la merece!”
     Ilusionado, poco después Augusto se reunió en el club con Víctor, su único amigo y confidente, con el que todas las tardes jugaba al ajedrez, y le ganaba; pero ahora… Augusto decía, “¡Tiro!¡Muevo mi Alfil!” Víctor le dijo, “¡Pues te cómo este caballo! Hoy estas muy distraído, Augusto. ¿Qué te pasa?” Augusto le dijo, “¡Estoy enamorado, eso es lo que sucede!” Víctor le preguntó, “¿Pero de quien, amigo mío?” Augusto le dijo, “¡De Eugenia del Arco, la profesora de piano más hermosa de todo Madrid!” Víctor aprovechó, y dijo, “¡Pues Jaque Mate al Rey!” Augusto dijo, “¡Pues qué distracción la mía!” Víctor le dijo, “La niebla que cubre tu mente por ese loco amor hacia la pianista, te hizo perder, y si no tienes cuidado con tu corazón, esa hermosa joven te hará perder mucho mas.”
     Poco después, Augusto salió del club, sin poder apartar de su pensamiento, a la bella Eugenia, cuya imagen parecía flotar ante sus ojos. Augusto pensó, “Víctor me dijo que me cuidára…que podía perder más por ese loco amor…¡Pero no me importa, porque por Eugenia del Arco, con gusto perdería mi propio vida¡” Ya en su casa llamó a Domingo, su valet, con el que a veces jugaba a las cartas. A falta de parientes, Augusto lo estimaba como si fuera tío suyo. Sentados frente a frente escondiendo sus cartas, Augusto dijo, “Salgo con veinte de copas; pero dime, Domingo, ¿Y si yo me casára?”
     Domingo le dijo, “¡Muy bien hecho señorito!” Liduvina, la sirviente hizo acto de presencia, y dijo, “Pero todo depende, señorito, porque es fácil casarse; pero no lo es ser casado, ya que no siempre se es feliz con la mujer elegida.” Augusto dijo, “¡Yo he sabido elegir, mi esposa tocará el piano!” Domingo dijo, “¿Y para qué demonios sirve eso, señorito?” Augusto dijo, “Pues… para la armonía.” Liduvina dijo, “¿‘Armonía’? ¿Con qué se come eso?” Augusto le dijo, “Mejor cállate Liduvina, tú solo piensas en la comida. Y ya que hablamos de eso, ve a preparar la cena.” Liduvina dijo, “¡Al momento, señor!”
     Después de cenar, Augusto entró en su dormitorio. Mirando con tristeza la cama, pensado, “Una noche más dormiré solo.” A continuación, Augusto se sentó en la cama y se ilusionó con alegría, pensando, “¡Pero será por muy poco tiempo, porque pronto compartirá mis sueños!” Augusto se recostó y pensó, “¡Oh, mi bella Eugenia, hoy soñaré contigo!¡Y tú también sueña conmigo!” Obsesionado con la hermosa joven, soñó que la tenía en sus brazos…ella, feliz de ser amada…En el sueño, Augusto le decía, “¿Me amas?” Eugenia contestaba, “¡Con toda mi alma, Augusto mío!” Vibrante de emoción, Augusto tomó su labios tiernos y rojos como amapolas…
     Al día siguiente, apenas hubo almorzado, Augusto corrió a casa de Eugenia; pero se detuvo al verla salir. Augusto pensó, “¡Ella!” Se quedó  paralizado de emoción, pensando, “¡Es ‘mi’ Eugenia!” Augusto la siguió, pensando, “¡Va en sentido opuesto, debo alcanzarla y hablarle!” Pero el buen juicio y las costumbres de aquella época lo detuvieron. Augusto pensó, “Además, está mi carta. Lo más prudente es ver si la portera me tiene contestación.” Augusto regresó a la casa de Eugenia, solo para escuchar las palabra de la portera, diciendo, “No, no tengo ninguna respuesta, joven…Mi niña Eugenia no me dijo nada después de leer su carta.” Augusto titubeó, y dijo, “Pero…¿Nada nada le comentó de verdad? ¡Por favor, necesito saber lo que sea!”
     Margarita la portera le dijo, “Bueno pues…sí. ¡Sí me dijo algo!” Augusto dijo, “¿Qué fue? ¡Dígamelo ya por amor de Dios!” Margarita le dijo, “Pues que si volvía usted por acá, le explicára que tiene novio y que está comprometida.” Augusto le dijo, “Pero usted me comentó que ese muchacho era un ‘don nadie’ que no se la merecía y que no había nada serio entre ellos.” Margarita le dijo, “Así es…pero mi niña Eugenia lo quiere mucho, aunque sus tíos se enojen.” Augusto dijo, “¡Pues si ese jovenzuelo no es bien visto en ésta casa, lucharé! ¡Lucharé por el amor de ‘mi’ Eugenia hasta vencer o morir!” Margarita dijo, “Pues que sea hasta vencer porque si se muere, de nada le servirá.”
