Existe controversia acerca del otro lugar exacto de su nacimiento, generada por el biógrafo fecampés, Georges Normandy, en 1926. Según una primera hipótesis, habría nacido en Fécamp, en el Bout-Menteux, el 5 de agosto de 1850. Según la otra hipótesis, habría nacido en el castillo de Miromesnil, en Tourville-sur-Arques, a ocho kilómetros de Dieppe, como establece su partida de nacimiento. No obstante, todo parece apuntar a que el auténtico lugar de nacimiento fue este último.
Maupassant tuvo una infancia como la de cualquier muchacho de su edad, si bien su madre lo introdujo a edad temprana en el estudio de las lenguas clásicas. Su madre, Laure, siempre quiso que su hijo tomára el ejemplo de su hermano Alfred Le Poittevin, a la sazón íntimo amigo de Flaubert, cuya prematura muerte truncó una prometedora carrera literaria. A los doce años, sus padres se separaron amistosamente. Su padre, Gustave de Maupassant, era un indolente que engañaba a su esposa con otras mujeres. La ruptura de sus padres, influyó mucho en el joven Guy. La relación con su padre se enfriaría de tal modo, que siempre se consideró un huérfano de padre. Su juventud, muy apegada a su madre, Laure Le Poittevin, se desarrolló primero en Étretat, y más adelante en Yvetot, antes de marchar al liceo en Ruan. Maupassant fue admirador y discípulo de Gustave Flaubert, al que conoció en 1867. Flaubert, a instancias de la madre del escritor, de la cual era amigo de la infancia, lo tomó bajo su protección, le abrió la puerta de algunos periódicos, y le presentó a Iván Turgénev, Émile Zola, y a los hermanos Goncourt. Flaubert ocupó el lugar de la figura paterna. Tanto es así, que incluso se llegó a decir, en algunos mentideros parisinos, que Flaubert era su padre biológico.
El escritor se trasladó a vivir a París con su padre, tras la derrota francesa en la guerra franco-prusiana, de 1870. Comenzó a estudiar Derecho, pero reveses económicos familiares, y la mala relación con su padre, le obligaron a dejar unos estudios que, de por sí, ya no le convencían, y a trabajar como funcionario en varios ministerios, hasta que publicó en 1880 su primera gran obra, “Bola de Sebo”, en, Las Veladas de Médan, un volumen naturalista preparado por Émile Zola con la colaboración de, Henri Céard, Paul Alexis, Joris Karl Huysmans, y Léon Hennique. El relato, de corte fuertemente realista, según las directrices de su maestro Flaubert, fue calificado por éste como una obra maestra.
Su presencia en, Las Veladas de Médan, y la calidad de su relato, permitió a Maupassant, adquirir una súbita y repentina notoriedad en el mundo literario. Sus temas favoritos eran los campesinos normandos, los pequeños burgueses, la mediocridad de los funcionarios, la guerra franco-prusiana de 1870, las aventuras amorosas, o las alucinaciones de la locura: La Casa Tellier (1881), Los Cuentos de la Becada (1883), El Horla (1887), a través de algunos de los cuales se transparentan los primeros síntomas de su enfermedad.
Su vida parisina y de mayor actividad creativa, transcurrió entre la mediocridad de su trabajo como funcionario y, sobre todo, practicando deporte, en particular el remo, al que se entregó con denuedo en los pueblos de los alrededores de París, en compañía de amistades de dudosa reputación. De vida díscola y sexualmente promiscuo, jamás se le conoció un amor verdadero; para él, el amor era puro instinto animal, y así lo disfrutaba. Escribió al respecto: “El individuo que se contente con una mujer toda su vida, estaría al margen de las leyes de la naturaleza como aquel que no vive más que de ensaladas.” Y por añadidura, el carácter dominante de su madre, lo alejó de cualquier relación que se atisbase con un mínimo de seriedad.
Su carácter pesimista, misógino, y misántropo, estaba motivado por la poderosa influencia de su mentor, Gustave Flaubert, y las ideas de su filósofo de cabecera: Schopenhauer. Maupassant abominaba el asirse a cualquier atadura, o vínculo social, por lo que siempre se negó a recibir la, Legión de Honor, o a considerarse miembro del cenáculo literario de Zola, al no querer formar parte de una escuela literaria, en defensa de su total independencia. El matrimonio le horrorizaba; suya es la frase: “El matrimonio es un intercambio de malos humores durante el día, y de malos olores durante la noche.” No obstante, pocos años después de su muerte, un periódico francés, L'Eclair, informó de la existencia de una mujer, con la que habría tenido tres hijos. Identificada en ocasiones por algunos biógrafos como la, "mujer de gris," personaje que aparece en las, Memorias, de su criado, François Tassart, se llamaba Josephine Litzelmann, natural de Alsacia y, sin duda, judía. Los hijos se llamaban, Honoré-Lucien, Jeanne-Lucienne, y Marguerite. Si bien, sus supuestos tres hijos reconocieron ser hijos del escritor, nunca desearon la publicidad que se les dio.
Atacado por graves problemas nerviosos, síntomas de demencia, y pánico heredados, reflejados en varios de sus cuentos, como el cuento, ¿Quién Sabe?, escrito ya en sus últimos años de vida, como consecuencia de la sífilis, intentó suicidarse el 1 de enero de 1892. El propio escritor lo confesó por escrito: “Tengo miedo de mí mismo, tengo miedo del miedo, pero, ante todo, tengo miedo de la espantosa confusión de mi espíritu, de mi razón, sobre la cual pierdo el dominio, y a la cual, turbia un miedo opaco y misterioso.” Tras algunos intentos frustrados, en los que utilizó un abrecartas para degollarse, fue internado en la clínica parisina del Doctor Blanche, donde murió un año más tarde. Está enterrado en el Cementerio de Montparnasse, en París.
Maupassant está considerado uno de los más importantes escritores de la escuela naturalista, cuyo máximo pontífice fue, Émile Zola, aunque a él nunca le gustó que se le atribuyese tal militancia.
