Club de Pensadores Universales

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domingo, 14 de marzo de 2021

Bola de Sebo, de Guy de Maupassant

     Henri René Albert Guy de Maupassant nació el 5 de agosto de 1850, y murió el 6 de julio de 1893, a la edad de 42 años. Maupassant fue un autor francés del siglo XIX, recordado como un maestro de la forma de cuento corto, y como un representante de la escuela naturalista, que describió vidas, y destinos humanos, y fuerzas sociales, en términos desilusionados, y a menudo pesimistas.

     Maupassant fue un protegido de Gustave Flaubert, y sus historias se caracterizan por la economía de estilo, y los desenlaces eficientes, aparentemente sin esfuerzo. Muchos de sus cuentos cortos están ambientados durante la guerra franco-prusiana, de la década de 1870, describiendo la inutilidad de la guerra, y los civiles inocentes que, atrapados en eventos que escapan a su control, son transformados permanentemente por sus experiencias. Escribió 300 cuentos, seis novelas, tres libros de viajes y un volumen de versos. Su primera historia publicada, "Boule de Suif" “Bola de Sebo” de1880, a menudo se considera su obra maestra.

Biografía

     Henri-René-Albert-Guy de Maupassant nació el 5 de agosto de 1850 en el castillo de Miromesnil, a finales del siglo XVI, cerca de Dieppe, en el departamento de Seine-Inférieure, ahora Seine-Maritime, en Francia. Fue el primer hijo de Laure Le Poittevin y Gustave de Maupassant, ambos de prósperas familias burguesas. Su madre instó a su padre, cuando se casaron en 1846, a obtener el derecho a usar la partícula o forma, "de Maupassant" en lugar de "Maupassant" como su apellido, a fin de indicar un nacimiento noble. Gustave descubrió a un tal Jean-Baptiste Maupassant, consejero-secretario del Rey, quien fue ennoblecido en 1752. Luego, obtuvo del Tribunal Civil de Rouen, por decreto de 9 de julio de 1846, el derecho a llamarse a sí mismo, "de Maupassant," en lugar de "Maupassant,” y este era su apellido cuando nació su hijo Guy, en 1850.

     Cuando Maupassant tenía 11 años, y su hermano Hervé cinco, su madre, una mujer de mentalidad independiente, se arriesgó a sufrir una desventaja social para obtener una separación legal de su marido, que era violento con ella.

     Después de la separación, Laure Le Poittevin se quedó con sus dos hijos. Con la ausencia del padre, la madre de Maupassant se convirtió en la figura más influyente en la vida del joven. Era una mujer excepcionalmente culta, y le gustaba mucho la literatura clásica, especialmente Shakespeare. Hasta los trece años, Guy vivió feliz con su madre, en Étretat, en la Villa des Verguies, donde, entre el mar y la exuberante campiña, se aficionó mucho a la pesca y las actividades al aire libre.
     A los trece años, su madre colocó a sus dos hijos como internos en una escuela privada, la Institución Leroy-Petit, en Rouen —la cual es la, Institución Robineau, del cuento, La Question du Latin de Maupassant— . Esta era una escuela de estudios clásicos. Desde su temprana educación, conservó una marcada hostilidad hacia la religión y, a juzgar por los versos compuestos por esta época, deploró el ambiente eclesiástico, su ritual, y disciplina. Al encontrar la escuela insoportable, finalmente consiguió que lo expulsáran en su penúltimo año.

     En 1867, cuando ingresó a la escuela secundaria, Maupassant conoció a Gustave Flaubert, en Croisset, ante la insistencia de su madre. El año siguiente, en otoño, fue enviado al, Lycée Pierre-Corneille, en Rouen, donde demostró ser un buen erudito, dedicándose a la poesía, y tomando un papel destacado en las obras de teatro. En octubre de 1868, a la edad de 18 años, salvó al famoso poeta, Algernon Charles Swinburne de morir ahogado en la costa de Étretat.

    La guerra franco-prusiana estalló poco después de su graduación de la universidad, en 1870; se enlistó como voluntario. En 1871, dejó Normandía, y se trasladó a París, donde pasó diez años como empleado en el Departamento de Marina. Durante este tiempo, su única recreación y relajación, fue pasear en bote por el Sena los domingos y festivos.

     Gustave Flaubert lo tomó bajo su protección, y actuó como una especie de guardián literario para él, guiando su debut en el periodismo y la literatura. En la casa de Flaubert, Maupassant conoció a Émile Zola, y al novelista ruso, Ivan Turgenev, así como a muchos de los defensores de las escuelas realista y naturalista. Escribió e interpretó a sí mismo, en una comedia en 1875, con la bendición de Flaubert, "À la feuille de rose, maison turque".

    En 1878, Maupassant fue transferido al Ministerio de Instrucción Pública, y se convirtió en editor colaborador de varios periódicos importantes como, Le Figaro, Gil Blas, Le Gaulois, y l'Écho de París. Dedicó su tiempo libre a escribir novelas y cuentos.

     En 1880 publicó la que se considera su primera obra maestra, "Boule de Suif", que obtuvo un éxito instantáneo y tremendo. Flaubert la caracterizó como, "una obra maestra que perdurará". Esta fue la primera pieza de ficción corta de Maupassant, ambientada durante la guerra franco-prusiana, y fue seguida por cuentos como, "Deux Amis", "Mother Savage" y "Mademoiselle Fifi".

     La década de 1880 a 1891, fue el período más fértil de la vida de Maupassant. Hecho famoso por su primer cuento, trabajó metódicamente y produjo dos o, a veces, cuatro volúmenes al año. Su talento y sentido comercial práctico lo hicieron rico.

     En 1881, publicó su primer volumen de cuentos, bajo el título de, La Maison Tellier; alcanzó su duodécima edición en dos años. En 1883 terminó su primera novela, Une Vie (traducida al inglés como, La Vida de Una Mujer, de la que se vendieron 25.000 copias en menos de un año. Su segunda novela, Bel-Ami, que salió en 1885, tuvo treinta y siete impresiones en cuatro meses.

     Su editor, Havard, le encargó que escribiera más historias, y Maupassant continuó produciéndolas de manera eficiente y frecuente. En este momento escribió la que muchos consideran su mayor novela, Pierre et Jean.
     Con una aversión natural a la sociedad, amaba la jubilación, la soledad y la meditación. Viajó extensamente por Argelia, Italia, Inglaterra, Bretaña, Sicilia, Auvernia, y de cada viaje traía un nuevo volumen. Viajó en su yate privado, Bel-Ami, llamado así por su novela. Esta vida no le impidió entablar amistad entre las celebridades literarias de su época: Alexandre Dumas, hijo, le tenía un cariño paternal; en Aix-les-Bains, conoció a Hippolyte Taine, y se convirtió en un devoto de filósofo-historiador.

     Flaubert continuó actuando como su padrino literario. Su amistad con los Goncourt, fue de corta duración; su naturaleza franca y práctica, reaccionó contra el ambiente de chismes, escándalos, duplicidad, y críticas odiosas, que los dos hermanos habían creado a su alrededor, bajo la apariencia de un salón de estilo del siglo XVIII.

     Maupassant fue uno de los muchos parisinos del siglo XIX, incluidos Charles Gounod, Alexandre Dumas, hijo, y Charles Garnier, a quienes no les importaba la Torre Eiffel. A menudo, almorzaba en el restaurante de su base, no por preferencia por la comida, sino porque era solo allí, donde podía evitar ver su perfil, de otro modo, algo inevitable. Él y otros cuarenta y seis notables artísticos y literarios parisinos adjuntaron sus nombres a una elaborada y airada carta de protesta, contra la construcción de la torre, dirigida al Ministro de Obras Públicas.

     Maupassant también escribió bajo varios seudónimos, como Joseph Prunier, Guy de Valmont y Maufrigneuse, que usó de 1881 a 1885.

     En sus últimos años, desarrolló un constante deseo de soledad, una obsesión por la autoconservación, un miedo a la muerte, y una paranoia de persecución, causada por la sífilis, que había contraído en su juventud. Se ha sugerido que su hermano, Hervé, también padecía sífilis, y que la enfermedad podría haber sido congénita. El 2 de enero de 1892, Maupassant intentó suicidarse, cortándose la garganta, y fue internado en el asilo privado de, Esprit Blanche, en Passy, ​​en París, donde murió el 6 de julio de 1893 de sífilis.

     Maupassant escribió su propio epitafio: "Todo lo he codiciado y nada me ha complacido". Está enterrado en la Sección 26 del Cementerio de Montparnasse, París.

Significancia

     Maupassant es considerado un padre del cuento moderno. El teórico literario, Kornelije Kvas, escribió que junto con, “Chéjov, Maupassant es el mayor maestro del cuento en la literatura mundial. No es un naturalista como Zola; para él, los procesos fisiológicos no constituyen la base de las acciones humanas, aunque la influencia de el medio ambiente, se manifiesta en su prosa. En muchos aspectos, el naturalismo de Maupassant, es el pesimismo antropológico schopenhaueriano, ya que a menudo es duro y despiadado, cuando se trata de representar la naturaleza humana, aspecto que le debe más a Flaubert, de quien aprendió a utilizar un estilo, y para establecer una distancia hacia el objeto de la narración.”