     Cabizbajo y afligido por el contratiempo de que su amada tuviera otro amor, llegó a la alameda, y pensó, “¡Si mi madre viviera me aconsejaría!” Su padre había fallecido cuando él era pequeño. Augusto pensó sobre su padre, “¡De él ni me acuerdo! Pero de mamá si, cuando me decía que me casara con una mujer buena.” Augusto recordó las palabras de su madre, como si estuviera presente, “¡Elígela bien, hijo…que sea una señorita noble, aunque no sea muy bonita, porque las mujeres bonitas causan muchas penas a los hombres!” Un lastimero quejido interrumpió sus pensamientos.
     Era un perrito lanudo y vagabundo, que se acababa de acercar a él. Augusto lo acarició, diciendo, “¡Pobrecito perrito!¿Por qué lloras?” Augusto lo levantó y lo puso entre sus piernas, diciendo, “Pero si casi eres un recién nacido. Deben haberte abandonado aquí para que murieras. ¡Qué gente tan mala!” Y se lo llevó, diciendo, “¡Me lames la mano, debes tener hambre!” Al llegar a su casa ordenó a Liduvina que preparára una mamila con leche, y él mismo lo alimentó, diciendo, “¡Anda, Orfeo, come hasta hartarte!” Liduvina le dijo, “¿Orfeo?¿Porque le puso así, señorito?” Augusto le dijo, “¡Qué sé yo, así se me ocurrió y así se llamará! ¡Orfeo!”
     Los días pasaron y el cachorrito crecía, y se convirtió en el inconsciente confidente de los secretos de amor de su amo. Teniendo al perrito entre sus brazos, le dijo, “¡Tengo que luchar por Eugenia, Orfeo!¿Qué me aconsejas?” Le hablaba haciéndose la ilusión de que el animalito lo comprendía, “Tiene novio, pero la portera me aseguró que era un bueno para nada…Y yo no permitiré que un sujeto sin fortuna me gane a la mujer que amo. ¿Qué me dices tú, Orfeo?”
     Augusto tomó la decisión de rondar su casa paseándose frente al número 58 de la avenida de La Alameda, que era donde Eugenia vivía, pensando, “Estaré aquí hasta que la vea salir a dar sus clases de piano y entonces la abordaré.” Enseguida, miró a una mujer abrir la ventana del segundo piso, y sacar una jaula de ave, y pensó, “¿Pero quién será esa señora que saca ese canario?” Al colocar la jaula, el clavo se safó, y la mujer exclamó, “¡Ay, mi ‘Pichín’!”
     En ese momento, Augusto se abalanzó, pensando, “¡Se matará!¡Tengo que salvarlo!” Augusto alcanzó a capturar la jaula, y dijo, “¡Lo logré!” La mujer exclamó desde arriba, “¡Mi ‘Pichín’!” Augusto le dijo, “¡No se asuste, señora! ¡No le pasó nada!” La dama bajó las escaleras y abrió la puerta principal. Para su fortuna, era la tía de Eugenia quien agradecida por haber salvado a su canario, lo hizo entrar. “¡Pase usted, caballero, ésta es su casa!” Augusto se quitó el sombrero y dijo, “¡Gracias distinguida señora!”
     En la sala estaba su esposo, Don Fermín. La mujer dijo, presentando a Augusto, “¡El caballero salvó a mi ‘Pichín’!” Don Fermín dijo, “¿Lo salvó?¿Cómo está eso?” La mujer explicó, “¡Se cayó la jaula y evitó que se estrellára en el piso!” Augusto se presentó, inclinándose, “¡Augusto Pérez Rovirosa, para servirle, señor!” Don Fermín estrechó su mano, y dijo, “¿Es hijo de Doña Soledad?” Augusto dijo, “¡El mismo!” La mujer dijo, “¡Pero si fue una gran amiga mía, una viuda ejemplar!” Augusto dijo, “Esa fue mi madre y para serle sincero, rondaba yo la casa de ustedes. ¡Tienen una sobrina encantadora!” La mujer dijo, “¡Bienvenido, caballero, las puertas de ésta casa están abiertas para usted, el hijo de mi gran amiga soledad!”