Es cierto que fue un fotógrafo de su tiempo, y su doctrina literaria está recogida en el prólogo que escribió para su novela, Pierre et Jean, donde escribió: “La menor cosa tiene algo de desconocido. Encontrémoslo. Para descubrir un fuego que arde, y un árbol en una llanura, permanezcamos frente a ese fuego, y a ese árbol, hasta que no se parezcan, para nosotros, a ningún otro árbol, ni a ningún otro fuego.” Para el historiador, Rafael Llopis, Maupassant, perdido en la segunda mitad del siglo XIX, se encontraba muy lejano ya del furor del Romanticismo, fue “una figura singular, casual y solitaria.”Su prosa tiene la virtud de ser sencilla, pero directa, sin artificios. Sus historias, variopintas, transmiten con una fidelidad absoluta, la sociedad de su época. Pero lo que más lo caracteriza, es lo impersonal de su narración; jamás se involucra en la historia, y se manifiesta como un ser omnisciente, que se limita a describir detalladamente sus observaciones. No en vano, Maupassant está considerado como uno de los mayores cuentistas de la historia de la literatura. En los últimos años de su vida, e influenciado por el éxito de Paul Bourget, abandonó el relato de costumbres, o realista, para experimentar con la novela psicológica, con la que tuvo bastante éxito. Es en esta etapa, donde abandona su visión impersonal, para profundizar más en el alma atormentada de sus personajes, probablemente un reflejo del tormento que sufría la suya. Siempre padeciendo grandes migrañas, abusó del consumo de drogas, como la cocaína y el éter, que potenciaban más su talento natural, y le proporcionaban estados alterados de conciencia, que lo hacían sufrir alucinaciones, y otras visiones que a la postre, condicionarían su narrativa fantástica, o de terror.
Fue tanta la influencia que ejerció sobre otros autores, que llegó a ser uno de los más plagiados. Era admirado por Chéjov, León Tolstói, Horacio Quiroga, y un largo etcétera. Pero sin duda, el autor que más lo plagió, fue el italiano, Gabriele D'Annunzio. En su antología de narraciones, Cuentos del río Pescara, podemos encontrar historias y pasajes copiados literalmente de algunos cuentos de Maupassant. Otro de los que plagió al autor francés, fue, Valle Inclán, en su primer libro, Femeninas, donde en el relato, Octavia Santino, reproduce fielmente la escena final de la novela, Fort Comme la Mort.
Su extensa obra incluye
seis novelas, unos trescientos cuentos, siendo el primero, “Bola de Sebo” (“Boule
de Suif”) (1880), el más
aclamado, además de seis obras de teatro, tres libros de viajes, una antología
de poesía, y numerosas crónicas periodísticas. Escribió bajo varios seudónimos: Joseph Prunier, en 1875, Guy de Valmont, en 1878, y
Maufrigneuse, de 1881 a 1885.
En cuanto a su narrativa corta, son especialmente destacables sus cuentos de terror, género en el que es reconocido como maestro, a la altura de Edgar Allan Poe. En estos cuentos, narrados con un estilo ágil y nervioso, repleto de exclamaciones y signos de interrogación, se echa de ver la presencia obsesiva de la muerte, el desvarío, y lo sobrenatural: ¿Quién Sabe?, La Noche, La Cabellera, La Mano, Mesero, Una "Bock"!, El Perdón, Reina Hortensia, La Aparición, El Diablo, o El Horla, relato perteneciente al género del horror. Según Rafael Llopis, quien cita al estudioso de lo fantástico, Louis Vax, “El terror que expresa en sus cuentos es exclusivamente personal, y nace en su mente enferma, como presagio de su próxima desintegración. [...] Sus cuentos de miedo [...] expresan de algún modo, la protesta desesperada de un hombre que siente cómo su razón se desintegra.” Louis Vax, establece una neta diferencia entre Mérimée y Maupassant. Éste es un enfermo que expresa su angustia; aquel es un artista que imagina en frío cuentos para asustar. [...] Este temor centrípeto es centrífugo en Maupassant. "En 'El Horla' -dice Vax- hay al principio una inquietud interior, luego manifestaciones sobrenaturales reveladas solo a la víctima; por último, también el mundo que la rodea es alcanzado por sus visiones. La enfermedad del alma se convierte en putrefacción del cosmos.”
Maupassant publicó novelas de corte mayormente naturalista: Una Vida (1883), Bel-Ami (1885) o Fuerte Como la Muerte (1889), entre otras. Menos conocida es su faceta como cronista de actualidad, en los periódicos de la época como, Le Gaulois, Gil Blas, o Le Figaro, donde escribió numerosas crónicas acerca de múltiples temas: literatura, política, sociedad, entre otros. (Wikipedia Español)
de Guy de
Maupassant
Como todas las mañanas René pasó a la recamara de su madre, antes de dirigirse al trabajo. “¿Cómo amaneciste, madre?” Su madre le dijo, “Muy mareada. Casi no dormí, me dolía la cabeza y tuve calambres en los pies y en las manos.” René le dijo, “Tanto que te he dicho que veas al doctor.” Su madre le dijo, “¿Para qué? Me dirá que son las cosas de la edad. Ya debería morirme. Soy una carga para todos.” Rene le dijo, “No digas eso. Ya hablaremos ésta tarde, cuando regrése. Me voy, tengo el tiempo justo para no llegar tarde.” Su madre le dijo, “Cuídate…¡Ah, los hijos nunca dejan de dar preocupaciones!” René bajó del cuarto a la sala y dijo, a su esposa, “Parece que mamá no se siente bien…” Su esposa le dijo, “¿Qué tiene ahora?” René dijo, “Dice que no durmió bien, y que está mareada." Su esposa le dijo, “¡Lo de siempre! Que se quede en cama, es lo mejor. Así por lo menos estaré tranquila aquí abajo.” René dijo, “Clara, ten paciencia, es vieja y…” Clara dijo, “¡Paciencia, Paciencia! Soy yo la que tengo que soportar sus malos humores. Cuando accedí que se viniera junto a nosotros, no pensé que…”
