Miguel de Unamuno y Jugo, nació en Bilbao, 29 de septiembre de 1864, y murió en Salamanca, 31 de diciembre de 1936, a la edad
de 72 años. Unamuno fue un escritor y filósofo español perteneciente a la Generación
del 98.
En su obra cultivó gran variedad de géneros literarios como novela, ensayo, teatro y poesía. Fue nombrado rector de la Universidad de Salamanca tres veces; la primera vez en 1900 y la última
de 1931, hasta su destitución, el 22 de octubre de 1936, por orden de Franco. En 1931 había sido elegido
diputado de las Cortes constituyentes
de la Segunda República.
Familia, Infancia, Primeras Letras.
Miguel de Unamuno nació en el número
16 de la calle Ronda de Bilbao, en el barrio de las Siete Calles. Era el tercer
hijo y primer varón, tras María Felisa, nacida en 1861, y María Jesusa,
fallecida en 1863, del matrimonio habido entre el comerciante, Félix María de
Unamuno Larraza, y su sobrina carnal, María Salomé Crispina Jugo Unamuno,
diecisiete años más joven. Más tarde nacieron Félix Gabriel José, Susana
Presentación Felisa y María Mercedes Higinia.
Su padre, nacido en 1823, hijo de un confitero de Vergara, emigró joven a
la ciudad mexicana de Tepic. A su regreso, en
1859, gracias al capital acumulado, solicitó licencia municipal para que su
horno panadero de Achuri, pudiera utilizar agua del manantial
Uzcorta. En 1866, cuando contaba cuarenta y tres años, pidió permiso para
establecer un despacho de pan en los porches de la Plaza Vieja. Se presentó a
las elecciones municipales celebradas tras la Gloriosa, saliendo elegido
por el distrito de San Juan con 120 votos. El 1 de enero de 1869 juró su cargo
de concejal en la sesión constitutiva del nuevo ayuntamiento.
Antes que Félix, en 1835 y debido a la guerra
carlista, habían llegado a la capital vizcaína dos de sus hermanas: Benita,
nacida en 1811, y Valentina, quince años menor que ella. Benita, acabada la
guerra, contrajo matrimonio con José Antonio de Jugo y Erezcano, pequeño
rentista natural de Ceberio, dueño con su esposa de la
confitería, “La Vergaresa.” La más joven, Valentina, casó en 1856 con Félix
Aranzadi Aramburu, quizá un antiguo trabajador de la pastelería de su padre
que abrió una chocolatería en Bilbao con el mismo nombre que había tenido el
negocio de sus cuñados. Félix y Valentina fueron los padrinos en el bautismo de
Miguel.
Su madre, Salomé, hija única, fue bautizada en Bilbao el 25 de octubre
de 1840. Poco después de los cuatro años murió su padre y su madre volvió a
casarse en 1847, esta vez con José Narbaiza.
A los pocos meses de nacer, los padres de Miguel cambian de domicilio y
se instalan en el segundo piso derecha de la calle de la Cruz número 7. En los
bajos se halla la chocolatería de sus tíos, que viven en el primer piso. No ha
cumplido todavía los seis años cuando queda huérfano de padre. Félix de Unamuno
falleció el 14 de julio de 1870 en el balneario de Urberuaga, en Marquina, “de la enfermedad
de tisis pulmonar.”
Aprendió sus primeras letras con don Higinio en el
colegio privado de San Nicolás, situado en una buhardilla de la calle del
Correo. En las catequesis preparatorias para la primera comunión, en la iglesia
de San Juan, conoció a quien, andando el tiempo, sería su novia y esposa:
Concepción Lizárraga, Concha.
Al acabar sus primeros estudios en el colegio de San
Nicolás, y a punto de entrar en el instituto, asistió como testigo al asedio de su ciudad durante la Tercera Guerra Carlista, lo que luego reflejará en su
primera novela, Paz en la Guerra. Al mando del general, Elío,
la villa quedó sitiada por las tropas carlistas desde el 28 de diciembre de
1873. A partir de febrero de 1874, la situación se agravó al quedar
interrumpido cualquier abastecimiento a través de la ría y, por último, el día
21 del mismo mes, comenzó el bombardeo de Bilbao. El sitio finalizó el 2 de
mayo de 1874 con la entrada de las tropas liberales al mando del general Gutiérrez de la Concha. Para sus biógrafos, esta
experiencia de la guerra civil marcó su tránsito de la infancia a la
adolescencia.
La siguiente etapa en la vida académica de Unamuno comenzó el 11 de septiembre de
1875, fecha en la que realizó su examen de ingreso en el Instituto Vizcaíno
para cursar el Bachillerato, prueba en la que obtuvo la calificación de
“Aprobado,” y no se presentó al examen de premio. Tanto el examen de ingreso,
como el primer curso tuvo que realizarlos en el antiguo colegio de la calle del
Correo, ya que el Instituto, durante la guerra, había sido convertido en
hospital militar. Santos Barrón fue
su profesor de Latín y Castellano, y Genaro Carreño, de Geografía universal. Obtuvo
la calificación de notable en las tres asignaturas.
Los restantes cuatro cursos los realizó en el instituto. En general, le
disgustaba el método de aprendizaje memorístico que se aplicaba en casi todas
las asignaturas, y le aburrían, en particular, las clases de Latín, Historia,
Geografía y Retórica. No tuvo ningún problema con la Aritmética, la Física, la
Geometría o la Trigonometría, y disfrutaba con el Álgebra. También le agradó la
Filosofía, que agrupaba entonces en cuarto curso fundamentos de Psicología,
Lógica y Ética, a pesar de que no apreciaba la didáctica de su profesor, el
sacerdote Félix Azcuénaga.
En esas clases podía hacer gala de su talento de orador rivalizando a menudo con su compañero, Andrés Oñate. Por último, en las asignaturas impartidas por Fernando Mieg, Historia Natural, Fisiología e Higiene, logró sendos sobresalientes, probable consecuencia del sistema pedagógico utilizado por el catedrático que sabía despertar la curiosidad y el interés de sus alumnos. Como dice, literalmente, su expediente, “con fecha 19 y 21 de junio de 1880 fue aprobado en los ejercicios del grado de Bachiller en Artes, en 17 de agosto del mismo se le expidió el título por el Sr. Rector de este distrito y en 30 del mismo mes recibió el dicho título.”
En esas clases podía hacer gala de su talento de orador rivalizando a menudo con su compañero, Andrés Oñate. Por último, en las asignaturas impartidas por Fernando Mieg, Historia Natural, Fisiología e Higiene, logró sendos sobresalientes, probable consecuencia del sistema pedagógico utilizado por el catedrático que sabía despertar la curiosidad y el interés de sus alumnos. Como dice, literalmente, su expediente, “con fecha 19 y 21 de junio de 1880 fue aprobado en los ejercicios del grado de Bachiller en Artes, en 17 de agosto del mismo se le expidió el título por el Sr. Rector de este distrito y en 30 del mismo mes recibió el dicho título.”
Buen dibujante, estudió en el taller bilbaíno de Antonio Lecuona, pero, como él
mismo confesó, la falta de dominio sobre el color le hizo desistir de una
carrera artística.
En septiembre de 1880 se traslada a la Universidad
de Madrid, para estudiar Filosofía y Letras. El 21 de junio de
1883, a sus diecinueve años, finaliza sus estudios y realiza el examen de Grado
de dicha licenciatura obteniendo la calificación de sobresaliente. Al año
siguiente, el 20 de junio, se doctora con una tesis sobre la lengua vasca: Crítica
del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca. En ella
anticipa su idea sobre el origen de los vascos, idea contraria a la que en los
años venideros irá gestando el nacionalismo vasco, recién fundado
por los hermanos Arana Goiri, que propugnará una raza vasca no
contaminada por otras razas.
En 1884 comienza a trabajar en un colegio como profesor de latín y
psicología, publica un artículo titulado, “Del elemento alienígena en el idioma
vasco” y otro costumbrista, “Guernica,” aumentando su colaboración en 1886 con, El Noticiero
Bilbaíno.
En 1888, oposita, o presenta examen en
Madrid, a la cátedra de Psicología, Lógica y Ética vacante en el Instituto de
Bilbao y, mientras se halla en la capital por este motivo, la Diputación de
Vizcaya convoca una plaza de profesor interino de lengua vascongada en el
mismo instituto con, “asignación anual de mil quinientas pesetas.” Se presenta
a esta última junto con Pedro Alberdi, Eustaquio Madina, Sabino Arana y el
novelista y folclorista, Resurrección
María de Azkue, adjudicándose la plaza a este último. El primer
informe presentado por el secretario de la Diputación hizo constar que, de los
cinco candidatos, solo Unamuno y Azkue contaban con título profesional. El
primero, doctor en Filosofía y Letras y el segundo, Bachiller en Teología.
Según Sabino Arana, la adjudicación se debió al “Diputado Larrazabal, amigo de Azkue y amigo de mi difunto padre, (que) me escribió suplicándome retirara la solicitud, para que el nombramiento recayera en Azkue, joven clérigo despejado que tenía que sostener a su madre y hermanas y al efecto y para desplegar sus facultades deseaba establecerse en Bilbao.”
Según Sabino Arana, la adjudicación se debió al “Diputado Larrazabal, amigo de Azkue y amigo de mi difunto padre, (que) me escribió suplicándome retirara la solicitud, para que el nombramiento recayera en Azkue, joven clérigo despejado que tenía que sostener a su madre y hermanas y al efecto y para desplegar sus facultades deseaba establecerse en Bilbao.”
Polemizó con Arana, que iniciaba su actividad nacionalista, ya que
consideraba a Unamuno como vasco
pero “españolista” debido a que Unamuno,
que ya había escrito algunas obras en euskera, consideraba que ese idioma
estaba próximo a desaparecer y que el bilingüismo no era posible. “El vascuence
y el castellano son incompatibles dígase lo que se quiera, y si caben
individuos no caben pueblos bilingües. Es éste de la bilingüidad un estado
transitorio.”
En 1889 prepara otras oposiciones y viaja a Suiza,
Italia y Francia, donde se celebra la Exposición Universal y se inaugura la torre Eiffel.
El 31 de enero de 1891, se casa con Concha Lizárraga, de la que estaba
enamorado desde niño, y con quien tuvo nueve hijos: Fernando, Pablo, Raimundo,
Salomé, Felisa, José, María, Rafael y Ramón. Salomé se casó más tarde con el
poeta José María
Quiroga Plá. Unamuno
pasa los meses invernales de ese año, dedicado a la preparación de las oposiciones
para una cátedra de griego en la Universidad
de Salamanca, una materia menos controvertida, la cual obtiene.
Con motivo de estas oposiciones, entabla amistad con el granadino Ángel Ganivet, amistad que se irá intensificando hasta el suicidio de aquel en 1898. El 11 de octubre de 1894, ingresa en la Agrupación Socialista de Bilbao y colabora en el semanario, La Lucha de Clases de esta ciudad, abandonando el partido socialista en 1897, y sufriendo una gran depresión.
Con motivo de estas oposiciones, entabla amistad con el granadino Ángel Ganivet, amistad que se irá intensificando hasta el suicidio de aquel en 1898. El 11 de octubre de 1894, ingresa en la Agrupación Socialista de Bilbao y colabora en el semanario, La Lucha de Clases de esta ciudad, abandonando el partido socialista en 1897, y sufriendo una gran depresión.
Desde los inicios de su estancia en Salamanca, participó activamente en
su vida cultural, y se hizo habitual su presencia en la terraza del Café literario Novelty, al lado del
ayuntamiento, costumbre que mantuvo hasta 1936. Desde aquella terraza, cuando a
Unamuno, refiriéndose a la Plaza Mayor
de Salamanca, le preguntaban si era un cuadrado perfecto o no, él
afirmaba: “Es un cuadrilátero. Irregular, pero asombrosamente armónico.” En
1900 fue nombrado, con solo treinta y seis años de edad, rector de la Universidad
de Salamanca, por primera vez, cargo que llegó a ostentar tres
veces.
En 1914 el ministro de Instrucción Pública lo destituye del rectorado
por razones políticas. En 1920, es elegido por sus compañeros, decano de la
Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión
por injurias al
rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse.
En 1921, es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al rey y al
dictador Primo de
Rivera, hacen que éste lo destituya nuevamente, y lo destierre a Fuerteventura en febrero de
1924. El 9 de julio es indultado, pero se destierra voluntariamente a Francia; primero a París y, al poco
tiempo, a Hendaya. Se queda hasta el año 1930,
año en el que cae el régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entra
en la ciudad con un recibimiento apoteósico.
La República le repone en
el cargo de rector de la Universidad salmantina. Se presenta a las elecciones a
Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la
conjunción republicano-socialista en Salamanca, ejerciendo su
cargo entre el 12 de julio de 1931 y el 9 de octubre de 1933.
Sin embargo, el escritor e intelectual, que en 1931 había dicho que él
había contribuido más que ningún otro español —con su pluma, con su oposición
al rey y al dictador, con su exilio...— al advenimiento de la República,
empieza a desencantarse. En 1933 decide no presentarse a la reelección.