     Don Fermín dijo, “Y usted nos ayudará a quitarle el capricho que se le ha metido a Eugenia, de andar con un joven sin fortuna…” La mujer dijo, “¡Desde hoy, usted es mi candidato para casarse con ella!”Augusto dijo, “¡Gran honor para mí, señora! ¿Podría llamara para presentarme?”  La dama dijo, “No está en éste momento…fue a dar una clase de Piano. ¡Pero usted puede volver cuantas veces pueda!” Augusto dijo, “¡Y volveré, se lo júro!”
    Augusto se fue feliz, silbando de alegría, pensado en que tenia la batalla ganada al estar de su parte los tíos de la chica que amaba. Ya en su casa, habló con su perrito. “¡Entré en su hogar, Orfeo, y sus tíos están de mi lado!” El perrito ladraba. Augusto lo tomó en sus brazos y le dijo, “¿Te das cuenta?¡Pronto seré su novio y prometido!”
     Qué lejos estaba de la verdad. En esos momentos, Eugenia había sido puesto al tanto de lo sucedido y fruncía el ceño. La tía le dijo, “¿Te disgusta que Augusto te corteje?” Eugenia dijo, “¡Sí, me enfurece!” la tía le dijo, “No entiendo porqué. ¡Es un joven guapo, muy educado y sobre todo, rico!¡Muy rico, Eugenia!” Eugenia dijo, “¡Pues que se quede con su dinero, porque yo no me vendo!¡Para eso trabajo!” La tía le dijo, “¿Pero quién habla de venderte, muchachita?” Eugenia dijo, “¡Pues como sea, ese caballero Augusto no me interesa, que para eso tengo a mi Mauricio!” La tía dijo, “¡Un bueno para nada; pero ya recapacitarás!” Eugenia dijo, “¡Eso está por verse!”
     Días después Augusto regresó. Sabiéndolo rico, lo atendieron de maravilla, sirviéndole té y galletas, a la vez que le hablaban del infortunio de su sobrina Eugenia. La tía explicó, “Los padres de mi adorada sobrina, fallecieron dejando hipotecada su casa. Una casa enorme de la que no recibe rentas mi sobrina, y tiene que trabajar dando clases de piano con el fin de recuperarla.” Don Fermín agregó, “Cosa que le será imposible, con lo poco que gana.” Enseguida la tía exclamó, “Oigo sus pasos, llega de dar clases.” Don Fermín dijo, “Ahora podrá usted charlar con ella.”Al verla entrar, Augusto se puso muy nervioso. Al verla, Augusto pensó, “¡Dios mío, qué bella es…que ojos!” Eugenia saludó, “Buenas tardes.”
     A continuación, la tía dijo, “¡Él es Augusto Pérez Rovirosa, de quien ya te conté y ahora le comunicamos todo lo tuyo!” Eugenia dijo, alterada, “¿Todo?¿También lo de la hipoteca de mi casa?” Augusto dijo, “Así es, señorita, pero créame que ha sido sin mala intensión.” Eugenia dijo, “¿Pero de que se trata esta visita?” La tía dijo, “Se trata de que el caballero desea conocerte para luego…bueno, tu sabes…pretende tu mano y nosotros estamos de acuerdo.” Eugenia lo barrió con la vista, con desprecio, y dijo, “Sepa usted caballero, que lo están engañando porque a mí no me interesa ‘conocerlo’ a usted. Y ahora me retiro.”
     Al irse Eugenia, Augusto se sintió mal. Don Fermín le dijo, “Ánimo, amigo. A una mujer como mi sobrina hay que ganársela.” La tía dijo, “No entiendo su desaire, pero no por eso va usted a ceder en su pretensiones, ¿verdad?” Augusto se levantó de su sillón y dijo, “¡Claro que no, porque ahora me gusta más!” Decidido a conquistarla, al volver a su casa habló con su perro. “¡Lucharé por ella, Orfeo, a brazo partido!” Augusto tomo al perrito en sus brazos, sobre sus piernas y dijo, “¡Ah, si la conocieras también te enamorarías de Eugenia! Pero antes de volver con ella, debo hacer algo que la haga amarme; pero…¿qué puedo hacer?”
     Al día siguiente, Eugenia llego a buscar a Mauricio al cuartucho donde vivía con una tía suya. Al verla, la señora salió. Eugenia dijo, “No podernos seguir así, Mauricio, después de lo que pasó ayer en casa de mis tíos.” Mauricio le dijo, “¿Te refieres a ese tal Augusto que te pretende?” Eugenia dijo, “¡Sí, a él, mis tíos quieren metérmelo por los ojos!” Mauricio le preguntó, “¿Y a ti no te gusta?” Ella le dijo, “¡No, no, para mí no hay nadie más que tú, y si necesario que nos casemos de una vez! Viviremos de mis clases de música, hasta que te decidas a no andar nada mas de holgazán.”