     A Maupassant le encantaba la conspiración inteligente, y sirvió de modelo para Somerset Maugham, y O. Henry, a este respecto. Una de sus famosas historias cortas, “El Collar”, fue imitada con un toque por ambas historia de Maugham, a saber, "Mr Know-All", y "A String of Beads". "Paste" de Henry James adapta otra historia suya, con un título similar, "Las Joyas".

    Siguiendo el ejemplo de Balzac, Maupassant escribió cómodamente tanto en el modo altamente realista, como en el fantástico, cuentos y novelas, tales como, "L'Héritage" y Bel-Ami , donde Maupassant pretenden recrear la Francia de la Tercera República, de una manera realista, mientras que muchos de los cuentos, en particular, "Le Horla" y "Qui sait?" describen fenómenos aparentemente sobrenaturales.

     Lo sobrenatural en Maupassant, sin embargo, es a menudo implícitamente un síntoma de las mentes perturbadas de los protagonistas; Maupassant estaba fascinado por la floreciente disciplina de la psiquiatría, y asistió a las conferencias públicas de Jean-Martin Charcot, entre 1885 y 1886.

Legado

     León Tolstoi utilizó a Maupassant, como tema de uno de sus ensayos sobre arte: Las Obras de Guy de Maupassant. Sus historias son superadas solo por Shakespeare, en su inspiración de adaptaciones cinematográficas, con películas que van desde Stagecoach, Oyuki the Virgin, y Masculine Feminine.

     La autobiografía de Friedrich Nietzsche lo menciona en el siguiente texto:

"No puedo concebir en absoluto en qué siglo de historia se podrían reunir psicólogos tan curiosos, y al mismo tiempo delicados, como en el París contemporáneo: puedo citar como muestra, porque su número no es en absoluto pequeño... o para elegir a uno de la raza más fuerte, un latíno genuino al que estoy particularmente apegado, Guy de Maupassant.”

     William Saroyan escribió una historia corta sobre Maupassant en su libro de 1971, Letters From 74 rue Taitbout o Don't Go But If You Must If You Must Say Hello To Everybody.

     Isaac Babel escribió un cuento sobre él, "Guy de Maupassant". Aparece en The Collected Stories of Isaac Babel y en la antología de cuentos, Tienes Que Leer Esto: Escritores Estadounidenses Contemporáneos Presentan Historias que los Asombraban.

     Gene Roddenberry, en un borrador inicial de The Questor Tapes, escribió una escena en la que el androide Questor emplea la teoría de Maupassant de que, “la mujer humana abrirá su mente a un hombre al que ha abierto otros canales de comunicación.” En el guión, Questor copula con una mujer para obtener información que ella se resiste a impartir. Debido a las quejas de los ejecutivos de NBC, esta parte del guión nunca se filmó.

     Michel Drach dirigió y coescribió una película biográfica francesa de 1982: Guy de Maupassant. Claude Brasseur interpreta al personaje principal.

     Varias de las historias cortas de Maupassant, incluidas, "La Peur" y "El Collar", fueron adaptadas como episodios, de la antología de la serie de televisión hindú, Katha Sagar, de 1986. (Wikipedia en Ingles) 

     Boule de Suif, es un famoso cuento del escritor francés de finales del siglo XIX, Guy de Maupassant, publicado por primera vez el 15/16 de abril de 1880. Es posiblemente su cuento más famoso, y es el título de su colección, sobre la Guerra Franco-Prusiana, titulado, Boule de Suif et Autres Contes de la Guerre, o, Bola de Sebo y Otras Historias de la Guerra.

Trama

     La historia se desarrolla en la guerra franco-prusiana, y sigue a un grupo de residentes franceses de Rouen, recientemente ocupada por el ejército prusiano. Los diez viajeros deciden, por diversas razones, dejar Rouen, y huir a Le Havre, en una diligencia. Compartiendo el carruaje, están, Boule de Suif o, “Butterball,” literalmente, Bola de Sebo, también traducida como, Bola de Grasa, una prostituta cuyo nombre real es, Elizabeth Rousset; el estricto demócrata Cornudet; una pareja de comerciantes de la pequeña burguesía, M. y Mme. Loiseau; un rico propietario de una fábrica de la alta burguesía y su esposa, M. y Mme. Carré-Lamadon; el conde y la condesa de Bréville; y dos monjas. Así, el carruaje constituye un microcosmos de la sociedad francesa, que representa a diferentes partes de la población francesa, a finales del siglo XIX.

     Debido al terrible clima, el carruaje avanza muy lentamente, y al mediodía, solo ha recorrido unos pocos kilómetros. Los ocupantes inicialmente desairan a Boule de Suif, pero sus actitudes cambian cuando ella saca una canasta de picnic, llena de comida deliciosa, y se ofrece a compartir su contenido con los viajeros hambrientos.

     En el pueblo de Tôtes, el carruaje se detiene en la posada local, y los ocupantes, al escuchar una voz alemana, se dan cuenta de que se han metido en territorio controlado por Prusia. Un oficial prusiano detiene a la comitiva en la posada, indefinidamente, sin decirles por qué. Durante los dos días siguientes, los viajeros se vuelven cada vez más impacientes, y finalmente, Boule de Suif les dice que están detenidos hasta que ella acceda a acostarse, y compartirse sexualmente  con el oficial.
     La llaman requiriéndola repetidamente ante el oficial, y siempre regresa en un estado de gran agitación. Inicialmente, los viajeros la apoyan, y están furiosos por la arrogancia del oficial, pero su indignación pronto desaparece, a medida que se enojan con Boule de Suif, por no acostarse con el oficial para poder irse. En el transcurso de los dos días siguientes, los viajeros utilizan varios ejemplos de lógica y moralidad, para convencerla de que es lo correcto; finalmente Boule de Suif, se rinde, y se acuesta con el oficial, quien les permite irse a la mañana siguiente.

    Mientras continúan su camino hacia Le Havre, estos, "representantes de la Virtud," ignoran a, Boule de Suif, y pasan a temas de conversación educados, mirando mordazmente a la joven, mientras se niegan siquiera a reconocerla, y se niegan a compartir su comida con ella, sin tomar en cuenta que ella, lo hizo con ellos antes.
    Mientras el coche avanza hacia la noche, Cornudet comienza a silbar la Marsellesa, mientras Boule de Suif hierve de rabia contra los otros pasajeros, y finalmente, llora por su dignidad perdida.

Temas

     El tema principal se centra en la resistencia francesa a los ocupantes alemanes durante la guerra. Durante la primera mitad de la historia, el narrador explica los antecedentes de cada uno de los ocupantes, con especial énfasis en el demócrata, pequeño burgués, Cornudet, de quien se dice que ideó todo tipo de defensas para Rouen. El tema principal es que, si bien los ocupantes hablan mucho sobre cómo resistir a los invasores, finalmente están huyendo de manera cobarde, en lugar de quedarse en la ciudad.

     La primera parte de la historia, también establece que la pasajera más ferozmente patriótica, es la propia Boule de Suif, un personaje insignificante, e impopular, en Rouen, mientras que los aristócratas y burgueses, son retratados como más felices de traicionar a su país, para poner fin a la guerra, y volver a sus cómodas vidas. En ese sentido, Maupassant elogia el fervor patriótico de los habitantes de las provincias, en marcado contraste con otros escritores franceses de la época, que acusaron a los ciudadanos franceses de provincia, de ser apáticos y cobardes.

     La resistencia personal de Boule de Suif, crece a lo largo de la historia; cuando los alemanes detienen el carruaje en el pueblo de Tôtes, los demás pasajeros siguen dócilmente las órdenes del oficial mientras, Boule de Suif, se niega a cooperar con la misma facilidad. La resistencia de Boule de Suif, a las insinuaciones sexuales del oficial, vuelve a poner de manifiesto su patriotismo, algo que es advertido por los otros personajes, quienes comentan que, aunque es trabajo de Boule de Suif acostarse con hombres, patrióticamente se niega a dejarse conquistar por los oficiales alemanes.

     Como en los otros cuentos de Maupassant, sobre la guerra franco-prusiana, Maupassant tiende a estereotipar a los soldados alemanes. Se insinúa que las tropas que retienen a Rouen, son aburridas, y torpes. El oficial alemán de la posada, es retratado de la misma manera en que Maupassant describe a los oficiales alemanes, a lo largo de sus historias; el oficial se muestra arrogante, moralmente dudoso, e insensible. La descripción del oficial en su habitación en la posada, sugiere que es inútilmente destructivo, inculto, y grosero. Al mismo tiempo, hay pasajes que describen cómo las tropas alemanas se desenvuelven en su vida diaria, y anhelan regresar a casa con sus propias familias.

     El tema de la barrera de clases, también se aborda en la historia. A lo largo de la historia, Maupassant retrata a los habitantes del carruaje de varias formas despectivas. Los aristocráticos, conde y condesa, se revelan débiles y cobardes, a pesar de su posición como los principales dignatarios de Rouen. El fabricante Carré y su esposa, son constantemente retratados como codiciosos y materialistas, y la esposa del fabricante Carré, en particular, siempre se sorprende cuando su esposo gasta algo de dinero.