Al año siguiente se jubila de su actividad docente y
es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca, que crea una cátedra con su nombre. En 1935 es
nombrado ciudadano de honor de la República. Fruto de su desencanto, expresa
públicamente sus críticas a la reforma agraria, la política religiosa, la clase
política, el gobierno y a Manuel Azaña.
Al iniciarse la guerra civil, Unamuno apoya a los rebeldes: quiere ver en los
militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos
a encauzar la deriva del país. Cuando el 19 de julio la práctica totalidad
del consistorio salmantino es destituida
por las nuevas autoridades y sustituida por personas adeptas, Unamuno acepta el acta de concejal que
le ofrece el nuevo alcalde, el comandante Del Valle.
En el verano de 1936 hace un llamamiento a los intelectuales europeos
para que apoyen a los sublevados, declarando que representan la defensa de la
civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza y
horror en el mundo, según el historiador Fernando
García de Cortázar. Azaña lo destituye, pero el gobierno de Burgos le
repone de nuevo en el cargo.
Sin embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en
decepción, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. En
los bolsillos de Unamuno se
amontonan las cartas de mujeres de amigos, conocidos y desconocidos, que le
piden que interceda por sus maridos encarcelados, torturados y fusilados. A
finales de julio, sus amigos salmantinos, Prieto
Carrasco (alcalde republicano de Salamanca) y José Andrés y
Manso (diputado socialista) han sido asesinados, y su alumno predilecto
y rector de la Universidad
de Granada, Salvador Vila
Hernández, detenido el 7 de octubre.
En la cárcel se hallan también recluidos sus íntimos amigos el doctor Filiberto Villalobos y el periodista José Sánchez Gómez, este a la espera de ser fusilado. Su también amigo, el pastor de la Iglesia anglicana y masón Atilano Coco, está amenazado de muerte (será fusilado en diciembre de 1936). A principios de octubre, Unamuno visita a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos. Salvador Vila es ejecutado el 22 de octubre.
En la cárcel se hallan también recluidos sus íntimos amigos el doctor Filiberto Villalobos y el periodista José Sánchez Gómez, este a la espera de ser fusilado. Su también amigo, el pastor de la Iglesia anglicana y masón Atilano Coco, está amenazado de muerte (será fusilado en diciembre de 1936). A principios de octubre, Unamuno visita a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos. Salvador Vila es ejecutado el 22 de octubre.
Miguel de Unamuno se arrepintió
públicamente de su apoyo a la sublevación. El 12 de octubre de 1936, en el
paraninfo de la Universidad, durante el acto de apertura del curso académico
que coincidía con la celebración de la Fiesta de la Raza, el rector se enfrentó
públicamente al general Millán-Astray, que había
pronunciado unas soflamas contra la inteligencia y exaltadoras de la muerte.
Posteriormente se atribuyó a Unamuno un
discurso lapidario que habría incluido su famosa frase:
Venceréis,
pero no convenceréis. Venceréis porque
tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa
persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y
derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.
Los últimos días de vida, de octubre a diciembre
de 1936, los pasó bajo arresto domiciliario en su casa, en un estado, en palabras de Fernando García de Cortázar, de resignada desolación, desesperación y soledad. A
los pocos días, el 20 o 21 de octubre, en una entrevista mantenida con el
periodista francés Jérôme Tharaud (común y erróneamente atribuida al
escritor Nikos Kazantzakis):
Tan pronto como se produjo el
movimiento salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo
que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y
con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio
nacional, ventilando una guerra internacional. (...) En tanto me iban
horrorizando los caracteres que tomaba esta tremenda guerra civil sin cuartel
debida a una verdadera enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura
con cierto substrato patológico-corporal. Las inauditas salvajadas de las
hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica
barata. Y dan el tono no socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas, ni
anarquistas, sino bandas de malhechores degenerados, excriminales natos sin
ideología alguna que van a satisfacer feroces pasiones atávicas sin ideología
alguna. Y la natural reacción a esto toma también muchas veces,
desgraciadamente, caracteres frenopáticos. Es el régimen del terror. España
está espantada de sí misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del
suicidio moral. Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido
resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza
de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren
establecer otro régimen de terror. (...) Insisto en que el sagrado deber del
movimiento que gloriosamente encabeza el general Franco es salvar la
civilización occidental cristiana y la independencia nacional, ya que España no
debe estar al dictado de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera,
puesto que aquí se está librando, en territorio nacional, una guerra
internacional. Y es deber también traer una paz de convencimiento y de
conversión y lograr la unión moral de todos los españoles para restablecer la
patria que se está ensangrentando, desangrándose, envenenándose y
entonteciéndose. Y para ello impedir que los reaccionarios se vayan en su
reacción más allá de la justicia y hasta de la humanidad, como a las veces
tratan. Que no es camino el que se pretenda formar sindicatos nacionales
compulsivos, por fuerza y por amenaza, obligando por el terror a que se alisten
en ellos, ni a los convencidos ni convertidos. Triste cosa sería que el
bárbaro, anti-civil e inhumano régimen bolchevístico se quisiera sustituir con
un bárbaro, anti-civil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria. Ni lo uno
ni lo otro, que en el fondo son lo mismo.
En este momento crítico del
dolor de España, sé que tengo que seguir a los soldados. Son los únicos que nos
devolverán el orden. Saben lo que significa la disciplina y saben cómo
imponerla. No, no me he convertido en un derechista. No haga usted caso de lo
que dice la gente. No he traicionado la causa de la libertad. Pero es que, por
ahora, es totalmente esencial que el orden sea restaurado. Pero cualquier día
me levantaré —pronto— y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no
soy fascista ni bolchevique; soy un solitario.
La barbarie es unánime. Es el
régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma,
horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre
los hunos y los hotros.
Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y
entonteciendo...
Murió repentinamente, en su domicilio salmantino de la calle Bordadores,
la tarde del 31 de diciembre de 1936, durante la visita que le hizo el
falangista Bartolomé Aragón, antiguo alumno y profesor auxiliar de la Facultad
de Derecho. A pesar de su virtual reclusión, en su funeral fue exaltado como
un héroe falangista. A su muerte, Antonio Machado escribió: “Señalemos hoy que Unamuno ha muerto
repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí
mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han
vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he
creído nunca y no lo creeré jamás.”
Sus restos reposan junto a los de su hija mayor,
Salomé, casada con su secretario y poeta José María Quiroga Plá y fallecida tres años antes, en un nicho
del cementerio de San Carlos Borromeo de Salamanca, tras este
epitafio: “Méteme, Padre Eterno, en tu
pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar.”
La obra narrativa de Miguel de Unamuno, en orden cronológico,
es la siguiente:
·
Desde 1886 escribió un total de 87 cuentos y relatos
cortos. De ellos, en 1913 seleccionó solo veintiséis para su libro El Espejo
de la Muerte. Destacan el que da título al libro o Revolución en
la Biblioteca de Ciudámuerta.
·
Paz en la Guerra (1897), obra en la cual
utiliza el contexto de la tercera guerra carlista (que conoció en su niñez)
para plantear la relación del yo con el mundo, condicionado por el conocimiento
de la muerte.
·
Amor y Pedagogía (1902),
que une lo cómico y lo trágico en una reducción a lo absurdo de la sociología
positivista.
·
Recuerdos de Niñez y Mocedad (1908)
es una obra autobiográfica. En ella el autor vasco reflexiona sobre los
primeros años de su vida en Bilbao.
·
Niebla (1914), obra clave de Unamuno,
que él caracteriza con el nombre “nivola” para
separarla de la supuesta forma fija de la novela.
·
En 1917 escribe Abel Sánchez, donde invierte el tema bíblico de
Caín y Abel para presentar la anatomía de la envidia.
·
Tulio Montalbán (1920) es una novela corta
sobre el problema íntimo de la derrota de la personalidad verdadera por la
imagen pública del mismo hombre.
·
También en 1920 se publican tres novelas cortas con un
prólogo de gran importancia: Tres novelas ejemplares y un prólogo.
·
La última narración extensa es La Tía Tula (1921),
donde se presenta el anhelo de maternidad ya esbozado en Amor y Pedagogía y
en Dos Madres.
·
Teresa (1924) es un cuadro narrativo que contiene rimas
becquerianas, logrando en idea y en realidad la recreación de la amada.
·
Cómo se Hace
Una Novela (1927) es la autopsia de la novela unamuniana.
·
San Manuel
Bueno, Mártir (1930), en la que habla de un sacerdote que
predica algo en lo que él no logra creer.
En la época literaria que rodeaba al autor por entonces, se exigían unos
rígidos patrones de procedimiento a la hora de escribir y publicar una novela:
una temática particular, líneas de tiempo y acción específicas,
convencionalismos sociales... una especie de guión no escrito pero aceptado por
todos. Y esto suponía a Unamuno un
corsé del que pretendería desprenderse de alguna forma, para expresarse en sus
páginas como estimara oportuno. Su solución fue inventar un nuevo género
literario, al que bautizó como “nivola,” y de esta forma,
no podría obtener crítica ninguna en lo referente a reglas de estética o composición,
porque solo debería atender a las reglas que él mismo hubiese diseñado para su
nuevo género.
Así lo expresa en Niebla (1914), en el capítulo XVII:
Así lo expresa en Niebla (1914), en el capítulo XVII:
—¿Y cuál es su argumento, si
se puede saber?
—Mi novela no tiene argumento,
o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo.
—¿Y cómo es eso?
—Pues mira, un día de estos
que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy
íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero
voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas
cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría,
sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre
todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su
carácter será el de no tenerlo.
—Sí, como el mío.
—No sé. Ello irá saliendo. Yo
me dejo llevar.
—¿Y hay psicología?,
¿descripciones?
—Lo que hay es diálogo; sobre
todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no
digan nada (...). El caso es que en esta novela pienso meter todo lo que se me
ocurra, sea como fuere.
—Pues acabará no siendo
novela.
—No, será... será...nivola.
La filosofía de Unamuno no
fue una filosofía sistemática, sino una negación de cualquier sistema, y una
afirmación de fe “en sí misma.” Se
formó intelectualmente bajo el racionalismo y el positivismo. Durante la época
de su juventud, escribió artículos en los cuales se apreciaba claramente su
simpatía por el socialismo, y tenía una gran
preocupación por la situación en la que se encontraba España.
La influencia de algunos filósofos como Adolf von Harnack provocó el recházo de Unamuno por el racionalismo. Tal abandóno
queda de manifiesto en su obra, San Manuel
Bueno, Mártir, donde la metáfora de la nieve cayendo sobre el lago,
ilustra su postura en favor de la fe —la montaña sobre la cual la nieve crea
formas, paisajes, frente al lago, donde ésta se disuelve y se transforma en
nada—.
Para él, la muerte es algo definitivo, la vida acaba. Sin embargo,
pensaba que la creencia de que nuestra mente sobrevive a la muerte es necesaria
para poder vivir. Desde luego, se necesita creer en un Dios, tener fe, lo cual
no es racional; así siempre hay conflicto interior entre la necesidad de la fe
y la razón que niega tal fe. Es considerado uno de los predecesores de la
escuela existencialista que, varias décadas después, encontraría su auge en el
pensamiento europeo. Así estudió danés para leer directamente
a Søren Kierkegaard, a quien en sus
obras solía llamar, en su peculiar y cordial estilo, “hermano.”
Durante la guerra y a partir de
agosto de 1936, Unamuno comenzó a
tomar apuntes para un libro que no llegaría a escribir, y en el que plasma su
testamento político: El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre
la revolución y la guerra civil españolas.
Sus obras más puramente filosóficas
son:
·
Del Sentimiento
Trágico de la Vida (1912) y
·
La Agonía del Cristianismo (1925).
Para Unamuno el arte era un
medio de expresar las inquietudes del espíritu. Por ello, en la poesía y en la
novela, trata los mismos temas que había desarrollado en los ensayos: su
angustia espiritual y el dolor que provoca el silencio de Dios, el tiempo, y la
muerte.
Siempre se sintió atraído por los metros tradicionales y, si bien en sus
primeras composiciones procura eliminar la rima, más tarde recurre a ella.
Entre sus obras poéticas destacan: Poesías (1907), Rosario
de Sonetos Líricos (1911), El Cristo de
Velázquez (1920), Andanzas y
Visiones Españolas (1922), Rimas de Dentro(1923), Teresa.
Rimas de un Poeta Desconocido (1924), De Fuerteventura a París (1925), Romancero
del Destierro (1928) y Cancionero (1953).
Ya desde su primer libro, Poesías (1907), se perfilan
los temas que van a dominar en la poética unamuniana: el conflicto religioso,
la patria y la vida doméstica. Dedicó a la ciudad estas bellas palabras: “Salamanca, Salamanca, renaciente maravilla,
académica palanca de mi visión de Castilla.”