    Mauricio le dijo, “Sí he buscado trabajo pero no lo encuentro…” Eugenia le dijo, “Eso dices siempre pero no es cierto  y así no podremos casarnos. Las mujeres no podemos esperar…no somos como los hombres.”Al hacer ese comentario, Eugenia lo atrajo pasionalmente para comunicarle su calor de hombre. Mauricio le dijo, “No es necesario que nos casemos para que tú y yo gocemos como marido y mujer, nena.” Pero Eugenia se deshizo de él, diciendo, “¡Suéltame, no seré tuya ni de nadie sin que me lleve al altar. Y será  mejor que encuentres pronto trabajo o de lo contrario…” Eugenia se levantó de la cama y Mauricio le dijo, “¿De lo contrario qué?” Eugenia le dijo, “¡De lo contrario ya podrás imaginarte lo que haré!” En ese momento llegó la tía de Mauricio, y dijo a Eugenia, “¿Te vas ya?”
     Eugenia dijo enojada, “¡Sí, ahí se queda su sobrino y dígale que se resuelva de una vez o no respondo!” Eugenia se fue desilusionada y herida, sin saber porque no podía arrancarse del corazón a aquel holgazán, y pensó, “¡Lo amo con todas mis fuerzas a pesar de lo que es!”
     Augusto dejo pasar un tiempo antes de volver a casa de Eugenia…fueron muchos días que vio correr triste y sombríos…Cuando al fin desidió ir, lo hizo llevando un ramo de flores que ella tomó con ternura, diciendo, “¡Son muy bellas, se lo agradezco!” Augusto le dijo, “Mas bella es usted, Eugenia.” Eugenia estaba conmovida, pero también apenada por su noble pretendiente, y dijo, “No quiero engañarlo, Don Augusto…tengo novio.” Augusto dijo, “Lo sé.” Eugenia dijo, “¿Se lo dijeron mis tíos?” Augusto dijo, “No, pero lo sé. ¿Lo quiere usted mucho?” Eugenia le dijo, “¡Vaya una pregunta! Claro que lo quiero y pienso casarme con él.” Augusto sintió como un espadazo en pleno corazón, y dijo, “¿Entonces…?” Eugenia dijo, “Usted y yo solo podemos ser buenos amigos.” Augusto dijo, “ ‘Buenos Amigos’…sí, sí…solo podemos ser buenos amigos.”
     Momentos después llegaron de la calle los tíos de Eugenia. Eugenia dijo, “¡Vino el joven Augusto a visitarnos y charlábamos mientras ustedes llegaban!” La tía dijo, “¡Me parece muy bien, hija!” Don Fermín dijo, “¿Cómo está usted, Don Augusto?” Augusto dijo, “Pues…bien, Don Fermín.” Eugenia dijo, “Yo los dejo, tengo cosas que hacer en mi cuarto.” La tía dijo, “Ve, hija.” Augusto la vio retirarse sintiéndose desdichado, pensando, “¡Ni siquiera se despidió de mi!” Cuando Eugenia se fue, Doña Hermelinda le pregunto ansiosa, “¿Cómo va eso, joven Augusto?” Augusto dijo, “¿‘Eso’?¿A qué se refiere usted?” Doña Hermelinda le dijo, “¡A la conquista de mi sobrina, naturalmente!” Augusto le dijo, “Pues…‘Eso’ va muy mal…me comunicó que tiene novio, y que piensa casarse con él.” Doña Hermelinda dijo, “¿Cómo?¿Despreciarlo a usted?¡Esa chiquilla boba no sabe lo que hace!”
     Don Fermín agregó, “¿No te lo decía yo, Hermelinda? ¡Esa muchacha está loca!” Doña Hermelinda dijo, al notar la tristeza de Augusto, “¡Pues no le permitiremos que cometa la tontería de casarse con un mequetrefe” Don Fermín agregó, “¿Qué opina usted, Don Augusto?” Augusto dijo, “Que no se puede hacer nada…se trata de su felicidad y nuestro deber es sacrificarnos porque lo consiga.” La tía Hermelinda se desconcertó al oírlo hablar así, y dijo, “¿Pero usted, Don Augusto…?¿Qué será de usted?”
     Augusto dijo, “También me sacrificaré por la felicidad de sus sobrina, porque mi felicidad consiste en que ella sea dichosa.” Augusto se levantó del sofá, y dijo, “¡He decidido ayudarla pagando la hipoteca de la casa que le dejaron sus padres, para que reciba sus rentas y pueda casarse bien!” Hermelinda era la más asombrada, y dijo, “¿Será capaz de tal sacrificio?” Augusto dijo, “¡Lo soy y es demostraré cumpliendo lo que acabo de decirles!” A continuación, Augusto se despidió, e inclinándose dijo, “Y ahora me voy, ¡Buenas tardes!” Don Fermín le dijo, “Buenas tardes, Don Augusto.” Y Doña Hermelinda, “Que la pase usted bien.”