René le dijo, “Tengo que irme o llegaré tarde, y no quiero que el jefe se incomode conmigo.” Una voz desde la recamara dijo, “¡CLARAAA!” Clara dijo, “¡Ja!¿Escuchas a la enferma? Vete, que te vaya bien.” Tratando de contener su molestia, Clara se dirigió a ver a la anciana, y una vez que llegó al cuarto, le dijo, “¿Qué le pasa?” La anciana dijo, “Me duele…” Clara abrió la ventana, y la anciana dijo, “¿Cómo te atreves a abrir la ventana? ¡Quieres matarme!” Clara dijo, “Es imposible respirar en esta pieza. Con eso que no deja que la limpie…¡Es un olor!” La anciana se enojó, y dijo, “Puedo tener mi recámara como quiera, ésta es la casa de mi hijo…¡Tráeme un té caliente!” Clara dijo, “Es la casa de su hijo pero también mía. Si quiere un té, báje y prepáreselo. ¡Usted está tan enferma como yo!” La anciana se encolerizó, y dijo, “¿QUEEE? No…non es posible. ¡CLARAAA!”Así transcurrió un día en la sencilla casa de la familia Caravan. Entretanto, en la oficina de trabajo de Rene, el director dialogaba con uno de los empleados. “Ya es hora de irnos. ¿Qué tal un paseo y luego un café?” El empleado dijo, “Excelente idea. Todo el día encerrado aquí, es para volverse loco.” El señor director les dijo, “Hasta mañana.” Uno de los empleados dijo, “Hasta mañana, señor director.” Otro empleado dijo, “Que le vaya bien, jefe.” Cuando se hubieron retirado, el director le dijo a René, “No trabajes tanto, René. Ya es hora de irnos.” René le dijo, “Tengo que acabar esto. El señor Chenet lo quiere para mañana temprano.” El director dijo, “¡Ah, que René! Siempre acatando lo que dice el jefe.” Uno de los empleados dijo, “Vámonos ya. ¡Que te diviertas René!” Dos horas después, René dijo, “Bueno, ya quedó listo. Ojalá el señor Chenet lo encuentre bien.” Con paso lento, René dejó la oficina, y salió a las aún animadas calles de París. Al llegar a su barrio, habitado por gente de recursos limitados como él, René llegó a una farmacia, atendida por un matrimonio mayor. La mujer dijo, “¿Qué tal señor Caravan? ¡Qué calor ha hecho hoy! ¿Verdad?” René dijo, “No me había dado cuenta…usted sabe, todo el día en la oficina y con tanto trabajo…” El farmacéutico, cuyo nombre era Bonnasot le dijo, “Claro…claro…¿Y su señora madre, cómo está? Hace días que no la veo.” René dijo, “Me tiene preocupado, últimamente ha sufrido sincopés. No quiere ir al médico, pero ya tiene 80 años y debe cuidarse.” El farmacéutico le dijo, “No te inquietes. Son achaques de la edad.” René dijo, “Eso espero, porque…” El farmacéutico le dijo, “Discúlpe, voy a atender a esa clienta. Estoy solo, mandé al muchacho a dejar una medicina.” René dijo, “No hay cuidado, señor Bonnasot. ¡Adiós!” René se alejó de la farmacia y entró al bar “El Globo” y el cantinero le dijo, “Buenas noches, ¿Lo de siempre?” René dijo, “Sí, por favor.” Con su cerveza en la mano René se acercó a una mesa de apostadores, y dijo, “¿Qué hay de nuevo?” Uno de los apostadores dijo, “Hugo, ganando como siempre.” Enseguida, otro apostador dijo, “¿Cómo te ha ido, Rene?” René le contestó, “Bien, con mucho trabajo. Imagínense que hoy el jefe me pidió…” Entonces en la mesa alguien gritó, “¡Gane!” Otro dijo, “¡Qué suerte tienes! Pero ahora mismo nos das la revancha.” René dijo, “Como les decía, el jefe…” Un apostador dijo, “Desde ayer que no pierdes, Hugo.” Otro dijo, “Eso significa que tendremos que pagar otra ronda de cervezas.” René dijo, “Bueno, me voy…” Alguien dijo, “Que te vaya bien.”
Ya había caído la noche cuando salió de la cantina, y con paso lento se dirigió a su hogar. Al entrar, René dijo, “Clara, ya llegué.” Clara dijo, “¿Qué tal te fue?¿Nada nuevo en el trabajo?” René dijo, “Pues si, nombraron a un nuevo subjefe.” Clara dijo, “¿Un nuevo sub-jefe?¿En qué sección?” René dijo, “En el archivo.” Clara dijo, “¡Ocupando el puesto de Ramón!¡El que yo quería para ti!” Rene dijo, “Sí, se jubiló.” Clara se enojó, y dijo, “¡Pues se acabó! Ya no hay esperanzas de que asciendas. ¿A tu edad, que se puede esperar? Llevas 20 años trabajando allí. ¡Veinte años! Y sigues en el mismo puesto.” René escuchaba callado. Con la mirada hacia abajo. Clara continuó, “¡Es el colmo! Te quedas horas extras que no te pagan, ¡Para que otro ascienda!” René dijo, “Clara, te aseguro que…” Clara le dijo, “¡Nada! El día menos pensado te jubilan, y si con lo que ganas ahora apenas alcanza para comer, imagínate con la pensión.” En ese momento, un niño y una niña llegaron discutiendo. La niña decía, “Te voy a acusar, Augusto. Le diré a mama…” Clara dijo, “¡Cállense! Limpien sus pies. En esta casa todo es modesto, pero la limpieza es nuestro lujo y vale tanto como el dinero.” Enseguida Clara dijo, “Marie, ayúdame con los platos y cenemos de una vez.” Rene dijo, “¿Cómo está mamá?” Clara dijo, “¡Tu madre, buena me la ha hecho!” René dijo, “¿Qué paso?” Clara le dijo, “Esta tarde, Juana la mujer del peluquero, vino a pedirme un poco de azúcar. Como yo había salido, tu madre…tu madre…la echó, tratándola de pordiosera, ¡Imagínate qué vergüenza! ¡Ah, pero le dije todo lo que se merece!” René dijo, “¡Clara!” Clara le dijo, “¿Qué?¿Te vas a poner de su parte? No te preocupes porque esté ofendida, como siempre, simuló que no oía. Pero ya veo que no puedo contar contigo. Mejor vamos a cenar. Llama a tu madre para que baje.” Luego, Clara le gritó a su hija, “¡Marie, ayúdame!” Enseguida Augusto dijo, “Papá, hubieras visto lo enojada que estaba mi mamá. Creí que iba a matar a mi abuelita. Le dijo que…” René dijo, “Mejor no me cuentes. Me imagíno lo que sucedió.” Al poco tiempo, Clara dijo, “¿Todavía no baja?” René dijo, “No, le cuesta moverse.” Clara dijo, “Sí, cuando le conviene. Empiecen que se enfría la sopa.” Terminaron de comer la sopa y la ancana no aparecía. René dijo, “Marie, ve por tu abueltita.” La niña dijo, “¡Uff! siempre yo.” Marie subió rápidamente, y bajó con la misma celeridad, diciendo, “¡La abuela está tirada en el suelo! ¡No se mueve!” René exclamó, “¡Oh, no!” Clara dijo, “¡Seguro es una treta de la vieja!” Cuando René la encontró, exclamó, “¡Madre!” René trató de incorporarla, diciendo, “¡Mamá!¡Madrecita!” Clara dijo, “Le ha dado otro sincope. Lo hace para no dejarnos comer, no te quepa la duda. Subámosla a la cama.” Luego, Clara le gritó a la niña, “¡Marie, trae alcohol!” A pesar de las fricciones, la anciana no reaccionó. Hasta que René dijo, “No vuelve en sí…hay que mandar por un doctor.” Clara dijo, “El farmacéutico sabrá qué hacer…Augusto, ve a buscarlo…¡Corre niño!” René se derrumbó y tratando de abrazar a su madre gritó, “¡MAMAAAA!