     El vendedor de vino, el pequeño burgués Loiseau y su esposa, se muestran como corruptos y moralmente reprobables, los más propensos del grupo a traicionar a su país, simplemente para volver a una vida de codicia en paz. Las dos monjas que viajan en el carruaje, son al principio retratadas como tranquilas y subordinadas a Dios, y luego, se muestran como fogosas, patriotas, y haciendo más por su país, que los otros ocupantes del carruaje: las monjas afirman estar viajando a un hospital de guerra, para tratar a los soldados franceses heridos, ofreciendo así el argumento decisivo, para persuadir a Boule de Suif, de que abandone su resistencia.
     El narrador ofrece una disculpa a su astuta argumentación, como una estupidez accidental, pero el comportamiento básico de las monjas, al no compartir la comida con la cortesana, plantea un signo de interrogación, si no necesariamente en su historia, en su motivación altruista. Cornudet se muestra repetidamente como un hombre que es poco más que un hombre borracho, lascivo, y cobarde, que no está preparado para defender sus viciosas creencias anti-alemanas, cuando llegue el momento. En contraste con todos ellos, está la propia Boule de Suif, que se revela como el personaje más ferozmente patriota, bondadoso, y moralmente admirable, que Maupassant contrasta con la hipocresía y el esnobismo de los demás viajeros.

     A pesar de ser rechazada por los otros ocupantes al principio, Boule de Suif, comparte con gusto su canasta de picnic, con los ocupantes hambrientos del carruaje, pero al final de la novela, cuando no tiene comida para la otra mitad del viaje, los otros ocupantes del carruaje, se niegan a compartir su comida con ella, una ingratitud agravada por el hecho de que fue el sacrificio personal de Boule de Suif, lo que les permitió irse.
     Su abnegación al acostarse con el oficial alemán, subraya su valor personal, y la hipocresía ciega de los demás viajeros; los viajeros hacen todo lo posible para persuadir a Boule de Suif de que se acueste con el oficial, para que deje que el carruaje continúe su viaje, y los viajeros llenan la cabeza de Boule de Suif con argumentos, explicando que es por el bien del país; que no es moralmente malo acostarse con el oficial, si es para dejar que los viajeros se vayan; y que cuanto más espere, más jóvenes soldados franceses morirán, ya que las monjas no están allí para cuidarlos.

     Cuando Boule de Suif se rinde, y se acuesta con el oficial, el resto de los viajeros hacen una fiesta sin ella, y cuando el coche finalmente sale, a la mañana siguiente, la tratan con total repugnancia y desprecio, aunque ella los ha liberado, y ellos la habían inducido, a perder su dignidad.

Historial de Publicaciones

     Boule de Suif, se publicó por primera vez en 1880 en, Les Soirées de Médan, una colección de cuentos naturalistas, que tratan de la guerra franco-prusiana. (Wikipedia en Ingles)

Bola de Sebo

de Guy de Maupassant

     Recientemente presentamos en nuestra colección la novela, Nita, de Guy de Maupassant. Ahora ponemos a su consideración una gran obra de este gran autor, considerado como el maestro de la narración corta.

     En 1870, la guerra entre Francia y Prusia resultó fatal para los franceses. Finalmente el ejército francés fue totalmente derrotado, y tuvo que emprender la retirada. Los sobrevivientes regresaron a sus ciudades, desmoralizados por el triúnfo del enemigo. Durante varios días, los habitantes de Ruan, vieron pasar a los vencidos. Dos hombres dialogaban, “A pesar de todo, esos hombres han tenido suerte. Cuantos han quedado en los campos de batalla.” Otro dijo, “Nos hemos desangrado en esa guerra y por nada, ¿Qué nos espera ahora?” El primero dijo, “Nada bueno. Hemos quedado a merced de los prusianos.” El otro dijo, “¿Sera verdad lo que he oído decir? Que pronto se instalaran como dueños y señores de nuestras ciudades?” El primero dijo, “No lo dude ¿Quién se los va a impedir? ¿Esos pobres desgraciados que acaban de pasar y que apenas pueden sostenerse en pie?” El segundo dijo, “Tienes razón. Se apoderarán de nuestro país. Serán dueños de todo por derecho de conquista.”

     El miedo se apoderó de los habitantes. Se cerraron las tiendas, las calles enmudecieron. La ciudad parecía muerta. Para los comerciantes, no poder vender sus productos significaba grandes pérdidas. En una casa, un matrimonio de comerciantes dialogaba. La mujer decía, “¡Esto es la ruina!¡Qué me importan a mí los prusianos! Lo que quiero es abrir la tienda y vender.” Su esposo le dijo, “¡Calma mujer! ¿Olvidas que vendimos todo nuestro vino al estado, y que el dinero lo tenemos seguro en Havre?” La mujer dijo, “Bueno, pero…” El hombre agregó, “Fue una gran jugada maestra. Si entran en Ruan los prusianos, lo único que obtendrán de nosotros, serán unas cuantas botellas.”

     En esos mismos momentos, en una elegante casa, de la familia Carré, una mujer decía, “Gastón, tengo mucho miedo. ¿Qué vamos a hacer cuando los prusianos lleguen a la ciudad? Dicen que es inevitable.” Gastón dijo, “¿Nosotros? Nada. Ya tomé mis precauciones.” La mujer dijo, “Pero pueden quitarnos nuestra posesiones, la fábrica de algodón…” Gastón dijo, “Si la quieren pueden quedársela. Nuestra fortuna ya está a buen resguardo en Inglaterra. Si las cosas se ponen feas, nos marcharemos allá, y seguiremos viviendo como lo hemos hecho hasta ahora.” La mujer dijo, “No me gustaría tener que dejar nuestra casa. ¿Crees que será necesario?” Gastón dijo, “No lo sé. He platicado con el conde Breville, y opina que hay que esperar a ver lo que sucede.” La mujer dijo, “Si el conde lo dice, tenemos que hacerle caso. Con la fortuna que tiene, si no se ha ido por algo será.” Gastón dijo, “No te preocupes tanto. La gente como nosotros nada tiene que temer. El enemigo es amable con los que tenemos dinero y clase.” La mujer dijo, “De todos modos me preocupa. Siempre hay entre ellos gentuza que no sabe distinguir entre la aristocracia y el populacho.”

     Una semana después, en un hogar de Ruan, una criada decía, “¡Señorita Isabel, los prusianos han entado en la ciudad! Están obligando a la gente a alojarlos en sus casas.” Isabel dijo, “¡Malditos! Te juro que si vienen aquí, les daré con la puerta en las narices.” La criada dijo, “¡Por Diosito santo no lo vaya a hacer! Ellos son los amos ahora y podrían matarla.” Isabel dijo, “Tiene razón. Esas bestias no se detendrán ante nada. No te preocupes, prefiero mantener a unos cuantos de ellos, a dejar mi patria.” En ese momento alguien tocó a la puerta, y la Criada dijo asustada, “Están llamando. Deben ser ellos.” Isabel dijo, “Yo iré. Dame un vestido.” Isabel abrió y dijo, “¿Qué desea?” Un general prusiano dijo, “Necesitamos alojar a nuestros hombres. Dos de ellos se quedaran aquí.” Isabel dijo, “Está bien…si no hay otro remedio, que pasen…”

     Pasados unos días, se disipó el temor del principio, al ver que los prusianos no causaban problemas a los pobladores, y volvió la calma. Dos personas mayores platicaban sobre el asunto, en un expendio de despensas. El hombre dijo a la propietaria del establecimiento, “Así que usted tiene a dos oficiales alojados en su casa.” La mujer dijo, “Sí, no me pude negar. Por supuesto que no son malas personas.” El hombre dijo, “Yo tuve que admitir a uno. Mi hijo no quería, pero como evitarlo. Ellos mandan.” La mujer dijo, “Es mejor acceder. Hay que reconocer que no nos han tratado mal.” El hombre dijo, “No, porque les hemos dado todo lo que piden. Especialmente dinero.” La mujer dijo, “Y exigen mucho. Si continúan así, todos quedaremos en la ruina. Ya mucha gente se está cansando del abuso.”

    Y la mujer tenía razón porque a pesar de la sumisión aparente, estaban matando prusianos. Dos hombres al caminar por los alrededores de Ruan, vieron a un soldado muerto recargado en un árbol. Uno de los caballeros dijo, “¡Mira, un prusiano muerto!” Su compañero dijo, “¡Otro más!” Cuando ambos caballeros se acercaron, uno de ellos dijo, “A éste le dieron una cuchillada.” El otro caballero dijo, “Ayer apareció otro con la cabeza partida de un garrotazo. Hace una semana, encontraron a otro flotando en el rio.” El primero dijo, “¿Quién crees que los asesina?” Su compañero le dijo, “Puede ser cualquiera. A pesar de que no han cometido barbaridades, todos los odian.” El primero dijo, “Sobre todo los ricos. Los prusianos les han  sacado todo el dinero que han podido, y lo seguirán haciendo.” Su compañero le dijo, “Quizá sean ellos quienes los mandan matar para vengarse.” El primero dijo, “También están los que no se conforman, con que hayan invadido nuestro país.”  Su compañero le dijo, “Te digo, podría ser cualquiera. Ellos representan la desolación, la muerte, la derrota.”