     Resignado a perder a Eugenia, Augusto pagó la hipoteca de la casa y sintió que el tiempo pasaba lentamente. No tardó mucho tiempo en que Liduvina le anunciara: “Acaba de legar la chica del planchado, señorito, ¿Quiere usted revisar su ropa?” Augusto dijo, “Sí, que pase.” Era una linda muchachita, que en silencio estaba enamorada del joven acaudalado. La muchachita entró una pila de ropa planchada y dijo, “Buenas tardes, Don Augusto…¿Cómo está usted?” Augusto le dijo, “Bien, Rosario. ¿Y tú estás bien?” Ella le dijo, “Sí, pero usted se ve mal…lo veo muy triste. ¿Está enfermo?” Augusto le dijo, “Tal vez. Pero mi enfermedad es del corazón.” Ella le dijo, “¿Cómo?¿Del corazón?¡No me diga que va a morirse!” Augusto le dijo, “No chiquilla, no voy a morirme, pero tú te has sonrojado, ¿Qué te sucede?”
    Ella dijo, bajando la mirada, “A mí, nada, solo que…me preocupa lo que a usted le suceda.” Augusto le dijo, “¿Y porque te preocúpo?¿Acaso te interesa mi persona? A ver a ver, acércate más…” Rosario temblaba de emoción ante la cercanía del hombre amado. Augusto le dijo, “¿Sabes que eres muy bonita? He sido un tonto con una niebla cubriéndome los ojos.”  Enseguida, Augusto se retiró hacia la ventana del salón y dijo, “¿Sabes que sufro por una tonta mujer que no me ama y que me ha hecho sufrir?” Rosario le dijo, “¿Usted e atormenta por una tonta mujer?¡Oh, Dios, y yo que…que…” Sus ojos se humedecieron en lagrimas. Augusto dijo, “¿Tú qué, Rosario, hermosa criatura?” Augusto la tomó entre sus hombros y Rosario le dijo, “¡Que yo lo ámo y usted sufriendo por otra!” Augusto le dijo, “¿Tú amarme?¿Pero es verdad eso?¡Y lloras!”
    Con ternura, como si se tratara de una criatura, Augusto la sentó en sus piernas, y le dijo, “Haremos un pacto: Tú dejaras de llorar y yo me olvidaré de…de esa mujer. ¿Aceptas?” Rosario dijo, “¡Sí, sí!” Augusto le tomó su barbilla y le dijo, “Pero debes olvidarme a olvidarla.” Ella le preguntó, “¿Y cómo lo haré, señorito Augusto?” Augusto le dijo, “¡Soñando conmigo el mismo sueño!” Rosario le dijo, “¡Pero para soñar juntos tendríamos que…que dormir también juntos!” Augusto le dijo, “Y eso haremos: ¡Dormir juntos! Pero no te asustes, que voy a quererte mucho…¡Muchísimo, Rosario!” Rosario le dijo, “¿Y a ‘esa’ mujer, dejará usted de amarla?” Augusto le dijo, “Ya no sé si la quiero o no; pero tú me ayudarás a olvidarla. ¿Aceptas?” Rosario dijo, “¡Sí, acepto!¡Por usted haré cualquier sacrificio!”
     Más tarde Augusto se acostó con cierta inquietud. Estando recostado en su cama, acarició a su perro y dijo, “¡Ay, Orfeo, esto de dormir solo es un martirio, pero ya pronto seremos dos en esta cama!” Augusto agregó, “Mejor dicho, seremos ‘tres’ contigo. ¿Qué te parece la idea?” El animalito no le entendía, pero Augusto se hacia la ilusión de ser comprendido por su fiel compañero. Augusto dijo, “Es una pena que no puedas hablar.” El animalito ladró, “¡GUAU, GUAU!” Augusto lo tomó y dijo, “Pero ese ‘Guau Guau’ me indica que estás de acuerdo conmigo. ¡Gracias amigo!”
No pasaron muchos días cuando Eugenia fue a ver a Augusto furiosa. “¡Ya me enteré que pagó usted la hipoteca de mi casa, pero si cree comprarme con esto, se equivoca porque yo no me vendo!”