¡MAMACITAA!” Clara dijo, “¡Cálmate! Te aseguro que pronto estará bien y de peor genio que nunca.” René dijo, “Pero es que…está tiesa.” Clara dijo, “La que debería estar tiesa soy yo, con lo que me hizo pasar.” Luego, Clara volteó y dijo, “¿Dónde se habrá metido Augusto? Ya debería estar aquí con…” Entonces, Marie dijo, “¡Mamá, ya llegó el señor Bonnasot!” El farmacéutico llegó y dijo, “Me ha dicho su hijo, que su señora madre…” René dijo, “¡La encontramos tirada en el suelo! No sabemos a qué hora perdió el sentido.” De inmediato, Bonnasot auscultó a la anciana con aire grave, intentando impresionar a los que lo observaban. Bonnasot dijo, “¡Hum, lo que me temía!” René dijo, “¿Qué tiene?” Bonnasot dijo, “¡Es el final, lo siento!” René dijo, “¡Oh, no!” Marie dijo, “¡Se murió la abuela!” Clara dijo, “¡Qué cosa tan terrible…! Esta tarde se veía de lo mas bien.” René lloraba, diciendo, “¡Madre, madrecita mía!” Luego René se dirigió al farmacéutico y le dijo, “¿Esta seguro? ¡Snif! ¿Completamente seguro?” Bonnasot dijo, “Yo nunca me equivoco, señor Caravan.” Rene no se despegaba de su madre, y decía, “¡AHHHH!¡MADREEE!” Clara dijo, “Es un golpe terrible para nosotros, mire a mi pobre marido. Yo no sé nada de velorios, pero por el momento, haré lo que he oído escuchar a mi comadre.” Clara se dirigió a la niña y le dijo, “Marie, vé a la cocina y trae unas velas.” No tardó Clara en regresar y entonces dijo a Bonnasot, “Por suerte, esta tarde cuando fui a la iglesia para pedir paciencia para soportar a…bueno, se me ocurrió traer agua bendita.” La niña llegó y dijo, “Aquí están las velas, mamá. ¿Para qué son?” Clara dijo, “Se debe velar a los muertos. Así se les ilumina el camino al cielo.” Marie dijo, “¡Entonces mi abuelita se va a ir al cielo!” Clara dijo, colocando una vela, “Este…por supuesto.” Mientras René junto a su madre, lloraba diciendo, “¡MI MADREEE!” Marie dijo frente a Clara y el farmacéutico, “¡Mamá apágalas! Tú dijiste esta tarde que querías verla friéndose en el infierno.” Clara dijo, “¡Cállate!...¡Estos niños no saben lo que dicen!” Enseguida, Bonnasot dijo, “Hay que sacar de aquí a su marido. Está muy afectado.” Clara dijo, “Tiene razón. Si lo dejo junto a la muerta, no va a parar nunca de llorar.” René lloraba, “¡AYYYY!¡Mamacita mía!” Cuando Bonnasot lo jaló para separarlo de su madre, René dijo, “¡Déjenme, no quiero separarme de mi madrecita!” Clara dijo, “Ya René, con llorar no sacas nada. Dios quiso llevársela.” Entre ambos lo separaron y al llevarlo fuera de la habitación, Bonnasot dijo, “Debe tener valor, resignación. Recuerde que estaba enferma. Ahora ya descansa.” Por su parte Clara dijo, “Llevémoslo al comedor. Aquí ya no hay nada que hacer hasta mañana.” Solo el cuerpo tieso de Brígida, alumbrado por la débil luz de las velas, quedó en la solitaria habitación. Entretanto, Clara dijo, “Digame señor Bonnasot, ¿Qué se hace en estos casos? Es que con Rene no se puede contar para nada.” Bonnasot le dijo, “Mañana tiene que llamar a un médico, para que certifique la muerte, y después ir a la funeraria a comprar un ataúd.” Clara le dijo, “¿Cuánto costará eso? No quiero ni imaginarlo.” Bonnasot dijo, “Actualmente resulta demasiado caro morirse. ¡Ah! También hay que ir al cementerio y comprar un nicho.” Clara dijo, “¡Un nicho!¡Ya veremos cómo hacer frene a tanto gasto!” Bonnasot dijo, “Bueno, yo me retiro…no he cenado y…” Clara dijo, “¡Cómo!¿No ha cenado? Pues quédese, le serviré. Lo que tenemos no es gran cosa pero…” Bonnasot dijo, “Es usted muy amable pero no quiero molestar…” Clara dijo, “¡Quédese, no faltaba más!” Bonnasot dijo, “Siendo así, acepto.” No tardó Clara en calentar la cena, y al terminar de hacerlo, dijo, “Sírvase señor Bonnasot, sírvase con confianza.” Bonnasot dijo, “¡Qué bien huele esto!” Enseguida Clara dijo, “René, come un poquito, aunque sea para echarte algo al estómago.” Bonnasot probó el delicioso platillo, y dijo, “¡Qué buena cocinera es usted! La carne está deliciosa.” Clara dijo, “Ni siquiera la he probado. Estoy tan triste por lo sucedido. Pero trataré de probar algo, solo por acompañarlo.” Enseguida, Clara dijo, “Tiene razón, me quedó muy sabrosa la carne. Es una receta de mi difunta abuela.” Bonnasot dijo, “¡Qué cosas tiene la vida! Justamente esta tarde le preguntaba a su marido como estaba su madre…¡Quien iba a decir que pocas horas después, estaría muerta! Mi profesión es muy dura…¡Ah, sí, muy dura! Es la segunda vez en este mes, que paso por un trance así. La semana pasada me llamaron por aquí cerca…Cuando llegue encontré al enfermo ya cadáver, y alrededor de la cama, la familia bebiéndose tranquilamente, una botella de champaña. Dijeron que la habían comprado un día antes para satisfacer un capricho al moribundo.” Clara dijo, “¡Qué gente sin corazón!¡Bebiendo junto al muerto!” Cuando terminaron de cenar, René aun lloraba. Augusto dijo, “¡Mamá, dile a Marie que no me moleste!” Clara dijo, “¡Niños dejen de pelear!¡Váyanse a la cama!¿Quiere un cafecito, señor Bonnasot?” Bonnasot dijo, “No, gracias. El café me da insomnio.” Clara dijo, “A mí me pasa lo mismo…¡Ay René, no comiste nada!” Bonnasot dijo, “No sabe lo que se perdió. Bueno, creo que ya es hora de marcharme. Venga conmigo, le hará bien tomar un poco de aire. Eso le despejará la cabeza.” Clara dijo, “Sí, es preferible que salgas, mientras yo lavo los platos.” René, sin fuerzas para oponerse, se dejó llevar por Bonnasot, diciendo, “Ya nadie me volverá a hablar de mi niñez, de la gente que conocí en otros tiempos, del pueblo que dejamos…” Bonnasot abrazó a René, quien lloraba diciendo, “¡Snif!¡Mi madre!¡Mi querida madre!¡Snif!” Bonnasot dijo, “Ya va a empezar otra vez.” René dijo, “¡Nunca más la volveré a ver!¡Nunca más escucharé su voz!” Bonnasot dijo, “¡Yaaa, cálmese!” Bonnasot molesto, llevó a René hasta un escaño, y dijo, “Me gustaría acompañarlo, pero tengo que visitar a un enfermo. Mañana pasaré por su casa. Resignación amigo.” René solo dijo, “Una parte de mi desaparece al irse mi madre…era tan buena, tan dulce…¡Snif-Snif!”