     Entretanto, en casa de Isabel, un oficial prusiano dialogaba con ella, diciendo, “Qué sorpresa que se deja ver. No es usted muy amable con nosotros. ¿Olvida que somos sus huéspedes?” Isabel dijo, “No es mi obligación atenderlos. Les doy casa y comida. ¿Qué más quieren? Si por mi gusto fuera no estarían aquí.” El oficial se encolerizó y dijo, “Te das demasiados aires. Sé perfectamente a qué dedicas. Puedo pagarte.” Isabel se encolerizó también y le respondió, “¡Insolente! Lo que yo haga es cosa mía, y libre soy de aceptar a los hombres que yo decida.” El oficial la tomó, y le dijo, “¡Vamos, menos remilgos! Ven acá…¿Te olvidas que somos los amos y que ustedes debe hacer lo que les ordenemos?” Isabel le dijo, “¡Suéltame asqueroso!” El oficial trato de abrazarla y le dijo, “Ya verás que no soy tan asqueroso…” Isabel se zafó, diciendo, “¡Maldito…!”
   El oficial exclamó, “¡AGHH!” Isabel comenzó a ahorcarlo, diciendo, “¡Te voy a matar…a matar…!” El oficial exclamaba, “¡AGGHH!” Isabel seguía ahorcándolo diciendo, “¡ASESINOS!¡INVASORES!” La criada llegó gritando, “¡Noooo, Señorita, nooo! ¡Déjelo, lo va a matar!” A los gritos acudieron los vecinos. Un vecino le dijo, “¡Suéltelo!” Y otra vecina dijo, “¡Está como loca!”  Pero Isabel les decía, “¡Déjenme!” El oficial terminó en el suelo. La vecina lo revisó, y dijo, “No está muerto, pero poco faltó.” Otro de los vecinos dijo, “Es una locura lo que hizo. Éste hombre se vengará de usted.” La vecina le dijo a Isabel, “No puede quedarse aquí. Tendrá que esconderse. Hasta pueden fusilarla.” Isabel dijo, “No me arrepiento. Ya no podía soportarlos. Los odio. Quiero que se vayan de Francia. Es nuestro país. ¡Los odio!” Uno de los vecinos le dijo, “Nosotros también, pero nada podemos hacer. Mire en el problema que se ha metido.” La vecina dijo, “Isabelita, es mejor que deje esta casa ahora mismo. Yo la esconderé en la mía, hasta que piense qué hacer.”

     Un mes después, el Conde Breville y el señor Carré, discutían el asunto de la ocupación prusiana. Y el señor Carré comentaba, “Ya no es posible soportar esta situación, Conde de Breville. Cada día los prusianos tiene más exigencias.” El Conde de Breville le dijo, “Así es señor Carré. Yo no estoy dispuesto a darles un centavo, más creo que es hora de abandonar éste lugar.” El señor Carré dijo, “Lo mismo me decía ayer el señor Loiserau, el que se dedica al comercio del vino. Usted lo debe conocer.” El Conde de Breville le dijo, “Por supuesto, hemos hecho tratos comerciales en algunas ocasiones.” El señor Carré dijo, “Lo que veo difícil es poder salir de Ruan. No se permite a nadie abandonar la ciudad.” El Conde de Breville le dijo, “Yo he sondeado a algunos oficiales prusianos. Por una buena suma, podríamos conseguir un salvoconducto.” El señor Carré le dijo, “Pues, entonces empecemos a mover el asunto. Cuanto antes partamos, mejor. No importa lo que cueste.” El Conde de Breville le dijo, “Efectivamente es mejor desembolsar una buena suma de una vez, a estar dando todos los días.”

     Una semana después, el señor Carré platicaba con el señor Loiseau, “Ya está todo listo. Partiremos mañana a las cuatro de la madrugada, porque es mejor que nadie se entere.” El señor Loiseau dijo, “Excelente. Iremos usted, el Conde de Breville, yo, y nuestras respectivas esposas, ¿Verdad?” El señor Carré dijo, “No, la diligencia es para diez, y otras personas también consiguieron que las incluyeran en el salvoconducto.” El señor Loiseau dijo, “¿Quiénes son?” El señor Carré dijo, “Dos monjas, y un tipo de apellido Cornudet.” El señor Loiseau dijo, “Ah, he escuchado de él. Es un revolucionario contrario al emperador. Uno de esos revoltosos que habla de cambios sociales.” El señor Carré dijo, “Creo que sí, la otra persona no sé quién es, pero que importa lo que queremos es irnos.” El señor Loiseau dijo, “Tiene razón. Yo tengo que arreglar unos asuntitos de dinero en Havre. Por suerte ese lugar aún está en manos de franceses.” El señor Carré le dijo, “No sabemos por cuanto tiempo. Mi intención es embarcarme para Inglaterra.”

     Al día siguiente a la entrada de la posada normanda, los viajeros estaban esperando partir. El señor Carré saludó al Conde de Breville, y le dijo, “¿Qué sucede? Aún no enganchan el coche.” El Conde de Breville dijo, “No. Yo llegue hace media hora. Esperaba que estuviera listo todo.”  El señor Loiseru, quien estaba con su esposa dijo, “¿Qué tal? Hace un frio de los demonios.” El señor Carré dijo, “Así es. Qué manera de bajar la temperatura.” Cornudet dijo, “Suban al coche. Por lo menos estarán resguardados.” El señor Loiseau dijo, “Excelente idea. Si continuamos aquí, nos vamos a helar.”
     Cuando todos estuvieron bordo en el gran carruaje, la esposa del señor Loiseau dijo, “Traje mi calentador para los pies.” La señora Carré dijo, “Yo también. Lo voy a prender de inmediato.” La señora Carré agregó, “Esto ha sido un gran invento. Es imposible viajar sin ellos en invierno.” La condesa dijo, “Si no fuera por las circunstancias, yo no habría salido de mi casa. Detesto pasar frio e incomodidad.” Las tres estuvieron charlando a meda voz, frente a las dos monjas, una de las cuales era más joven, mientras se preparaba la diligencia.
     Entonces Cornudet llego y dijo, “¿Ya subieron todos? Estamos listos para partir.” El señor Loiseau dijo, “No falta ninguno. Pongámonos de una vez en marcha.” Segundos después, la diligencia se alejaba. A los pocos minutos, la señora Loiseau dijo, “Miren quien viaja con nosotros.” La señora Carré dijo, “¿No es la mujer que apodaban Bola de Sebo?” la señora Loiseau dijo, “La misma. Ya se imaginará porque le dicen así. Me daría vergüenza tener un cuerpo como ella.” La señora Carré dijo, “Y a mí. Me siento ofendida de tener que soportar la presencia de una mujer pública.”  La aludida levantó la cabeza y fijó en sus compañeras de viaje, una mirada tan arrogante que las hizo callar. La señora Loiseau pensó, “Descarada, cómo se atreve a mirar así a unas señoras como nosotras.”

     Pasados unos momentos, la plática se rehízo entre las tres damas, cuya recíproca simpatía aumentaba, con la presencia de la joven. La señora Carré dijo, “Es una lástima que no nos hayamos tratado frecuentemente en Ruan.” La señora Loiseau dijo, “Las desgraciadas circunstancias que nos han reunido, nos hacen amigas para siempre.” Las mujeres se creían obligadas a reunir su honra en contra de la vendedora de amor. La señora Loiseau dijo, “Condesa, siempre quise platicar con usted. Es tan admirada en Ruan, por su elegancia, distinción y señorío.” La esposa del Conde de Breville dijo, “Gracias señora Loiseau. Me alegra que ahora tengamos esa oportunidad.”

     También los hombres platicaban de sus intereses. El Conde de Breville dijo, “Perdí mucho dinero por culpa de esos prusianos, y a ello debo agregar las reses y los campos abandonados.” El Señor Carré dijo, “Supongo que no lo habrán dejado en la ruina.” El conde respondió, “¡Oh, no! Tal perdida no hace mella en mis millones, pero no deja de enfurecerme.” El señor Carré dijo, “Yo en cuanto vi lo que podría suceder, saque mi dinero de Francia.” Tras una pausa, Carré agregó, “Fue una medida inteligente. En cuanto lleguemos a Havre, haré lo mismo.” El conde dijo, “Solo los tontos pierden en estos casos.”
   La diligencia avanzaba lentamente. Entonces Carré dijo, “Son las 10 de la mañana y apenas hemos avanzado cuatro leguas.” Loiseau dijo, “Con esta nevada, la diligencia apenas se mueve.” Carré dijo, “No llegaremos a Totes a la hora de la comida, como estaba previsto.” Loiseau dijo, “Con surte lo haremos al atardecer.” Carré dijo, “Yo no he comido nada desde ayer. Mi estómago reclama aliento.” Loiseau dijo, “Ni el mío. Si encontramos por en el camino un lugar donde comprar algo, tendremos que pedir al cochero que se detenga.” Pero las horas pasaban, y no encontraron donde conseguir alimentos. Carré dijo, “Me siento desfallecer. ¿Cómo es posible que no se nos ocurriera traer provisiones?”
     El Conde de Breville dijo, “No nos imaginamos que tardaríamos en llegar a Totes.” Loiseau dijo, “Pagaría lo que fuera por un pedazo de jamón.” Carré dijo, “Y yo, aunque fuera por un panecillo.” La señora Loiseau dijo, “Fuimos poco precavidas. Ahora no hay nada que hacer.” La señora Carré dijo, “Es absurdo pasar hambre cuando se tiene dinero.” Bola de Sebo se inclinó varias veces, como si buscara algo bajo del asiento. Vacilaba y luego se erguía tranquilamente. Entonces dijo, “Yo lo único que traje es un poco de Ron. ¿Alguien quiere?” Carré dijo, “No, gracias.” Loiseau dijo, “Yo sí. Calienta el estómago y distráe el hambre.” La señora Loiseau dijo, “Siento como si me fuera a desmayar.”