Tosco y prosista, nunca se le ha reconocido por versos armoniosos y
trabajados, sino por estrofas breves, castellanas y muy personales: en palabras
de Ramón Irigoyen, prologuista de Niebla en la edición
de El Mundo, Unamuno siempre
fue un “eyaculador precoz del verso,” haciendo referencia a su escaso
detenimiento en la revisión de sus poemas conclusos, en comparación con otros
poetas de la época, tales como Machado, o Juan Ramón Jiménez.
La obra dramática de Unamuno presenta su línea filosófica
habitual; de ahí que obtuviera un éxito más bien escaso. Temas como la
indagación de la espiritualidad individual, la fe como “mentira vital” y el
problema de la doble personalidad, son tratados en La Esfinge (1898), La Venda (1899) y El Otro (1932).
Actualiza la tragedia euripídea en Fedra (1918) y traduce la Medea (1933) de Séneca.
1. Es
esquemático, está despojado de todo artificio, y en él sólo tienen cabida los
conflictos y pasiones que afectan a los personajes. Ésta austeridad es influjo
de la tragedia griega clásica.
2.
Si los personajes y los conflictos aparecen desnudos,
la escenografía también se ve despojada de todo artificio. Es una escenografía simplificada al máximo.
3. Lo que
realmente le importa es presentar el drama que transcurre en el interior de los
personajes y, sin duda, de su interior.
Con la simbolización de las pasiones,
y la austeridad tanto de la palabra como escenográfica, el teatro unamuniano
entronca con las experiencias dramáticas europeas, y abre un camino a la
renovación teatral española, que será seguido por Ramón Valle-Inclán, Azorín y, más
tarde, Federico
García Lorca.
Obras
Teatrales
·
La Esfinge (1898)
·
La Venda (1899)
·
La Princesa Doña Lambra (1909)
·
La Difunta (1909)
·
El Pasado que Vuelve (1910)
·
Fedra (1910)
·
Soledad (1921)
·
Raquel Encadenada (1921)
·
Sombras de Sueño (1926)
·
El Otro (1926)
·
El
Hermano Juan o el Mundo es Teatro (1929)
Libros de Viajes
·
Por tierras de Portugal y España (1911)
·
Andanzas y Visiones Españolas (1922)
Unamuno
fue un auténtico epistológrafo. “Solía
escribir tres o cuatro cartas diarias, se podrían contabilizar unas cincuenta
mil misivas. Y solamente en la Casa de Unamuno hay veinte mil recibidas. Pero,
durante el franquismo, muchos se deshicieron de las cartas que les enviaba el
escritor por miedo…". La edición más reciente y completa de sus cartas
(2017), realizada por los hispanistas Colette y Jean-Claude
Rabaté, se
compone de ocho volúmenes (Epistolario. Salamanca: Ediciones Universidad
de Salamanca, 2017-) con 8000 páginas y cerca de 3000 cartas. (Wikipedia)
Niebla es una novela, o nivola, según la denomina su autor, escrita por Miguel de Unamuno en 1907 y publicada en 1914 por la Editorial
Renacimiento, que narra la historia de Augusto Pérez y el
problema existencial que vive al cuestionar su cotidianeidad, y al visitar a
Unamuno, quien le dice que es un ente de ficción.
Contexto Histórico y Social
Después de la muerte de Alfonso XII en 1885, España sufrió un
fuerte debilitamiento político desde que María Cristina, viuda del difunto
rey, subió al trono. Tanto los terratenientes conservadores como los liberales
defendieron los principios de la monarquía absoluta, se detonó una
cantidad importante de levantamientos campesinos en Puerto Rico y Cuba, los
últimos territorios americanos que aún se encontraban bajo el gobierno de la
Corona, lo cual abrió paso al movimiento armado conocido como Grito de Baire.
Estados
Unidos intervino Cuba basándose en el hundimiento del
acorazado “Maine” y en sus
intenciones de “proteger las vidas y
haciendas de los norteamericanos” así que, después del intento fallido de
España, de salvaguardar su colonia mediante una reforma que le otorgara a ésta
una autonomía muy acentuada en enero de 1898, en abril del mismo año, el
país norteamericano intervino en la contienda, y le declaró la guerra a la
Corona; para diciembre, después de un enfrentamiento que Laín Entralgo califica como
vergonzoso por sólo durar siete horas, y por el hecho de que el único muerto de
la contienda fuera el capitán del barco proveniente de Estados Unidos, debido a
un paro cardiaco, España firmó el Tratado de París, en el cual otorgó
la independencia a los cubanos y reconoció a Puerto Rico como posesión
estadounidense.
La situación de España como nación y como sociedad se complicó por estos
acontecimientos, su grandeza había sido mermada, y su declive frente a los
avances de los países vecinos, daba la apariencia de que estaba en su peor
momento, lo cual provocó desconcierto en su sociedad y un sentimiento de vacío
y carencia histórica. Esto despertó el interés y la participación de la
comunidad intelectual, que se fijó como objetivo que, por una parte, España
alcanzára al resto de naciones europeas en cuanto a sus avances científicos y
culturales, y, por otro lado, que los pobladores de esta región cultiváran un
nuevo concepto de patria, y también se movilizaran para fomentar un crecimiento
social.
Con
estas bases, aparecieron en la escena Joaquín Costa y el Regeneracionismo, movimiento por el cual aquél
buscaba la reconstrucción interna de España por medio de dos caminos
fundamentales: una reforma agraria que fuera efectiva, y que el pueblo fuera
instruido, que recibiera educación de calidad. En la búsqueda de ésta
recuperación, se creyó que la cultura era el único método por el cual la nación
entera podía progresar, pues “creían que
la transformación de España dependía de la extensión de los conocimientos”
y no de la solución de los problemas sociales.
Dentro de este grupo de intelectuales, nace un conjunto de escritores españoles con una nueva propuesta de institución, en la que hicieron uso del discurso literario para elevar críticas sobre tres temas principalmente: a la realidad española de ese momento, enfocada al modo de vida “civilizado” y “moderno” y la manera en la que los españoles la ponían en práctica; a la historia de España y las circunstancias de vida que se desprendieron a partir de ella; y a la peculiar psicología del hombre español. A este grupo se le ha nombrado la, Generación del 98, en la cual sus miembros se caracterizarían por criticarlo absolutamente todo; en ella se engloba a autores como: Antonio Machado, José Martínez Ruíz “Azorín”, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Ramón del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno.
Dentro de este grupo de intelectuales, nace un conjunto de escritores españoles con una nueva propuesta de institución, en la que hicieron uso del discurso literario para elevar críticas sobre tres temas principalmente: a la realidad española de ese momento, enfocada al modo de vida “civilizado” y “moderno” y la manera en la que los españoles la ponían en práctica; a la historia de España y las circunstancias de vida que se desprendieron a partir de ella; y a la peculiar psicología del hombre español. A este grupo se le ha nombrado la, Generación del 98, en la cual sus miembros se caracterizarían por criticarlo absolutamente todo; en ella se engloba a autores como: Antonio Machado, José Martínez Ruíz “Azorín”, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Ramón del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno.
Para inicios del siglo XX, el positivismo comenzó a perder fuerza
debido a que los principios que se habían asentado como verdades absolutas,
comenzaron a ponerse en duda; estos cuestionamientos se dieron en los ámbitos
filosófico e historiográfico, en los cuales se presentó una crisis epistemológica: los pensadores de la primera
disciplina, llegaron a la conclusión de que el hombre era completamente incapaz
de alcanzar la verdad y de conocer todo aquello que fuera válido
universalmente, y los de la segunda afirmaron que conocer la verdad absoluta
acerca de los hechos históricos era imposible de conseguir.
Con
estos cambios en el pensamiento intelectual, el realismo y el naturalismo también
perdieron fuerza después de ser el modelo novelesco por excelencia hasta
entonces. Los autores ya no estaban interesados por captar el exterior que
envolvía a los personajes, prefirieron enfocarse en la interioridad del
individuo, de ese sujeto que estaba en la búsqueda de su propia verdad, y que
intentaba comprender su realidad. Esta nueva narrativa recibió el nombre
de modernismo.
C. A.
Longhurst dice que el periodo modernista europeo se puede dividir en dos
etapas, donde la primera abarcaría desde la década de 1890 hasta la Primera
Guerra Mundial, y la segunda del término de ésta, al inicio de
la Segunda
Guerra Mundial, respecto a Europa, o hasta la Guerra Civil, en España.
En la primera fase, se puede apreciar la transformación de la novela realista y su cambio del enfoque externo (social), al interno (psicológico), estos cambios comenzados, principalmente, por Galdós y Pardo Bazán, se vieron afianzados por los escritores de la Generación del 98, que si bien no se separaron completamente del contexto social, sí negaron que éste fuera “el punto de referencia del individuo” pues los modernistas dejaron de considerar a la novela como una herramienta que permitía reflejar la sociedad, y prefirieron centrarla en la subjetividad.
En la primera fase, se puede apreciar la transformación de la novela realista y su cambio del enfoque externo (social), al interno (psicológico), estos cambios comenzados, principalmente, por Galdós y Pardo Bazán, se vieron afianzados por los escritores de la Generación del 98, que si bien no se separaron completamente del contexto social, sí negaron que éste fuera “el punto de referencia del individuo” pues los modernistas dejaron de considerar a la novela como una herramienta que permitía reflejar la sociedad, y prefirieron centrarla en la subjetividad.
Según la
clasificación de Longhurst, Niebla se sitúa en la segunda
etapa del modernismo junto a obras como Doña Inés de Azorín y Tirano
Banderas de Valle-Inclán. Como principales
características de estos escritos, se puede apreciar la atenuación del
argumento, una caracterización menos profunda de los personajes, y una mayor
flexibilidad en cuanto a la forma misma de la novela; ésta comienza a explorar
todas sus posibilidades por lo que se vuelve más lúdica y autorreferencial.
Augusto Pérez es una persona que tiene una vida muy rutinaria y
tranquila. Al verse afectado por el amor y por las pláticas que hace
frecuentemente con su amigo Víctor Goti, comienza a cuestionar cada uno de los
aspectos de su vida: se pregunta si alguien sabe lo que es amar, qué es vivir y
cuál es la finalidad de la existencia, entre otros temas. Esos pensamientos lo
consumen en el momento en el que su novia, Eugenia, huye con otro hombre
después de que él abandona a Rosario, una muchacha que le planchaba la ropa,
que le había jurado estar con él y quererle siempre.
Al verse
sin salida, decide buscar ayuda y se dirige a la casa de Miguel de Unamuno, un
reconocido escritor, con la idea de que podría decirle qué hacer. Los
resultados son inesperados cuando Unamuno se pronuncia su creador y le dice que
es un ente de ficción a quien, incluso, puede matar si lo desea. Augusto, en su
defensa, dice que quizá Unamuno también es el personaje “nivolesco” de alguien
más y que ese ente terminará con su vida cuando menos lo espere; y defiende su
existencia al mencionar que él volverá a vivir cada vez que alguien lea su
historia, mientras que el autor vasco, en cambio, no lo hará.
De esta
forma, Miguel de Unamuno intenta plasmar el encuentro de un creador con su
creación simulando la relación Dios-criatura; Niebla se
construye alrededor de este tema, mediante el desarrollo de conceptos como la
concepción de la vida y el destino.
Niebla está compuesta por treinta y tres capítulos que podrían
dividirse en tres secciones. La primera sería el momento en el que Augusto
conoce a Eugenia y comienza a cortejarla, ya que desde ese instante el
protagonista comienza a cuestionar qué es el amor, qué es la vida e idealiza la
imagen de su amada, de quien sólo conoce los ojos.
La segunda parte sería la que engloba la convivencia con Eugenia, las visitas frecuentes de Augusto a la casa de los tíos de ella y el desconcierto que tiene éste por sentirse enamorado de todas las mujeres en el mundo. Aquí, los cuestionamientos que hace Augusto sobre su forma de vivir se hacen mucho más profundos, Orfeo (su perro) comienza a fungir como su fuente de desahogo, y Víctor Goti le habla sobre la creación de la “nivola” y de lo miserable que es la vida de un momento a otro. Por último, la tercera parte se compone del engaño de Eugenia a Augusto al escapar con Mauricio, ya que esto propicia que el protagonista se sienta perdido y se dé la visita del protagonista con Miguel de Unamuno, personaje identificado con el autor del texto.
La segunda parte sería la que engloba la convivencia con Eugenia, las visitas frecuentes de Augusto a la casa de los tíos de ella y el desconcierto que tiene éste por sentirse enamorado de todas las mujeres en el mundo. Aquí, los cuestionamientos que hace Augusto sobre su forma de vivir se hacen mucho más profundos, Orfeo (su perro) comienza a fungir como su fuente de desahogo, y Víctor Goti le habla sobre la creación de la “nivola” y de lo miserable que es la vida de un momento a otro. Por último, la tercera parte se compone del engaño de Eugenia a Augusto al escapar con Mauricio, ya que esto propicia que el protagonista se sienta perdido y se dé la visita del protagonista con Miguel de Unamuno, personaje identificado con el autor del texto.