René salió a caminar, y estuvo sumido en sus pensamientos, hasta que un vientecillo helado lo hizo levantarse. Al mirar una taberna, pensó, “Entraré a contarle a mis amigos lo que me sucede. Recibiré sus condolencias con dignidad.” Decidido René entró, y decía, “¿Dios mío, Dios mío!” El mesero dijo al verlo, “¿Le sucede algo, señor Caravan?” René dijo, “¡Acaba de morir mi madre!” El mesero exclamó, “¡Ahh!” Uno de los parroquianos se levantó de la mesa y dijo, “¡Una cerveza!” René miró perplejo al cantinero que tranquilamente despachó la cerveza, y todavía se rio, como si no se hubiera enterado de la muerte de la mujer. René pensó, “Yo esperaba otra reacción de él. Está tan ocupado del negocio que no le importa el sufrimiento ajeno.” Esperanzado en escuchar una palabra de aliento, René se acercó a la mesa de sus conocidos, diciendo, “¡Acaba de morir mi madre!” Uno de los hombres apostadores dijo, sin mirarlo, “¡Ah, qué pena!” Pero los hombres ignoraron a René, y siguieron con su juego. Uno de los apostadores dijo, “¿Jugamos otra?” Y otro dijo, “Bueno, pero la última. ¡Ya es tarde!”
Nadie le hizo caso, y René decidió marcharse, pensado, “Esperaba una palabra de aliento, de consuelo. Nunca creí que me tratarían con tanta indiferencia.” Poco después, René llego a casa y Clara le dijo, “¡Por fin llegas! Tenemos que hablar.” Rene le dijo, “Estoy muy cansado…mi madre…” Clara le dijo, “Está muerta, ya nada podemos hacer por ella…¿Sabes si hizo un testamento a tu favor?” René dijo, “¿Testamento? No, no creo…seguro que no lo hizo.” Clara dijo, “Pues es una cosa indigna…diez años nos partimos el alma cuidándola, la alojamos, la alimentamos…tu hermana no lo habría hecho, ni yo de haber sabido cual iba a ser mi recompensa, tu madre…¿Qué sabia de agradecimiento?” René dijo, “¡Clara, por favor!” Clara dijo, “¡De manera que todos mis trabajos, todos mis desvelos, han sido en balde! ¡Muy bonito, pero muy bonito!” René le dijo, “¡Clara, te lo suplico!” Clara dijo, “Está bien…mañana habrá que avisar a tu hermana.” René dijo, “¡Es verdad! No lo había pensado. En cuanto amanezca, la llamaré por teléfono.” Clara dijo, “Llámala a medio día. Así tendremos tiempo de disponerlo todo antes de que llegue. De Chareton hasta aquí, son apenas dos horas.” René dijo, “Debí de haberle comunicado a Berta la muerte de mamá inmediatamente.” Clara dijo, “Le diremos que con la sorpresa no sabíamos lo que hacíamos. Mientras más tarde se entere menos problemas tendremos.” René dijo, “Tengo que avisar a la oficina.” Clara le dijo, “¿Para qué?” René le dijo, “El señor Chenet es muy estricto. No disculpa por nada que un empleado falte al trabajo.” Clara se enojó y dijo, “¡Ay René! Cuando le expliques porque faltaste, no podrá decir nada, y tendrá que tragarse sus regaños.” René le dijo, “¡Le dará un ataque de furia al ver que no me presento!¡Ah, qué buena faena le voy a hacer!¡Me lo imagino! Empezará por llamarme la atención delante de todos, y por primera vez lo voy a dejar con la palabra en la boca. ¡Eso sí que está bueno! Lo veo…lo veo…’¡Caravan, deme una buena razón para haber faltado ayer!’ Y yo le diré. ¡Ja, Ja, Ja! ¡Qué cara va a poner! ¿Qué te parece? ¡Chenet tendrá que pedirme disculpas a mí! Y ante los demás empleados.” Clara le dijo, “¿No te había regalado tu madre, el reloj que está sobre la cómoda de su habitación?” Cuando mi madre llegó a vivir con nosotros me dijo, “El reloj es para ti, si me cuidas bien.” Clara dijo, “¡Perfecto! Tenemos que sacarlo de la recamara, antes de que llegue tu hermana, pues no consentiría que nos quedemos con él.” René dijo, “¿Tú crees?” Clara le dijo, “¡No la conoceré! El reloj es nuestro, lo mismo que la cómoda. Me la dio un día que estaba de buenas. ¡La bajaremos ahora mismo!” René dijo, “Clara, eso no está bien…yo creo que…” Clara dijo, “Eres capaz de dejarnos morir de hambre con tal de no moverte. Con razón todos te pasan por encima. ¡Vamos!” Sin atreverse a replicar, René la siguió, y al llegar a la cama, se lanzó hacia su madre, llorando, “¡MI MADRECITAAA!” Clara fue hacia la cómoda y dijo, “¡Déja las lamentaciones para mañana! ¡Ahora a lo que venimos!” Clara empezó a sacar la ropa de la cómoda, y dijo, “Saca el mármol y llévalo abajo. ¡Con cuidado, no lo vayas a romper.” Mientras sacaba la ropa, Clara dijo, “Puras mugres. Habrá que poner esto en alguna parte o la arpía de mi cuñada armará un escándalo.” Clara seguía sacando la ropa de la cómoda y dijo, “Anda a buscar el baúl que está en el patio para poner esta basura. Aquí no hay nada que valga la pena.” Cuando René regresó con el baúl, Clara le dijo, “¡Bonita herencia después de 10 años de sacrificio! Que tu hermana se lleve estos trapos con todo y baúl. Lo único que vale la pena es el reloj y la cómoda, y esos ya son nuestros. ¡Tu madre era una avara, siempre lo dije!” Minutos después, ya habían bajado la