    A las tres de la tarde, cuando el coche atravesaba llanuras interminables, Loiseau dijo, “Siento un delicioso olor a comida.” Carré dijo, “Yo también. Es el apetito que nos hace delirar.” Se dieron cuenta que no deliraban al ver los pollos, pasteles, frutas, y jamones que Bola de Sebo, tenía en una canasta. La señora Loiseau pensó, “¡No puede ser! Solo a ella se le ocurrió traer comida.” Loiseau dijo, “La señora sí que tomó precauciones. Hay gente que no olvida un detalle.” Bola de Sebo dijo, “¿Le apetece algo caballero? Es penoso pasar todo un día sin comer.” Entonces Loiseau dijo, “Francamente acepto. El hambre obliga a mucho. Este pollo se ve delicioso.” Mientras degustaba, Loiseau dijo, “En momentos difíciles como estos, consuela encontrar almas generosas.”

     Comía tan complacido que aumento con su alegría la desventura de los demás, que no pudieron evitar un suspiro. Entonces Bola de Sebo dijo, “¡No quieren tomar algo? Hay pollo, jamón, frutas, pastel de liebre, quesos…” Las religiosas y Cornudet aceptaron sin hacerse del rogar. Loiseau dijo a su esposa, “¿No quieres un pedacito?” Su esposa dijo, “No. Puedo esperar hasta Totes.” Pero un calambre en el estómago, terminó con la resistencia de la señora, quien dijo, “¡Ayyy No puedo más.” Loiseau dijo, “Mi esposa se siente mal. ¿Me permite darle una tajadita de jamón?”  Bola de Sebo dijo, “Por supuesto. Sírvale lo que guste. Lamento no tener más que un vaso para el vino.” Mientras ellos comían, los Carré padecían toda clase de sufrimientos. De pronto, la señora Carré exclamó, “¡Ayyy!” Su esposo quiso reanimarla y decía, “¡Juana!¡Juana!”
     La monja mayor dijo, “Se ha desmayado. Denle un poco de vino para reanimarla.” Después de darle un poco de vino, su esposo le dijo, “¿Cómo te sientes?” La señora Carré dijo, “Mejor, yo…” La monja joven dijo, “Se desmayó de hambre. ¡Pobrecita!” Bola de Sebo dijo, “Yo…yo les ofrecería con mucho gusto…” La joven Isabel se interrumpió, temerosa de ofender con sus palabras la susceptibilidad de aquellas nobles personas. Loiseau dijo, “Hay que amoldarse a las circunstancias. Basta de cumplidos y a comer. Seguro no llegaremos a Totes hasta la noche.” Los cuatro dudaron, pero al fin terminaron por transigir. El señor Carré dijo, “Aceptamos agradecidos su cortesía, señorita.”
   Lo difícil era empezar. Luego todos se apresuraron a vaciar la cesta. No era posible comer, y no mostrarse atentos. Se inició una conversación general, en la que estaba incluida Isabel. Loiseau le dijo, “¿Por qué abandonó Ruan?” Bola de Sebo le dijo, “No pensaba hacerlo. Creí que podría permanecer en la ciudad ocupada por el enemigo. Cuando me obligaron a dar alojamiento a los prusianos, supuse que era mejor acceder a abandonar mi ciudad. Pero, los odiaba tanto, que un día no pude contenerme, y estuve a punto de estrangular a uno de ellos. Después tuve que esconderme. Pagando una gran suma de dinero, conseguí que se me permitiera salir de Ruan.” Bola de Sebo agregó, “Los prusiano son asquerosos. Lo único que les interesa es el dinero.” El conde dijo, “Usted es digna de elogio. Fue muy valiente.”
   Loiseau dijo, “Si todos hubieran actuado igual, aún estaríamos en nuestras casas.” El conde de Breville, dijo, “¿Cómo pretende eso del pueblo? Es cobarde por naturaleza.” Cornudet dijo, “No le echen la culpa al pueblo, el causante de todas las desgracias es el emperador por meternos en esta guerra.” Bola de Sebo dijo, “¡Eso no! Ya hubiera querido verlo en su lugar. ¿Qué habría hecho?” De inmediato las señoras se sintieron atraídas hacia la joven, cuya opinión era similar a la de ellas. La Condesa dijo, “La señorita tiene toda la razón.” La señora Carré dijo, “Piensa como la gente bien nacida.”

   Se había vaciado la cesta. La conversación fue decayendo al ver que ya no había nada que comer. La señora Loiseau dijo, “Señorita, le presto mi calentador un momento. Debe tener frio.” Bola de Sebo dijo, “Se lo agradezco mucho. Tengo los pies tan helados que no los siento.” Empezó a oscurecer. La diligencia avanzaba lenta y penosamente. A las nueve de  la noche, Loiseau dijo a Carré, “Veo luces a lo lejos. Creo que nos acercamos a Totes.” Carré dijo, “¡Por fin, llevamos más de quince horas de viaje!” Loiseau dijo, “Podremos comer y descansar, y mañana temprano ponernos nuevamente en marcha.” Carré dijo, “Le diremos al cochero que tenga lista la diligencia a las nueve, para partir inmediatamente después de desayunar.” El conde de Breville dijo, “Los prusianos aun no llegan por estos lados. Pero no tardaran en hacerlo. Es mejor no encontrarnos con ellos.” Carré dijo, “Creo que en eso todos estamos de acuerdo. Aunque llevamos salvoconducto, es preferible no exponerse.”

   Cuando el carro se detuvo frente a la posada del comercio, Loiseau exclamó, “¡Dios santo!” El conde dijo, “¿Qué pasa?” Loiseau dijo, “¡Los prusianos ya están aquí!” Un soldado abrió la puerta del carruaje y dijo, “¡Todos abajo!” Cuando empezaron a bajar, el soldado le preguntó a Conde de Breville, “¿De dónde vienen?” El conde dijo, “De Ruan.” El soldado dijo, “¡Hum! Ustedes deben haber huido, porque la ciudad de Ruan se encuentra cerrada. Nadie puede salir.” El Conde dijo, “No. Traemos un salvoconducto autorizado por el general de las tropas prusianas acantonadas allí.”
   El soldado dijo, “Entren. Quiero ver ese salvoconducto.” Llenos de pánico obedecieron. El soldado leyó el salvoconducto y dijo, “¿Quién es Loiseau?” Loiseau dijo, “Yo señor…viajo con mi esposa y…” El soldado dijo, “No estoy preguntándole con quien viaja. ¿Quién es Carré?” Carré dijo, “Yo señor.”  Cuando el soldado terminó de cotejar a cada uno, con las referencias del salvoconducto, en el que se detallaba el nombre y la profesión, el soldado dijo, “Está bien.” Cuando estaban entrado a la posada, el conde dijo, “Que hombre tan desagradable y altanero.”
   Carré dijo, “Por suerte el salvoconducto estaba en regla y no pudo decir nada.” Loiseau dijo, “Debo reconocer que sentí miedo mientras lo examinaba. Podía haber inventado cualquier pretexto para molestarnos.” Su esposa dijo, “Pero ya no hay problema. Mañana temprano nos marcharemos.” Carré dijo, “Pidamos al posadero que nos prepare una buena cena. Necesito tomar algo caliente.” Su esposa dijo, “Y luego a dormir. Estoy agotada después de tantas horas de viaje.” Cuando se disponían a cenar, el posadero llegó y dijo, “¿Quién es la señorita Isabel Rousset?” Isabel dijo, “Yo, ¿Qué ocurre?” El posadero dijo, “El oficial prusiano quiere que se presente ante él ahora mismo.” Isabel dijo, “¿Para qué?”
   El posadero le contestó, “No lo sé. Solo dijo que quiere hablarle.” Isabel contestó, “Pues dígale que yo no deseo hablar con él.” El conde de Breville dijo, “Señorita, es necesario reprimir esos ímpetus. Una actitud así de su parte, puede traernos problemas.” Carré agregó, “El señor conde tienen razón. No debemos mostrarnos orgullosos ante quienes pueden aplastarnos.” El conde dijo, “Seguramente la llama para aclarar algún error del salvoconducto.” La señora Carré dijo, “Sí, eso debe ser. Preséntese ante él. No olvide que es quien tiene el poder.” Pero Isabel dijo, “No me importa. No voy a bajar la cabeza ante el enemigo.” El conde dijo, “No se trata de eso. Pero tampoco podemos darnos el lujo de ser altivos ante quien puede perjudicarnos a todos.” La señora Carré dijo, “¿Quiere que por su culpa tengamos problemas?” Isabel dijo, “No, claro que no, pero…”
   El conde dijo, “Entonces, acuda a ver qué tiene qué decirle el oficial.” Carré agregó, “Lo importante es evitar dificultades. Mañana nos iremos y no volveremos a verlo.” Loiseau dijo, “Vaya y evite mostrarse altiva.” La señora Loiseau dijo, “Le suplico que no se niegue. Me da terror pensar lo que ese hombre podría hacer.” La señora Carré agregó, “Imagine que por su negativa, tome represalias contra nosotros.” Finalmente Isabel dijo, “Está bien. Lo hago por complacerlos nada más.” El conde dijo, “Agradecemos su comprensión.” Cuando Isabel se fue, Loiseau dijo, “¿Para qué la habrá llamado?” Carré dijo, “No lo sabemos. Preferiría que lo hubiese hecho a cualquiera de nosotros. Esa joven puede cometer una indiscreción.”
   Loiseau dijo, “Ni lo diga. Quizá nos llame a todos uno por uno.” El conde dijo, “Podría ser. Debemos estar preparados para responder cualquier cosa que nos pregúnte.” Carré dijo, “Yo por mi parte, le diré que voy a Havre porque he quedado en la ruina. No pienso darle dinero, si eso es lo que quiere.” La señora Loiseau dijo, “Nosotros haremos lo mismo. Ya bastante nos sacaron en Ruan.” En eso llegó Isabel, diciendo, “¡Miserable!¡Maldito prusiano miserable!” Carré dijo, “¿Qué paso?” Loiseau dijo, “¿Para qué quería verla?” Isabel se sentó y dijo, con la mirada hacia abajo, “Es asunto mío.” Carré insistió, “Pero, ¿Qué le dijo? ¿De qué hablaron?” Isabel dijo, “De nada que pueda interesales. Ya he dicho que es asunto mío.”