     Augusto le dijo, “¡Pero si solo he querido ayudarla para que sea feliz recibiendo sus rentas y tenga más comodidad dejando de trabajar!¡La casa es suya, se la regalo!” Eugenia le dijo, “¡No la quiero, quédese con ella y haga lo que quiera! ¡Yo continuare dando mis clases y haré que mi novio trabaje y nos casaremos!¿Lo oyó usted?¡Me casaré con Mauricio y usted no vuelva a molestarme!” Eugenia se fue dejándolo temblando de coraje, fuera de sí…con una espesa niebla cubriéndole el alma. Augusto pensó, “¡Que se vaya…qué importa!” Augusto salió a su patio y cuando se calmó, su puso triste, y pensó, “La amo…amo a Eugenia, pero si ella no me quiere, ¿Qué puedo hacer, Orfeo?” Augusto se recostó en la maleza y el perito se acercó con él. Augusto lo acarició y le dijo, “¿Qué dices?¿Que me case con Rosario?” Augusto continuó y dijo, “¡Sí, eso es, haré mi vida con Rosario y ello me ayudará a olvidar a esa mujer que no supo comprenderme!”
     Cuando Augusto volvió a ver  a la linda lavanderita, le habló con el corazón en la mano, y le dijo, “¡Hare un viaje y te pido…te suplico que me acompañes!” Rosario le dijo, “¿Yo, señorito?” Augusto le dijo, “Sí, tú, y deja de llamarme ‘señorito’ ¿Verdad que si me acompañarás a ese largo viaje por todo el mundo?” Rosario le dijo, “Yo…tengo miedo.” Augusto le dijo, “¿Miedo a qué? ¡Nos casaremos Rosario!” Rosario sonrió y dijo, “¡Oh, casarnos!” Arrebatada lo abrazó, besándolo con el fuego de su juventud, y Augusto sintió irse a las nubes.
     Mientras tanto Eugenia hablaba con Mauricio en el cuchitril de su tía. “¡Eres un holgazán que no haces nada por trabajar! ¿Cómo vamos a casarnos así?” Mauricio le dijo, “Podemos seguir viéndonos a escondidas de ese tonto. ¡Sera muy emocionante!¿No crees?” El cinismo de Mauricio la dejo helada, y Eugenia le dijo, “Tú…¿Qué me propones que lo engáñe, que sea tu amante?”
     Mauricio le dijo, “Vamos, lindura, no nos queda otra. Y también podrás sacarle unos billetes para mí.” Eugenia le soltó una bofetada en la cara, diciendo, “¡Eres un canalla!”  Y se fue con los ojos enrojecidos por el llanto, pensando, “¡Cuanta bajeza!¿Cómo pude amar a un hombre tan bajo!” Llorando aun llegó a su casa, donde le comunicó lo sucedido a su tía, quien le dijo, “¡Te dije que ese mequetrefe no te convenía!” Eugenia le dijo, “¿Qué hago ahora, tía? ¡aconséjame!” La tía le dijo, “¡Ve a ver al joven Augusto y dile que te casaras con él! ¡Es un muchacho tan noble que te perdonará el desprecio que le hiciste, y aceptará llevarte al altar!” Eugenia dijo, “¡Sí, iré a verlo!”
     Eugenia se puso sus mejores galas y caminó a la casa de Augusto, sin embargo se lo encontró en el camino en la alameda, jugando con Orfeo. Eugenia pensó, “¡He tenido suerte…me haré la aparecida!” Cuando Augusto la vio, se quedó paralizado. Sus ojos eran dos estrellas fascinantes. Eugenia dijo, “¡Hola…!” Augusto exclamó, “¡Eugenia!” Su corazón le latía aceleradamente. Augusto pensó, “¡La ámo, y yo que pensé que la había olvidado…pero ella no me quiere!” Eugenia le habló con dulzura, acercándosele demasiado: “Estoy apenada con usted por lo del otro día. ¿Me perdona por haber sido tan tonta por decirle que me casaría con otro?” Augusto le dijo, “¿Acaso ya no se casará con el tal Mauricio?” Eugenia le dijo, “¡Ni me lo mencione, he terminado con él y ahora soy libre para amarlo a usted!” Augusto se cimbró, y le dijo, “Pero yo…me comprometí con Rosario.” Eugenia le dijo, “¿Rosario?¿Quien es ella?” Augusto le dijo, “Pues…mi…mi lavandera.”