cómoda. René dijo, “¡Uf, cómo pesa! Creo que me moriría si tuviera que volverla a subir.” Clara dijo, “Es de buena madrea…no te preocupes por subirla. Desde hoy no la mueve nadie de nuestra sala. Veamos dónde quéda mejor.” Después de ponerla en un lado y en otro, Clara dijo, “Creo que ese es el lugar adecuado.” René dijo, “Tienes razón. Es increíble cómo luce de bien.” Clara dijo, “Estoy tan contenta…¡Se ve tan diferente la sala!” René dijo, “Sí, parece otra. ¿Qué tal ésta foto aquí?” Clara dijo, “¡Perfecta! Quizá el próximo mes podamos comprar la lámpara que tanto me gustó. ¿Te acuerdas? Para ponerla junto al marco.” René dijo, “Sí, quedaría muy bien sobre la cómoda.” Clara dijo, “¿De verdad, René? ¿Crees que podremos?” René dijo, “Sí, ya verás. Era cara, pero no mucho.” Clara tomó el reloj y dijo, “Ahora el reloj. Ya sé dónde tiene que ir.” René dijo, “Ese reloj es muy bonito. Es una suerte que sea nuestro.” Clara dijo, señalando a arriba de la cómoda, “Siempre quise ponerlo aquí…pero por más que se lo insinué a tu madre, se hacia la tonta.” René dijo, “¡Qué bien se ve!” Clara dijo, “¡Cuando lo vea Juana, se pondrá verde de envidia!¡Estoy realmente encantada! Bueno, vámonos a dormir.”
Al día siguiente, René se levantó tarde, y mientras se vestía, decía, “A esta hora el jefe debe estar preguntando: ‘¿Dónde está Caravan?’ ¡Ah, señor Chenet, ya te veré bajar los ojos, pedir una disculpa y meterte en tu oficina sin chistar! ¡Mañana va a ser mi día! Con ésta humillación, Chenet me las pagará todas. ¡Dios mío, mi madre está muerta!” René fue a la recámara de su difunta madre y pensó, “Hoy todo habrá terminado. Le diré a Clara que arregle esta habitación para…” Clara gritó desde abajo, “¡RENEEE…!” Casi corriendo se dirigió a la planta baja. Cuando llegó, Clara le dijo, “¡Yo levantada desde la seis y tu durmiendo!” René dijo, “¿Por qué no me despertaste?” Clara le dijo, “¿Para qué? Apúrate a desayunar. Tengo una lista de cosas de las que tendrás que encargarte. Primero vas a buscar al médico para que venga a certificar la muerte. Ojala venga en la mañana, porque si no, no podrás hacer ningún trámite en la funeraria. Luego vas por un ataúd y dejas todo arreglado para que cuando tengamos el certificado, vayas a buscarlo. Después, pasas por la iglesia, y le dices al padre si puede venir durante el día y que la misa será para pasado mañana.” René dijo, “¡Mañana!” Clara dijo, “Sí, tu hermana no llegará hasta la noche. Porque le avisarás como a las dos. Con lo lenta que es, no saldrá hasta las seis o siete.” René dijo, “Entonces será mejor que la llame primero a ella y después…” Clara le dijo, “¡No! Quiero que aparezca por aquí cuando tengamos todo arreglado. Mañana después de la misa enterramos a tu madre y se acabó. ¡Y ahora vete! Tengo que limpiar y cambiarme de ropa, porque cuando se enteren las vecinas, seguro vienen a curiosear.”
Mientras tanto en la farmacia, los vecinos dialogaban con el farmacéutico. “¡Así que se le murió la suegra a Clarita!” Bonnasot dijo, “Sí, anoche. El pobre señor Caravan está destrozado.” La vecina dijo, “La verdad no me caía nada bien doña Brígida. Era una vieja avara y antipática. De todos modos, tendré que ir a verla.” Cuando la vecina se fue, Bonnasot dijo, "¡Hay que ver las cosas que se meten en la cabeza de estas condenadas mujeres! Jamás se me ocurriría ir a visitar a un muerto." Una hora después, la vecina y otras dos mujeres llegaban a casa de René, “¡Ay Clarita, ya nos enteramos de la noticia!¡Qué pena tan grande!” Clara dijo, “Sí…mi pobrecita suegra. ¡No me puedo conformar!” Clara derramó una lágrima y la vecina dijo, “¡Me imagino cómo debe estar su marido!” Clara dijo, “No ha dejado de llorar…subamos, la estoy velando en la recamara mientras llega la funeraria.” Cuando entraron a la sala, las otras dos vecinas, notaron que el reloj de la difunta estaba en la sala, y dijeron en voz baja entre sí, “Oye, ¿Ese no es el reloj que la difunta tenía en la recamara?” La otra dijo, “Sí, yo lo vi una vez sobre la cómoda. ¡Todavía no la entierran y ya le quitaron sus cosas!” Luego, las vecinas subieron a la recamara, y una vecina dijo, “¡Dios la tenga en su santo reino!” La otra vecina dijo, “¡Está igualita!¡Qué cara de paz!¡Parece que durmiera!” Clara dijo con voz desgarrada, “Síii…no me puedo hacer la idea…que ya no estará con nosotros…¡AYYY!” La vecina dijo, “Cálmese, Clarita. Así es la vida, a todos nos llega la hora.” La vecina agregó, “Recemos por su alma.” Clara dijo, “Ahí hay agua bendita para santiguarse.” Los rezos comenzaron, “Dios te salve María, llena eres de gracia…” Clara dijo, “…Bendita entre…¡Niños les dije que no quería verlos por aquí, váyanse a jugar!...el fruto de tu vientre…Padre Nuestro…¡Ayy, mi pobrecita suegra, tan buena, tanto que yo la queríaaaa!” La vecina dijo, “Clarita, tiene que ser fuerte. Me parte el corazón verla sufrir.”