   A pesar de las preguntas, no pudieron sacarle una sola palabra al respecto. Entonces Carré dijo, “Bueno, bueno, al parecer no es nada grave. Terminemos de cenar.” Poco después Loiseau dijo, “¿Qué tal una partidita de cartas?” El conde dijo, “Conmigo no cuente. Lo único que quiero es dormir.” Carré dijo, “Es mejor que nos vayamos a la cama. Mañana partiremos a las nueve.” El conde dijo, “Eso significa que tenemos que bajar a las ocho a desayunar.” 

   Al día siguiente, el Conde llegó con su esposa al comedor y dijo, “Buenos días.” Carré dijo, “Buenos días. Los esperábamos para desayunar.” El conde dijo, “Entonces no demoremos. Estoy ansioso por marcharme.” Loiseau dijo, “Por suerte dejó de nevar. Eso nos permitirá avanzar más rápido.” El conde dijo, “A buen paso, mañana por la tarde estaremos en Havre.” El conde agregó, “¿Habrá enganchado los caballos el cochero? No escúcho ruido en el patio.” Loiseau dijo, “Seguro lo hizo antes de que nos levantáramos. Iré a ver.” Al regresar Loiseau dijo, “La diligencia no está enganchada, y el cochero no se ve por ninguna parte.” El conde dijo, “¿Cómo?¡No puede ser!” Loiseau dijo, “Lo busqué por toda la casa y nada.” La señora Loiseau dijo, “Quizá se equivocó de hora.” Loiseau dijo, “¡Qué va! Bien claro se la dijimos.” El conde dijo, “Hay que buscarlo. De aquí a que engánche, no saldremos antes de las diez.”
   Recorrieron nuevamente la casa, los corrales, la cuadra, y no lo encontraron. El conde dijo, “¿Dónde se habrá metido?”  Loiseau dijo, “Quizá se encuentra en alguna taberna. Esta gente es tan irresponsable.” Media hora después, entraban a una taberna y Loiseau dijo, “¿Ven cómo no me equivocaba? Aquí lo tienen.” El conde dijo, “¿Qué hace en éste lugar?¿No le dijimos que tuviera lista la diligencia a las nueve?” El cochero dijo, “Sí, pero después me dieron otra orden.”
   El conde dijo, “¿Cual orden?” El cochero les dijo, “Que no enganchára.” Carré dijo, “¿Quién se la dio?” El cochero respondió, “El comandante prusiano.” Loiseau dijo, “¡El comandante prusiano!¿Que se ha creído se hombre?” El conde dijo, “Cálmese. Nada sacamos con alterarnos. Debe haber un mal entendido…dígame, ¿Qué motivos tuvo?” El cochero dijo, “Lo ignoro. Pregúnteselo, yo no soy curioso.” Loiseau dijo, “Ya veo que no lo es, y tampoco obedece a quienes le pagan. ¡Es el colmo!” El cochero dijo, “Mire, a mí me prohíben enganchar y no engancho. Ni más ni menos.”
   Entonces Loiseau dijo, “¿El propio comandante le dio la orden?” El cochero dijo, “No, el posadero en su nombre.” Carré dijo, “¿Cuándo?” El cochero dijo, “Anoche, cuando me retiraba.” Carré preguntó, “¿Y porque no nos avisó?” El cochero dijo, “¿Para qué? Hoy de todos modos se iban a enterar.” El conde dijo, “Regresemos a la posada. Tenemos que averiguar qué sucede.” Pero el cochero les dijo, “Les advierto que mientras el prusiano no me dé la órden, yo no me muevo. No pienso meterme en problemas.”
   Loiseau dijo, cuando salieron de la taberna, “Anoche tuve el presentimiento de que algo saldría mal. ¿Qué pretenderá ese hombre?” Carré dijo, “Si quiere dinero, no estoy dispuesto a dárselo.” Loiseau dijo, “Ni yo. Tenemos un salvoconducto en regla y debe respetarlo.” El conde dijo, “No nos precipitemos. Seguramente quiso hacernos pasar un mal rato, y hoy nos dejará marchar.”

   Cuando llegaron a la posada, la señora Carré dijo, “¿Encontraron al cochero?” Loiseau dijo, “Sí, el muy sinvergüenza estaba bebiendo en una taberna.” Después que contaron lo que sucedía, la señora Carré dijo, “¿Y qué vamos a hacer?” El conde dijo, "Hablar con el posadero. Él debe saber a qué se debe esta arbitrariedad.” Cornudet dijo, “Al parecer, no está. Solo hemos visto a la criada que fue la que sirvió el desayuno.” El conde dijo, “Le pediremos que le diga que venga.” Enseguida, el conde fue y le dijo, “Muchacha, queremos hablar con el posadero.” La criada dijo, “El señor está durmiendo. Nunca se levanta antes de las diez.” El conde insistió, “Es urgente que hablemos con él. Vaya a despertarlo.”
   Pero la criada dijo, “¿Yo?¡Dios me libre! Se pondría furioso. Tendrán que esperar.” Loiseau dijo, “Entonces queremos ver al oficial prusiano, ¿Dónde está?” La criada dijo, “Tampoco podrá ser. No recibe a nadie, solo a mi señor.” Loiseau dijo, “¿No entiende? Tenemos que verlo ahora mismo.” La criada dijo, “Ya les dije que no se puede y dejen de molestarme. Tengo mucho quehacer.” La señora Carré dijo, “¡Esto es incomprensible!” El conde dijo, “No sacaremos nada. Debemos de aguardar hasta que el posadero se levante.”

   Una hora después, el conde interrogaba al posadero, “Queremos saber porque no se nos permite marchar.” El posadero dijo, “No tengo la menor idea.” Loiseau dijo, “Pero usted dio la orden.” El posadero dijo, “Solo transmití los deseos del oficial.” Gastón preguntó, “¿Qué razones dio?” El posadero dijo, “Ninguna. Solo me dijo: No permita que enganchen la diligencia. Esos viajeros no saldrán de aquí hasta que yo lo decida.” El conde dijo, “Tenemos que hablar con él. Saber a qué se debe tal orden.” El posadero dijo, “Se lo diré, a ver si quiere recibirlos." Loiseau dijo, “¿Escucharon? A ver si quiere recibirnos. ¡Es el colmo de la insolencia!” La esposa de Loiseau dijo, “No sé cómo podemos soportar tanta humillación.” A los pocos minutos el posadero regresó. El conde le dijo, “¿Qué dijo?”
   El posadero dijo, “Que los recibirá a las doce.” Carré dijo, “Pero falta más de una hora.” El posadero dijo, “Así es. Es mejor que se sienten y tengan paciencia.” La señora Carré dijo, “Es indigno que nos traten así.” El conde dijo, “Ese hombre tiene la típica actitud de los que ejercen el poder por primera vez.” La señora Loiseau dijo, “Goza mortificando a personas superiores a él.” La señora Carré le dijo, “Nunca me había sentido tan humillada.” El conde dijo, “¿Quién irá a hablar con él?” Loiseau dijo, “Propongo que los cuatro hombres.” Cornudet dijo, “Conmigo no cuenten. No entra en mis cálculos parlamentar con el enemigo.” Carré dijo, “Entonces iremos nosotros tres.”

   Cuando dieron las doce, el posadero bajó y dijo, “Dice el comandante que pueden pasar a hablar con él.” Loiseau dijo, “¡Vamos! Ahora me va a oír. No permitiremos que nos detenga un minuto más.” Minutos después el comandante los recibía, diciendo, “¿Qué desean?” El conde dijo, “Proseguir nuestro viaje, caballero.” El comandante dijo, “¡No!” Entonces Carré le dijo, “¿Podría decirnos la causa por la que no nos permite marchar?” El comandante, quien les daba la espalda, mirando la chimenea y sentado en un sillón, contestó, “Porque esa es mi voluntad.”
   Entonces Gastón dijo, “Me atrevo a recordarle respetuosamente, que tenemos un salvoconducto firmado por un general prusiano.” Loiseau agregó, “Está perfectamente en regla y nada justifica esta detención.” El comandante dijo, “He dicho que es mi voluntad. Aquí soy yo el que da las ordenes.” Carré dijo, “Debo insistir en…” Pero el comandante lo interrumpió, diciendo, “¡Basta!¡Fuera de aquí! No se irán hasta que yo lo decida.”  El regresar todos a la posada, la señora Loiseau les preguntó, “¿Qué dijo?” Su esposo le dijo, “Que es su voluntad retenernos aquí.” Isabel le preguntó, “¿Nada más?” El conde dijo, “No, y no puedo imaginar lo que pretende.” La señora Carré dijo, “¿Querrá conservarnos como rehenes?” La señora Loiseau opinó, “Quizá piensa pedir rescate por nosotros.” Cornudet dijo, “Si así fuera, seguro ya lo hubiera dicho.”  El conde le dijo, “Es un hombre sumamente desagradable. Ni siquiera se tomó la molestia de mirarnos a la cara.” La señora Loiseau dijo, “Entonces, ¿No sabemos cuándo podemos marchar?” Loiseau dijo, “No. Lo único que está claro es que nos encontramos a su merced.”