     Eugenia estuvo a punto de soltar la carcajada, pero supo contenerse, y dijo, “¿Usted con una lavandera?” Augusto le dijo, “¡Ella me ama!” Eugenia le dijo, “¡También yo lo ámo!¿Acaso mis ojos no se lo revelan?” Eugenia se le había acercado tanto que sus ojos lo deslumbraban, y su aliento lo quemaba. Ella le ofrecía sus labios húmedos y palpitantes. Augusto no pudo evitar tomar aquella boca roja como la grana. ¡Tanto la amaba que en ese momento lo cubrió una niebla que lo hizo olvidarse de sus promesas con Rosario. Por desgracia, la linda lavanderita pasaba por ahí y lo vio, diciendo, “¡¡Augusto!!” El desgarrador grito lo hizo separarse de Eugenia. Rosario se acercó y le dijo, “¡Traidor!” Augusto exclamó, “¡Rosario, tú!” Rosario se fue corriendo deseando morir, pensando, “¡Nunca, nunca volveré a verlo!” Al verla irse llorando Augusto pensó, “Después de todo no la ámo y es mejor así.”
     Eugenia lo atrajo con sonrisa triunfal, diciendo, “¿Así que esa era Rosario, tu lavanderita?” Augusto le dijo, “Pues si…era ella y me apena mucho que me haya descubierto contigo…engañándola.” Eugenia le dijo, “No Augusto, no las has engañado porque no la amas…¡A la que quieres es a mí, y yo seré tu esposa!” Volvió a besarlo ahora con mayor fuego y con mas arrebato. Augusto ya no pensó, ya no razonó. Era como un conejito fascinado en brazos de aquella mujer tan exquisitamente bella. Los besos de Eugenia tuvieron el hechizo de hacerlo olvidarse del mundo entero, ¡Tanto la amaba!
     Pronto su noviazgo se formalizó y Augusto pasó a ser su prometido. La tía Hermelinda les dijo, “¡No saben cuánto me alegra su casamiento!” Hermelinda agregó, “¿Y a donde piensan irse de luna de miel?” Augusto dijo, “¡Recorreremos el mundo entero, principalmente el oriente misterioso!” Y Augusto agregó, “Aunque…¿Si tu dispones otra cosa…?” Eugenia dijo, “¡No, no…el oriente está bien, me fascina lo misterioso!”
     Todo iba sobre ruedas hasta que Eugenia le dijo algo que lo disgustó. “¡Mauricio me ronda!” Augusto dijo, “¿Eh?¿Y ese que pretende?” Eugenia le dijo, “Exige que, como me casaré contigo, tu deber es ayudarlo a que él se case con Rosario.” Augusto se sorprendió y dijo, “¿Cómo?¿Con la lavanderita?” Eugenia le dijo, “Sí. Ya ves que pronto esa corriente muchachita se consoló. Espero que no te importe.” Augusto se sintió molesto y dijo, “Desde luego que no me importa.” Augusto agregó, “¿Pero en qué puedo ayudarlos?” Eugenia dijo, “Consiguiéndole un trabajo muy lejos de aquí a Mauricio. Así no volveremos a verlos nunca.”
    A Augusto le pareció buena idea y pronto, con sus influencias, logró que contratáran a Mauricio lejos de Madrid. Antes de emigrar para siempre, el gañancete fue a verlo, diciendo, “Vengo a darle las gracias por su bondad, señor Pérez. ¡No creí que fuera usted tan noble!” Pero Augusto le dijo, “Lo hice para que no siguiera usted molestando a la que va a ser mi esposa.” Mauricio dijo, “¿Molestar a Eugenia?¡Pero ni siquiera la he visto!¿Qué le dijo ella?” Augusto le dijo, “¡Pues que usted exigía un trabajo, porque se casaría con Rosario!” Mauricio dijo, “¿Rosario?¿Quien es esa?¡Yo ni la conozco!” Augusto se alteró, y dijo, “¡Pero entonces, usted y Rosario no…!” Mauricio le dijo, “¡Ya le dije que ni la conozco, y será mejor que me despida! Adiós y otra vez gracias por su ayuda.”
     Augusto se sentó en su sillón, y se quedó muy desconcertado, como si una densa niebla cubriera su mente, pensando, “No entiendo…Eugenia me dijo que la molestaba y resulta que no. ¿Qué está pasando?” La respuesta la tuvo tres días después, cuando solo faltaban 24 horas, para su matrimonio. Su criada llegó y le dijo, “Un mensajero le trajo ésta carta, señorito.” Augusto recibió la misiva y dijo, “Gracias Liduvina.” Augusto leyó la carta: “Perdóname, Augusto, pero no te ámo y me voy con Mauricio…cuando leas esta carta ya estaré muy lejos. Viviremos del empleo que tú le conseguiste y de las rentas de mi casa, que tú deshipotecaste. Adiós para siempre. Eugenia.” Toda su alma se derrumbó por la traición de la mujer adorada, y su mente, en una especie de niebla venenosa, le dictó que se quitára la vida, pensando, “¡Me suicidaré!” Pero antes de quitarse la vida, de arrancarse la existencia, decidió ver a su creador, o sea, el autor de esta novela, pensando, “¡Iré a ver a Don Miguel de Unamuno, sé que vive en Salamanca!”