La descripción de los espacios no es muy extensa ni detallada, se podría
decir que la novela se desarrolla en la sala de la casa de los tíos de Eugenia,
en la casa de Augusto, en la casa de Miguel de Unamuno y en otros pocos lugares
donde los personajes hacen citas para encontrarse.
En
cuanto al tiempo, la narración es lineal y cuenta con un par de anacronías que
introducen narraciones independientes de ese mundo diegético.
Augusto Peréz: Hombre burgués que ha perdido a su madre
recientemente y, en consecuencia, vive en compañía de su ama de llaves y su
mayordomo. Se enamora de Eugenia y la pretende; mientras, también corteja a
Rosario y le ofrece escapar con ella. Suele preguntarse cuál es el sentido de
la vida y sentirse perdido en una niebla donde desconoce todo. Dialoga
constantemente sus devaneos con su perro Orfeo y con Víctor Goti; este último
lo contradice constantemente y eso produce que Augusto termine por alargar más
sus monólogos internos. Sus constantes
cuestionamientos existenciales lo llevan a la muerte, al enfrentarse con el
hombre que le ha dado una vida ficticia.
Víctor
Goti: Amigo más cercano de Augusto. Suele estar conforme con su vida, hasta
que su mujer se embaraza, y la relación entre ellos se vuelve tensa y
malhumorada. Está en contra de seguir las construcciones establecidas por la
sociedad y, para curarse un poco del tiempo libre, decide crear una forma
literaria llamada “nivola”, la cual tendría un poco que ver con la
novela tradicional en cuanto a su estructura, pero se distinguiría de ella al
estar formada mayoritariamente de diálogos. Constantemente califica los juicios
de Augusto como vanos y poco certeros, orillando a que su amigo tenga monólogos
más extensos. Finalmente, cuando su hijo nace, se siente pleno y satisfecho con
su vida cotidiana.
Miguel
de Unamuno: Un reconocido escritor español al que Augusto decide visitar cuando
ya no sabe qué decisiones tomar. Éste personaje se presenta como el autor de la
nivola de la vida de Augusto, y le asegura tener el poder de decidir qué sucede
con él. Cuando el protagonista le expone su plan de suicidarse, éste se burla y
le hace saber que es un ente de ficción, que no tiene poder de elección sobre
su existencia. A partir de ese momento, Augusto se asume como un personaje, e intenta
demostrarle al escritor que él también es un ente de ficción creado por Dios;
al notar esa rebelión, Unamuno lo condena a muerte.
Eugenia
Domingo Del Arco: Una mujer que trabaja como profesora de piano, a
pesar de odiar la profesión, con tal de pagar la hipoteca que ha adquirido a
partir de la enfermedad de su madre. Tiene una relación secreta con Mauricio e
intenta generar una con Augusto para conseguirle un trabajo a su novio; tiempo
después decide huir con su pretendiente y abandona a Augusto dejándole una nota
de disculpas donde le aconseja buscar a Rosario.
Mauricio: Novio de Eugenia.
Es un hombre que se apoya en su posición social para no buscar un trabajo y
vivir a expensas de lo que ella y otras mujeres pueden darle. Aconseja a
Eugenia para que enamore a Augusto y le saque dinero para que ellos puedan
casarse e irse a otra ciudad. Tiene un amorío con Rosario y se apoya en lo que
ella le cuenta para visitar a Augusto, golpearlo y burlarse de él.
Rosario: Es una muchacha
que lleva la ropa planchada a la casa de Augusto, quien la enamora cuando es
rechazado por Eugenia, y la abandona cuando ésta lo acepta. Tiene un amorío con
Mauricio y le cuenta las cosas que Augusto le había prometido.
Orfeo: Es un perro
hallado en una caja por Augusto. Acompaña a su dueño en cada soliloquio que
éste tiene acerca de sus conflictos intelectuales, y es el personaje que hace
el epílogo de la novela, donde lamenta que su amo nunca haya entendido el
sentido de la vida.
Domingo: Mayordomo de la
casa de Augusto.
Liduvina: Ama de llaves de
la casa de Augusto.
La Nivola
El término “nivola” es usado
por primera vez en el prólogo que Víctor Goti le hace a Niebla al decir, “Aparte de que este señor [Unamuno] saca a relucir en este libro, sea novela o nivola –y
conste que esto de la nivola es invención mía–” y después, el
mismo prologuista, afirma que Niebla pertenece a esa forma
cuando dice, “Yo no puedo prever ni la acogida que esta nivola obtendrá
de parte del público que lee a don Miguel…”. A partir de esto, la
crítica emplea ese término para referirse a esta obra.
Después, en el desarrollo de la
historia, Goti especifica los cambios de novela a nivola cuando
describe las características de ésta:
Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen,
sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces
su carácter será el de no tenerlo […] lo que hay
es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que
hablen mucho, aunque no digan nada […] Aunque,
por supuesto, todo lo que digan mis personajes, lo digo yo
Existe una cantidad considerable de
los estudios que los críticos han realizado para analizar la estructura y el
argumento de Niebla, algunos de
ellos, como Katrine Andersen, mencionan que en la obra se puede notar la
influencia de Kant, Hegel, Spencer, Spinoza, Schopenhauer y Kierkegaard porque
Augusto se siente perdido dentro de, justamente, una niebla que no le permite
saber hacia dónde va o qué es lo que debe hacer para que su vida tenga un
sentido.
Manuel García Serrano dice que el
protagonista de Niebla intenta construir su identidad, pero no
esa que se compone conforme al entorno y la convivencia, sino una individual y
que Unamuno permite la contemplación de
éste como concurrencia de dos factores: “que
uno ha hecho cosas, y que uno ha de hacerlas.”
Sergio Arlandis se interesa, por una
parte, en el trasfondo que guarda, Niebla sobre el afán de
salvación personal frente al no-ser, debido a que encuentra en ella un rasgo de
agonía existencial en la búsqueda de la trascendencia y, por otra parte, en la
problematización entre la razón y la fe, sobre la que dice, “entiendo que la propia razón contradice la aspiración de la
inmortalidad, pero es necesaria en cuanto que es la duda […] la que nos impulsa […] a la búsqueda de conocimiento.” Para
este autor, esa incertidumbre que genera la inmortalidad, origina el miedo a
no-ser, “y una renuncia a la conciencia
de ser-en-el-mundo en favor de una reinserción armónica en la Creación.”
Una de las primeras cuestiones en
las que coinciden algunos críticos, es la teoría de que Unamuno tenía un
estilo propio en sus escritos después de una fuerte crisis religiosa que
experimentó el autor en 1897 en la cual “quiso crear aquello
en lo que no creía” y de la cual se
tiene información debido a que su correspondencia fue recuperada casi en
totalidad, y gracias a eso pudo verse, en las cartas dirigidas a Clarín, una
constante referencia a este proceso.
Algunos aseguran que su postura se
inclina hacia el agnosticismo y otros deciden definirlo
completamente como ateo; pero, lo que es común entre estos
estudiosos, es la mención de la importancia que Unamuno le dio a la existencia
y al devenir humano, en la cual todos concuerdan. Se dice que este escritor
pasó la vida entera entre el ir y venir en el pensamiento religioso, incluso se
afirma que vivió con cierta angustia existencial, por lo cual deseaba poder
proyectársela a sus lectores, y que éstos vivieran los mismos cuestionamientos
que él.
Según dice Luis García Jambrilla, lo
que ha predominado en estos análisis son, “las
lecturas meramente temáticas y filosóficas, centradas fundamentalmente en el
problema de la personalidad, de la existencia y de la identidad individual”
en las obras de Unamuno, después, en frecuencia, se hallan las que se ocupan
por la estructura autoficcional de éstas y, hasta lo último,
las que están interesadas por las técnicas narrativas como la metaficción. Un
ejemplo de estos estudiosos interesados en el estudio metaficcional de Niebla es
Ana Dotras, quien hace un detallado análisis sobre la nivola y demuestra las
características que la englobarían dentro de ese modelo.
Dotras menciona que cuando Víctor
Goti describe la estructura de la nivola (que se supone que él
crea), suceden dos cosas, la primera es que también se presenta la forma
de Niebla por lo que este personaje puede ser el portavoz de
las ideas estéticas de Unamuno, y la segunda es que el lector experimenta un
extrañamiento que le genera la impresión de la obra que se crea a sí misma.
Gracias a esto, según menciona esta autora, Niebla permite que
el receptor sea también un co-creador del texto. Dotras relaciona lo dicho
anteriormente por los críticos de la filosofía existente dentro de esta novela
con la función metaficticia y dice:
Las conjeturas metafísicas en torno
a las relaciones entre Dios y sus criaturas se hacen por analogía a la relación
entre el autor-creador y sus personajes. El ser humano, como ente de ficción,
es el protagonista de la novela que escribe Dios. La dimensión existencial se
conecta de esta forma con la metaficticia, al sugerir la posibilidad del
carácter ficticio de la existencia humana, al identificar la vida con la ficción.
Ana Dotras
Niebla
de Miguel de Unamuno
A principios de siglo, Madrid, la bella capital de España, era una
ciudad tranquila y poética. Una mañana de llovizna, Augusto Pérez, joven
acaudalado que heredára una fortuna de su madre, se disponía a dar un paseo de caminata.
Era un sujeto solitario y soñador, y con paragüas en mano, pensó, “¿Qué rumbo tomaré? ¿Derecha o izquierda?”
Juguetónamente dejó al azar la ruta que tomaría. Augusto pensó, “Esperaré a que
páse un perrito y seguiré por donde él vaya.” Pero lo que cruzó fue una joven
cuya belleza lo paralizó.
Augusto pensó, “¡Qué mujer tan linda!¡Qué ojos!¡Sí, hasta parecen estrellas mellizas!” Sin darse cuenta, como imantado por su hermosura, fue tras ella, calle tras calle. Augusto pensó, “¡La seguiré hasta el fin del mundo!” No se detuvo hasta verla entrar en una casa donde la portera lo observó con ojos maliciosos. Augusto pensó, “Debo saber quién es esa señorita…¡Creo que me he enamorado a primera vista de ella!”
Augusto pensó, “¡Qué mujer tan linda!¡Qué ojos!¡Sí, hasta parecen estrellas mellizas!” Sin darse cuenta, como imantado por su hermosura, fue tras ella, calle tras calle. Augusto pensó, “¡La seguiré hasta el fin del mundo!” No se detuvo hasta verla entrar en una casa donde la portera lo observó con ojos maliciosos. Augusto pensó, “Debo saber quién es esa señorita…¡Creo que me he enamorado a primera vista de ella!”
Augusto sabia que el dinero logra aliados, así que se acercó a la
portera, y le obsequió un duro a la mujer, y así supo que la joven se llamaba
Eugenia. La mujer le dijo, “…vive aquí
con sus tíos, y es soltera.” Augusto le dijo, “Gracias, buena mujer. Aquí tiene otro duro, ¿Qué mas podría decirme de
ella?” La mujer le dijo, “Pues…que es
huérfana y se dedica a dar clases de piano para ayudarse.”
Augusto se alejó satisfecho, sin apartar de su mente a Eugenia,
pensando, “Le escribiré una carta
pidiéndole una entrevista! ¡Debo hablar con ella!”Regresó inmediatamente a
su casa, y su fiel sirviente se extrañó al verlo, quien dijo, “¿Tan pronto regresó el señorito?”
Augusto dijo, “¡Sí, Domingo. Tengo que
escribir una carta!” A continuación llegó Liduvina, su criada sirviente y
dijo, “¿No quiere almorzar primero,
señorito?” Augusto le dijo, “¡No,
no…mi carta es más importante que comer ahora!¡Me encerraré en la biblioteca y
que nadie me moleste!” Augusto comenzó a redactar su carta, “Señorita Eugenia: Ésta misma mañana cruzó
usted por mi casa como una aparición fortuita. Necesito verla, hablarle,
decirle muchas cosas. ¿Me lo concederá usted? Sumido en la niebla de mi vida,
esperaré su respuesta.”
Metió la carta en un sobre y después de guardársela en el bolsillo, salió a la calle. La llovizna había cesado. Augusto pensó, “¡Yo mismo la entregaré…se la daré a la portera para que la ponga ahora mismo en manos de ‘mi’ Eugenia!” Augusto iba de prisa, divagando en la damisela de ojos de lucero, pensando, “¡Es la mujer de mis sueños…la que tanto he buscado!” Su propia emoción le provocó una especie de niebla espiritual que le impidió darse cuenta que se cruzaba con Eugenia, quien iba a dar una de sus clases de piano. Ella sí se había fijado en él y se extrañó, pensando, “Es el joven que en la mañana me siguió hasta la casa. ¡Pero ahora ni me vio, qué distraído es!¿A dónde irá?”
Metió la carta en un sobre y después de guardársela en el bolsillo, salió a la calle. La llovizna había cesado. Augusto pensó, “¡Yo mismo la entregaré…se la daré a la portera para que la ponga ahora mismo en manos de ‘mi’ Eugenia!” Augusto iba de prisa, divagando en la damisela de ojos de lucero, pensando, “¡Es la mujer de mis sueños…la que tanto he buscado!” Su propia emoción le provocó una especie de niebla espiritual que le impidió darse cuenta que se cruzaba con Eugenia, quien iba a dar una de sus clases de piano. Ella sí se había fijado en él y se extrañó, pensando, “Es el joven que en la mañana me siguió hasta la casa. ¡Pero ahora ni me vio, qué distraído es!¿A dónde irá?”