   El resto del día fue desastroso. El pánico les había poseído. Cuando se disponían a cenar, el posadero llegó, y dijo, “El oficial prusiano pregunta si la señorita Isabel se ha decidido ya.” Isabel le dijo, “Dígale a ese canalla, sucio y repugnante, que nuca me decidiré. ¡Nunca!” Entonces Carré miró a Isabel y dijo, “¿Qué quiere de usted?” Isabel le constó sin mirarlo, “Ya dije que es cosa mía.” Pero el conde le dijo, “Debe decírnoslo. Acaso eso sea la causa de que no nos deje marchar.” Loiseau dijo, “¿Cómo no se nos había ocurrido? Señorita, tenemos que saber qué quiere ese hombre.” Carré dijo, “Háble. Quizá podamos encontrar una solución.” Isabel continuó negándose, pero fue tanta la insistencia. Isabel dijo, “¿Desean saber qué quiere ese cerdo? Desea estar conmigo.” Las tres damas exclamaron “¡OOOH!” Carré dijo, “¡Ese hombre es un malvado!”
   Loiseau agregó, “Hizo bien en negarse. ¡Qué se ha creído ese canalla!” Cornudet agregó, “¡Si pudiera le rompería la cara!” El conde dijo, “No hay duda que los prusianos inspiran más repugnancia que temor. Se comportan como barbaros.” Las monjas bajaron la mirada y sintieron una gran tristeza. La señora Carré dijo, “Tiene toda la razón al non acceder a los deseos de ese hombre.” La señora Carré dijo, “Tendrá que dejarnos marchar, al ver que usted está firme en su negativa. No se preocupe.”

   Durante la cena se habló poco, y luego se retiraron. Al día siguiente, el señor Carré llego con su esposa al comedor y dijo, “Buenos días. ¿Novedades?” Loiseau dijo, “No. Tenía la esperanza de que los caballos estuvieran enganchados y pudiéramos partir.” Carré dijo, mientras se sentaba, “Yo también. Realmente este asunto es muy desagradable. Si esa mujer no hubiese subido a la diligencia, no estaríamos detenidos.” Loiseau agregó, “Efectivamente. ¡Qué mala suerte que viaje con nosotros!” Las reflexiones de la noche, habían modificado sus juicios. La señora Loiseau dijo, “Realmente no veo la razón de tanto remilgo por parte de ella.” Loiseau dijo, “Podría haber buscado al prusiano durante la noche. Nadie se habría enterado y así arreglado el problema en que nos metió.” La señora Carré dijo, “Esa habría sido una actitud decente. Pero, ¿Qué se puede esperar de mujeres como ella?” La condsa dijo, “Desgraciadamente no podemos hacer nada. Quizá si…” Carré dijo, “¡Silencio! Ya viene.” Isabel saludó, “Buenos días.”

   Y así, las horas pasaron lentamente exasperando los ánimos. Carré propuso, “¿Qué tal si damos un paseo? Sería mejor que permanecer aquí sentados.” Cornudet dijo, “Yo prefiero quedarme frente a la chimenea.” Los tres hombres, y las cuatro mujeres, salieron al intenso frio, y empezaron a caminar sin rumbo. Loiseau dijo, “¿No pensará, Bola de Sebo, aceptar evitando así que se prolongue nuestra detención?” Carré dijo, “Desgraciadamente no podemos obligarla.” Carré agregó, “Deberíamos. Mientras ella se hace la difícil, nos pone en grave peligro.” El conde le dijo, “¿A qué se refiere?” Carré explicó, “Si los franceses, como está proyectado, toman la ofensiva, por Dieppe, la batalla se desarrollará aquí en Totes.” Loiseau dijo, “Nos encontraríamos en medio de la refriega. En cambio, en Havre, estaríamos totalmente a salvo.” Carré dijo, “¿Y si huyéramos a pie?” Loiseau dijo, “¿En medio de la nieve y con las señoras? Imposible. Además, nos perseguirían y seríamos juzgados como prisioneros de guerra.” Carré dijo, “Tiene razón. No hay escapatoria.” Pero el conde dijo, “Sí la hay. Es cuestión que esa mala pécora tome conciencia de su deber para con nosotros.”

   Cuando regresaban a la posada, las cuatro mujeres dialogaban entre sí. La condesa dijo, “Allá va el oficial prusiano.” La señora Carré dijo, “No es nada mal parecido.” La señora Loiseau dijo, “Yo diría que bastante apuesto. Estoy segura que más de una mujer se sentiría halagada de ser objeto de su preferencia.” La Isabel dijo, “No hay duda. Finalmente no es un delito ser prusiano.” La señora Carré dijo, “Claro que no. Un hombre, es un hombre, no importa la nacionalidad.” La señora Loiseau dijo, “Además de apuesto, es distinguido. ¿Se fijaron con qué elegancia lleva el uniforme?”

   Esa noche, la cena transcurrió silenciosa. A la mañana siguiente, todos llegaron al comedor y Loiseau dijo, “¿Y Bola de Sebo?” La señora Carré dijo, “Fue a la iglesia.” Entonces Loiseau dijo, “Me alegro que no esté, porque debemos hablar. Esta situación no puede seguir.” Carré dijo, “¿Qué podemos hacer?¡No veo la solución!” Loiseau dijo, “¿Y si proponemos al prusiano que se quede con ella, y nos permita a nosotros continuar el viaje?” El conde dijo, “No es mala idea. Le diremos al posadero que se lo diga a nuestro nombre.”  El posadero fue con la embajada y no tardo en regresar, diciendo, “Dice el comandante que ninguno se irá, mientas él no quede complacido.” La señora Loiseau explotó, y dijo, “¡No podemos envejecer aquí por culpa de esa mujer! ¿A cas no es su oficio complacer a los hombres?” La señora Carré dijo, “La señora Loiseau tiene razón.”
   La señora Loiseau agregó, “A qué viene con tantas excusas, ahora que podría sacarnos de un apuro, está obligada a ello.” Loiseau continuó, “En mi opinión, el prusiano es un hombre correcto. Hubiera preferido seguramente a cualquiera de nosotras. Pero s contenta, para no ofendernos, con la que pertenece al mundo. ¿No demuestra eso que es un caballero? Respeta el matrimonio y la virtud cuando él puede ordenar. Le bastaría con decir: ‘¿Ésta quiero!’ y obligarla por la fuerza.” La señora Carré dijo, “¡Oh, no!¡No siga!” La señora condesa dijo, “¡Qué horror!” Loiseau dijo, “Mi esposa tiene razón. Lo que debemos hacer es entregarla a ese oficial atada de manos y pies.” El conde dijo, “Es mejor llevar el asunto con habilidad. Trataremos de convencerla. Hay que usar la diplomacia.”
   Carré agregó, “Lo que se haga, tendrá que ser efectivo. Yo ya debería estar en Havre.” Loiseau dijo, “Ideémos un plan que pondremos de inmediato en marcha.” Todos opinaron sobre cómo actuar y finalmente llegaron a una conclusión. Carré dijo, “…entonces queda en manos de las mujeres, especialmente de la condesa.” Loiseau dijo, “Ya viene. Cambiemos de tema.” Isabel llegó saludando, y dijo, “Buenos días.” La señora Loiseau dijo, “Buenos días.” En seguida, la señora Carré le dijo, “La esperamos para desayunar, pero la criada nos dijo que había ido a la iglesia.” Isabel dijo, “Si, algunas veces consuela rezar.” La señora Loiseau dijo, “Así es. Sobre todo cuando se tiene una gran responsabilidad encima.” La señora Loiseau continuó, “En la tranquilidad de un templo, se aclaran la ideas. Porque Dios indica el deber que tenemos con nuestros semejantes.”
   La condesa agregó, “El señor a veces nos pone pruebas que debemos cumplir, aunque no sean de nuestro agrado.” Hasta la hora de comer, se mostraron amables con ella, para inspirarle confianza. Ya en la mesa, la condesa dijo a Isabel, “La señora Carré y yo estuvimos hablando de las mujeres ejemplares.” La señora Carré dijo, “Son seres reconocidos por la historia que nunca serán olvidados.” La señora Loiseau agregó, “Qué honor poder conocer a una de ellas, ¿Verdad?” La señora Carré dijo, “Si yo tuviera esa oportunidad, la respetaría y la admiraría hasta la muerte.” La condesa agregó, “Es difícil toparse con seres tan extraordinarios.”
   El conde dijo, “Tienes razón. Solo los elegidos se olvidan de sí mismos, para sacrificarse por su prójimo. Eso los hace ejemplares.” Entonces la condesa dijo, “¿Qué opina usted, madre?¿Dios perdona a quien actúa por ayudar a los demás aunque parezca que comete pecado?” La monja dijo, “¿Quién lo duda, señora? Un acto punible puede ser meritorio, según la intención que lo inspire. Nuestro señor tiene tareas para cada uno de sus siervos. Sus caminos son impredecibles.” La condesa dijo, “Tiene toda la razón. Nosotros simples mortales, tenemos la obligación de acatar sus mandatos.”