Cuando terminaron de rezar y elogiar a la difunta, una de las vecinas preguntó, “¿Cuándo será el entierro, Clarita?” Clara dijo, “Ma-Mañana. Hay que esperar….que llegue mi cuñada. Ella y yo nos queremos como hermanas. ¡Pobrecita Berta!” La vecina se levantó para retirarse y dijo, “Tenga resignación. En la nochecita volveremos para acompañarla.” Clara dijo, “Se los agradezco tanto. Es terrible cuando se nos va una persona tan buena…tan…¡AHH!” Entre tanto, los niños platicaban en la calle, y una de sus amigas dijo, “¿Es verdad que murió tu abuelita?¿Cómo es un muerto?” Marie dijo, “Igual que uno vivo, pero tieso.” Luego Marie hizo un ademan, y dijo, “Cuando la encontramos estaba así.” Uno de los niños dijo, “Marie, déjanos ver a tu abuela. Yo nunca he visto a un muerto.” Marie dijo, “Mi mamá no quiere que ni nosotros, que somos sus nietos, entremos a la recamara.” El niño dijo, “¡Ay, no seas así! Entraremos despacito.” Augusto dijo, “Marie, llevémoslos…” Marie dijo, “Bueno, pero si quieren verla, me tendrán que pagar un franco.” El niño dijo, “¿Pagarte? Yo no tengo dinero.” Marie dijo, “Pues consíguelo. Si no me pagan, no entran.” Un niño le dijo a otro, “En la cocina mi mama dejo el cambio de la leche. Voy por él.” El otro niño dijo, “Yo le voy a sacar de su monedero.” Luego Marie dijo, “Augusto, ve a avisarles a todos tus amigos de barrio. Vamos a hacer un gran negocio.” Augusto dijo, “Pero, me tienes que dar la mitad o te acúso con mi mamá.” Poco después los niños suban la escalera. Marie les dijo, “No hagan ruido. Si mi mamá se da cuenta, no los deja subir y pierden su franco.” Cuando entraron a la recamara, uno de los niños dijo, “¡Esta refea!” El otro niño dijo, “¡Cállate, no digas eso! Capaz que en la noche se te aparece.” Entonces Marie dijo, “¡Ya vámonos!” Y el otro niño le dijo, “Pero si acabamos de entrar.” Marie dijo, “¿Y qué más quieren por un franco? Para volver a entrar tienen que pagar d nuevo. Salgan y no hagan ruido.”
Así pasó el día. Al atardecer ya nadie se interesaba por ver a la muerta, que quedó sola en la recamara. Cuando René llegó, Clara dijo, “¡Por fin llegaste!” René dijo, “¡Uf, no te imaginas todo lo que tuve que hacer! El doctor no puede venir hasta la noche. Dijo que entre nueve y diez.” René agregó, “Recorrí como 20 funerarias, los ataúdes son carísimos.” Clara dijo, “Supongo que elegiste el más barato. ¿Cuándo lo traerán?” René dijo, “Como no la enterraremos, hoy dijeron que mañana temprano.” Clara dijo, “Mejor, así tu hermana tendrá que dar su parte, antes de que la saquen de aquí. ¿Le avisaste?” René dijo, “Sí, llamé a la vecina. Berta no estaba. Me dijo que le daría el recado en cuanto llegara.” Clara dijo, “Lo único que falta es que se aparezca cuando tu madre este ya bajo tierra. ¿Comiste algo en la calle?” Rene dijo, “No, ni tuve tiempo.” Clara dijo, “Vamos a merendar temprano porque vendrán los vecinos a acompañarnos. ¡Todo el día ha sido un ir y venir de gente!” Ya había oscurecido cuando se sentaron a la mesa. Los niños empezaron a pelear, “¡Ya Augusto, deja de molestarme!” Clara dijo, “¡Se van a estar quietos! Hoy no estoy para soportar sus riñas. Coman en silencio y se van a acostar.” Cuando de repente, Clara dijo, “¡Se fue la luz, es lo único que faltaba! Ni velas hay. Marie, sube a buscar las que están en el cuarto de tu abuela.” La niña subió. Al bajar volvió la luz…y Marie dijo asustada, “Pa…Pa…Papá…” René dijo, “¿Qué te sucede?” Marie dijo, “¡La abuela…está levantada!” René y Clara dijeron, “¡QUEEE!” Ambos atropellándose subieron la escalera y René gritó, “¡MAMAAA!” Clara exclamó, “Pero, pero…” Brígida dijo, “¿Qué les pasa? Supongo que estará lista la cena. Tengo hambre.” Brígida tomó el brazo de René y René dijo, “Sí…Sí…nosotros…ven, te ayudo a bajar.” Al llegar a la sala Clara pensó, “Estaba viva, fue solo uno de sus sincopes. ¡Es capaz de no morirse con tal de amargarme la vida!” En ese momento una pareja bien vestida llegaba a la casa. Juana dijo, “¡Clara…mi madre!” Clara le dijo, “¡Cállate, fue una…” Cuando Juana vio a Brígida, dijo, “¡Mamáaa! Pero…” Brígida dijo, “¡Ustedes aquí!¡Que sorpresa!” Juana dijo, “No comprendo…” René dijo, “Cállate. ¿No ves que fue una falsa alarma? Disimula que tu madre no se dé cuenta.” El esposo de Juana entró y dijo, “¿Qué tal suegra? Fuerte y sana como siempre, ¿Eh?” Clara dijo, “Este…siéntense a la mesa…hoy prepare algo ligero para merendar, pero…” Ignorando la sorpresa de todos, Brígida se sentó y los demás la imitaron. Berta dijo, “¡Qué bien te ves mamá!” René dijo, “Tuvo un pequeño achaque pero ya está completamente bien. ¿Verdad madre?” Brígida dijo, “Tuve un sincope…pero no perdí completamente el sentido. Escuché todo lo que decían.” Clara pensó, “Tiene la vista fija en el reloj.” El esposo de Berta dijo, “¡Qué buen café, Clarita! Está como para resucitar a un muerto.” Entonces alguien tocó a la puerta, y Clara dijo, “¿Quién será?” Clara corrió a abrir y, las tres vecinas con velo y flores, se presentaron, y una de ellas dijo, “Clarita, venimos a…” Clara dijo, “¡Shhiiit! Ha resucitado…” Las vecinas exclamaron, “¡Cómo!” Clara dijo, “Está tan viva como yo, o ustedes. Váyanse o se dará cuenta.” Tratando de aparentar que nada sucedía, Clara regresó a la mesa. El esposo de Juana dijo, “¿Alguna visita, concuña?” Clara dijo, “No…no tiene importancia…” En eso, otra vez sonó la puerta, y Marie dijo, “¡Yo voy!” Clara dijo, “Niña espera…” En cuanto Marie abrió, un grupo de niños se presentó, diciendo uno, “¡Venimos por nuestro dinero!