Minutos después Augusto le daba la carta a Margarita, la portera. Ella
sonrió, y dijo, “¡Si hubiera venido hace
unos momentos, se hubiera topado con ella, porque acaba de salir!” Augusto
dijo, “¡Qué lástima, de haberlo sabido!”
Margarita agregó, “Pero no se preocupe,
yo le daré su carta, aunque le anticípo que la señorita tiene novio.”
Augusto se alteró, y dijo, “¿Novio de
planta?¡Quiero decir si es ‘Novio Oficial’…si ya está comprometida!”
Margarita le dijo, “Tanto así no, porque
es una muchacho sin oficio ni beneficio que no tiene fortuna. En cambio
usted…se nota que es de buena posición.” Augusto le dijo, “Tengo mi fortuna, no lo niego y lucharé por
Eugenia hasta vencer.” Margarita le dijo, “¡Ojalá y que le corresponda, porque el otro no se la merece!”
Ilusionado, poco después Augusto se reunió en el club con Víctor, su
único amigo y confidente, con el que todas las tardes jugaba al ajedrez, y le
ganaba; pero ahora… Augusto decía, “¡Tiro!¡Muevo
mi Alfil!” Víctor le dijo, “¡Pues te
cómo este caballo! Hoy estas muy distraído, Augusto. ¿Qué te pasa?” Augusto
le dijo, “¡Estoy enamorado, eso es lo que
sucede!” Víctor le preguntó, “¿Pero
de quien, amigo mío?” Augusto le dijo, “¡De
Eugenia del Arco, la profesora de piano más hermosa de todo Madrid!” Víctor
aprovechó, y dijo, “¡Pues Jaque Mate al
Rey!” Augusto dijo, “¡Pues qué
distracción la mía!” Víctor le dijo, “La
niebla que cubre tu mente por ese loco amor hacia la pianista, te hizo perder,
y si no tienes cuidado con tu corazón, esa hermosa joven te hará perder mucho
mas.”
Poco después, Augusto salió del club, sin poder apartar de su
pensamiento, a la bella Eugenia, cuya imagen parecía flotar ante sus ojos.
Augusto pensó, “Víctor me dijo que me
cuidára…que podía perder más por ese loco amor…¡Pero no me importa, porque por
Eugenia del Arco, con gusto perdería mi propio vida¡” Ya en su casa llamó a
Domingo, su valet, con el que a veces jugaba a las cartas. A falta de
parientes, Augusto lo estimaba como si fuera tío suyo. Sentados frente a frente
escondiendo sus cartas, Augusto dijo, “Salgo
con veinte de copas; pero dime, Domingo, ¿Y si yo me casára?”
Domingo le dijo, “¡Muy bien hecho señorito!” Liduvina, la sirviente hizo acto de presencia, y dijo, “Pero todo depende, señorito, porque es fácil casarse; pero no lo es ser casado, ya que no siempre se es feliz con la mujer elegida.” Augusto dijo, “¡Yo he sabido elegir, mi esposa tocará el piano!” Domingo dijo, “¿Y para qué demonios sirve eso, señorito?” Augusto dijo, “Pues… para la armonía.” Liduvina dijo, “¿‘Armonía’? ¿Con qué se come eso?” Augusto le dijo, “Mejor cállate Liduvina, tú solo piensas en la comida. Y ya que hablamos de eso, ve a preparar la cena.” Liduvina dijo, “¡Al momento, señor!”
Domingo le dijo, “¡Muy bien hecho señorito!” Liduvina, la sirviente hizo acto de presencia, y dijo, “Pero todo depende, señorito, porque es fácil casarse; pero no lo es ser casado, ya que no siempre se es feliz con la mujer elegida.” Augusto dijo, “¡Yo he sabido elegir, mi esposa tocará el piano!” Domingo dijo, “¿Y para qué demonios sirve eso, señorito?” Augusto dijo, “Pues… para la armonía.” Liduvina dijo, “¿‘Armonía’? ¿Con qué se come eso?” Augusto le dijo, “Mejor cállate Liduvina, tú solo piensas en la comida. Y ya que hablamos de eso, ve a preparar la cena.” Liduvina dijo, “¡Al momento, señor!”
Después de cenar, Augusto entró en su dormitorio. Mirando con tristeza
la cama, pensado, “Una noche más dormiré
solo.” A continuación, Augusto se sentó en la cama y se ilusionó con
alegría, pensando, “¡Pero será por muy
poco tiempo, porque pronto compartirá mis sueños!” Augusto se recostó y pensó,
“¡Oh, mi bella Eugenia, hoy soñaré
contigo!¡Y tú también sueña conmigo!” Obsesionado con la hermosa joven,
soñó que la tenía en sus brazos…ella, feliz de ser amada…En el sueño, Augusto
le decía, “¿Me amas?” Eugenia
contestaba, “¡Con toda mi alma, Augusto
mío!” Vibrante de emoción, Augusto tomó su labios tiernos y rojos como
amapolas…
Al día siguiente, apenas hubo almorzado, Augusto corrió a casa de
Eugenia; pero se detuvo al verla salir. Augusto pensó, “¡Ella!” Se quedó paralizado
de emoción, pensando, “¡Es ‘mi’ Eugenia!”
Augusto la siguió, pensando, “¡Va en
sentido opuesto, debo alcanzarla y hablarle!” Pero el buen juicio y las
costumbres de aquella época lo detuvieron. Augusto pensó, “Además, está mi carta. Lo más prudente es ver si la portera me tiene
contestación.” Augusto regresó a la casa de Eugenia, solo para escuchar las
palabra de la portera, diciendo, “No, no
tengo ninguna respuesta, joven…Mi niña Eugenia no me dijo nada después de leer
su carta.” Augusto titubeó, y dijo, “Pero…¿Nada
nada le comentó de verdad? ¡Por favor, necesito saber lo que sea!”
Margarita la portera le dijo, “Bueno pues…sí. ¡Sí me dijo algo!” Augusto dijo, “¿Qué fue? ¡Dígamelo ya por amor de Dios!” Margarita le dijo, “Pues que si volvía usted por acá, le explicára que tiene novio y que está comprometida.” Augusto le dijo, “Pero usted me comentó que ese muchacho era un ‘don nadie’ que no se la merecía y que no había nada serio entre ellos.” Margarita le dijo, “Así es…pero mi niña Eugenia lo quiere mucho, aunque sus tíos se enojen.” Augusto dijo, “¡Pues si ese jovenzuelo no es bien visto en ésta casa, lucharé! ¡Lucharé por el amor de ‘mi’ Eugenia hasta vencer o morir!” Margarita dijo, “Pues que sea hasta vencer porque si se muere, de nada le servirá.”
Margarita la portera le dijo, “Bueno pues…sí. ¡Sí me dijo algo!” Augusto dijo, “¿Qué fue? ¡Dígamelo ya por amor de Dios!” Margarita le dijo, “Pues que si volvía usted por acá, le explicára que tiene novio y que está comprometida.” Augusto le dijo, “Pero usted me comentó que ese muchacho era un ‘don nadie’ que no se la merecía y que no había nada serio entre ellos.” Margarita le dijo, “Así es…pero mi niña Eugenia lo quiere mucho, aunque sus tíos se enojen.” Augusto dijo, “¡Pues si ese jovenzuelo no es bien visto en ésta casa, lucharé! ¡Lucharé por el amor de ‘mi’ Eugenia hasta vencer o morir!” Margarita dijo, “Pues que sea hasta vencer porque si se muere, de nada le servirá.”
Cabizbajo y afligido por el contratiempo de que su amada tuviera otro
amor, llegó a la alameda, y pensó, “¡Si
mi madre viviera me aconsejaría!” Su padre había fallecido cuando él era
pequeño. Augusto pensó sobre su padre, “¡De
él ni me acuerdo! Pero de mamá si, cuando me decía que me casara con una mujer
buena.” Augusto recordó las palabras de su madre, como si estuviera
presente, “¡Elígela bien, hijo…que sea
una señorita noble, aunque no sea muy bonita, porque las mujeres bonitas causan
muchas penas a los hombres!” Un lastimero quejido interrumpió sus
pensamientos.
Era un perrito lanudo y vagabundo, que se acababa de acercar a él. Augusto lo acarició, diciendo, “¡Pobrecito perrito!¿Por qué lloras?” Augusto lo levantó y lo puso entre sus piernas, diciendo, “Pero si casi eres un recién nacido. Deben haberte abandonado aquí para que murieras. ¡Qué gente tan mala!” Y se lo llevó, diciendo, “¡Me lames la mano, debes tener hambre!” Al llegar a su casa ordenó a Liduvina que preparára una mamila con leche, y él mismo lo alimentó, diciendo, “¡Anda, Orfeo, come hasta hartarte!” Liduvina le dijo, “¿Orfeo?¿Porque le puso así, señorito?” Augusto le dijo, “¡Qué sé yo, así se me ocurrió y así se llamará! ¡Orfeo!”
Era un perrito lanudo y vagabundo, que se acababa de acercar a él. Augusto lo acarició, diciendo, “¡Pobrecito perrito!¿Por qué lloras?” Augusto lo levantó y lo puso entre sus piernas, diciendo, “Pero si casi eres un recién nacido. Deben haberte abandonado aquí para que murieras. ¡Qué gente tan mala!” Y se lo llevó, diciendo, “¡Me lames la mano, debes tener hambre!” Al llegar a su casa ordenó a Liduvina que preparára una mamila con leche, y él mismo lo alimentó, diciendo, “¡Anda, Orfeo, come hasta hartarte!” Liduvina le dijo, “¿Orfeo?¿Porque le puso así, señorito?” Augusto le dijo, “¡Qué sé yo, así se me ocurrió y así se llamará! ¡Orfeo!”
Los días pasaron y el cachorrito crecía, y se convirtió en el
inconsciente confidente de los secretos de amor de su amo. Teniendo al perrito
entre sus brazos, le dijo, “¡Tengo que
luchar por Eugenia, Orfeo!¿Qué me aconsejas?” Le hablaba haciéndose la
ilusión de que el animalito lo comprendía, “Tiene
novio, pero la portera me aseguró que era un bueno para nada…Y yo no permitiré
que un sujeto sin fortuna me gane a la mujer que amo. ¿Qué me dices tú, Orfeo?”
Augusto tomó la decisión de rondar su casa paseándose
frente al número 58 de la avenida de La Alameda, que era donde Eugenia vivía,
pensando, “Estaré aquí hasta que la vea
salir a dar sus clases de piano y entonces la abordaré.” Enseguida, miró a
una mujer abrir la ventana del segundo piso, y sacar una jaula de ave, y pensó, “¿Pero quién será esa señora que saca ese
canario?” Al colocar la jaula, el clavo se safó, y la mujer exclamó, “¡Ay, mi ‘Pichín’!”
En ese momento, Augusto se abalanzó, pensando, “¡Se matará!¡Tengo que salvarlo!” Augusto alcanzó a capturar la jaula, y dijo, “¡Lo logré!” La mujer exclamó desde arriba, “¡Mi ‘Pichín’!” Augusto le dijo, “¡No se asuste, señora! ¡No le pasó nada!” La dama bajó las escaleras y abrió la puerta principal. Para su fortuna, era la tía de Eugenia quien agradecida por haber salvado a su canario, lo hizo entrar. “¡Pase usted, caballero, ésta es su casa!” Augusto se quitó el sombrero y dijo, “¡Gracias distinguida señora!”
En ese momento, Augusto se abalanzó, pensando, “¡Se matará!¡Tengo que salvarlo!” Augusto alcanzó a capturar la jaula, y dijo, “¡Lo logré!” La mujer exclamó desde arriba, “¡Mi ‘Pichín’!” Augusto le dijo, “¡No se asuste, señora! ¡No le pasó nada!” La dama bajó las escaleras y abrió la puerta principal. Para su fortuna, era la tía de Eugenia quien agradecida por haber salvado a su canario, lo hizo entrar. “¡Pase usted, caballero, ésta es su casa!” Augusto se quitó el sombrero y dijo, “¡Gracias distinguida señora!”
En la sala estaba su esposo, Don Fermín. La mujer
dijo, presentando a Augusto, “¡El
caballero salvó a mi ‘Pichín’!” Don Fermín dijo, “¿Lo salvó?¿Cómo está eso?” La mujer explicó, “¡Se cayó la jaula y evitó que se estrellára en el piso!” Augusto
se presentó, inclinándose, “¡Augusto
Pérez Rovirosa, para servirle, señor!” Don Fermín estrechó su mano, y dijo,
“¿Es hijo de Doña Soledad?” Augusto
dijo, “¡El mismo!” La mujer dijo, “¡Pero si fue una gran amiga mía, una viuda
ejemplar!” Augusto dijo, “Esa fue mi
madre y para serle sincero, rondaba yo la casa de ustedes. ¡Tienen una sobrina
encantadora!” La mujer dijo, “¡Bienvenido,
caballero, las puertas de ésta casa están abiertas para usted, el hijo de mi
gran amiga soledad!”