   Durante toda la plática, Bola de Sebo no despegó los labios. Esa tarde, Carré y el conde dialogaban. “Creo que el terreno ya está suficientemente preparado. Ahora es su turno, conde.” El conde dijo, “Entonces, manos a la obra.” Ambos fueron al comedor donde todos estaban, y Carré dijo, “Parece que no hace tanto frio. Salgamos a caminar, nos hará bien estirar las piernas.” La señora Carré dijo, “Y despejarnos un poco. Mis nervios están a punto de estallar. Es terrible sentirse prisionera.” Cuando todos estuvieron listos para salir, Carré dijo, “Venga, señorita Isabel.” Isabel dijo, “Bueno, gracias.”
   Durante el paseo, el conde se quedó rezagado, y tomó a Isabel de un brazo, diciendo, “Querida niña. Quiero platicar con usted. Dejemos que los otros se adelanten.” Con tono paternal y un poco displicente, propio de un hombre de rango que se dirige a un pobre ser, entró en materia. “Creo que está actuando con mucho egoísmo. Quizá no se ha dado cuenta cuando nos perjudica con su actitud. Una actitud rebelde que no la llevará a ningún buen fin, puesto que no se puede contradecir a los poderosos. Por su culpa somos víctimas del enemigo, y estamos expuestos a sus represalias que, seguramente no tardarán en tomar. Solo usted puede solucionar nuestra situación. Acceda a una…liberalidad muchas veces concedida.”
   El conde hablaba razonable, atento, sin dejar de ser el señor conde. “Usted no se rebajará. Prestará un gran servicio a la patria, y el agradecimiento de todos nosotros será eterno. En tiempos de guerra, todos tenemos que sacrificarnos. Demuestre que es un gran patriota. Es su turno.” La joven nada dijo, y cuando regresaron a la posada, se encerró en su cuarto. A la hora de la cena, la señora Loiseau dijo, "¿No ha bajado Bola de Sebo?” El conde dijo, “No. Espero haya meditado sobre lo que le dije.” La señora Carré dijo, “¿Qué irá a decidir?” Loiseau dijo, “Si no accede, les juro que yo mismo la llevo donde el prusiano, aunque sea a rastras.” La señora Carré dijo, “Esperemos que no sea necesario. Es terrible estar supeditada a una mujer como esa.”
    La señora Loiseau agregó, “Debería estar agradecida de damas como nosotras la tomáramos en cuenta, y hacer lo que fuera para agradarnos.” En ese momento, el posadero llego y dijo, “La señoría Isabel no bajará a cenar. No se siente bien, y me ha pedido que les diga que no la esperen.” La señora Loiseau volteó y dijo, “Lo único que faltaba. ¡Ahora está enferma!” A los pocos minutos llegó el conde y dijo al posadero, “¿Ya está?” El posadero contestó, “Sí.” Entonces el conde dijo, “No se preocupen. Todo va perfectamente. Mañana podremos partir.” Loiseau dijo, “¡Bravo! Esto hay que celebrarlo. Tráiganos su mejor vino.” Cuando el vino fue traído, Loiseau repartió a todo y dijo, “Sírvase un poquito, madre. Está delicioso. Ésta es una ocasión especial.” La madre dijo, “Solo lo probaré. El momento lo amerita.” Carré dijo, “¡Salud! Porque tengamos un excelente viaje.” Todos brindaron, “¡Salud!”

   Al final de la cena el vino había hecho sus efectos, y se sentían eufóricos. Carré decía, “Señora condesa, ¿Le han dicho que tiene usted unos ojos divinos?” La condesa dijo, “Señor Carré, me hace sonrojar." Carré agregó, “El rubor aumenta los encantos de una muer como usted.” La condesa le dijo, “Por favor, no siga…¡Ji, Ji, Ji…!” Loiseau le levantó y dijo, “Qué lástima que no haya un piano, podríamos bailar.” La señora Carré dijo, “Es lo único que falta para una celebración el regla.”
   Cornudet se levantó molesto, y Loiseau le dijo, “¿Ya se retira?¿Le sucede algo? No ha dicho una sola palabra toda la noche.” Cornudet le dijo, “Lo único que se me ocurre decir, es que han hecho ustedes una bellaquería.” Cornudet avanzó retirándose y dijo, “¿Escucharon bien? ¡Una bellaquería! Actitud muy digna de gente de alcurnia como ustedes.” La condesa se levantó y dijo a Loiseau, “¿Qué le sucede?” La señora Loiseau dijo, “Ese hombre está loco. ¡Nos ha insultado!” Carré dijo, “No hay que hacerle caso. Reclama, pero también él se ha beneficiado con la partida.” El conde agregó, “No hay duda de que los de clase inferior no comprenden nada.”

    A media noche acabó la tertulia. Carré se despidió con su esposa y dijo, “Hasta mañana. Por fin podremos dormir tranquilos.” Loiseau dijo, “Que descanse. ¡Qué alivio que ya todo está arreglado!” Al día siguiente, las parejas se alistaban a para subir al carruaje. La señora Carré dijo, “Qué bonito día amaneció. Después de tantos días nublados, es agradable ver el sol.” Loiseau agregó, “A pesar de ello, hace mucho frio. Pero estoy tan contento que casi no lo siento.” Entonces Isabel llegó diciendo, “¡Buenos días!” Nadie contestó.
    El conde se apresuró a tomar a su esposa del brazo como para alejarla de un contacto impuro. Loiseau dijo, “Subamos a la diligencia. No demoremos más la partida.” Cuando todos estuvieron dentro del carruaje, Isabel tenía la mirada baja, y la señora Loiseau pensó, “¡Menos ml que no estoy de su lado!” Minutos después, la diligencia se ponía en marcha. Isabel pensaba, “No debí ceder. Ellos me empujaron y ahora me desprecian. Yo no quería, ellos me obligaron. Me han mirado como si fuera una apestada. Así reconocen mi sacrificio.”
    Indiferentes a su dolor, los demás la ignoraban. La señora carré dijo, “Con Gastón hemos decidido embarcarnos de in mediato para Inglaterra. En Francia ya no se puede vivir.” La señora Loiseau dijo, “Quizá nosotros hagamos lo mismo. ¿Y usted condesa?” La condesa dijo, “Aún no lo sé. Mi esposo quiere que vayamos a Italia, pero como están las cosas…” La señora Carré dijo, “Inglaterra es lo más seguro, por ahora. Además la nobleza allá es tan fina.” Loiseau dijo, “Estaba muy preocupado por la demora. Mañana debo invertir los intereses del dinero que tengo en Havre.” Carré dijo, “No hay que dejar el dinero estático. Lo puedo recomendar con mi banquero que le dirá como sacarle el máximo provecho.” La madre monja rezaba, tomando el rosario, “¡Dios te salve María, llena eres de gracia…”

    Después de cuatro horas de viaje, la condesa dijo, “Hace hambre.” La señora Loiseau dijo, “Desayunamos muy temprano. Por suerte pedí que me prepararan un buen pedazo de carne asada.” La señora Carré dijo, “Un ejemplo digno de ser imitado.” La condesa dijo, “Definitivamente me ha vuelto el apetito que había perdido.” Enseguida, la condesa saco un pastel para comer con su marido, el conde dijo, “¡Pastel de Liebre!¡Qué delicia!” La condesa dijo, “La criada de la posada lo prepara excelente. Con la señora Carré, decidimos que era lo indicado para el viaje.”
    Las monjas sacaron un salami y Cornudet un emparedado. La condesa dijo a su esposo, ofreciendo más pastel, “¿Otro pedacito? Recuerda que no nos detendremos hasta la noche.” El conde dijo, “Sí, no vamos a perder el tiempo. Ya estamos bastante retrasados.” Bola de Sebo en su turbación, no había pedido que le prepararan nada, y pensó, “Es demasiado. No tenían esa misma actitud hacia mí, cuando compartí con ellos mis provisiones. Me rogaron, me suplicaron, dijeron que iban a estar eternamente agradecidos, y me tratan como una alimaña.” Sintió deseos de insultarlos, pero era tanto su desconsuelo, que no pudo hablar, y pensó, “No voy a llorar…no voy a llorar…”  
     Pero, por más que trató, le fue imposible contener el llanto. La señora Carré dijo, “No hay nada como una buena comida.” La condesa dijo, “Así, cualquier viaje se hace corto.” Luego, la condesa notó que Bola de Sebo lloraba, y dijo, “Mírala.” El conde dijo, “¿Qué quieres que haga? No es mi culpa. Nada tengo que ver con su conducta. Fue su decisión. Es libre de hacer lo que quiera.” La señora Loiseau dijo, “Se avergüenza y llora. Ni así podrá lavar sus pecados.” Bola de Sebo lloraba, “¡Snif!¡Snif!” La madre oraba, “…perdona nuestras ofensas, así como también nosotros perdonamos…” La diligencia continuó avanzando sobre la nieve endurecida. Durante las eternas horas de viaje, las lágrimas de Isabel brotaron sin cesar, ante la indiferencia y desprecio de sus compañeros de viaje.

     Tomado de, Novelas Inmorales. Año XII, No. 588, Febrero 22 de 1989. Guión: Herwigd Comte. Adaptacion: Remy Bastien. Segunda adaptación: José Escobar.   

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