¡Tu abuela no está muerta!” Otra niña dijo, “¡Yo pagué por ver a una muerta!” Rápidamente la niña los empujó y salió con ellos, y les dijo, “No les devuelvo nada. ¿Qué culpa tengo yo de que mi abuela haya resucitado. Cuando se las enseñé estaba muerta.” Mientras en casa, en la mesa, todos escuchaban, los niños seguían hablando, “Si no me das mi dinero, te acúso con mi mamá.” Marie dijo, “Yo le diré a la tuya que le sacaste el cambio para la leche.” Otro niño dijo, “Yo pague un franco para ver una vieja fea, que ni siquiera estaba muerta.” Clara, no soportando más, se levantó de la mesa y dijo, “Augusto, dile a tu hermana que entre inmediatamente.” Asustado, Augusto, cumplió de inmediato la orden. Y cuando Marie entró, Clara la zarandeó, y dijo, “¡Se me van ahora mismo a acostar! Mañana hablaremos.” Marie llorando y Augusto enojado, subieron a su cuarto, mientras que el esposo de Berta dijo, “¡Muy buena merienda concuña! Da gusto estar con la familia, ¿Verdad Berta?” Alguien tocó a la puerta de nuevo, y el esposo de Berta dijo, “¿Más visitas concuña?” Clara se levantó de la mesa y fue a la puerta pensando, “Dios mío. ¿Quién será ahora?” Clara abrió la puerta y dijo, “¡Señor Bonnasot, qué agradable sorpresa!” Bonnasot dijo, “Bueno, vengo a acompañarlos en un momento tan…” Clara le dijo en voz baja, “No está muerta…fue solo un sincope…” Bonnasot dijo, “¿Qué?¡Oh, esto sí que es…!¡Increíble!” Tratando de ocultar su sorpresa. Bonnasot se dirigió a la mesa, y dijo, “Pero qué veo…” Tras una pausa, Bonnasot dijo, “Paso a visitarlos y me encuentro con una cálida reunión familiar. ¡Qué bonito!” Bonnasot miró a Brigida y dijo, “¡Qué bien se ve, doña Brígida! Nadie diría que tiene 80 años. Nos enterrará a todos.” Clara dijo, “Señor Bonnasot, ¿Quiere un cafecito?” Bonnasot dijo, “Preferiría una copita. Yo no bebo pero a veces se necesita.” Clara dijo, “René, sírvele. Creo que tenemos un poco de coñac.” Bonnasot dijo, “Eso me vendría bien.” Brígida se levantó y dijo, “Me voy a acostar. Estoy cansada.” René dijo, “Te acompáño mamacita.” Brígida dijo, “¡No, puedo subir sola!” René dijo, “Tiene razón. Nunca la he visto más saludable.” Antes de desaparecer, Brígida dijo, “¡Ustedes ya me estas subiendo la cómoda y el reloj!” Cuando la anciana desapareció, Berta enfrentó a Clara y le dijo, “¿Así que te pensabas quedar con todo?” Clara le dijo, “¿Quedarme con qué? Diez años he cuidado a tu madre, soportando su genio. ¿Crees que eso no vale nada?” Berta le dijo, “René tiene la obligación de cuidarla, es su hijo, ¿No?” Clara le dijo, “¿Y tú qué? Nunca la vienes a visitar, Ahora si corriste para llevarte las cuatro mugres que posee.” Berta le dijo, “¡Cuatro mugres! No será tanto, porque bien que te apoderaste de ellas.” Clara le dijo, “¿Apoderarme? Arriba dejé todos sus trapos para que te los llevaras. Ni para limpiar el suelo sirven.” Berta le dijo, “¡Ladrona!” Clara le dijo, “¡A mí no me hablas así, arpía, mala hija!” Berta le dijo, “Mi hermano jamás debió casarte contigo. Siempre he sentido vergüenza de que seas mi cuñada.” Clara le contestó, “Soy la que me rebajé al entrar en tu familia…” Bonnasot dijo, “Creo que es mejor que me retire. Los asuntos de familia son privados.” René gritó, “¡Clara, Berta! Por favor…” Clara le dijo, “Tu padre era un borrachín y tu madre…!AHHH!” Clara recibió una bofetada de Berta. Clara le dijo, agarrándola de las manos, “¡Ahora vas a ver quién soy yo!” Berta le dijo, “Lo supe desde que te conocí: callejeando por los barrios.” Mientras ambas se zarandeaban, René dijo, “¡Cálmense!¡Clara, Berta! ¡Por favor dejen de pelear!” El esposo de Berta gritó, “¡Basta Berta!” Cuando las mujeres comenzaron a golpearse, los esposos tuvieron que intervenir. Berta fue sujetada por su esposo, quien le dijo, “Ya, esto es demasiado.” Y René separó a Clara, diciendo, “¡Clarita!¡Clara!¡Cálmate!” Clara decía, “¡La máto!¡La máto!” Entonces Clara, ya calmada dijo, “¡Que se vayan!¡Quiero que salgan de mi casa!” Berta le dijo, “¡Es la casa de mi hermano!” Su esposo le dijo, “¡He dicho que te calles!” Berta le dijo, “En lugar de hacerme callar, deberías defenderme.” Su esposo le dijo, “¡A ti!¡Ja, bien sabes defenderte sola!” Clara dijo, “¡Claro, lo aprendió en los barrios bajos!” Berta se enfureció y dijo, “¡Suéltame esa bruja no va a reírse de…!” Su esposo la jaló, y dijo, “¡No! Vámonos de aquí. ¡Basta de escándalos!” Después que se fueron y cerraron la puerta de golpe, Clara decía, “No quiero volver a verla, no voy a tolerar…” René decía, “¡Clara!¡Clara!” Cuando de repente, René se transformó, y dijo, “¡Oh, Dios mío!¡Clara!” Clara dijo, “¿Qué?¿Qué te pasa?” René dijo, “¿Qué le voy a decir a mi jefe mañana?” Clara exclamó, “¡OHH!”
La hipocresía no muere nunca, y existe
hasta en las mejores familias.
Tomado de, Novelas Inmortales. Año XIV. No. 696. Marzo 20 de 1991. Guión: Herwigo Comte. Adaptación: C.M. Lozada. Segunda Adaptación: José Escobar.
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