Don Fermín dijo, “Y usted nos ayudará a quitarle el capricho que se le ha metido a Eugenia, de andar con un joven sin fortuna…” La mujer dijo, “¡Desde hoy, usted es mi candidato para casarse con ella!”Augusto dijo, “¡Gran honor para mí, señora! ¿Podría llamara para presentarme?” La dama dijo, “No está en éste momento…fue a dar una clase de Piano. ¡Pero usted puede volver cuantas veces pueda!” Augusto dijo, “¡Y volveré, se lo júro!”
Don Fermín dijo, “Y usted nos ayudará a quitarle el capricho que se le ha metido a Eugenia, de andar con un joven sin fortuna…” La mujer dijo, “¡Desde hoy, usted es mi candidato para casarse con ella!”Augusto dijo, “¡Gran honor para mí, señora! ¿Podría llamara para presentarme?” La dama dijo, “No está en éste momento…fue a dar una clase de Piano. ¡Pero usted puede volver cuantas veces pueda!” Augusto dijo, “¡Y volveré, se lo júro!”
Augusto se fue feliz, silbando de alegría, pensado en
que tenia la batalla ganada al estar de su parte los tíos de la chica que
amaba. Ya en su casa, habló con su perrito. “¡Entré
en su hogar, Orfeo, y sus tíos están de mi lado!” El perrito ladraba.
Augusto lo tomó en sus brazos y le dijo, “¿Te
das cuenta?¡Pronto seré su novio y prometido!”
Qué lejos estaba de la verdad. En esos momentos,
Eugenia había sido puesto al tanto de lo sucedido y fruncía el ceño. La tía le
dijo, “¿Te disgusta que Augusto te
corteje?” Eugenia dijo, “¡Sí, me
enfurece!” la tía le dijo, “No
entiendo porqué. ¡Es un joven guapo, muy educado y sobre todo, rico!¡Muy rico,
Eugenia!” Eugenia dijo, “¡Pues que se
quede con su dinero, porque yo no me vendo!¡Para eso trabajo!” La tía le
dijo, “¿Pero quién habla de venderte,
muchachita?” Eugenia dijo, “¡Pues
como sea, ese caballero Augusto no me interesa, que para eso tengo a mi
Mauricio!” La tía dijo, “¡Un bueno
para nada; pero ya recapacitarás!” Eugenia dijo, “¡Eso está por verse!”
Días después Augusto regresó. Sabiéndolo rico, lo
atendieron de maravilla, sirviéndole té y galletas, a la vez que le hablaban
del infortunio de su sobrina Eugenia. La tía explicó, “Los padres de mi adorada sobrina, fallecieron dejando hipotecada su
casa. Una casa enorme de la que no recibe rentas mi sobrina, y tiene que
trabajar dando clases de piano con el fin de recuperarla.” Don Fermín
agregó, “Cosa que le será imposible, con
lo poco que gana.” Enseguida la tía exclamó, “Oigo sus pasos, llega de dar clases.” Don Fermín dijo, “Ahora podrá usted charlar con ella.”Al
verla entrar, Augusto se puso muy nervioso. Al verla, Augusto pensó, “¡Dios mío, qué bella es…que ojos!”
Eugenia saludó, “Buenas tardes.”
A
continuación, la tía dijo, “¡Él es
Augusto Pérez Rovirosa, de quien ya te conté y ahora le comunicamos todo lo
tuyo!” Eugenia dijo, alterada, “¿Todo?¿También
lo de la hipoteca de mi casa?” Augusto dijo, “Así es, señorita, pero créame que ha sido sin mala intensión.” Eugenia
dijo, “¿Pero de que se trata esta
visita?” La tía dijo, “Se trata de
que el caballero desea conocerte para luego…bueno, tu sabes…pretende tu mano y
nosotros estamos de acuerdo.” Eugenia lo barrió con la vista, con
desprecio, y dijo, “Sepa usted caballero,
que lo están engañando porque a mí no me interesa ‘conocerlo’ a usted. Y ahora
me retiro.”
Al irse Eugenia, Augusto se sintió mal. Don Fermín le
dijo, “Ánimo, amigo. A una mujer como mi
sobrina hay que ganársela.” La tía dijo, “No entiendo su desaire, pero no por eso va usted a ceder en su
pretensiones, ¿verdad?” Augusto se levantó de su sillón y dijo, “¡Claro que no, porque ahora me gusta más!” Decidido
a conquistarla, al volver a su casa habló con su perro. “¡Lucharé por ella, Orfeo, a brazo partido!” Augusto tomo al
perrito en sus brazos, sobre sus piernas y dijo, “¡Ah, si la conocieras también te enamorarías de Eugenia! Pero antes de
volver con ella, debo hacer algo que la haga amarme; pero…¿qué puedo hacer?”
Al día siguiente, Eugenia llego a buscar a Mauricio al
cuartucho donde vivía con una tía suya. Al verla, la señora salió. Eugenia dijo,
“No podernos seguir así, Mauricio,
después de lo que pasó ayer en casa de mis tíos.” Mauricio le dijo, “¿Te refieres a ese tal Augusto que te
pretende?” Eugenia dijo, “¡Sí, a él,
mis tíos quieren metérmelo por los ojos!” Mauricio le preguntó, “¿Y a ti no te gusta?” Ella le dijo, “¡No, no, para mí no hay nadie más que tú,
y si necesario que nos casemos de una vez! Viviremos de mis clases de música,
hasta que te decidas a no andar nada mas de holgazán.”
Mauricio le dijo, “Sí he buscado trabajo pero no lo encuentro…” Eugenia le dijo, “Eso dices siempre pero no es cierto y así no podremos casarnos. Las mujeres no podemos esperar…no somos como los hombres.”Al hacer ese comentario, Eugenia lo atrajo pasionalmente para comunicarle su calor de hombre. Mauricio le dijo, “No es necesario que nos casemos para que tú y yo gocemos como marido y mujer, nena.” Pero Eugenia se deshizo de él, diciendo, “¡Suéltame, no seré tuya ni de nadie sin que me lleve al altar. Y será mejor que encuentres pronto trabajo o de lo contrario…” Eugenia se levantó de la cama y Mauricio le dijo, “¿De lo contrario qué?” Eugenia le dijo, “¡De lo contrario ya podrás imaginarte lo que haré!” En ese momento llegó la tía de Mauricio, y dijo a Eugenia, “¿Te vas ya?”
Eugenia dijo enojada, “¡Sí, ahí se queda su sobrino y dígale que se resuelva de una vez o no respondo!” Eugenia se fue desilusionada y herida, sin saber porque no podía arrancarse del corazón a aquel holgazán, y pensó, “¡Lo amo con todas mis fuerzas a pesar de lo que es!”
Mauricio le dijo, “Sí he buscado trabajo pero no lo encuentro…” Eugenia le dijo, “Eso dices siempre pero no es cierto y así no podremos casarnos. Las mujeres no podemos esperar…no somos como los hombres.”Al hacer ese comentario, Eugenia lo atrajo pasionalmente para comunicarle su calor de hombre. Mauricio le dijo, “No es necesario que nos casemos para que tú y yo gocemos como marido y mujer, nena.” Pero Eugenia se deshizo de él, diciendo, “¡Suéltame, no seré tuya ni de nadie sin que me lleve al altar. Y será mejor que encuentres pronto trabajo o de lo contrario…” Eugenia se levantó de la cama y Mauricio le dijo, “¿De lo contrario qué?” Eugenia le dijo, “¡De lo contrario ya podrás imaginarte lo que haré!” En ese momento llegó la tía de Mauricio, y dijo a Eugenia, “¿Te vas ya?”
Eugenia dijo enojada, “¡Sí, ahí se queda su sobrino y dígale que se resuelva de una vez o no respondo!” Eugenia se fue desilusionada y herida, sin saber porque no podía arrancarse del corazón a aquel holgazán, y pensó, “¡Lo amo con todas mis fuerzas a pesar de lo que es!”
Augusto dejo pasar un tiempo antes de volver a casa de
Eugenia…fueron muchos días que vio correr triste y sombríos…Cuando al fin desidió
ir, lo hizo llevando un ramo de flores que ella tomó con ternura, diciendo, “¡Son muy bellas, se lo agradezco!”
Augusto le dijo, “Mas bella es usted,
Eugenia.” Eugenia estaba conmovida, pero también apenada por su noble
pretendiente, y dijo, “No quiero engañarlo,
Don Augusto…tengo novio.” Augusto dijo, “Lo
sé.” Eugenia dijo, “¿Se lo dijeron
mis tíos?” Augusto dijo, “No, pero lo
sé. ¿Lo quiere usted mucho?” Eugenia le dijo, “¡Vaya una pregunta! Claro que lo quiero y pienso casarme con él.” Augusto
sintió como un espadazo en pleno corazón, y dijo, “¿Entonces…?” Eugenia dijo, “Usted
y yo solo podemos ser buenos amigos.” Augusto dijo, “ ‘Buenos Amigos’…sí, sí…solo podemos ser buenos amigos.”
Momentos después llegaron de la calle los tíos de
Eugenia. Eugenia dijo, “¡Vino el joven
Augusto a visitarnos y charlábamos mientras ustedes llegaban!” La tía dijo,
“¡Me parece muy bien, hija!” Don
Fermín dijo, “¿Cómo está usted, Don
Augusto?” Augusto dijo, “Pues…bien,
Don Fermín.” Eugenia dijo, “Yo los
dejo, tengo cosas que hacer en mi cuarto.” La tía dijo, “Ve, hija.” Augusto la vio retirarse sintiéndose desdichado,
pensando, “¡Ni siquiera se despidió de
mi!” Cuando Eugenia se fue, Doña Hermelinda le pregunto ansiosa, “¿Cómo va eso, joven Augusto?” Augusto
dijo, “¿‘Eso’?¿A qué se refiere usted?”
Doña Hermelinda le dijo, “¡A la conquista
de mi sobrina, naturalmente!” Augusto le dijo, “Pues…‘Eso’ va muy mal…me comunicó que tiene novio, y que piensa
casarse con él.” Doña Hermelinda dijo, “¿Cómo?¿Despreciarlo
a usted?¡Esa chiquilla boba no sabe lo que hace!”
Don Fermín agregó, “¿No te lo decía yo, Hermelinda? ¡Esa muchacha está loca!” Doña Hermelinda dijo, al notar la tristeza de Augusto, “¡Pues no le permitiremos que cometa la tontería de casarse con un mequetrefe” Don Fermín agregó, “¿Qué opina usted, Don Augusto?” Augusto dijo, “Que no se puede hacer nada…se trata de su felicidad y nuestro deber es sacrificarnos porque lo consiga.” La tía Hermelinda se desconcertó al oírlo hablar así, y dijo, “¿Pero usted, Don Augusto…?¿Qué será de usted?”
Augusto dijo, “También me sacrificaré por la felicidad de sus sobrina, porque mi felicidad consiste en que ella sea dichosa.” Augusto se levantó del sofá, y dijo, “¡He decidido ayudarla pagando la hipoteca de la casa que le dejaron sus padres, para que reciba sus rentas y pueda casarse bien!” Hermelinda era la más asombrada, y dijo, “¿Será capaz de tal sacrificio?” Augusto dijo, “¡Lo soy y es demostraré cumpliendo lo que acabo de decirles!” A continuación, Augusto se despidió, e inclinándose dijo, “Y ahora me voy, ¡Buenas tardes!” Don Fermín le dijo, “Buenas tardes, Don Augusto.” Y Doña Hermelinda, “Que la pase usted bien.”
Don Fermín agregó, “¿No te lo decía yo, Hermelinda? ¡Esa muchacha está loca!” Doña Hermelinda dijo, al notar la tristeza de Augusto, “¡Pues no le permitiremos que cometa la tontería de casarse con un mequetrefe” Don Fermín agregó, “¿Qué opina usted, Don Augusto?” Augusto dijo, “Que no se puede hacer nada…se trata de su felicidad y nuestro deber es sacrificarnos porque lo consiga.” La tía Hermelinda se desconcertó al oírlo hablar así, y dijo, “¿Pero usted, Don Augusto…?¿Qué será de usted?”
Augusto dijo, “También me sacrificaré por la felicidad de sus sobrina, porque mi felicidad consiste en que ella sea dichosa.” Augusto se levantó del sofá, y dijo, “¡He decidido ayudarla pagando la hipoteca de la casa que le dejaron sus padres, para que reciba sus rentas y pueda casarse bien!” Hermelinda era la más asombrada, y dijo, “¿Será capaz de tal sacrificio?” Augusto dijo, “¡Lo soy y es demostraré cumpliendo lo que acabo de decirles!” A continuación, Augusto se despidió, e inclinándose dijo, “Y ahora me voy, ¡Buenas tardes!” Don Fermín le dijo, “Buenas tardes, Don Augusto.” Y Doña Hermelinda, “Que la pase usted bien.”