     Y así lo hizo, partió en locomotora y viajó muchas horas, antes de llegar a Salamanca. Cuando al fin estuvo frente a él, lo miró con cierto rencor, diciendo, “Pudo usted hacerme feliz en su novela, que mas bien es una, ‘ni verla,’ pues me hizo un desdichado.” Unamuno le dijo, “Lo lamento, Augusto. Son cosas de la novela.” Pero Augusto le dijo, “Usted es culpable de que ahora vaya a suicidarme…¡Me arrancaré la vida!” Unamuno le dijo, “No Augusto, tú no puedes matarte porque yo soy tu creador y tu vida me pertenece, y seré yo el que te quite la existencia. He decidido que muertas porque ya no se qué hacer contigo en la novela. De manera que no serás tu el que se suicide, sino yo el que te prive la vida.”
     Al escuchar la sentencia de su creador, Augusto se reveló. “¡Así que primero me inventa y luego me mata!¿Qué clase de hombre es usted?” Unamuno le dijo, “Lo siento pero todos los escritores creamos y matamos.” Augusto le dijo, “¿Y porqué no me da un final feliz en su novela?¡Si Eugenia me traicionó con el patán de Mauricio, aún puedo ser dichoso con Rosario!” Unamuno le dijo, “Eso es imposible, porque ella, después de verte besar a Eugenia, se fugó con otro joven y ahora ni siquiera yo sé donde está.” Unamuno agregó, “De modo, Augusto, que no me queda más remedio que matarte y ponerle punto final a mi novela.” Al oír la sentencia de muerte Augusto temblaba, y dijo, “No sé porque tengo miedo, siendo que yo mismo iba a matarme…solo le pido que no sea una dolorosa muerte.” Unamuno dijo, “No lo será, te lo prometo. Y ahora, déjame solo para terminar las ultimas paginas de mi libro.”
     Esa misma noche, Augusto regresó a Madrid en tren. Al llegar a su residencia, Orfeo lo recibió jubiloso. Augusto le dijo, “¿Qué tal mi pequeño y fiel amigo?” Liduvina lo recibió, diciendo, “¡Me alegra verlo, señorito!¿Le sirvo la cena?” Augusto dijo, “Sí, Liduvina, pero dame mucho hasta hartarme, porque pronto moriré y no quiero al menos fallecer de hambre.” La sirvienta se sobresaltó, diciendo, “¿Cómo dice usted?¿Que se morirá?” Augusto le dijo, “Sí, todos moriremos. ¿O acaso somos inmortales? ¡Anda, sírveme mucho de comer!”
     Augusto se sentó a la mesa y después de ser servido, devoró de todo: Papas, bisteces, pollo y embutidos. Arrojaba algunas piezas de pollo al fiel Orfeo, quien las engulló con placer canino.  Liduvina miraba a su “señorito” con cierto susto, diciendo, “¡Le hará mal cenar así, modérese!” Augusto le dijo, “¿Y qué importa?¡Ya te dije que pronto moriré, y quiero comer todo lo que no comeré, estando ya muerto!” Tras una pausa, Augusto agregó, “¡Anda, sírveme otra ración doble de todo lo que me has dado!” Liduvina dijo, “Bueno…si usted lo ordena.” Augusto continuó atiborrándose hasta más no poder. ¡Y aquella fue su última cena, porque esa misma noche falleció!
     Al día siguiente que lo encontraron inmóvil, llamaron al médico, quien dijo tras revisarlo, “Murió de una congestión intestinal.” Liduvina abrazó al médico, llorando y le dijo, “¡Dios mío, debí de haberle impedido que cenara tanto!” Pero le medico le dijo, “No llores. Tú no tienes la culpa, porque él te lo ordenó.” Sus pompas fúnebres fueron tristes…solo asistieron su amigo Víctor, Liduvina, Domingo y Orfeo, su fiel e inconsciente confidente. Cuando la tumba fue cerrada y abandonada, solo quedó en ella el animalito que recogiera, quien parecía pensar, “¡Mi amo ha muerto!¿Quien me acariciará como él y a quien lameré las manos?¡Yo también quiero morir!” Y rodeado por una densa niebla, se echó en la tumba a esperar la muerte, pensando, “¡Amo, amo…pronto me reuniré contigo!”
Tomado de Novelas Inmortales Año XV No. 742,  Febrero 5 de 1992. Guión: Gregorio Navarro. Adaptación: R. Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.  
                                                                       

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