Resignado a perder a Eugenia, Augusto pagó la hipoteca
de la casa y sintió que el tiempo pasaba lentamente. No tardó mucho tiempo en
que Liduvina le anunciara: “Acaba de
legar la chica del planchado, señorito, ¿Quiere usted revisar su ropa?”
Augusto dijo, “Sí, que pase.” Era una
linda muchachita, que en silencio estaba enamorada del joven acaudalado. La
muchachita entró una pila de ropa planchada y dijo, “Buenas tardes, Don Augusto…¿Cómo está usted?” Augusto le dijo, “Bien, Rosario. ¿Y tú estás bien?” Ella le
dijo, “Sí, pero usted se ve mal…lo veo
muy triste. ¿Está enfermo?” Augusto le dijo, “Tal vez. Pero mi enfermedad es del corazón.” Ella le dijo, “¿Cómo?¿Del corazón?¡No me diga que va a
morirse!” Augusto le dijo, “No
chiquilla, no voy a morirme, pero tú te has sonrojado, ¿Qué te sucede?”
Ella dijo, bajando la mirada, “A mí, nada, solo que…me preocupa lo que a usted le suceda.” Augusto le dijo, “¿Y porque te preocúpo?¿Acaso te interesa mi persona? A ver a ver, acércate más…” Rosario temblaba de emoción ante la cercanía del hombre amado. Augusto le dijo, “¿Sabes que eres muy bonita? He sido un tonto con una niebla cubriéndome los ojos.” Enseguida, Augusto se retiró hacia la ventana del salón y dijo, “¿Sabes que sufro por una tonta mujer que no me ama y que me ha hecho sufrir?” Rosario le dijo, “¿Usted e atormenta por una tonta mujer?¡Oh, Dios, y yo que…que…” Sus ojos se humedecieron en lagrimas. Augusto dijo, “¿Tú qué, Rosario, hermosa criatura?” Augusto la tomó entre sus hombros y Rosario le dijo, “¡Que yo lo ámo y usted sufriendo por otra!” Augusto le dijo, “¿Tú amarme?¿Pero es verdad eso?¡Y lloras!”
Ella dijo, bajando la mirada, “A mí, nada, solo que…me preocupa lo que a usted le suceda.” Augusto le dijo, “¿Y porque te preocúpo?¿Acaso te interesa mi persona? A ver a ver, acércate más…” Rosario temblaba de emoción ante la cercanía del hombre amado. Augusto le dijo, “¿Sabes que eres muy bonita? He sido un tonto con una niebla cubriéndome los ojos.” Enseguida, Augusto se retiró hacia la ventana del salón y dijo, “¿Sabes que sufro por una tonta mujer que no me ama y que me ha hecho sufrir?” Rosario le dijo, “¿Usted e atormenta por una tonta mujer?¡Oh, Dios, y yo que…que…” Sus ojos se humedecieron en lagrimas. Augusto dijo, “¿Tú qué, Rosario, hermosa criatura?” Augusto la tomó entre sus hombros y Rosario le dijo, “¡Que yo lo ámo y usted sufriendo por otra!” Augusto le dijo, “¿Tú amarme?¿Pero es verdad eso?¡Y lloras!”
Con ternura, como si se tratara de una criatura,
Augusto la sentó en sus piernas, y le dijo, “Haremos
un pacto: Tú dejaras de llorar y yo me olvidaré de…de esa mujer. ¿Aceptas?” Rosario
dijo, “¡Sí, sí!” Augusto le tomó su
barbilla y le dijo, “Pero debes olvidarme
a olvidarla.” Ella le preguntó, “¿Y
cómo lo haré, señorito Augusto?” Augusto le dijo, “¡Soñando conmigo el mismo sueño!” Rosario le dijo, “¡Pero para soñar juntos tendríamos que…que
dormir también juntos!” Augusto le dijo, “Y eso haremos: ¡Dormir juntos! Pero no te asustes, que voy a quererte
mucho…¡Muchísimo, Rosario!” Rosario le dijo, “¿Y a ‘esa’ mujer, dejará usted de amarla?” Augusto le dijo, “Ya no sé si la quiero o no; pero tú me
ayudarás a olvidarla. ¿Aceptas?” Rosario dijo, “¡Sí, acepto!¡Por usted haré cualquier sacrificio!”
Más tarde Augusto se acostó con cierta inquietud.
Estando recostado en su cama, acarició a su perro y dijo, “¡Ay, Orfeo, esto de dormir solo es un martirio, pero ya pronto seremos
dos en esta cama!” Augusto agregó, “Mejor
dicho, seremos ‘tres’ contigo. ¿Qué te parece la idea?” El animalito no le
entendía, pero Augusto se hacia la ilusión de ser comprendido por su fiel
compañero. Augusto dijo, “Es una pena que
no puedas hablar.” El animalito ladró, “¡GUAU,
GUAU!” Augusto lo tomó y dijo, “Pero
ese ‘Guau Guau’ me indica que estás de acuerdo conmigo. ¡Gracias amigo!”
No pasaron muchos días cuando Eugenia fue a ver a
Augusto furiosa. “¡Ya me enteré que pagó
usted la hipoteca de mi casa, pero si cree comprarme con esto, se equivoca
porque yo no me vendo!”
Augusto le dijo, “¡Pero si solo he querido ayudarla para que sea feliz recibiendo sus rentas y tenga más comodidad dejando de trabajar!¡La casa es suya, se la regalo!” Eugenia le dijo, “¡No la quiero, quédese con ella y haga lo que quiera! ¡Yo continuare dando mis clases y haré que mi novio trabaje y nos casaremos!¿Lo oyó usted?¡Me casaré con Mauricio y usted no vuelva a molestarme!” Eugenia se fue dejándolo temblando de coraje, fuera de sí…con una espesa niebla cubriéndole el alma. Augusto pensó, “¡Que se vaya…qué importa!” Augusto salió a su patio y cuando se calmó, su puso triste, y pensó, “La amo…amo a Eugenia, pero si ella no me quiere, ¿Qué puedo hacer, Orfeo?” Augusto se recostó en la maleza y el perito se acercó con él. Augusto lo acarició y le dijo, “¿Qué dices?¿Que me case con Rosario?” Augusto continuó y dijo, “¡Sí, eso es, haré mi vida con Rosario y ello me ayudará a olvidar a esa mujer que no supo comprenderme!”
Augusto le dijo, “¡Pero si solo he querido ayudarla para que sea feliz recibiendo sus rentas y tenga más comodidad dejando de trabajar!¡La casa es suya, se la regalo!” Eugenia le dijo, “¡No la quiero, quédese con ella y haga lo que quiera! ¡Yo continuare dando mis clases y haré que mi novio trabaje y nos casaremos!¿Lo oyó usted?¡Me casaré con Mauricio y usted no vuelva a molestarme!” Eugenia se fue dejándolo temblando de coraje, fuera de sí…con una espesa niebla cubriéndole el alma. Augusto pensó, “¡Que se vaya…qué importa!” Augusto salió a su patio y cuando se calmó, su puso triste, y pensó, “La amo…amo a Eugenia, pero si ella no me quiere, ¿Qué puedo hacer, Orfeo?” Augusto se recostó en la maleza y el perito se acercó con él. Augusto lo acarició y le dijo, “¿Qué dices?¿Que me case con Rosario?” Augusto continuó y dijo, “¡Sí, eso es, haré mi vida con Rosario y ello me ayudará a olvidar a esa mujer que no supo comprenderme!”
Cuando Augusto volvió a ver a la linda lavanderita, le habló con el
corazón en la mano, y le dijo, “¡Hare un
viaje y te pido…te suplico que me acompañes!” Rosario le dijo, “¿Yo, señorito?” Augusto le dijo, “Sí, tú, y deja de llamarme ‘señorito’
¿Verdad que si me acompañarás a ese largo viaje por todo el mundo?” Rosario
le dijo, “Yo…tengo miedo.” Augusto le
dijo, “¿Miedo a qué? ¡Nos casaremos
Rosario!” Rosario sonrió y dijo, “¡Oh,
casarnos!” Arrebatada lo abrazó, besándolo con el fuego de su juventud, y
Augusto sintió irse a las nubes.
Mientras tanto Eugenia hablaba con Mauricio en el cuchitril de su tía. “¡Eres un holgazán que no haces nada por trabajar! ¿Cómo vamos a casarnos así?” Mauricio le dijo, “Podemos seguir viéndonos a escondidas de ese tonto. ¡Sera muy emocionante!¿No crees?” El cinismo de Mauricio la dejo helada, y Eugenia le dijo, “Tú…¿Qué me propones que lo engáñe, que sea tu amante?”
Mauricio le dijo, “Vamos, lindura, no nos queda otra. Y también podrás sacarle unos billetes para mí.” Eugenia le soltó una bofetada en la cara, diciendo, “¡Eres un canalla!” Y se fue con los ojos enrojecidos por el llanto, pensando, “¡Cuanta bajeza!¿Cómo pude amar a un hombre tan bajo!” Llorando aun llegó a su casa, donde le comunicó lo sucedido a su tía, quien le dijo, “¡Te dije que ese mequetrefe no te convenía!” Eugenia le dijo, “¿Qué hago ahora, tía? ¡aconséjame!” La tía le dijo, “¡Ve a ver al joven Augusto y dile que te casaras con él! ¡Es un muchacho tan noble que te perdonará el desprecio que le hiciste, y aceptará llevarte al altar!” Eugenia dijo, “¡Sí, iré a verlo!”
Mientras tanto Eugenia hablaba con Mauricio en el cuchitril de su tía. “¡Eres un holgazán que no haces nada por trabajar! ¿Cómo vamos a casarnos así?” Mauricio le dijo, “Podemos seguir viéndonos a escondidas de ese tonto. ¡Sera muy emocionante!¿No crees?” El cinismo de Mauricio la dejo helada, y Eugenia le dijo, “Tú…¿Qué me propones que lo engáñe, que sea tu amante?”
Mauricio le dijo, “Vamos, lindura, no nos queda otra. Y también podrás sacarle unos billetes para mí.” Eugenia le soltó una bofetada en la cara, diciendo, “¡Eres un canalla!” Y se fue con los ojos enrojecidos por el llanto, pensando, “¡Cuanta bajeza!¿Cómo pude amar a un hombre tan bajo!” Llorando aun llegó a su casa, donde le comunicó lo sucedido a su tía, quien le dijo, “¡Te dije que ese mequetrefe no te convenía!” Eugenia le dijo, “¿Qué hago ahora, tía? ¡aconséjame!” La tía le dijo, “¡Ve a ver al joven Augusto y dile que te casaras con él! ¡Es un muchacho tan noble que te perdonará el desprecio que le hiciste, y aceptará llevarte al altar!” Eugenia dijo, “¡Sí, iré a verlo!”
Eugenia se puso sus mejores galas y caminó a la casa
de Augusto, sin embargo se lo encontró en el camino en la alameda, jugando con
Orfeo. Eugenia pensó, “¡He tenido suerte…me
haré la aparecida!” Cuando Augusto la vio, se quedó paralizado. Sus ojos
eran dos estrellas fascinantes. Eugenia dijo, “¡Hola…!” Augusto exclamó, “¡Eugenia!”
Su corazón le latía aceleradamente. Augusto pensó, “¡La ámo, y yo que pensé que la había olvidado…pero ella no me quiere!”
Eugenia le habló con dulzura, acercándosele demasiado: “Estoy apenada con usted por lo del otro día. ¿Me perdona por haber
sido tan tonta por decirle que me casaría con otro?” Augusto le dijo, “¿Acaso ya no se casará con el tal Mauricio?”
Eugenia le dijo, “¡Ni me lo mencione, he
terminado con él y ahora soy libre para amarlo a usted!” Augusto se cimbró,
y le dijo, “Pero yo…me comprometí con
Rosario.” Eugenia le dijo, “¿Rosario?¿Quien
es ella?” Augusto le dijo, “Pues…mi…mi
lavandera.”
Eugenia estuvo a punto de soltar la carcajada, pero supo contenerse, y dijo, “¿Usted con una lavandera?” Augusto le dijo, “¡Ella me ama!” Eugenia le dijo, “¡También yo lo ámo!¿Acaso mis ojos no se lo revelan?” Eugenia se le había acercado tanto que sus ojos lo deslumbraban, y su aliento lo quemaba. Ella le ofrecía sus labios húmedos y palpitantes. Augusto no pudo evitar tomar aquella boca roja como la grana. ¡Tanto la amaba que en ese momento lo cubrió una niebla que lo hizo olvidarse de sus promesas con Rosario. Por desgracia, la linda lavanderita pasaba por ahí y lo vio, diciendo, “¡¡Augusto!!” El desgarrador grito lo hizo separarse de Eugenia. Rosario se acercó y le dijo, “¡Traidor!” Augusto exclamó, “¡Rosario, tú!” Rosario se fue corriendo deseando morir, pensando, “¡Nunca, nunca volveré a verlo!” Al verla irse llorando Augusto pensó, “Después de todo no la ámo y es mejor así.”
Eugenia lo atrajo con sonrisa triunfal, diciendo, “¿Así que esa era Rosario, tu lavanderita?” Augusto le dijo, “Pues si…era ella y me apena mucho que me haya descubierto contigo…engañándola.” Eugenia le dijo, “No Augusto, no las has engañado porque no la amas…¡A la que quieres es a mí, y yo seré tu esposa!” Volvió a besarlo ahora con mayor fuego y con mas arrebato. Augusto ya no pensó, ya no razonó. Era como un conejito fascinado en brazos de aquella mujer tan exquisitamente bella. Los besos de Eugenia tuvieron el hechizo de hacerlo olvidarse del mundo entero, ¡Tanto la amaba!
Eugenia estuvo a punto de soltar la carcajada, pero supo contenerse, y dijo, “¿Usted con una lavandera?” Augusto le dijo, “¡Ella me ama!” Eugenia le dijo, “¡También yo lo ámo!¿Acaso mis ojos no se lo revelan?” Eugenia se le había acercado tanto que sus ojos lo deslumbraban, y su aliento lo quemaba. Ella le ofrecía sus labios húmedos y palpitantes. Augusto no pudo evitar tomar aquella boca roja como la grana. ¡Tanto la amaba que en ese momento lo cubrió una niebla que lo hizo olvidarse de sus promesas con Rosario. Por desgracia, la linda lavanderita pasaba por ahí y lo vio, diciendo, “¡¡Augusto!!” El desgarrador grito lo hizo separarse de Eugenia. Rosario se acercó y le dijo, “¡Traidor!” Augusto exclamó, “¡Rosario, tú!” Rosario se fue corriendo deseando morir, pensando, “¡Nunca, nunca volveré a verlo!” Al verla irse llorando Augusto pensó, “Después de todo no la ámo y es mejor así.”
Eugenia lo atrajo con sonrisa triunfal, diciendo, “¿Así que esa era Rosario, tu lavanderita?” Augusto le dijo, “Pues si…era ella y me apena mucho que me haya descubierto contigo…engañándola.” Eugenia le dijo, “No Augusto, no las has engañado porque no la amas…¡A la que quieres es a mí, y yo seré tu esposa!” Volvió a besarlo ahora con mayor fuego y con mas arrebato. Augusto ya no pensó, ya no razonó. Era como un conejito fascinado en brazos de aquella mujer tan exquisitamente bella. Los besos de Eugenia tuvieron el hechizo de hacerlo olvidarse del mundo entero, ¡Tanto la amaba!
Pronto su noviazgo se formalizó y Augusto pasó a ser
su prometido. La tía Hermelinda les dijo, “¡No saben cuánto me alegra su
casamiento!” Hermelinda agregó, “¿Y a
donde piensan irse de luna de miel?” Augusto dijo, “¡Recorreremos el mundo entero, principalmente el oriente misterioso!”
Y Augusto agregó, “Aunque…¿Si tu dispones
otra cosa…?” Eugenia dijo, “¡No,
no…el oriente está bien, me fascina lo misterioso!”
Todo iba sobre ruedas hasta que Eugenia le dijo algo
que lo disgustó. “¡Mauricio me ronda!”
Augusto dijo, “¿Eh?¿Y ese que pretende?”
Eugenia le dijo, “Exige que, como me
casaré contigo, tu deber es ayudarlo a que él se case con Rosario.” Augusto
se sorprendió y dijo, “¿Cómo?¿Con la
lavanderita?” Eugenia le dijo, “Sí.
Ya ves que pronto esa corriente muchachita se consoló. Espero que no te
importe.” Augusto se sintió molesto y dijo, “Desde luego que no me importa.” Augusto agregó, “¿Pero en qué puedo ayudarlos?” Eugenia
dijo, “Consiguiéndole un trabajo muy
lejos de aquí a Mauricio. Así no volveremos a verlos nunca.”
A Augusto le pareció buena idea y pronto, con sus influencias,
logró que contratáran a Mauricio lejos de Madrid. Antes de emigrar para
siempre, el gañancete fue a verlo, diciendo, “Vengo a darle las gracias por su bondad, señor Pérez. ¡No creí que
fuera usted tan noble!” Pero Augusto le dijo, “Lo hice para que no siguiera usted molestando a la que va a ser mi
esposa.” Mauricio dijo, “¿Molestar a
Eugenia?¡Pero ni siquiera la he visto!¿Qué le dijo ella?” Augusto le dijo, “¡Pues que usted exigía un trabajo, porque
se casaría con Rosario!” Mauricio dijo, “¿Rosario?¿Quien
es esa?¡Yo ni la conozco!” Augusto se alteró, y dijo, “¡Pero entonces, usted y Rosario no…!” Mauricio le dijo, “¡Ya le dije que ni la conozco, y será mejor
que me despida! Adiós y otra vez gracias por su ayuda.”
Augusto se sentó en su sillón, y se quedó muy
desconcertado, como si una densa niebla cubriera su mente, pensando, “No entiendo…Eugenia me dijo que la
molestaba y resulta que no. ¿Qué está pasando?” La respuesta la tuvo tres
días después, cuando solo faltaban 24 horas, para su matrimonio. Su criada
llegó y le dijo, “Un mensajero le trajo ésta
carta, señorito.” Augusto recibió la misiva y dijo, “Gracias Liduvina.” Augusto leyó la carta: “Perdóname, Augusto, pero no te ámo y me voy con Mauricio…cuando leas
esta carta ya estaré muy lejos. Viviremos del empleo que tú le conseguiste y de
las rentas de mi casa, que tú deshipotecaste. Adiós para siempre. Eugenia.”
Toda su alma se derrumbó por la traición de la mujer adorada, y su mente, en
una especie de niebla venenosa, le dictó que se quitára la vida, pensando, “¡Me suicidaré!” Pero antes de quitarse
la vida, de arrancarse la existencia, decidió ver a su creador, o sea, el autor
de esta novela, pensando, “¡Iré a ver a
Don Miguel de Unamuno, sé que vive en Salamanca!”
Y así lo hizo, partió en locomotora y viajó muchas horas, antes de llegar a Salamanca. Cuando al fin estuvo frente a él, lo miró con cierto rencor, diciendo, “Pudo usted hacerme feliz en su novela, que mas bien es una, ‘ni verla,’ pues me hizo un desdichado.” Unamuno le dijo, “Lo lamento, Augusto. Son cosas de la novela.” Pero Augusto le dijo, “Usted es culpable de que ahora vaya a suicidarme…¡Me arrancaré la vida!” Unamuno le dijo, “No Augusto, tú no puedes matarte porque yo soy tu creador y tu vida me pertenece, y seré yo el que te quite la existencia. He decidido que muertas porque ya no se qué hacer contigo en la novela. De manera que no serás tu el que se suicide, sino yo el que te prive la vida.”
Al escuchar la sentencia de su creador, Augusto se reveló. “¡Así que primero me inventa y luego me mata!¿Qué clase de hombre es usted?” Unamuno le dijo, “Lo siento pero todos los escritores creamos y matamos.” Augusto le dijo, “¿Y porqué no me da un final feliz en su novela?¡Si Eugenia me traicionó con el patán de Mauricio, aún puedo ser dichoso con Rosario!” Unamuno le dijo, “Eso es imposible, porque ella, después de verte besar a Eugenia, se fugó con otro joven y ahora ni siquiera yo sé donde está.” Unamuno agregó, “De modo, Augusto, que no me queda más remedio que matarte y ponerle punto final a mi novela.” Al oír la sentencia de muerte Augusto temblaba, y dijo, “No sé porque tengo miedo, siendo que yo mismo iba a matarme…solo le pido que no sea una dolorosa muerte.” Unamuno dijo, “No lo será, te lo prometo. Y ahora, déjame solo para terminar las ultimas paginas de mi libro.”
Y así lo hizo, partió en locomotora y viajó muchas horas, antes de llegar a Salamanca. Cuando al fin estuvo frente a él, lo miró con cierto rencor, diciendo, “Pudo usted hacerme feliz en su novela, que mas bien es una, ‘ni verla,’ pues me hizo un desdichado.” Unamuno le dijo, “Lo lamento, Augusto. Son cosas de la novela.” Pero Augusto le dijo, “Usted es culpable de que ahora vaya a suicidarme…¡Me arrancaré la vida!” Unamuno le dijo, “No Augusto, tú no puedes matarte porque yo soy tu creador y tu vida me pertenece, y seré yo el que te quite la existencia. He decidido que muertas porque ya no se qué hacer contigo en la novela. De manera que no serás tu el que se suicide, sino yo el que te prive la vida.”
Al escuchar la sentencia de su creador, Augusto se reveló. “¡Así que primero me inventa y luego me mata!¿Qué clase de hombre es usted?” Unamuno le dijo, “Lo siento pero todos los escritores creamos y matamos.” Augusto le dijo, “¿Y porqué no me da un final feliz en su novela?¡Si Eugenia me traicionó con el patán de Mauricio, aún puedo ser dichoso con Rosario!” Unamuno le dijo, “Eso es imposible, porque ella, después de verte besar a Eugenia, se fugó con otro joven y ahora ni siquiera yo sé donde está.” Unamuno agregó, “De modo, Augusto, que no me queda más remedio que matarte y ponerle punto final a mi novela.” Al oír la sentencia de muerte Augusto temblaba, y dijo, “No sé porque tengo miedo, siendo que yo mismo iba a matarme…solo le pido que no sea una dolorosa muerte.” Unamuno dijo, “No lo será, te lo prometo. Y ahora, déjame solo para terminar las ultimas paginas de mi libro.”
Esa misma noche, Augusto regresó a Madrid en tren. Al
llegar a su residencia, Orfeo lo recibió jubiloso. Augusto le dijo, “¿Qué tal mi pequeño y fiel amigo?” Liduvina
lo recibió, diciendo, “¡Me alegra verlo,
señorito!¿Le sirvo la cena?” Augusto dijo, “Sí, Liduvina, pero dame mucho hasta hartarme, porque pronto moriré y
no quiero al menos fallecer de hambre.” La sirvienta se sobresaltó,
diciendo, “¿Cómo dice usted?¿Que se
morirá?” Augusto le dijo, “Sí, todos
moriremos. ¿O acaso somos inmortales? ¡Anda, sírveme mucho de comer!”
Augusto se sentó a la mesa y después de ser servido, devoró de todo: Papas, bisteces, pollo y embutidos. Arrojaba algunas piezas de pollo al fiel Orfeo, quien las engulló con placer canino. Liduvina miraba a su “señorito” con cierto susto, diciendo, “¡Le hará mal cenar así, modérese!” Augusto le dijo, “¿Y qué importa?¡Ya te dije que pronto moriré, y quiero comer todo lo que no comeré, estando ya muerto!” Tras una pausa, Augusto agregó, “¡Anda, sírveme otra ración doble de todo lo que me has dado!” Liduvina dijo, “Bueno…si usted lo ordena.” Augusto continuó atiborrándose hasta más no poder. ¡Y aquella fue su última cena, porque esa misma noche falleció!
Augusto se sentó a la mesa y después de ser servido, devoró de todo: Papas, bisteces, pollo y embutidos. Arrojaba algunas piezas de pollo al fiel Orfeo, quien las engulló con placer canino. Liduvina miraba a su “señorito” con cierto susto, diciendo, “¡Le hará mal cenar así, modérese!” Augusto le dijo, “¿Y qué importa?¡Ya te dije que pronto moriré, y quiero comer todo lo que no comeré, estando ya muerto!” Tras una pausa, Augusto agregó, “¡Anda, sírveme otra ración doble de todo lo que me has dado!” Liduvina dijo, “Bueno…si usted lo ordena.” Augusto continuó atiborrándose hasta más no poder. ¡Y aquella fue su última cena, porque esa misma noche falleció!
Al día siguiente que lo encontraron inmóvil, llamaron
al médico, quien dijo tras revisarlo, “Murió
de una congestión intestinal.” Liduvina abrazó al médico, llorando y le
dijo, “¡Dios mío, debí de haberle
impedido que cenara tanto!” Pero le medico le dijo, “No llores. Tú no tienes la culpa, porque él te lo ordenó.” Sus
pompas fúnebres fueron tristes…solo asistieron su amigo Víctor, Liduvina,
Domingo y Orfeo, su fiel e inconsciente confidente. Cuando la tumba fue cerrada
y abandonada, solo quedó en ella el animalito que recogiera, quien parecía pensar,
“¡Mi amo ha muerto!¿Quien me acariciará
como él y a quien lameré las manos?¡Yo también quiero morir!” Y rodeado por
una densa niebla, se echó en la tumba a esperar la muerte, pensando, “¡Amo, amo…pronto me reuniré contigo!”
Tomado de Novelas
Inmortales Año XV No. 742, Febrero 5
de 1992. Guión: Gregorio Navarro. Adaptación: R. Bastien. Segunda Adaptación:
José Escobar.
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